sábado, 23 de agosto de 2025

El martillo


En algún momento los golpes de los martillos contra el metal adquieren mayor peso, una presencia más intensa, se vuelven reales, entonces sé que ya estoy despierto. Los golpes no se detienen nunca, solo dejo de oírlos cuando el cansancio es mayor. Me remuevo incómodo en el saco de dormir intentando que los últimos instantes del sueño no se me escapen, no me abandonen. Los golpes son más fuertes, es tiempo ya de que me levante por mi cuenta y antes que alguien más venga por mí.
    Salgo de la carpa mirando el suelo, no quiero que me pase otra vez eso de clavarme algo en el pie por andar descalzo y que la herida se infecte llevándome a la fiebre y el delirio. Una vez es más que suficiente para aprender a evitarlo, pero no para recordarme el llevar el calzado adecuado. El pozo está cerca, el olor acre es fuerte, alguien debe de haberlo usado hace poco. Pronto habrá que cavar uno nuevo, este ya lleva demasiados días abierto. Ese olor se mezcla con el del humo, con el de lo que están fritándose por allí cerca, con el del sudor, con el de la mierda de los caballos, y los golpes continúan.
    Levanto la mirada. El cielo está gris, si por las nubes o el humo no lo sé, no me importa. Por entre los golpes de todos esos martillos llegan las voces, los quejidos, los gritos, los gemidos y suspiros de agotamiento desde las fraguas cercanas, y eso solo porque no hay viento que se trague los ruidos de los que están un poco más allá, del otro lado de la montaña.
    Siendo tan temprano, hay poca gente en esta parte del campamento, debe ser día de entrega. No recuerdo cómo estaba la Luna anoche, el cansancio ni siquiera me dejó mirarla. Es posible sí sea día de entrega y que la mayoría estén preocupados. Yo también lo estaría de no ser porque ya cumplí y superé mi cuota. Aun así, sé que debo ir a la fragua y trabajar como si fuera el primer día del ciclo y seguir forjando el hierro hasta el cansancio. Trabajamos sin saber porque lo hacemos, solo sabiendo que debemos hacerlo; sin saber para quién lo hacemos, solo sabiendo que alguien vendrá a buscarlo; sin saber cómo lo hacemos, solo sabiendo hacerlo y sin hacer demasiadas preguntas; sin decir nada en verdad.
    Rebusco entre la arena debajo del saco de dormir hasta encontrar mi martillo. Si alguien llegara a robármelo, si alguien me lo quita y no tuviera forma de recuperarlo, estaría perdido, formaría parte de la siguiente entrega, como tantos otros, por eso lo mejor es esconderlo y a la vez tenerlo cerca.
    Con mi martillo, y las sandalias bien ajustadas en las pantorrillas, camino hacia la fragua más cercana. Me conocen, lo sé por la forma en que me miran, con aprecio, con resentimiento, con odio, con desprecio por lo que yo puedo hacer y ellos no, por lo que ya he hecho y ellos nunca lograrán, por el tiempo que seguiré haciéndolo cuando ellos ya estén muertos. Sin decir una palabra sumo mi martillo, mi fuerza, mi destreza a los golpes débiles y sin ritmo de los demás. Poco a poco, más pronto unos, un tanto más tarde otros, se acomodan a mí, siguen mi ritmo, mis indicaciones. Me odian, lo sé tan bien como saben ellos que sin mi hace varias Lunas que se habrían ido junto con el resto de las entregas.
    Esa noche, cuando se escuche el cuerno de llamada, otra vez estarán salvados y deberán agradecérmelo. Lo saben, lo sé. Y me odian. Y me encantan. Y mi martillo, y los suyos, no dejarán de golpear una y otra vez, eternamente, hasta el fin.

3 comentarios:

José A. García dijo...

Siempre habrá quien se enoje por la ayuda recibida...

Saludos,
J.

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Es un relato en que el protagonista sabe lo que hace y tiene expectativas sobre el futuro.
Saludos.

Anónimo dijo...

Dos consideraciones dejo: Una, si la única herramienta que se tiene es un martillo, se podrá pensar que cada problema que surge es un clavo. Dos, mientras seas el martillo, dale duro. Saludos.