El vagón se sacude por completo. El ruido de las ruedas chirriando sobre los rieles me obliga a cubrir mis oídos. El tren avanza unos pocos cientos de metros y vuelve a detenerse con brusquedad, casi golpeo mi cabeza con el asiento delantero por estar cubriéndome los oídos.
Los pasajeros que seguimos en el vagón nos miramos. Llevamos ya varios minutos esperando a que el tren vuelva a circular con normalidad. Nadie dice nada aguardando a que por el intercomunicador se explique cuál es el problema, pero el aparato solo lanza leves chisporroteos de estática y ninguna palabra. Miro hacia la noche exterior y solo veo mi reflejo en el vidrio, mi cara avejentada que apenas reconozco como mía y mis ojos vacíos que ya nada quieren ver, mucho menos esta cara mía. Viendo mi reflejo entiendo, porque no hay forma de que no sea así, por qué ella se fue. Yo tampoco querría estar junto a algo que mira el mundo de la manera en que lo hago. Y aquí estoy, viéndome como lo que soy, viendo esa cosa que se refleja en el vidrio.
El vagón vuelve a sacudirse, un poco más fuerte esta vez. El hierro suena como si estuvieran retorciéndolo, no sé, no suena como hierro, suena como otra cosa, y ni siquiera intento cubrirme los oídos aunque duelen más que antes, mucho más. La sacudida termina tan rápido como comienza.
Me inclino hacia el pasillo entre los asientos, sin levantarme. Miro hacia el frente. No llego a ver nada más allá de la puerta de separación entre los vagones, está cerrada y su vidrio está tan oscuro como el de la ventana a mi izquierda. Me enderezo. Pienso en levantarme y caminar hacia el frente, llegar hasta la cabina y preguntarle al conductor qué sucede, por qué no avanzamos, por qué seguimos atascados en el mismo lugar, pensando las mismas cosas una y otra vez sin saber cómo seguir adelante, y por qué no se realiza algún tipo de cambio de vías. Pero temo que mientras camino entre las butacas, el tren reinicie su marcha y yo acabe en el suelo, golpeado o sucio. Por eso, lo mejor es esperar.
Pienso en eso, en esperar, y el vagón se sacude. Avanza lo que deben ser unos veinte o doscientos metros, mil kilómetros o a penas un suspiro, antes de volver a detenerse con brusquedad.
Si no voy hasta el conductor podría buscar al guarda para preguntarle qué pasa con la formación. De seguro estará en el último vagón. Ir en esa dirección implicaría los mismos riesgos que si lo hiciera hacia el frente, podría caer, golpearme, ensuciar mi ropa, podría ser atracado por alguien más, ya que en esos vagones las luces no siempre funcionan y la oscuridad lleva a ciertas personas a creer que pueden hacer ese tipo de cosas sin el riesgo de un castigo y, como no tengo intenciones de pasar por circunstancias como esas esta noche, descarto también esa idea.
Permanezco en mi butaca evitando mirar a la ventana o cualquier otra cosa más allá del respaldo frente a mí. Esperaré lo que tenga que esperar a que el tren vuelva a avanzar. Ya no puede tardar mucho más o el siguiente tren podría embestirlo por detrás.
Pero dudo que ese otro tren siquiera exista.
2 comentarios:
Estoy con problemas en mi equipo (PC), por lo que no pudo acceder a todos mis archivos, entre ellos la lista de blogs que visito cada semana, por eso no he podido pasar a leerlos, en cuanto pueda recuperarla pasaré otra vez por sus espacios.
Saludos y suerte.
J.
Probablemente el tren exista, no necesariamente los otros pasajeros.
Saludos, colega demiurgo.
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