Lo sabía aún antes de abrir los ojos y revisar los indicadores, la nave disminuía su velocidad. Claro que con todos los sistemas desarrollados para el sostenimiento del impulso y la cancelación de la inercia, no podía sentirse algo como lo que él decía sentir en esta generación de naves, sin embargo, sí podía, lo sentía, y nunca se equivocaba. Lo habían comprobado varias veces. Era el único con la habilidad de notar el cambio de velocidad de una nave en el espacio profundo, donde la gravedad es prácticamente la única fuerza con algún tipo de influjo sobre los cuerpos. No quedaban dudas de que podía hacer lo que decía que hacía, claro que el que estuviera comprobado no volvía más fácil el aceptarlo.
Si la nave comenzaba a perder aceleración significaba que estaban llegando a su destino o que había habido algún tipo de fallo. El último fallo registrado en una nave había ocurrido antes de la automatización completa de los sistemas, por lo que la única opción para que se produjera una desaceleración era que se acercaban a su destino.
Ciertas cuestiones, mínimas, casi imperceptibles, continuaban en manos de seres biológicos y no de la fría lógica técnica para la que todo es ceros y unos, si y no, hay o no hay, está vivo o está muerto. Como la infinita gama de opciones posibles entre el cero y el uno, entre el no y el sí, entre el haber y el no haber, entre la vida y la muerte no tenía lugar en esa lógica, su presencia se volvía necesaria en ese momento, en ese lugar, con el único fin de ocuparse de las últimas preparaciones mecánicas que todavía no estaban a cargo de los sistemas.
Se desplazó a lo largo de los pasillos de la nave hasta el centro de control y comprobó lo que sabía. La velocidad disminuía, sin embargo, no lo hacía en la proporción correcta. Algo no parecía estar funcionando adecuadamente. Comprobó los controles, las indicaciones, los cálculos que le dieran antes de partir: todo era correcto, todo concordaba. Lo único que no lo hacía era la velocidad que llevaba. Era demasiada para un acercamiento como el programado.
Se afanó sobre los controles, las tablas de navegación, los mapas estelares, buscando la forma de evitar la colisión inminente, al menos de esquivar la mayor parte del impacto y tal vez sobrevivir. Comprobó la inercia y la masa. El golpe contra la superficie de ese planeta supondría un cataclismo devastador, ya fuera que cayera en la superficie o sobre el agua arruinaría la atmósfera cambiando su composición química. Si en ese lugar había vida lo más probable es que terminara desapareciendo bajo una bola de fuego, tragados por el magma o congelados al no recibir radiación suficiente de la cercana estrella.
Estaba quedándose sin tiempo. La gravedad de la estrella cercana y la del satélite natural sumaban velocidad a su desplazamiento. Caería sin remedio y posibilidad de modificar el curso.
Los instrumentos confirmaban la existencia de vida basada en el carbono y otras sustancias básicas.
Buscó una imagen de las formas de vida a punto de ser destruidas. Eran enormes moles de masa orgánica de color verde, marrón, grisáceos, sobre la tierra, en el agua y en el aire. Pero también había otros, más pequeños, de colores similares, que se alimentaban entre ellos o de la flora de la superficie, de lo que otros dejaban, de lo que nadie quería. Y aún otros más pequeños, que no parecían percatarse de nada ni nadie parecía percatarse de ellos. El planeta entero estaba plagado de ellos con una variedad incomparable y nunca visto en ningún otro de los mundos contactados. Quizá fueran inteligentes, tuvieran una cultura y un desarrollo tecnológico tal que les permitieran evitar la tragedia y acabaran destruyéndole en el aire. Por lo pronto, la nave no se detenía.
Su gente, su propia gente lo había enviado a matar y morir. Su gente, que no soportaba que fuera diferente al resto de ellos, que no podía entender que algunas veces el cambio se produce por una razón y que no todo tiene que ser universalmente igual a sí mismo, lo condenaba. Su gente lo rechazaba, lo exiliaba enviándolo hasta el otro lado del ser, hasta más allá del no ser. Pero no solo eso, no solo lo despreciaban, sino que utilizaban su destrucción para destruir a otros de los que nada sabía y que nada sabrían de él.
Aceptó su inminente final encomendándose al infinito y deseando que algo de toda la vida que rebosaba en el tercer planeta de aquella estrella sobreviviera a su llegada.
No sé si es una película o una pérdida de tiempo,
me inclino más a la segunda opción
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En el N° 95 de la revista El Narratorio se ha publicado el relato:
Danza
Pueden pasar a leerlos cuando gusten.
Fin del Espacio Publicitario.