El sonido delató su presencia. El áspero roce de la escoba de paja sobre el concreto sin pulir de la vereda era inconfundible. No necesité mirar la hora para confirmar lo que ya sabía, que en efecto era esa hora, la misma en la que, como cada día, la anciana de la vereda del frente estaría barriendo la entrada de su casa.
Como cada día suena a sentencia, a absoluto, a algo imposible de pensar o de creer, pero así era. Nunca faltaba, el clima, el festivo, la lluvia, el frío o el calor, el día del señor, nada parecía importarle. Y siempre a la misma hora, la anciana barría su entrada con una escoba cada vez más gastada hasta que decidía cambiarla por una nueva. Parecía un mantra o alguna cuestión religiosa similar; por no decir que un castigo.
Por lo general, si era día de semana estaría preparándome el café, negro como el abismo, al que se reduce mi desayuno antes de ir al trabajo. Si era fin de semana ese mismo desayuno tal vez no sería en solitario sino compartido con alguna conquista ocasional, cuando no luchando contra una de las cada vez menos frecuentes resacas. La anciana tenía sus costumbres, yo las mías. Estoy seguro de que no era el único que conocía esas costumbres, lo que no sé es si alguien más se preocupaba por ella, en el sentido de llegar a preguntarse qué necesidad tenía de barrer la entrada de su casa bajo la lluvia o durante alguna de las tormentas de otoño o primavera; y agradezcamos al cambio climático que hace varias décadas que dejó de nevar en nuestras latitudes, porque de lo contrario verla luchar contra los infinitos copos sería un gran espectáculo.
Podría ser el contraste, el choque de formas de ser, lo que me llama la atención. La anciana se encaprichaba con esa única actividad, al menos la única que le conozco. Yo nunca haría algo como eso. Ella colabora a su manera con la higiene urbana, yo pago mis impuestos para que alguien más se ocupe. Y si barrer todos los días está bien para ella, lo mío está bien para mí. Ella no lastima a nadie, y supongo que yo tampoco.
Sin embargo, debo reconocer que siento temor. Sí, temor. Temo el día en que ya no escuche ese áspero roce de la escoba de paja sobre el concreto sin pulir de la vereda y que no me dé cuenta de la hora, haya o no preparado mi café, esté solo, acompañado o con resaca. Temo ese instante en que me dé cuenta de que todo lo que consideraba inalterable, una parte fundamental de mi rutina, de mi mundo, del universo eterno, ya no esté y no pueda seguir utilizándolo para medir mi experiencia en la vida.
No me siento preparado para aprender a vivir sin ella, sin la anciana, sin su escoba, sin su barrer el concreto sin pulir. No me siento preparado para el día en que mire por la ventana y no la vea, y dudo en verdad llegar a estarlo alguna vez.


24 comentarios:
"Somos animales de costumbres", decía la canción.
Saludos,
J.
El temor al cambio, a que no pase más algo que se considera habitual.
Saludos, colega demiurgo.
Ese reloj atómico de Bruselas con el que se regulan los de el resto del mundo, se pone en hora con la escoba de la anciana.
Si la snciana no sale , el tiempo se detiene.
Y la anciana se morirá.
Aunque quizás, si ka anciana lee esto decida no salir a barrer para que se pare el tiempo y vivir eternamente.
Vives al lado de una poderosa, mucho más que Trump y miles
Abrazooo
Profundo relato. Uno se acostumbra a ciertas cosas y le da un miedo perderlas. te mando un beso.
La costumbre, esa lenta manera de hacer que se convierta lo inadecuado en lo habitual. Saludos.
Al fin de cuentas, el trabajo que realiza denota paz, y eso siempre se agradece.
Salut
Nuestra existencia se nutre de rutinas diversas, ya sean propias o ajenas. Con el tiempo se vuelven imprescinibles, pues marcan el ritmo de nuestra vida como las manecillas de un reloj. Lo mismo nos pasa a los que nos dedicamos aunque sea de forma esporádica a esto de los blogs, esperando las opiniones y los comentarios en el blog propio o en los ajenos, de aquellas personas con las que intercambiamos conversación o nuestros propios artículos.
Un saludo.
no hay nada como acostumbrarse a algo que te saca de quicio para comprender cuánto lo necesitas ;)
Totalmente de acuerdo con lo que decís de que somos animales de costumbres.
Creo que eso de alguna forma nos da seguridad de que todo está bien.
El día que hay cambios, pareciera que todo se mueve.
Me encantó el relato.
Me encantó el recuerdo de la escoba con la que mi vieja me mandaba a barrer la vereda en Buenos Aires.
Un saludo
La rutina nos da sensación de seguridad, de que las cosas perduran. Pero no es más que un espejismo
Hay rutinas ajenas que al final nos suenan como aquellas campanas que nos marcaban las horas, tanto el día del señor como el normal.
Un saludo.
Eventualmente las ancianas desaparecen, hay una muy duras que viven 9 decadas, pero llegara el dia en que ya no podra barrer mas.
Las costumbres no siempre son lo mejor.
Un saludo José . A
Puri
Y de la costumbre de sernos todo el tiempo ni nte cuento, amigo...
Me encantó!!
Así es...
El temor a dejar ciertas costumbres nuestras o ajenas por miedo a que ocurra lo peor, creyendo que mientras exista, seguirá siendo igual
Abrazos
Muy bien relato, felicidades
Te dejo un poema que escribí hace un tiempo y que dialoga con tu entrada
https://plabrdelcamino.blogspot.com/2018/05/humano.html?m=1
Saludos
Como el caso del hombre que vivía angustiado por el rui. Carlos do de las máquinas vecinas de la fábrica. Decía que le fastidiaba. El día que se fueron, sintió que algo le faltaba, que no iba a poder vivía en adelante. Un abrazo. Carlos
Se nos da mejor habituarnos que deshabituarnos. Aunque de un estado a otro solo median, según la ciencia, veintiún días.
Un relato precioso. Pienso Jos'e que en el fondo si un d'ia desaparece la anciana, nos da miedo pensar en nuestra propia desaparici'on.
Algo anormal me pasa con los acentos.
Saludos.
Nos acostumbramos a todo, hasta el sonido de una escoba. En mi barrio ya nadie barre las veredas, es una costumbre que paso al olvido. Espero que la anciana dure cien años.
Saludos.
Ciertos rituales, cuyo valor es incalculable, hacen que nuestra vida cobre sentido
Paz
Isaac
José:
muy tierno el relato de hoy.
Si se pierde una rutina se queda uno también huérfano.
Salu2.
Es cierto lo que decía esa canción. Eso y haberse levantado a la Cherubito es de lo mejor que hizo Lerner.
Alguna vez tuve unos vecinos chinos, a quienes espiaba por la ventana más pequeña de mi casa. Ese hábito se fue haciendo natural y hasta motivo de confort. Un día se mudaron dejando un vacío en la ventana. Yo tampoco estaba preparada para ello. Te comprendo muy bien.
Saludos.
Publicar un comentario