En el capítulo de hoy de mi autobiografía no autorizada hablaré de mi relación con el mar. Una de las cuestiones más oscuras de mi vida, que pocos conocen en profundidad —y en la profundidad también hay oscuridad— y, llegado el momento, la necesidad de explayarme sobre este tema se debe a que quizás así también logre comprender algunas cosas que todavía no consigo ordenar en mi cabeza.
Si pienso en mi relación con el mar es inevitable reconocer que no sé nadar. Nunca aprendí a hacerlo, nunca nadie tuvo la paciencia necesaria para enseñarme, así como tampoco nunca tuve el interés por aprender, hasta que llegada cierta edad, todo carece de sentido. Mi vida hubiera sido una cosa bien diferente de haber sabido nadar. No tengo pruebas de esto, es cierto, sin embargo, tampoco tengo dudas. De saber nadar tendría una actividad más con la cual distraerme, una fuente de anécdotas divertidas, una práctica en la cual sumergirme —otra vez, en la oscuridad— en los momentos en los que quiero escaparle al sin sentido de mi existencia, pero no fue así, nunca aprendí a nadar, nunca sabré hacerlo. Y así está bien, aunque no estoy muerto aún, como me lo han hecho ver. Es solo que, a partir de cierto momento, hacer cierto tipo de cosas, solo conduce al ridículo y poco más. Y como del ridículo no se vuelve, prefiero evitarlas.
Por esto es que tengo que decir que mi relación con el mar es de respeto mutuo en el sentido de que yo no me meto con él —o en él—, y él no se mete conmigo —o en mí—. Nos contemplamos desde la distancia, como viejos contrincantes que saben lo que pueden esperar del otro y evaluamos posibles cursos de acción que nunca tomaremos. Él brama y golpea contras rocas como una fuerza de la naturaleza sin corazón. Yo lo contemplo con la mirada vacía, sin pensar y, también, sin corazón —porque ya lo di y eligieron perderlo, porque ya lo recuperé, volví a ofrecerlo y volvieron a perderlo, y por eso ahora estoy aquí, contemplando el mar bramar contra las rocas pensando en que este es un buen lugar para desahogarme, pero primero tendría que ahogarme y no hablo, precisamente, de arrojarme al mar. Al menos no todavía.
Decía, pues, que la nuestra es una relación de respeto mutuo, tal vez nunca llegaremos a conocernos, digamos mejor que nunca llegaremos a entendernos. O, de hacerlo, nunca sabríamos qué hacer el uno con el otro. Por eso miro con algo de nostalgia aquellos barcos que se desplazan sobre sus aguas dejando sus estelas de gasolina, o algún otro vestigio de presencia humana, sobre la espuma del mar.
Lo respeto sí, pero no volveré a internarme en sus aguas como aquella única vez, a mis inocentes seis años, cuando la primera ola con la que debí enfrentarme, una que no era la más fuerte, ni la más violenta, me sacudió como si yo fuera un simple muñeco de trapo para terminar lanzándome, luego de incontables vueltas, contra la arena dura y húmeda entre risas y comentarios de mi familia frente a mi llanto imposible de disimular y el dolor de mis rodillas raspadas.

27 comentarios:
El respeto mutuo siempre es necesario en cualquier tipo de relación.
Saludos,
J.
Coincido con lo de respeto mutuo.
Que parece que no lo hubo en la familia del narrador.
Saludos.
Él allí y vos bien lejos. Entendido...
Abrazo!!
Uy buen relato uno siempre debe tener respeto y actuar con inteligencia sobre las cosas y los seres que nos rodean. Te mando un beso.
...he vivido esos tumbos en tres oportunidades a través de los años, hoy soy feliz con ver su horizonte cuando me invitan al litoral, el mar o la mar según quien lo sienta es maravilloso
Buena semana 💐☺️
Aquí está dicho todo: "...yo no me meto con él —o en él—, y él no se mete conmigo —o en mí—." Por otra parte, me acordé de un profesor de Educación Física al que le pregunté en unos juegos del magisterio ¿Qué por qué no participaba? Su respuesta no se hizo esperar: "Porque si uno se equivoca o llega a perder, se burlan de uno."
Somos tantos que aveces, entramos en conflicto con nosotros mismos. De allí que ese el anhelado respeto sea a veces el único freno posible.
Leí, y cuando estaba por comentar, me interrumpió una llamada. Ahora vuelvo con una nueva idea, madurada, creo.
Saludos y feliz lunes.
Ni en barco, podría tomarlo como una incursión indirecta. Para atravesarlo , avión o helicóptero.
Abrazooo
Creo que puedo identificarme con lo que dice el personaje del relato. Mi relación con el mar es visual y estético -contemplarlo desde un acantilado- o bien escuchar su sonido -sobre todo si vives en la cercanía alguna experiencia inenarrable y no deseadaa nadie, como un cólico renal- o realizar alguna navegación cercana -ver amanecer en el mar es una experiencia sensitiva inmensa- y etcétera. Ah. Mi relación con el mar es la de Odiseo y sus compañeros, aunque yo creo que nunca llegaría a Ítaca.
El mar y yo no hacemos buenas migas. Me gusta verlo, si, pero no meterme en él.
Salut
Me parece la mejor forma de acercarse al mar... o cualquier cosa desconocida, ya puestos. Los valientes llenan los cementerios antes de tiempo, no hay prisa ;)
Como temeroso que soy también del mar, podrías probar con meter los pies en la orilla, como una forma de limar asperezas, relajar tensiones, reconciliarse entre abismos; el de él abisal, el tuyo existencial. Porque quizás se descuben siendo parecidos; no por eso amigos, pero quizás familiares lejanos que se llevan educadamente bien cuando se saludan. Va un abrazo, José. Buen lunes.
Yo creo que el mar es tan superior a nosotros que no debiera mostrar respeto. Y si tiene que mostrarlo, debería ser ecuánime al respeto que le profesamos, que es bastante nulo. De hecho, el mar nos castiga poco.
A mí me pasa parecido, sé nadar lo justo, entonces no paso de mojarme un poquito cada vez que me meto. Si a alguien hay que tenerle respeto, es a la mar
Creo que el Mar o el Oceano, no es una sola entidad, sino son 7 damas.... cada una con una personalidad unica y bien diferenciada de las otras hermanas. Las Ninfas, las llaman.
Hay tantas otras actividades que nunca conoceré, tampoco es que nado bien, pero llegamos a la conclusión, que somos lo que somos, y eso no va a cambiar nunca.
Abrazo
Beautiful blog
Please read my post
Yo te animo a aprender en una piscina, te resultará fácil y puede mejorar tu relación con el mar. Si no lo haces tampoco pasa nada, claro (siempre y cuando no subas a los barcos :)
Me pasó lo mismo a los 9 años... la primera vez que vi el mar.
Nadie por suerte se rió de mi, pero el miedo hizo de las suyas por mucho tiempo después.
Impecable tu relato.
Saludos
Yo tampoco se nadar
Le tengo respeto y también un poco de miedo
Abrazos
El mar impone sus reglas y el que no las acepta, que juegue a otra cosa.
Algunos lo comprenden tarde. Recién cuando el guardavidas les está metiendo la trompada para calmarlos y sacarlos medio mormosos... pero vivos.
Abrazos, herr J
Siempre excelente tu escrito con ese buen toque de humor negro
Paz
Isaac
Un recuerdo a prueba de tormentas, tan nítido...
Un abrazo.
En el ridículo que tuvo que afrontar de niño, frente a la tirada en la arena por el mar, nació el respeto . Un abrazo. Carlos
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