domingo, 3 de agosto de 2025

Lo que acabará con nosotros

El caño de la pistola aprieta contra mi sien, hace rato que lo hace, ya no se siente el frío del metal, al contrario, solo su peso y la extraña postura de mi brazo para sostenerla delatan su presencia. Voy a bajarla, aunque sea por un instante, para asegurarme de que no queda otra opción y que nada de lo que me arrastró hasta este punto cambiará, que ya nada mejorará. Es ridículo pensar que es posible que algo sea diferente, he visto las marcas en las paredes externas del refugio. Nada conocido por el hombre puede dejar marcas semejantes sobre el titanio acerado con el que se construyó este lugar, ni siquiera una explosión nuclear directa dejaría marca alguna. Sin embargo, allí estaban esas marcas tan parecidas a las que dejarían las garras de un animal al acecho. Cuatro marcas, como las de una mano o una pata deforme, con los dedos externos más largos que los centrales, hundidas tan profundamente en el metal que lo que fuera que las hubiera dejado debía de ser enorme y pesado.
    En un primer momento, antes de llegar a la conclusión de que las marcas fueron producidas por garras desproporcionadamente grandes, pensamos que podría tratarse de un error de diseño, que algo más debía encastrarse allí, o que eran soportes para las máquinas que construyeron el refugio al manipular los materiales, otras opciones no nos parecían factibles. Cuando las mismas marcas comenzaron a aparecer en sitios en los que estábamos seguro que antes no lo estaban, entendimos que bien podía tratarse de algo del exterior intentando ingresar a nuestro refugio. Esto era todavía más desconcertante porque las cámaras de vigilancia no captaban nada más que la devastación de la superficie, cada día más caliente, más inhóspita; por su parte, los sensores de movimiento y de cercanía permanecían en silencio. Sabíamos que era físicamente imposible que las marcas fueran producto de la degradación del material, era otra cosa, algo a lo que todavía no queríamos ponerle nombre.
    Luego se produjo la primera desaparición.
    Era una salida de rutina para revisar las inmediaciones, controlar posibles desprendimientos de roca en el perímetro y comprobar que los aparatos de medición no estuvieran siendo afectados por el clima extremo. Cuarenta minutos, como máximo, demorábamos habitualmente. De los nueve operadores enviados, Jones o James, ya no recuerdo cuál de los dos, no regresó y no se encontró rastro alguno de lo que pudiera haberle sucedido, no había marcas en las rocas ni en la tierra, no se hallaron restos del traje aislante, deslizamientos del terreno, nada.
    Como luego de esto nadie quería cumplir las órdenes envié a la mayoría de los operadores cuya presencia no fuera estrictamente necesaria a los túneles interiores, a las cámaras acorazadas de las vainas. Si no podían cumplir una orden, si no podían hacerle frente a lo que teníamos que hacer, no los quería cerca, mejor que fueran ellos también a dormir, no quería seguir escuchando quejas y lamentaciones.
    A las dos semanas ya solo quedábamos seis. Los que fueron enviados a la superficie, solos o en parejas, incluso con armas de destrucción masiva en sus manos, no regresaron. Las cámaras continuaban ciegas, los sensores no abandonaba su mudez, las armas no habían llegado a ser utilizadas; según todos los indicadores estábamos solos en aquel lugar, pero algo se obstinaba en negar nuestra soledad.
    Poco después comenzaron los golpes. Confundimos los primeros con desprendimientos de las rocas que nadie controlaba ya que suspendí toda salida al exterior. Luego nos dimos cuenta que los golpes eran siempre en el mismo punto de la cubierta del refugio que, si cálculos eran correctos, eran donde aparecieron aquellas primeras marcas. Las cámaras, por supuesto, seguían sin captar nada.
    Ayer, o antes de ayer, la estructura crujió. No hay nada más aterrador que sentir como las toneladas de titanio acerado que te rodean crujen como si alguien quisiera aplastarlas. Me sentía como debe sentirse una sardina dentro de una lata, si es que la sardina estuviera viva, pudiera pensar y se diera cuenta de lo que estaba a punto de suceder.
    Esta mañana volví a asegurarme de que las compuertas del túnel hacia la cámara de las vainas están cerradas, todas ellas. Solo el refugio superior caerá, al menos es lo que espero. La autodestrucción está programada para proteger a los demás. Luego de que el exterior cruje una vez más apoyo el caño de la pistola en mi cien. Se oye algo similar a una delgada lámina de aluminio rasgándose. Ya está cerca, pero quiero ver qué cosa, que criatura es capaz de hacer todo esto, saber qué será lo que acabará con nosotros, luego podré hacerlo.

2 comentarios:

José A. García dijo...

También me quedaría a ver qué era eso...

Saludos,
J.

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Si no hay escape, de algo que puede destruir el titanio, tiene sentido ver de que se trata.
Antes del fin.
Saludos.