Es perfecto, porque nadie creería nunca que en verdad es así, pero sí, lo es, y es una tortura. Corrección: son una tortura. Las salas de espera son una tortura que se ha ido perfeccionando a lo largo de milenios. Y no me importa que vengan a decirme que este tipo de lugares, estos espacios solo existen desde hace unos pocos años o siglos. No lo creeré, no puedo creerlo.
Algo capaz de quebrar a una persona sin el menor esfuerzo necesita tiempo de perfeccionamiento, de sistematización, de práctica y error, de volver a intentarlo hasta encontrar el punto exacto en que ese quiebre se produce. Negaré, pues, a quien sostenga la inexistencia de las salas de espera en los siglos anteriores porque sé que algo como eso no puede ser verdad. En esto, como en muchas otras cuestiones, yo soy mi mejor criterio de validación, además del único posible.
Como buen sistema de tortura, tiene sus variantes.
Así es como existen las salas de espera silenciosas, esas en las que pueden oírse las respiraciones de quienes nos rodean, el parpadeo de quien va quedándose dormido, y las burbujas del dispenser de agua. Salas en las que no se habla más que en un susurro por temor a quedar en evidencia, a llamar la atención y que ese silencio casi reverencial desaparezca sin más desatando el pandemónium. Esas salas, que suelen ser las más comunes, no son las peores.
Las ruidosas resultan un poco más incómodas, ya sea que el ruido se filtre por alguna ventana a la calle o avenida céntrica con tránsito constante, o que sea un espacio cargado de cuerpos, con sus respectivas personas, que no conocen en decoro del silencio y el no molestar a los demás. En esos lugares todos hablan sin escucharse, elevan el tono de voz más y más hasta que nadie comprende palabra alguna de lo que se dice, el caos auditivo es inevitable si para peor en ese mismo espacio hay una radio o una televisión encendida. Este tipo de salas de espera son el segundo nivel en el camino hacia la desesperación.
El tercero de estos niveles, es una sala de espera llena de personas, con la televisión o la radio encendida, y niños que corren y gritan por allí como si se tratara de su propia casa. Niños que logran gritar por sobre cualquier otro sonido, por sobre el ruido de una explosión, por sobre cualquier señal de inminente destrucción de la humanidad. Niños y espacios cerrados nunca deberían ir juntos, al contrario, deberían estar siempre lo más separados posible y cuanto más, mejor.
En el cuarto nivel se encuentran las salas de espera petfriendly. Claramente estas salas serían lo normal si uno fuera a una veterinaria y no al consultorio de un dentista, porque en ese caso, mientras espero mi turno no quiero encontrarme en el mismo espacio con un perro, un gato o un loro, por limpios y silenciosos que sean, cerca de mi o de cualquier espacio en el que deba exponerme. ¿A quién puede ocurrírsele ir al médico llevando un gato, un perro, un loro? Esto solo está pensado como un paso más en la tortura, en el viaje hacia la desesperación.
―Estás bien ―susurró en mi oído sobresaltándome.
―Sí ―respondí tomando la mano que descasaba sobre mi rodilla―. No me gustan las salas de espera. Me dan sueño y dolor de cabeza.
―Ya falta poco.
―Faltaba poco hace dos horas. A este paso ya podría haberme muerto…
―No seas dramático.
La miré y me sonrió. Intenté hacer lo mismo, intenté devolverle la sonrisa, pero aquel lugar me quitaba todas las ganas de vivir y de ser feliz que pudiera haber tenido alguna vez en la vida.
18 comentarios:
Lo son, sin lugar a dudas.
Saludos,
J.
No sé cómo lo describió el Dante al Purgatorio, pero tal vez es incluso peor.
Al Infierno, que sí lo leí, le faltó el círculo de salas de espera... ese momento de tortura donde lo peor puede estar por llegar, y no llega.
Abrazos, herr
En algunos casos lo agrava una pregunta sin respuesta. ¿Desear que la espera se prolongue, para postergar algo temido, o que la espera sea breve?
Por lo menos, hay una mujer que apoya la mano sobre una rodilla y susurra al oído.
Saludos, colega demiurgo.
Al menos el final es algo más humano y tranquilizador, siempre se agradece una mano amable cerca.
Saludos.
¡P-p-pero oiga! soy diseñador gráfico, me especialicé en el diseño de imagen global y he arreglado salas de espera varias veces, siempre me quiebro la cabeza pensando y pensando qué poner dentro, obviamente no voy a poner un retrato de un payasito llorón en un consultorio para niños, carajo, siempre busco la manera de hacerlos menos dolorosos. Maldita sea mi estampa, esta entrada me dio directo.
Te quedo genial, lo describiste muy bien. te mando un beso.
Parece que esperan para casarse. O sea, que se prepare, que aún no ha empezado la primera etapa.
Abraazooo
José. Por suerte hay salas de espera en donde un buen samaritano muestra su amor incondicional al prójimo, dejando en una mesita revistas de cualquier cosa, de cualquier año, pero que nos sirven para, por último, hacer de cuenta que leemos e intentar imponer un poco de silencio. Y si hay una tele con volumen alto, levántate y apágala. Que nada te distraiga de la lectura sobre noticias del espectáculo de hace 10, 20, 30 años atrás. Va un abrazo.
Excelente narración. Conforme vamos recorriendo renglones, va creciendo la sensación de desesperación que hacen sentir esos lugares. Con compañía es mucho menos insoportable.
Un abrazo.
No puedo estar más de acuerdo con el protagonista.
Entre esas salas de espera, más mi cabeza en bucle con pensamientos catastróficos, me siento identificada totalmente.
Saludos!
Son lugares difíciles, desde luego. Hace poco estuve en mi dentista. La sala de espera estaba vacía, paredes grises, silencio total, luz escasa, la pared llena de todos los títulos del profesional, periódicos deportivos en una mesita, un aire como de que algo va a pasar. Vamos, que se me hizo eterna la espera
Y encima no tenía móvil... Es para desesperarse.
Es que uno de los problemas que mas me afectan de dichos lugares es que siempre, pero siempre atienden primero a los que llegaron despues que yo.
Es desesperante permanecer ahí sentados con la ansiedad de ser atendidos lo más pronto posible, para salir a respirar.
Un abrazo.
Jajajaja, nadie quiere ir a la sala de espera, y menos con el dentista, desaparecer de ahi seria lo mejor.
Abrazo
Estoy totalmente de acuerdo de esa tortura, es la peor
Abrazos
Nunca mejor descritas las salas de espera, aunque en esta una mano reconfortable hace más amena la espera.
Me resultó desgarrador comprobar que dichosa realidad de tu escrito.
Un abrazo y feliz semana
Cada persona es un mundo por descubrir en su intimidad aunque solo sea por imaginación. Las salas de espera de los hospitales son un río de gente cada una con un motivo de estar ahí.
Estoy sentado frente a las escaleras mecánicas y la gente asoma su cabeza poco a poco mientras emergen a la planta 3; como quién aparece de la nada para dirigirse a la consulta de espera...Mi espera es larga.
La gente desfila delante mía y yo la escaneo con la mirada. Hay quien se arregla para ir al hospital como quien va a una fiesta y hay quien está ingresado con un pijama y unas alpargatas. Están las chicas de los tatuajes mostrando muslos y pechos, brazos y hasta cuello donde el artista de turno
se ha explayado en su piel. Están las mujeres mayores que andan perdidas como en un bosque con su marido en silla de ruedas y está la chica de la limpieza que la compadezco cuando tiene que limpiar los servicios de un hospital...
Puedo pasarme las horas mientras espero y mi mirada está viva como la imaginación. A veces sonrío, otras me pongo serio y otras ayudo a quién está perdido y no encuentra la consulta. Pero mi mundo interior me ayuda a pasar largas horas de espera hasta que hoy que la vi de las escaleras al pasillo, del pasillo a la consulta con su hijo que ya es un mozalbete. Me ha visto y creo que no me ha conocido o lo ha disimulado. Ella aun conserva sus formas y su voz a cambiado un poco mas grave debido al tabaco. Me ha vuelto a mirar como quien escarba en la memoria y entra con su hijo en la espera de la consulta. Pasa el tiempo con sus recuerdos. Me deslizo en momentos de cuando nos conocimos y en el momento donde decidí dejarla para el olvido...Sale es la sala y me vuelve a mirar mas fijamente cuando me reconoce en un gesto de la mirada y con la mirada me dice que me espere, que quiere hablar conmigo. Ahora sé que no me ha olvidado.
Pasan los minutos como la gente desfila delante de mi. Ella no sale de la espera en la consulta y yo recuerdo perfectamente por qué la dejé. Conozco la mirada de la gente conocida y sé de seguro que no quiere solo saludarme sino, algo mas. Calibro las causas del momento y no me apetece saludarla. Me levanto y me voy al pasillo del fondo esperando su reacción cuando venga por mi. A los 10 minutos vuelve a salir para buscarme y solo se encuentra el sitio: La examino y observo su cara de decepción. Pasado 10 minutos más sale con su hijo mas seria que nunca y es por mí.
Vuelvo a mi sitio y el carrusel de gentes no para.
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