Ya lo sabía, al menos lo intuía. No, al contrario, nada de intuición. Era pura certeza.
Ya sabía que sería un error, lo sabía antes de dar inicio a todo esto. Lo sabía desde los primeros acercamientos. Lo sabía mientras iba confirmando lo que ya sabía, que era, sería y fue un error. Pero lo busqué, lo quise, lo ansié por decirlo así. Llevaba mucho tiempo sin cometer errores, venía con años de hacerlo todo bien según mi propia escala de valores, que es, en definitiva, la única que me importa (cosa que debería ser igual o similar para todos, medirnos por una escala individual que se ajuste, eso sí, de manera laxa, a los valores de la sociedad a la que pertenecemos, para llamar un tanto menos la atención).
Sin divagues, sí, claro.
En fin. Venía haciendo las cosas de la forma adecuada, sin cometer grandes errores siguiendo una senda amplia, extensa, vacía, bien cuidada, pero sin muchos errores, de la vida particular luego de los intentos anteriores que se habían quedado en eso, en intentos y nada más. Ciertamente no estaba feliz, pero así se habían dado las cosas y no era mucho lo que podía hacer para corregirlo y que mis perspectivas cambiaran. O si sí lo había, no estaba dispuesto a ello.
Que no, no divago, por favor.
Estaba yo de lo más bien en mi senda persona, particular, individual, viviendo mi vida libre de problemas, de provocaciones, de alteraciones en mi estado basal, cuando te cruzaste en mi camino. Ya había habido otras que se atravesaron de forma más o menos similar, cual estrella fugaz en un cielo despejado, como un eclipse solar en pleno mediodía, como una música estridente que anuncia el silencio requerido para pensar, como… como alguna otra metáfora que ahora no se me ocurre. Lo que hay que entender es que yo no buscaba, nunca lo hice, además de que sé que nadie nunca me buscaría a mí. Ni siquiera yo me buscaría a mí mismo, si algo como eso fuera posible. Así que lo que pasó fue más un imprevisto que algo calculado en frío. Un imprevisto en el cual no me encontraba incluido, no podía comenzar más que como un malentendido y acabar como un error, como un fracaso.
Te aseguro que no divago y que sí, soy un fracaso.
Cada detalle, cada indicación de lo que debía hacer, fue ignorado. Diría que deliberadamente, pero no estoy seguro de eso. Y todo aquello que era obvio que no debía hacerse, que había que evitarlo, fue hecho. Como si se tratara de un claro ejemplo de cómo arruinar las cosas. Aunque sabía que tampoco arruinaba nada, que solo la casualidad nos había hecho cruzar, quería creer otra cosa, quería creer que ahora sí tendría alguna oportunidad de enmendar mis errores del pasado, de los cuales no podías saber nada, lo sé, porque eran errores míos y no tuyos, por eso es claro que no ibas a conocerlos.
Sé que parece que divago, pero ya voy llegando al punto.
Yo sabía que sería un error, lo sabía antes de dar inicio a todo esto. Lo sabía desde el momento en que atravesaste el cielo despejado sobre mi camino, fuiste como un eclipse solar en pleno mediodía, fuiste esa música sonando por demás estridente para que no pudiera pensar en lo que haría. Fuiste algo que pasó y yo debería de haber seguido adelante, pero no fue así. No lo pensé, solo actué sabiendo que no era más que un error y que me conducía a un fracaso más que sumaría a esa lista casi tan larga como mi vida y que sé seguirá extendiéndose mientras continúe con vida.
Entonces, ahora sí, entonces fue por eso que (no) te hablé.

1 comentario:
Algunos errores son más dulces de cometer, aunque después duelan más de la cuenta.
O eso dicen.
Saludos,
J.
Publicar un comentario