Nunca se había detenido a pensar en esa
posibilidad sino que era, apenas, una más de las tantas que decidía no
aprovechar. Una de esas opciones que se presentaban a lo largo del camino que
llamamos vida y que algunos aceptan mientras que otros huyen despavoridos de
ella. Pero todo cambia cuando la puerta que intuimos abierta se descubre
firmemente cerrada sin que exista modo alguno de volver a abrirla; en el
hipotético caso de que alguna vez lo hubiera estado. Para ese tipo de puertas,
las que nunca han sido abiertas, no existe llave alguna si ni siquiera poseen
cerradura.
Odiaba,
desde lo más profundo de su ser, y desde el momento mismo en que sucedía, que
tomaran una decisión sobre algo en lo que se encontraba incluido y cuyo
resultado no podía cambiarse sin que le consultaran. Odiaba cuando no se lo
tenía en cuenta para organizar alguna reunión de trabajo o fuera de él, para
decidir fechas, horarios, viajes u otro tipo de cuestiones en las que una
pregunta era más que suficiente para saber si estaba de acuerdo o no. Odiaba
las imposiciones, de cualquier tipo y estilo. Odiaba encontrarse al final de la
línea, en la posición de quien tiene que aceptar lo que alguien más estableció
sin consultarle.
Mientras
caminaba por el parque recordó lo que sucediera apenas unos minutos antes,
cuando el cartero del pueblo se acercó hasta su casa:
—Buen
día —saludó sin bajarse de su destartala bicicleta—; le han enviado un sobre
—agregó extendiéndoselo.
—Lo
suponía —respondió sonriendo sin recibir una respuesta similar—. ¿Debo firmar
algo? —agregó mirando el membrete de la clínica de la ciudad a la que asistiera
hacía unas semanas.
—Nada
—respondió el cartero comenzando a alejarse pedaleando lentamente.
Su
atención se desvió rápidamente hacia el insoportable peso que aquel sobre en su
mano. Segundo a segundo sentía que la hoja de papel en su interior, mal impresa
con la tinta reciclada que utilizaban los médicos, con los resultados del
seminograma que le recomendara el urólogo, y que había pospuesto durante meses,
era una carga que no podía soportar allí mismo, de pie junto a la puerta de la
casa. Aun así, demoró varios minutos en lograr que sus piernas le respondieran
y lo llevaran hasta la cocina.
No
lo abrió de inmediato. Lo dejó sobre la mesa mientras se preparaba un café bien
cargado (y con un toque de ron para tranquilizar los nervios, como le enseñara
su abuelo). Acomodó algunas cosas que no se encontraban fuera de lugar, miró
los rincones habituales de la habitación buscando algo que no estaba allí,
intentando distraerse y no romper apresuradamente el sobre.
Pero,
finamente, lo hizo, lo abrió.
Leyó
los resultados una y mil veces, repitiendo cada palabra de las escasas frases
como el eco de una campana lejana que apenas se distingue pero sabemos que allí
está, al fondo del sonido, al fondo del entendimiento. Poco a poco las palabras
recuperaron su significado y comprendió lo que leía más allá de la jerga médica
habitual.
Necesitaba
salir de la casa, respirar, huir de aquel sobre, de su contenido de palabras y
de la realidad que cambiaba de manera ineludible a partir de ese momento. Más
allá de que el problema existiera con anterioridad, más allá de que tal vez
hubiera intuido algo en los años anteriores, aunque esto mismo quizá haya sido
el causante de los violentos finales de sus intentos de convivencia. El no
saberlo dejaba la puerta abierta o, aunque más no sea, entornada.
Pero
la puerta estaba cerrada.
Caminaba
por el parque sin darse cuenta de la dirección que llevaba, sin pensar en ella
porque, en verdad, no era lo importante. Aquello pasaba por otro lado, en otra
dirección, en otro nivel de la realidad que le impulsaba a reescribir lo que
sabía de sí mismo, de lo que había sido y las posibilidades que había dejado
pasar no porque en verdad así lo hubiera decido, sino porque esas posibilidades
no existían. Odiaba cuando alguien más tomaba una decisión sin consultarle; lo
odiaba más cuando era su propio ser quien lo traicionaba.
Cuando
se percató de hacia dónde lo habían llevado sus pasos bajo el sol del mediodía,
se encontró cubierto por la sombra del inmenso olmo al final del parque, muy
cerca de una pequeña hondonada que bajaba en dirección al pueblo. En los días
de otoño, cuando el follaje menguaba, era posible distinguir algunas de las construcciones;
pero era primavera, lo único que veía era verde y más verde allí donde mirara.
Bajo
aquella sombra rememoró una clase de botánica, de la época en la que todavía
creía que era posible hacer algo para ayudar a frenar el cambio climático, ayudar
a la tierra a recuperarse, darle más tiempo a humanidad. En aquella época todavía
era idealista, como todos los jóvenes lo son alguna vez.
—El
olmo es uno de los pocos árboles que no da frutos —había dicho el profesor—, se
lo puede considerar como una planta estéril.
—Pero
tiene semilla —interrumpió alguien de quien no recordaba su nombre.
—Hablé
de frutos, no de semillas. Evitemos la confusión —aclaró el profesor—, por más
semillas que posea, nunca dará frutos.
—Estéril…
—repitió acariciando el tronco del Olmo que transplantar allí mismo años
antes—, tenemos mucho más en común de lo que creía —dijo en voz alta sabiendo
que ni el árbol, ni su sombra, si el viento que llegaba desde el norte, le
respondería—. Otra vez quedo al final de la línea —susurró.
El
polen que flotaba en el aire ardía en sus ojos.
Sí, de seguro era el polen lo que le
hacía cerrar los ojos con tanta fuerza para contener las lágrimas que, de
cualquier otra forma, humedecerían su rostro.
--
Inicio del Espacio Publicitario:
En la edición Número 85 de la revista digital Cronopio
(Venezuela) se incluye el cuento El volumen en octavo.
Pueden pasar a leer cuando gusten.
Fin del Espacio Publicitario.
16 comentarios:
Sé que no es necesario aclararlo, pero esta historia no hace referencia a nada que me haya sucedido o me esté sucediendo personalmente.
Nos leemos,
J.
A veces una noticia nos reconduce el camino, así no sea del todo nuestra decisión cambiarlo
Encontró un igual en ese árbol, ya que no encontró una salida o como abrir una puerta.
Saludos, colega demiurgo.
Me gustó el relato.
Un abrazo.
Hablar con los árboles me resulta bello.
Te entiendo, pero puedes estar tranquilo, el texto tiene sentido y belleza por si mismo y no tiene porque ser parte de la biografía de nadie.
Saludos
Un relato conmovedor José.
Creo recordar otro relato tuyo con un olmo de protagonista...es posible?
Me lo recordó el título y la imagen.
Me ha gustado mucho,el símil,la comunión entre el individuo y la naturaleza, donde enlazan en cuestiones que ambas criaturas comparten.
Hermoso de verdad.
saludos!
Me gustó el relato
En especial cuando se hace uno con el olmo
Tampoco me gusta que nadie me diga lo que debo hacer
Abrazos
Profe, solo sé que la naturaleza es la que aporta las excepciones a las reglas.
Saludos.
Gracias por tu visita y aportacion me alegra que recreses por el blog
Besos
Hay noticias que aunque no sepamos, necesitamos que no las confirmen en voz alta...
Creo que hay muchísimos árboles
besos
estériles
Estéril mis polainas.
Ni la cárcel de Olmos, ni la bicicleta, ni las peras por...
Perdón, me levanté así
Abrazo
El olmo tan majestuoso, a su sombra los rigores del verano son menores... estériles nos quedamos cada vez que se atenta contra la naturaleza y contra los árboles más concretamente. Los incendios intencionados, la tala indiscriminada, los intereses económicos auspiciados por los poderes como en la Amazonía brasileña son las lágrimas de la tierra. Delicuentes como Bolsonaro dan luz verde a la muerte de la selva e interés de empresas madereras...
Saludos bajo las ramas de un roble (es lo que tengo más a mano:)
Teus textos são sempre profundos e reflexivos, é possível quase se afogar nessa profundidade, afogar-se sem morrer. E a imagem é linda, gosto muito de árvores, elas têm para mim muitos significados. Un abrazo desde el sur de Brasil.
Son momentos dificiles que muchas personas deben superar en la vida.
Muy buen texto al presentar la analogía entre el olmo y el hombre.
mariarosa
La noticia llega por carta y comienza la tensión hasta que siente que queda una vez más al final de la línea, debajo del olmo, y llegan las lágrimas. Muy bueno, José.
Ariel
Adel: Pocas son las noticias que tienen ese poder; pero suelen llegar todas juntas.
Demiurgo: O colgarse de una de sus ramas.
Amapola Azzul: Gracias por tus palabras. Hablar con los árboles no es el problema, el problema es cuando ellos te hablan a ti.
Dr. Krapp: Algunas veces debo hacer esas indicaciones para evitar confusiones innecesarias.
Luna Roja: Hablé de varios árboles, pero es la primera vez que utilizo un olmo en una de mis historia.
Gla: A mi tampoco me gusta eso.
Guillermo: Si todos somos excepciones entonces ninguno lo es. ¿No es lo que dicen?
Anna: Me alegra que sigamos leyéndonos.
Marie: Es posible que los haya, pero este me servía para la historia. Y en algún lugar encontré la referencia y no volví a verla.
Frodo: Si así nos levantamos, ¿cómo nos habremos acostado?
Ginebra: Estamos destruyendo lo único que sustenta nuestra existencia. Y, lo peor, festejamos esa destrucción.
Ulisses: Gracias por tus palabras.
María Rosa: Gracias. No siempre es fácil sobreponerse a una situación como la descripta.
Raúl: Gracias. Esa tensión, esa falta de respuesta, es lo que pretendía relatar.
Gracias a tod@s por sus visitas, lecturas y comentarios.
Nos leemos,
J.
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