Los discursos de los distinguidos y honorables representantes
de la administración pública habían sido más que claros. Todo se había pensado,
en la medida de lo posible, para beneficiar a los ancestrales habitantes de las
tierras que próximamente comenzarían a ser explotadas. Reconocían sus derechos
pues así lo decía la letra muerta de la ley, resultaba políticamente correcto,
lo señalaban las campañas de concientización de las redes asociales y sumaba
puntos en las estadísticas mirando hacia las próximas elecciones.
Palabras
rimbombantes, promesas vacías que nadie pretendía cumplir, falacias históricas
repetidas hasta el hartazgo, insultos al sentido común, con formas de obras que
beneficiarían a la comunidad, traerían crecimiento económico a la región y
posicionarían al país a la vanguardia en la nueva industria en auge del
ecoturismo. Nadie se había preocupado por preguntar si aquello era lo que la
comunidad realmente quería, pues todos saben que las comunidades son un resabio
del pasado, solamente piensan en sí mismas y se oponen al progreso inevitable;
la historia se encargaba de demostrarlo.
Los
bosques a arrasar para construir las rutas, caminos y puentes que conectarían
al resto del país con ese territorio ancestral, perdido en la lejanía, tenían
poca importancia, aun cuando era por ellos que el ecoturismo tenía cierto
sentido. Las dificultades de conexión y la falta de señal de wi-fi se
solucionarían a la brevedad, cuando terminara la construcción de los complejos
hoteleros con vistas a las montañas y que obstruían cualquier posibilidad de
contemplarlas desde cualquier otro punto que no fueran sus propias ventanas
pagas. Las imágenes subidas a las redes servirían de promoción más que
suficiente que recuperar, en poco tiempo, las inversiones iniciales. El paisaje
humano, ordenado, medido, esperable, reemplazaría cualquier atisbo de azar,
caos y maravilla de la naturaleza.
Los
primeros en llegar a conocer la zona serían visitantes pagos, influenciadores de la opinión pública y
gente sin contacto con la realidad que les rodea más allá de la mediatización
de una pantalla del tamaño de la palma de su mano. La falta de preocupación, la
felicidad autoexigida, la iluminación artificial y las sonrisas forzadas a toda
hora, harían el resto.
Abundarían
los trabajos para la gente contratada directamente en la ciudad, no para los
incapaces residentes de zonas tan atrasadas; esos que todo el mundo sabe que
desconocen la noción del cumplimiento de un horario, de dar un servicio siempre
instantáneo, de ofrecer siempre algo más, y de responder automáticamente de
manera positiva como lo exige cualquier contrato laboral. Para ellos quedaba aportar
un poco, que no demasiado, de color local buscado por los turistas para sus
fotos de temáticas sociales. Así como, tal vez, lograr vender alguna baratija,
una artesanía, un souvenir o un recuerdo sin importancia, que en poco afectara
la economía de los capitalistas que acaban de descubrir que también de ese
lugar inhóspito podrían extraer algo de valor.
Las
partes estaban de acuerdo. A nadie interesó preguntarle a quienes se verían afectados
directamente por tan importantes decisiones.
Para ellos quedaba, como tantas
otras veces, el silencio.
13 comentarios:
Guardar silencio no significa, necesariamente, no tener nada para decir.
Nos leemos,
J.
Hola, José A., me he permitido nominar tu blog para el Blogger Recognition Award 2018 como podrás leer en mi blog http://elarcondelasmilcosas.blogspot.com/2018/10/nominada-al-blogger-recognition-award.html
Saludos
Está muy excelente tu escrito
Retratando una realidad con letras
Felicitaciones
Un abrazo
Que triste... es una realidad, porque desgraciadamente es algo que pasó, pasa y pasará. Las personas afectadas, nunca se tienen en cuenta cuando hay dinero de por medio. Los hombres de negocios, solo entienden de eso. Y ya no vamos a tener un trocito de montaña, de tierra o de bosque, que no sea privado y bajo pago.
Un beso José, la fotografía habla por si sola.
La historia que se repite con todos sus pérfidos mecanismos desde tiempos inmemoriales. La palabra es colonización y los bonitos discursos, incluso los más filantrópicos, solo son papel mojado.
Un saludo.
sobre política no me pronuncio,
y lo que es innegable es el avance del progreso, aunque no se hasta que punto avanzamos o retrocedemos...
besos
El silencio que se nos queda a la multitud por la política es de impotencia. Maravillosa narración.
Un beso
De acuerdo, siempre hay algo que decir, pero están las consecuencias de las palabras emitidas y a veces no podemos con su peso.
Buena narración.
Saludos. Nos leemos.
El silencio como medio de expresión.
Besos.
¿Quién se beneficiaría con ese nuevo lugar turístico?
Parece un Disneyword local. Todo fantasía para unos pocos.
mariarosa
Tan actual y tan real que asusta mi viejo.
Me pregunto si Natura y todos aquellos que quedan en silencio algún día tendrán su revancha, o solo le queda la estrategia de guerrilla... cada tanto contraatacar
Tal vez ni vos ni yo veamos otra cosa que solo eso.
Buen relato, buena imagen
Abrazo!
Gracias por todos sus comentarios.
Como no me canso de repetir, son lo que hacen interesante este blog.
Saludos y suerte,
J.
Esto que describes tan bien es lo que los poderes describen como “progreso”, pero a un coste ecològico y humano demencial. Un muy buen post. Felicidades. Saludos
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