A poco de internarse en el pequeño bosque del
otro lado del pueblo, encontró lo que buscaba. El nogal se erguía, orgulloso en
su altura y su frondosidad, en medio de otros árboles. Se percató, como decían
las ancianas a las que consultara sobre su predicamento, que, debajo de él,
nada crecía. La tierra se mantenía húmeda pero sin la menor brizna. Ese detalle
había sido cuanta ayuda necesitara para identificar al árbol.
Giró
tres veces sobre sí mismo, giró luego otras tres veces en torno a la sombra del
nogal, antes de girar, tres veces más, en torno al tronco del árbol. Solamente
entonces pudo cortar las tres ramas que necesitaba. En el pueblo sabían que,
por un error que cometiera siendo niño, su vida estaba condenada. La maldición
caería sobre él en la noche de su décimo octavo cumpleaños por no haber sabido
prosternarse frente a la señora dueña de las tierras de las que el pueblo
formaba parte.
—¡Maldito
aquel que, ante mi presencia, no cumple con cada uno de mis deseos! —recuerda
las palabras que aún resuenan en sus oídos, así como recuerda el dedo tan recto
como extenso y acusador, que apuntaba hacia él, el único que se mantenía de pie
en medio de la multitud de prosternados—. La noche de tu decimoctavo
aniversario, será tu último acto de rebelión ante mí.
Su
inocencia, su corta edad, no fue tenida en cuenta y la maldad de aquella mujer,
de la que se rumoreaban infinidad de noticias, cayó sobre él. De niño nada
comprendió, pero sus mayores juraron y perjuraron que estaba condenado a morir
en esa fatídica noche.
Había
quienes decían que la señora de esas tierras era una antigua diosa derrotada y
desterrada, que conservaba una parte suficiente de sus poderes para gobernar en
esos parajes. Otros sostenían que, al paso de los años, siempre se la veía
igual, sin envejecer un único día desde su llegada. Nadie podría asegurar
haberla visto desmontar de su corcel, ni depositar su cuerpo sobre la tierra;
ni siquiera se recordaba haberla visto tocar cosa alguna más allá de las bridas
de su caballo.
Había hecho un pacto con el
maléfico, si es que ella misma no era el propio mal encarnado.
Cada detalle, cada historia, daban
seguridad y certeza al maleficio vertido sobre la cabeza del niño que esa
noche, cuando el sol desapareciera en el norte, se haría realidad. Por eso
había buscado la única protección posible ante la maldad; al menos es lo que
las ancianas repitieran desde el mismo momento en que se pronunció la maldición
y sus padres le abandonaran sin más. Una rama de nogal en el alfeizar de la
ventana bloqueaba el ingreso de cualquier mal al hogar.
Su casa tenía tres ventanas, así que
cortó solamente tres ramas siguiendo los pasos que se le indicaran, y regresó
al pueblo sin mirar atrás, sin atender a los susurros del bosque ni a los murmullos
del pueblo, sintiendo como se cerraban, no siempre disimuladamente, puertas y
ventanas a su paso. La noche se acercaba, la muerte pactada desde hacía tantos
años caminaba junto a él; podía sentir su hálito frío junto a la brisa otoñal
sobre la piel. No quería morir, como nadie quiere hacerlo.
Solo, ya en la cabaña, se despidió
del sol quizá por última vez. Colocó las ramas en cada ventana, y cenó
frugalmente pues no estaba completamente seguro de lo que acontecería luego. Un
poco más tarde, cuando la luna caminaba por el cielo despejado, se recostó
sobre su jergón viejo y raído cubriéndose con una pobre manta esperando a que
las ramas del nogal cumplieran la función de protegerlo durante toda la noche.
Discurrió hacia los sueños pensando que tal vez debería de haber cortado una
rama más para colocar junto a la puerta, pero ya era tarde.
La medianoche quedaba
definitivamente atrás cuando despertó. Sabía, porque lo sintió en la piel, en
el cuerpo, en el aroma que inundaba la habitación, que ella, la dama, ama y
señora de aquellas tierras, se encontraba junto a él.
Más precisamente tendida junto a él,
en el mismo jergón sucio y gastado, cubierta únicamente por la áspera manta. Su
cuerpo refulgía como una luna llena, pálido, cercano pero también cálido. Sus ojos le miraban como si quiera atravesare
el alma y descubrir la profanidad de su ser.
—Te negaste a cumplir mis deseos una
vez —susurró subiéndose a horcajadas sobre él, descubriéndole el pecho abriendo
sus ropas con el filo de sus uñas—. Te reto a que lo intentes una vez más —dijo
sonriendo mientras sus manos continuaban desplazándose hacia su abdomen sin
intenciones de detenerse allí.
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ciencia ficción semestral, en formato digital, que se edita en e-pub y pueden
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12 comentarios:
Parece que al final no eran tan necesaria la protección...
O tal vez si.
Saludos,
J.
Nada peor que una mujer despechada. Algo bruja, pero mujer al fin y al cabo. Y esperó a la mayoría de edad del joven para cobrar su recompensa.
Un saludo.
La buena sombra que cobija las faldas del nogal parece que también podría levantarlas sin vergüenza.
Saludos!
José, me ha gustado muchísimo. Tienes un don para crear misterio, me has tenido enganchada hasta el final y que final... me ha sorprendido, ha sido muy sensual y sugerente. Al final es cierto que a lo mejor el hombre, no está tan descontento con su "castigo"... jajaja
Has creado una atmósfera que me ha involucrado totalmente en la historia, me he quedado con ganas de mucho más.
Besitos.
Muy bien.
Vivo en la calle Los Nogales, y la ausencia de nogal como así también de deseos (cumplidos y por cumplir) es proverbial.
Abrazo!
Los errores no siempre se corrigen fácilmente y tu protagonista sufrió en sus propias carnes el desconsuelo de no tener fuerza para llevar a cabo esa tarea. Al final la señora se adueño de su cuerpo y se supone que gozaron los dos.
Un saludo
Puri
Hay que ser un nogal para contrarrestar esos impulsos o desenfrenos que arremeten y no sabes cuándo ni dónde. Así se me antoja la señora.
Saludo amigo desde Colombia.
Que buena historia José. Una dama siempre busca algún motivo para cobrarse un desprecio y esta vez no iba a ser difícil pagar para uno y cobrar para la brujita.
mariarosa
no creo en ninguna protección,
jamás he visto un nogal y ojalá alguien cumpliese mis deseos
besos
Me encantó la historia
Ammmmm
Esa bruja sabía lo que hacía
Y el mozo...en fin
Abrazos
Bonita y misteriosa historia.
En mi tierra ahora es la época en la que los nogales, en muchos casos utilizados simplemente como árboles ornamentales, van dejando caer sus frutos, frutos que aprovechamos los humanos, y anteriormente estando tiernos, son las ardillas las que los utilizan para su subsistencia, cuando las avellanas ya se las han ido comiendo todas.
Saludos
Alguien tiene que divertirse en algún momento.
Gracias por sus comentarios!
Nos leemos,
J.
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