Es cierto, nunca lo hicieron. Desde pequeño
sabía que todo lo que ellos contaban era falso, imposible de conseguir y más
difícil aún de sostener en el tiempo. Sabía que nada había en ellos que
justificara su lectura. Por eso la esquivaba. Prefería hacer otra cosa, algo
diferente. Me pasaba el día calculando cuánto tiempo de mí juventud ahorraba
evitando desperdiciarlo en lecturas ociosas y todo lo que podría lograr una vez
que invirtiera todo ese tiempo en algo verdaderamente productivo.
Sumaba
de ese modo una hora hoy, quizá cuarenta y cinco minutos mañana, dos días
completos durante la próxima semana. Horas, minutos, días y así, más pronto que
tarde, tenía meses completos a mi disposición. Era estupendo ver como crecían los
minutos ahorrados mientras evitaba dedicarme a la lectura recreativa e
informativa; porque si primero comencé con el ridículo género de los cuentos de
hadas, al poco tiempo, para ahorrar
más tiempo, anulé las suscripciones al periódico que mi familia sostuviera
durante más de treinta y cinco años en forma de una típica tradición
folclórica. De todas formas continuaba enterándome de lo que sucedía, nadie
escapa al flujo de información que constantemente nos rodea.
Meses
después dejé de leer mis revistas científicas y, para evitar caer en cualquier
tipo de tentación, vendí el material de lectura existente en mi casa. Incluso
las dos colecciones de enciclopedias, la francesa y la inglesa, que, se
suponía, eran primera edición pero, como no me interesaba, me despedí de ellas
sin darle mayor importancia. Debía continuar ahorrando tiempo porque sentía que
se acercaba el momento indicado para su rápida y segura inversión, lo sentía en
mis huesos los días de humedad y frío. Lo veía en cada cabello que abandonaba mi
cabeza quedándose en mi almohada o en el desagüe de la ducha. Eran señales,
símbolos, como esos presagios que continuamente se mencionan en los cuentos de
hadas que refería no leer y, ni siquiera, recordar en lo absoluto.
Se
acercaba, lo sabía, lo intuía, y, por fin, todos ese tiempo acumulado, los
días, los meses, lo años, que estaban a punto de convertirse en una década de
esmerados esfuerzos de toda una vida, darían sus frutos. Les demostraría a los
médicos lo errados que estaban con todo lo que decían sobre mi salud y mi
psicopatología. Invertiría todo el tiempo y mis cuentas darían tantos
dividendos que podría vivir el resto de mi vida sin volver a realizar un cuenta
ni ver ningún número rondando por allí, nada.
Podría,
por fin, dedicarme a otra cosa que fuera de mi verdadero interés; claro que antes
de por hacerlo debería de descubrirla.
6 comentarios:
Mucho tuvo que hacer, en verdad, para conseguir todo el tiempo necesario para dedicarse a su verdadero (y secreto) interés, escribir cuentos de hadas...
Tal vez se dedique a lamentarse por no haber logrado nada.
Yo simplemente nunca tuve tiempo que invertir en lo que aquí se diría "little talks" chismes de vecindario, nunca fue pasciente para ello, lo cual es una lástima, pues habrían surgido una que otra historia rescatables.
Tu post es un extraño acertijo.
Saludos y gracias por pasar por paradoxia pese a que no me ha actualizado la última entrada.
Saludos y un placer volver.
Me encantó. Un abrazo.
No hay que cerrarse puertas.
muy bueno como siempre
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