martes, 16 de febrero de 2016

Nunca me interesaron los cuentos de hadas

Es cierto, nunca lo hicieron. Desde pequeño sabía que todo lo que ellos contaban era falso, imposible de conseguir y más difícil aún de sostener en el tiempo. Sabía que nada había en ellos que justificara su lectura. Por eso la esquivaba. Prefería hacer otra cosa, algo diferente. Me pasaba el día calculando cuánto tiempo de mí juventud ahorraba evitando desperdiciarlo en lecturas ociosas y todo lo que podría lograr una vez que invirtiera todo ese tiempo en algo verdaderamente productivo.
            Sumaba de ese modo una hora hoy, quizá cuarenta y cinco minutos mañana, dos días completos durante la próxima semana. Horas, minutos, días y así, más pronto que tarde, tenía meses completos a mi disposición. Era estupendo ver como crecían los minutos ahorrados mientras evitaba dedicarme a la lectura recreativa e informativa; porque si primero comencé con el ridículo género de los cuentos de hadas, al poco tiempo, para ahorrar más tiempo, anulé las suscripciones al periódico que mi familia sostuviera durante más de treinta y cinco años en forma de una típica tradición folclórica. De todas formas continuaba enterándome de lo que sucedía, nadie escapa al flujo de información que constantemente nos rodea.
            Meses después dejé de leer mis revistas científicas y, para evitar caer en cualquier tipo de tentación, vendí el material de lectura existente en mi casa. Incluso las dos colecciones de enciclopedias, la francesa y la inglesa, que, se suponía, eran primera edición pero, como no me interesaba, me despedí de ellas sin darle mayor importancia. Debía continuar ahorrando tiempo porque sentía que se acercaba el momento indicado para su rápida y segura inversión, lo sentía en mis huesos los días de humedad y frío. Lo veía en cada cabello que abandonaba mi cabeza quedándose en mi almohada o en el desagüe de la ducha. Eran señales, símbolos, como esos presagios que continuamente se mencionan en los cuentos de hadas que refería no leer y, ni siquiera, recordar en lo absoluto.
            Se acercaba, lo sabía, lo intuía, y, por fin, todos ese tiempo acumulado, los días, los meses, lo años, que estaban a punto de convertirse en una década de esmerados esfuerzos de toda una vida, darían sus frutos. Les demostraría a los médicos lo errados que estaban con todo lo que decían sobre mi salud y mi psicopatología. Invertiría todo el tiempo y mis cuentas darían tantos dividendos que podría vivir el resto de mi vida sin volver a realizar un cuenta ni ver ningún número rondando por allí, nada.
            Podría, por fin, dedicarme a otra cosa que fuera de mi verdadero interés; claro que antes de por hacerlo debería de descubrirla.

6 comentarios:

Jenofonte dijo...

Mucho tuvo que hacer, en verdad, para conseguir todo el tiempo necesario para dedicarse a su verdadero (y secreto) interés, escribir cuentos de hadas...

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Tal vez se dedique a lamentarse por no haber logrado nada.

BEATRIZ dijo...

Yo simplemente nunca tuve tiempo que invertir en lo que aquí se diría "little talks" chismes de vecindario, nunca fue pasciente para ello, lo cual es una lástima, pues habrían surgido una que otra historia rescatables.

Tu post es un extraño acertijo.

Saludos y gracias por pasar por paradoxia pese a que no me ha actualizado la última entrada.

Saludos y un placer volver.

Amapola Azzul dijo...

Me encantó. Un abrazo.

Dyhego dijo...

No hay que cerrarse puertas.

Unknown dijo...

muy bueno como siempre