Lo comprobó nuevamente. Aún cuando sabía la
respuesta, no podía evitarlo. El agua continuaba fría, imperturbable, a pesar
de llevar calentándose en ese jarro de aluminio sobre el fogón desde el
amanecer.
No había caso. Por más leña que le
echara al fuego, por más énfasis que le pusiera a la necesidad de beber al
menos un sorbo de café, el agua continuaba estoicamente fría.
Carecía de toda explicación.
El jarro parecía a punto de
derretirse. Consumiría la reserva de leña para una semana en una sola mañana, y
el agua seguiría fría, riéndose de su intento. Sin razón, sin sentido, sin
justificación. Porque si existía algo que dilucidara aquello, él lo ignoraba.
Volvió a meter el dedo en el agua.
Lo retiró frío, casi helado, quemándose con los bordes del jarro.
No tiene sentido, pensó por enésima vez, repitiéndose lo mismo. Porque no era lo mismo
masticar ese maldito mendrugo de pan que llamaba su desayuno si no podía
humedecerlo en un poco de café. Caliente, amargo, fuerte y escaso, como
corresponde.
No, no era lo mismo, sus dientes lo
sabían.
Nada auguraba que la situación fuera
a modificarse. Seguiría añadiendo leña al fuego hasta quedarse sin la más
pequeña astilla con lo que calentarse en la noche; el jarro ardería hasta
agujerearse por debajo, y derramaría, de seguro, la helada agua sobre las
brasas, apagándolas.
Pero, hasta que alguna de esas dos
posibilidades ocurriera, seguiría consumiendo leña mirando sin entender por qué
ese maldito medio litro de agua se negaba a cumplir las leyes de la
termodinámica que, como es sabido, no suelen aplicarse debidamente en un sueño.
2 comentarios:
Misterio.
Interesante historia. Un jarro de agua fría que, a pesar de serlo, no le quitó el sueño...
Salud.
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