miércoles, 22 de mayo de 2013

Agua, que no has de arder…


Lo comprobó nuevamente. Aún cuando sabía la respuesta, no podía evitarlo. El agua continuaba fría, imperturbable, a pesar de llevar calentándose en ese jarro de aluminio sobre el fogón desde el amanecer.
No había caso. Por más leña que le echara al fuego, por más énfasis que le pusiera a la necesidad de beber al menos un sorbo de café, el agua continuaba estoicamente fría.
Carecía de toda explicación.
El jarro parecía a punto de derretirse. Consumiría la reserva de leña para una semana en una sola mañana, y el agua seguiría fría, riéndose de su intento. Sin razón, sin sentido, sin justificación. Porque si existía algo que dilucidara aquello, él lo ignoraba.
Volvió a meter el dedo en el agua. Lo retiró frío, casi helado, quemándose con los bordes del jarro.
No tiene sentido, pensó por enésima vez, repitiéndose lo mismo. Porque no era lo mismo masticar ese maldito mendrugo de pan que llamaba su desayuno si no podía humedecerlo en un poco de café. Caliente, amargo, fuerte y escaso, como corresponde.
No, no era lo mismo, sus dientes lo sabían.
Nada auguraba que la situación fuera a modificarse. Seguiría añadiendo leña al fuego hasta quedarse sin la más pequeña astilla con lo que calentarse en la noche; el jarro ardería hasta agujerearse por debajo, y derramaría, de seguro, la helada agua sobre las brasas, apagándolas.
Pero, hasta que alguna de esas dos posibilidades ocurriera, seguiría consumiendo leña mirando sin entender por qué ese maldito medio litro de agua se negaba a cumplir las leyes de la termodinámica que, como es sabido, no suelen aplicarse debidamente en un sueño.

2 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Misterio.

Xindansvinto dijo...

Interesante historia. Un jarro de agua fría que, a pesar de serlo, no le quitó el sueño...

Salud.