Atravesábamos el mar océano acompañando
a Cristóbal Colón; seguíamos la dirección en la que se esconde el sol, rodeados
de sal y soledad. Durante días y más días.
Era el
encargado de la cubierta, debía mantenerla ordenada y pulcra en aquel mar que,
sin dar aviso alguno, cambió su agua cristalina y reflejo del cielo por café; su
espuma es signo de su frescura, de café recién preparado esperando a ser bebido
con ansiedad. Lo miramos desde arriba, deseando que la cáscara de nuez que era
el casco resistiera el calor y el azúcar que le rodeaba.
Los hombres
estaban descontentos, ningún ave se atrevía a seguirnos, la costa quedaba
demasiado lejos para retroceder, y la guarida del sol debía de encontrarse
cerca. Al menos más cerca que antes, mientras las estrellas se despedían y se
alejaban de nuestra visión, la noche se tornaba impenetrable y el calor
agobiante.
Los hombres se
molestaban porque no les permitía hacer nada fuera de lo común. Quería estirar
sus alas, desperezarlas en el cielo sin nubes, correr sobre el café, competir
por quién saltaría más alto en aquel mar, nadar entre las bestias que
acompañaban al barco. Pero no podía permitirles nada de eso por explícita orden
del Admirante Colón. Se enojaban entonces conmigo, como si fuera culpa mía que
la maldita tierra no apareciera, como si el esquivo Imperio del Sol hubiera
movido su isla.
Les impedí saltar
hacia el mar cuando la rancia ración de comida se tornó insuficiente para todos,
y su furia se desató. Me golpearon, me metieron en un sucio saco de piel y me
arrojaron por la borda gritando a los cuatro vientos, los siete mares y las
treinta y dos direcciones universales, que eran desperdicios.
Yo y mi bolsa
nos hundimos, nos hundimos más, y más, en olvido.
10 comentarios:
Curiosa historia, me da una buena idea eso de los hombres alados. Y claro, dígale al tipo que mató a los dos niños que era culpa de su mujer y de seguro le creerá :P. También diría que fue culpa del psiquiatra que lo dejó salir, de su tio que era el que lo cuidaba, de los servicios de salud y de justicia que le dieron la custodia a la madre, de los trabajos en USA que no permiten laborar a las personas dementes. Etc. Lindo mundo, feliz lo que sea, me llega la Navidad.
Excelente cuento, muy buenas imágenes y resolución y me encanta ese juego del mar por café y azucar.
Yo le doy 10 tierras.
En saco, ja! -rió el viejo Smitty- El gran Garfio le hubiera hecho unos tajos para que así lo olieran los tiburones, sepaló.
..y luego los hombres estiraron sus alas, afilaron sus picos y las uñas de sus garras, esperando el momento apropiado para utilizarlas...
Triste fin.
Buen año!
Saludos
Dificil que se hunda en las aguas del olvido, valiente capitan!!!
Solo una jauria de hombres cobardes pudo hacerle frente a ud.
sAlUd VaLiEnTe CaPiTaN !!!!
Nada que ver con nada pero, tomá, te dejo esta tarjetita de fin de año, recién horneada. Está a punto.
Abrazo (medio)
"¡¡¡Deseo para mi familia y gentes cercanas territorialmente, sentimentalmente y afinid... afinitam... af... bueno! afin (y por qué no de las otras, también) que el Nuevo Año sea SALUDABLE, LABORABLE Y... ya que estamos en son de "mangazo" (lease pechazo, pedido, mangueo, sablazo, etc.) que a su vez sea BIEN REMUNERADO".
Suyo afectísimo
Manco Cretino
Zeta: La culpa siempre es de alguien, el problema es encoentrar el chivo expiatorio correcto.
Barbie: ¡10 tierras! Genial, ahora tengo más espacio para guardar mis cuentos.
T: Pero en el mar de Té no hay tiburones, fijate en la wiki.
Mikkonoss: ...cuando, por fin, el barco los llevara nuevamente a tierra firme...
Luna: ¿Algún final no es triste?
Cioran: Cobardes y egoistas como ellos solos
Manco: ¡Gracias! Espero que sea para todos igual.
Saludos
Y para eso somos divinamente buenos, uff...
Por supuesto Zeta, de otro modo no podríamos vivir con nosotros mismos.
Saludos
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