domingo, 23 de noviembre de 2025

Un sabor único

Estamos perdidos. Perdidos en medio de esta puta selva plagada de bichos que no dejan de picar, de humedad hasta el culo, la sensación de que todo nos vigila y en cualquier momento algo de todo eso puede decidirse a matarnos sin que ninguno de los tres nos demos cuenta y los días pasados hayan sido en vano. Yo los mataría a los otros dos si con eso me libero de seguir perdido entre los árboles, la niebla que oculta el sol todo el tiempo y el aullido constante de los animales siempre escondidos. Estoy seguro que ellos dos harían lo mismo si con eso pudieran volver a la base, a sus casas, al calor seco, a un lugar sin humedad ni mosquitos. Pero tenemos órdenes, por lo que seguimos buscando algo que no sabemos si realmente está en algún punto en medio de tantos árboles. La orden es buscar, la orden es encontrar, la orden es que lo que sea que encontremos no salga con vida de la selva.
    La señal de uno de los otros dos nos detiene en seco, me devuelve a este instante. Lo miro, leo su mano, su gesto, y me doy cuenta de que también lo escucho. Algo o alguien se esfuerza por hacerse escuchar allí cerca; hay ruidos de una fogata, de enseres de metal golpeándose entre sí, y una suave melodía silbada. Claramente ahora quiere ser encontrado. Con gestos acordamos rodear el lugar, un pequeño claro, poco más de un metro libre de árboles, miraremos desde tres puntos diferentes antes de saber si es posible atacar o si será suficiente con matarlo desde la espesura, sin que sepa quién de los tres fue, o los tres al unísono, como sin dudas lo merece.
    Una única persona es la que arma todo el escándalo, llegando a ocultar con sus ruidos los sonidos de la selva. Es un hombre, viejo, tan arrugado como la corteza de uno de los árboles que lo rodean, con una pequeña olla al fuego, cortando algunos vegetales sobre una tabla improvisada. Unas pocas plumas a sus pies nos dicen lo que probablemente haya al fuego. No tiene sentido que esté allí, pero allí está. No lo escuchamos hasta que no estuvimos casi sobre él, tendríamos que haberlo visto antes, encontrar sus huellas, algo. Rastrear es parte de nuestro entrenamiento, tendríamos que haberlo notado.
    De un morral del color de la tierra saca tres cazuelas que llena hasta rebosar con lo que hay en la olla, el cucharón de madera queda nadando en el resto. Apoya las cazuelas sobre la tabla que usaba para picar y me mira, juro que me mira, aunque estaba a su espalda y no lo vi girar la cabeza.
    —Ya está listo —dice—. Vengan.
    Los tres entramos al pequeño claro, apenas hay espacio para todos a pesar de que dejamos nuestras armas entre los árboles. Mi boca se llena de saliva, no puedo evitarlo.
    Extiende una de las cazuelas hacia mí al tiempo que hace lo mismo con los otros dos. Los tres las tomamos, siento su tibieza a través del grueso guante. Aceptamos también la cuchara que se nos ofrece.
    —Coman, coman —dice—, antes de que se enfríe.
    Ya casi me termino la comida, la cuchara raspa las paredes de la cazuela.
    —Es delicioso —dice uno de los otros dos.
    —Tiene un sabor único —dice el otro de los dos.
    —¿Qué es? —pregunto, porque sí, es delicioso, y sí, tiene un sabor único, uno que nunca había probado y que al mismo tiempo se siente conocido, como un recuerdo tan viejo como difícil de ubicar.
    —Soy yo —dice el viejo dejando al descubierto parte de su cuerpo descarnado, la piel desgarrada, los huesos blanquecinos, la sangre reseca—. Yo y nada más que yo.
    Ríe con una risa que suena como el recuerdo de una voz que nunca estuvo allí.
    Uno de los otros dos le salta al cuello al otro con la boca abierta, buscando sorprenderlo. La cuchara del otro se le clava en la garganta al uno. La sangre de ambos fluye. Quiebro la cazuela contra el tronco de uno de los árboles y me preparo para atacar, para volver a comer, para evitar ser comido.

2 comentarios:

José A. García dijo...

La vida es comer para no ser comidos.
Y no siempre es una metáfora.

Saludos,
J.

Tot Barcelona dijo...

Un cuento para la Noche de Difuntos ¡¡¡¡
Un abrazo