Las paredes del cubículo no eran lo suficientemente altas, gruesas ni nada parecido para aislar, aunque más no fuera mínimamente, los sonidos del resto del salón. Mucho menos esos sonidos agudos, desgarradores, chillones en los que se convertía la voz humana cuando las personas adheridas a ella poseían por intrínseca naturaleza las mismas características. Con los años y las experiencias, detestar a las personas se volvía más fácil y la tolerancia era casi un deporte de alto riesgo para la salud.
Había intentado minimizar el impacto de ruido semejante, pero allí no podía poner música para disimularlo porque resultaría una molestia para los demás, no podía usar auriculares porque no escucharía si alguien le llamaba, lo hacía el teléfono o la alarma contra incendios comenzaba a sonar por sobre los demás sonidos. Los tapones que utilizaban los nadadores tampoco resultaban útiles y al no ser una persona por demás creativa, no se le ocurrían otras opciones para reducir el impacto de aquella voz sobre su persona.
Aquella voz, porque solo una de entre todas esas voces, le resultaba particularmente molesta, insidiosa, insistente, penetrante, al nivel de alterar sus nervios y de hacer de su trabajo algo todavía más penoso y lento. Aquella voz era una voz de mujer, por lo que no podía quejarse para no ser señalado con alguno de los calificativos generalmente utilizados en estos casos. Lo que sí podía hacer era solicitar el cambio de cubículo, cosa que realizó con insistencia alegando las razones más irrisorias sobre la luz, el calor, el frío, la calefacción, la ventilación, la ubicación de las ventanas, la cercanía o lejanía del baño, la cocina, las escaleras, la impresora, la máquina de café, la oficina del jefe, las corrientes de aire cuando se abrían las puertas del ascensor. Daría y diría cualquier cosa con tal de alejarse de aquella voz que hablaba, hablaba y hablaba y no estaba seguro de que tuviera tanto para decir, ni siquiera cuando repetía una y otra vez el breve discurso con el que les obligaban a responder cada llamada. Ni siquiera así se hablaba tanto como lo hacía esa voz que taladraba su conciencia y lo hacía ansiar el final del día y la posibilidad de la huida.
Las palabras se descomponen en sílabas, letras, fonemas, sonidos, frecuencias que no significan nada, que pierden todo valor e importancia. La única función que persiste es la de repetirse, como un eco, hasta el infinito buscando vencerlo, quebrarlo por dentro, haciéndole saber que aquello iba más allá que la peor de las torturas posibles, que era algo por completo inhumano además de cíclico como un castigo divino.
Silencio. Ese era su anhelo, tan simple como insatisfecho, de un poco de silencio y nada más. Y si algo como eso no era posible, aun cuando nadie le aseguraba que no seguiría ansiando el mismo silencio que se le negaba en vida, deseaba la muerte.
por el resto de la eternidad en un pozo de brea.
30 comentarios:
Agobiante el clima que vas creando, por un momento hasta me parecía sentir en mi cabeza esa voz chirriante y machacona.
Excelente relato,como siempre.
Saludos!
El silencio como único (¿último?) refugio...
Saludos,
J.
Gracias!
Agobiante se han vuelto casi todas las experiencias de la vida últimamente.
Saludos!
J.
Me aventuro a adivinar que es chiná y de pequeño tamaño. Conozco una igual.
¿es como rascar porexpan en una pizarra?.
No todo es negativo. hay paredes blancas para poner fotos de bonitos paisajes, o partituras los más melomanos.
Abrazooo
Así es... agobiante la realidad, creo yo.
El silencio como salvoconducto, como sanación...
Trabajé mayormente en lugares que me encantaron, a veces con oficina y asistente propio, qué sueño cumplido la verdad, también trabajé en cubículo, no me extraña que la gente se aviente por las ventanas.
Muy elocuente tu descripción de ese agobio, por esas condiciones de trabajo.
Lo del pozo de brea me parece exagerado. Sería justicia poética la eternidad en uno de esos cubículos.
Saludos, colega demiurgo.
Siempre anhele trabajar en un lugar sin contacto con gente , pero me fue imposible 😅
Buena semana 👍
Excelente escrito
Ese cansancio, ese agobiante trabajo
Abrazo
Cubiculos.... creo que los diseño un arquitecto, no se si fue Le Courbusier.... y si es la marca de "el progreso oficinal del siglo XX".
La alternativa es lo que habia antes: Un escritorio en donde el trabajador esta completamente desamparado, porque el escritorio se pone como una isla en medio de un salon y todos se ven las caras, no hay privacidad. Y no habia uniformidad: los escritorios cada uno era de diferente modelo, epoca, fabricante.....
Supongo la pandemia ayudo a eliminar un poco el lio de los cubiculos: Devolvio a la gente a trabajar en las casas.
Ahora bien que uno sea cambiado .... lejos .... no es grarantia de que uno NO encuentre otra voz pernisiosa.... una voz que destaca entre miles de voces que llegan por el aire a la "privacidad" del cubiculo.
Profundo relato. Cada día nos deshumanizamos mas. Te mando un beso.
Me identifico con el expresivo y agudo texto, con el personaje y con el ambiente, porque uno lo ha padecido en diferentes ámbitos. Creo que el anhelo me perseguirá también hasta el estertor.
Lo del pozo de brea, me parece algo muy sensato, siempre y cuando se pusieran los dos personajes, el inventor y la voz insoportable.
Un saludo.
Justo a las tres de la madrugada, el teléfono sonó. Abrió los ojos y puso su mano en el auricular; no había nadie...maldijo al gracioso y de nuevo se quedó dormido.
La siguiente noche sucedió lo mismo a la misma hora y tampoco había nadie, sólo el tono prolongado. Llegaban las 6 de la mañana y otra vez despertó con mal humor para averiguar que detrás del timbre no había nadie...
Conforme pasaba el tiempo, algún mal nacido no lo dejaba dormir pues cada dos o tres horas el ring ring lo despertaba y se desesperaba porque tenía que madrugar para trabajar.
Así llegaron mas días hasta que un día denunció a la policía que alguien le hacía la vida imposible sin dejarlo dormir. Aquella noche se mantuvo en vela y el teléfono no sonó. La policía al día siguiente le recomendó dormir o desconectar el teléfono durante una temporada para estabilizar el asunto. Su madre vivía sola en otra ciudad y además enferma, no lo podía desconectar.
Las noches siguientes pudo dormir porque el teléfono no se escuchó pero pasados los días, aquella maquiavélica persona volvió a las andadas y lo volvió a despertar...estaba desesperado.
María era su compañera de trabajo. A las 4 de la madrugada le telefoneó y al contestar le preguntó ¿ que pasa María? pero ella corto de repente. La telefoneo a su casa y su marido dijo que no habían llamado; el pidió perdón. Pero a las 6 de la madrugada María volvió a llamar y el enfurecido contestó y ella colgó, entonces volvió a llamarla para decirle que las gracias aquellas se las metiera por donde fuera. El marido de María le respondió enfuerecido y por la mañana, María y el no se hablaron en todo el día.
La siguiente noche lo llamó Pedro, lo llamó Juan, Basilio e Irene su prima y a todos le respondió con otra llamada para amenazarles por si volvían a llamar. Durante los días parecía un zombie y las noches se las pasaba en vela pendiente de toda esa gente que le habían tomado envidia por su ascenso en la empresa...Hasta duchándose sonaba el teléfono y el deseperado contestaba a gritos y amenazas como si todo el mundo estuviera en contra de el...
No iba al trabajo, no comía, tan solo bebía café y llamaba a la policía para decirles que su vida era un infierno; que no podía más que trabajaba muchísimas horas al día y que por las noches tenía que descansar.
La policía derribó la puerta al cabo de los días y el cuerpo de Andrés. se descomponía colgado del cable del teléfono. Un enfermo más; comentaba el diario del día siguiente.
Me has recordado este relato que escribí hace tiempo
El ruido de fondo de ciertos lugares es una maldición, entiendo perfectamente al prota de tu historia. Seguro que el infierno no es muy diferente
Esclavos de nivel presos de un ordenador, colocados en cubículos estudiados para la anti-distracción. La mayoría de ellos acabarán jodidos.
Buenas tardes, gracias por tu visita.
El relato que nos dejas es un tanto deprimente para el protagonista de la historia, trabajar en un lugar donde hay algo que molesta y en tan minúsculas dimensiones debe ser superagobiante y frustrante.
Hay ruidos que no son insoportables, por eso el silencio es oro pulido. Un saludo.
Tu relato me contagió ese agobio, las ganas de salir huyendo de ahí. Incluso pude ponerle nombre y apellido a la voz y se me hizo insoportable. Cuando algo nos molesta mucho lo llena todo.
Una vez más, me gustó mucho tu relato
Besos
Muy bueno José. Es tan importante el silencio o al menos hablar en voz baja, pero ciertas personas desconocen el respeto por el otro.
mariarosa
Para algunos el silencio es tan agobiante que tienen que gritar para sentirse vivos.
Un abrazo
Hola, José.
Bendito silencio. Toda mi vida laboral he compartiendo sala de trabajo, y por mucho que al final te habitúes a trabajar rodeada, que relegues los sonidos a una parte del cerebro impreciso, comportándote tipo máquina, algo llega, el compañero que habla demasiado fuerte, el que comenta cualquier cosa, el que come, uy, éste, porque lo hace casi a un milímetro de tu oído y desprende soniditos de esos que dan ganas de arrancarse los oídos, ja, ja, ja En parte, debemos agradecer el teletrabajo, días donde el único sonido es el tecleado y el teléfono, ¿la contra? Que terminas trabajando más horas, :)
Ambientación claustrofóbica perfecta.
Un abrazo.
Es realmente agobiante el ruido que se prolonga sin cesar, insospechado el mal interno.
Abrazo
Tremenda sensación la que consigues traladar con tu texto, nunca he trabajado en esos lugares pero los imagino perfectamente y sí, a veces me pregunto cómo puede concentrarse nadie con alguien parloteando al lado a todas horas, si además tiene un tono agudo y crispante imagino las ganas de salir y retorcerle el cuello : )
Mil gracias un abrazo fuerte!
Me hiciste acordar un micro de Max Aub, que se llama "Hablaba y hablaba...":
Hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba. Y venga hablar. Yo soy una mujer de mi casa. Pero aquella criada gorda no hacía más que hablar, y hablar, y hablar. Estuviera yo donde estuviera, venía y empezaba a hablar. Hablaba de todo y de cualquier cosa, lo mismo le daba. ¿Despedirla por eso? Hubiera tenido que pagarle sus tres meses. Además hubiese sido muy capaz de echarme mal de ojo. Hasta en el baño: que si esto, que si aquello, que si lo de más allá. Le metí la toalla en la boca para que se callara. No murió de eso, sino de no hablar: se le reventaron las palabras por dentro.
Va un abrazo, José.
Hay silencios que duelen más que las palabras y ahogan el alma. Besitos
El silencio es necesario a veces, en otras ocasiones se convierte en tu mayor enemigo.
Un saludo Jose A
Puri
Cubículos, salones de clase, conciertos... todos son una tortura cuando pasan los límites de tus decibeles. Saludos.
El texto es desquiciante , porque quién no ha sufrido la tortura de una voz que nos fatiga y nos desazona. Un abrazo. Carlos
Si el Dante volviera a la vida, y reeditaría su Divina Comedia, el Infierno tendría un nuevo círculo donde el inventor de esos cubículos tendría que trabajar de sol a sol dentro de su propia invención.
Abrazos, herr J
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