Volvió a pasar frente a la casa y se detuvo a mirarla como todas las veces anteriores, y como todas las siguientes. El disimulo inicial, como si quisiera evitar que alguien se diera cuenta de lo que hacía, el pudor que sentía al hacerlo, se perdió rápidamente, y cada tarde se quedaba un poco más de tiempo mirándola.
Era la última de una estirpe de casas que se construían para durar y diferenciarse unas de otras; no era de las típicas construcciones que parecen cajas de zapatos siempre iguales, con los mismos espacios, los mismos muebles, los mismos gestos y movimientos de sus ocupantes. Era de esas casas que cuando desaparecían daban lugar a torres de cajas de zapatos impersonales, vacías, aburridas y tristes. Por eso se detenía a mirarla, a observarla, a pensar cómo sería vivir en ella, caminar sus pisos, recorrer sus salones, cómo serían las escaleras que imaginaba dentro, pasar el verano en el patio que se adivinaba detrás de esas rejas altas, pesadas, de fundición, que cancelaban el paso del tiempo y que sin dudas ni la muerte podría abrir. Era una casa sin igual, por eso se detenía a mirarla cada vez que pasaba.
Su fantasía erótica recurrente consistía en tener el dinero suficiente para comprarla, restaurarla y vivir en ella como si fuera el día de su inauguración, el de la casa, no el suyo. Una fantasía más de las tantas que sabía que nunca podría cumplir. Claro que saberlo no le impedía desearlo cada vez que caminaba por la vereda opuesta y se detenía en medio de esos árboles que servían muy bien de marco para encuadrar semejante obra de arte.
Conocía cada ventana y qué día de la semana se abría cada una para ventilar la habitación que guardaba; conocía cada celosía, cada mancha de humedad en el frente; sabía cómo crecía la hierba y cómo impunemente la arrancaba un jardinero cada dos o tres meses; sabía dónde estaba más descascarada la pintura; identificaba cada teja y cada viga de madera que sobresalía del techo más alto; imaginaba cuál podría haber sido el color original de cada detalle; sabía quiénes eran los dueños, lo que hacían y no hacían por la casa. Mantener esa mole de dos plantas, con tantas habitaciones ocultas a la vista, no debía de ser fácil ni barato, por eso la casa se veía melancólica en otoño, triste en invierno, soñolienta en primavera, aburrida en verano. La casa anhelaba un cambio. Ojalá tuviera el dinero para dárselo, a la casa y a sí mismo.
Intentó dibujarla varias veces en las hojas de su libreta sin lograr más que una serie de garabatos. Renunció luego de varios intentos sabiendo que cada día pasaría por esa misma calle y volvería a verla por lo que no necesitaba nada que le ayudara a recordar cómo se veía, como se sentía al verla y cuánto le gustaría poseerla. Se puede ser feliz con tan poco en la vida, contemplar lo que se desea desde lejos, disfrutándolo como si fuera parte de uno olvidando que no lo era. Se lo puede intentar y lograr, creyendo que es verdad e ignorando cualquier otro de los infinitos detalles que conforman la realidad hasta que la misma realidad decide dar señales de su existencia y nos golpea con tanta fuerza que la estructura completa de nuestra vida se tambalea.
Fue lo que sintió la tarde en la que encontró, al pasar frente a la casa, el anuncio de la futura construcción de cuarenta y ocho excelentes unidades monoambientales con espacios compartidos, estacionamiento cubierto, baulera, piscina y detalles de calidad que comenzaría a construirse a la brevedad. Antes de eso, la casa sería derribada tan rápido como sus sueños serían destruidos.
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En el N° 42 de la revista española La Ignorancia Crea se ha publicado la historieta Aguijón de felicidad, que cuenta con los dibujos de Matías De Vincenzo
Pueden pasar a leerla cuando gusten.
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22 comentarios:
Algunas veces el despertar puede resultar por demás traumático.
Saludos,
J.
Mientras te leía recordé que me pasó eso mismo con mi casa en la calle Laprida en Buenos Aires, era tal cual describís aquí en tu relato. Enorme, con jardín,ventanas y ochavas.
Cada vez que volvía a Buenos Aires a ver a mi familia, iba a ver la casa de Laprida, la recorria con la mirada, reconocía cada ladrillo,los árnoles del jardín, le verja y la enredadera.
La última vez que estuve, encontré un edificio construído de no sé cuantos pisos. sin jardin,sin patios, sin árboles.
estupendísimo relato,un regalo para mi, hoy.
Saludos
Es curioso lo de fantasía erótica con una casa, como si fuera una mujer deseada como inaccesible.
Y la desgradable realidad le quitó esa fantasía, por esas absurdas construcciones de departamentos, que arruinan la vista de algunos barrios.
Algunos soñadores, idealistas, deberían tener los recursos necesarios, en lugar de tenerlos los destructivos.
Saludos, colega demiurgo.
Es un ejercicio de fabulación recurrente, J. Y es lo que hace a tu historia tan atractiva, que el lector se sumerge con empatía en la fábula del narrador.. imaginarnos cómo sería vivir en una determinada casa o como es la existencia de sus habitantes. Edificios con personalidad, que de pronto en los centros de las urbes dejan su paso a las necesidades habitacionales, de trazos rectos y rasgos poco nobles. Lamento que sus sueños acabaran derruidos como la casa que algún día quiso habitar. Pero ha sido un giro final brillante para la historia. Un saludo,J.
He visto demasiadas casas de esas, con personalidad y buen gusto, desaparecidas en pos de esas amorfas construcciones amorfas, que entiendo y aplaudo tu escrito.
Un abrazo.
Después de la calma siempre llega la tempestad cargada de realidad. Y la tempestad puede golpear con tanta violencia que no se sobreviva. Fantastico final.
Abrazoo
Las viejas casas que uno ve y que en corto tiempo se tieran abajo, duelen. En cada berrio existen una o varias que guardan recuerdos y son parte de nuestra vida, porque crecimos viendolas y un día de pronto, no están más, se llevan nuestros recuerdos...nuestros años felices.
mariarosa
Las ilusiones también se derrumban. Un abrazo
Cierto, he visto fotos del lugar en donde vivi mi infancia y no reconozco NADA, donde habia casas ahora hay edificios de toda pelambre.
Te da pena como todo se puede terminar en un segundo. Te mando un beso.
Primer, al ir leyendo me vino a la mente una película que en su momento me gustó, hace mucho de eso -La guerra de los Rose-, todo gira en torno a la casa,, admirarla de lejos, desearla, soñarla, hacerlo realidad; y pasar los siguientes veinte años buscando hasta encontrar cada pieza y cada detalle; ¿y después?.
Luego me recordaste que yo hacía lo mismo, admiración por una casa blanca, antigua, preciosa, hasta el día que la demolición, hoy solo hay un gran espacio vacío y nostálgico, como tu relato. Soñador hasta que aterriza del sueño.
Todo pasa en un instante.
Es lo que suele ocurrir. La fiebre inmobiliaria acaba con sueños, realizaciones y perspectivas sensatas. Elnegocio es siemopre insaciable, en cualquier ciudad del planeta.
Y lo de la fantasía erótica recurrente me ha gustado. Hay un erotismo no de pulsión sexual sino de otras características: de la estética, de la comunicación, del pensamiento racional. Las tipografías de los alfabetos, de cualquier cultura, siempre me han producido una atracción insaciable.
En Barcelona, hubo una época en que Nuñez y Navarro (constructor), se hizo con todas las esquinas de Barcelona. Derribó muchas casas modernistas, muchas, con el permiso del Ay untamiento de turno, para construir edificios colmenas, amorfos de personalidad y a precio de oro.
No me viene de nuevo.
Salut
...y a veces indentificarse con un relato también.
Abrazos!!
Lo mismo que ocurre con las casas, sobre todo cuando son especiales, con características singulares que las hace muy diferentes a lo que es habitual, como la de tu estupendo relato, ocurre con las personas. De hecho, sobre todo en la adolescencia, personas que nos parecen especiales, diferentes, llenas de atractivo, Al cabo de los años, como a la preciosa casa de tu relato, la vida las derrumbó, aunque por desgracia, en su lugar no surge otra, aunque sea amorfa, simplemente se perpetúa la ruina en el tiempo. Fantástico JOSÉ, lástima que algunas preciosas casas, como los sueños y las personas, terminen por los suelos ; ) Un abrazo fuerte!
Los habitantes de esas casas mueren. Quizá las dejan en herencia, pero el coste y la especulación inmobiliaria hacen el resto. Nada permanece.
Siempre que observo casas abandonas o derruidas pienso en quiénes las pudieron habitar, las historias que guardan sus paredes, la vida que llevaron en su lozanía...
Ahora, solo son moles para destruir o abandonar. Tu relato es una apología a la realidad de nuestros días.
Mil besitos y feliz día.
Los sueños tienen eso. Son solo sueños. Un abfrazo. Carlos
Un relato muy actual donde el poder de dinero privado sobre todo el inmobiliario, lo único que les interesa es amasar más fortuna y lo más rápido posible...
Te podía contar un caso muy parecido de una vivienda con jardín que vendí, pero no me quiero extender más.
Un abrazo, amigo.
Aquí te dejé un comentario y voló... o no te gustó y no lo subiste, si es así, lo siento, si no.. mira en la bandeja de spam, debe estar ahí.
A los muchachos que manejan el neogocio inmobiliario el único sueño que los mueve es el de la acumulación de guita gringa.
El Progreso, que le dicen.
Abrazos, J querido
Tanta majestuosa casa abandonada. Guardando las distancias, es como dejar morir de hambre a una distinguida mujer en la calle. Indiferencia insensible, maltrato alevoso hacia esas construcciones, sobre todo de antaño, que preservan parte de la historia, que resaltan con su personalidad, que son valientes por mantenerse en pie. Siempre que veo algunas así, me imagino la de fantasmas que tendrán: y no solo los etéreos, sino que cuestiones que alguna vez los exintegrantes de la vivienda cuidaron con tanto esmero y ahora están tiradas ahí, adentro, a su suerte, solas, imaginando o esperando mejores historias.
Con una plaza vacía, me pasa algo parecido.
Va un abrazo, José.
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