Las mañanas, bien temprano, casi al alba, eran su momento preferido del día. Sin hacer diferencia de la época del año, si era verano cósmico, verano antropocéntrico o algún otro evento de calor extremista, mientras continuaran existiendo las mañanas de silencio, de quietud, de introspección y soledad, no habría diferencia. Mañanas en las que se levantaba antes que el resto de las personas con las que compartía la unidad habitacional no familiar, se higienizaba hasta donde se lo permitía el consumo autorizado de agua, y luego se preparaba el mate. Calentaba un poco más el agua siempre tibia que salía de la red, vertía la yerba en el recipiente, buscaba la bombilla que guardaba en un lugar secreto y seguro para que no volvieran a robársela, y se sentaba en un rincón de la habitación donde las luces y las sombras de la ventana danzaban. Aunque sabía que la luz triunfaría, siempre fantaseaba con lo contrario.
Cavilaba en silencio sintiendo el ruido del agua inflando la yerba antes de ascender por la bombilla, sintiendo el aroma de la infusión mezclándose con el aroma de su cuerpo siempre necesitado de un poco más de jabón, sintiendo el calor que incendiaba su estómago distribuyéndose por el resto de su anatomía, sintiendo el placer de esos breves instantes de soledad e individualidad. Cavilaba contemplando el vacío de un punto elegido al azar, al frente y un poco más abajo que su cabeza, al que miraba sin verlo. Cavilaba sobre la inutilidad de la existencia, sino de toda ella al menos sí de la suya, que intuía superflua e irreal. Cavilaba sobre la posibilidad de existencia de las generaciones futuras, en el caso de que hubiera una generación futura, porque no recordaba haber sabido de un nuevo nacimiento en mucho tiempo. Cavilaba sobre dónde encontrar suministro de yerba para reemplazar el paquete que se acercaba peligrosamente al final, se sentía un émulo de Winston Smith buscando cuchillas de afeitar y negándose a compartir un poco de yerba con aquellos que solamente sabrían derrocharla.
De ser por él, se pasaría el día sentado en el mismo rincón de la esquina comunal, pero pronto el alboroto lo haría huir espantado al igual que las veces anteriores en que lo intentara. Siempre aparecía alguien, algo, que rompía su concentración en la nada misma, en el vacío absoluto, la inutilidad y lo innecesario de cuanto hacían; siempre aparecía alguien, o algo, que con muy poca cosa quebraba la frágil apariencia de su tranquilidad.
―Buen día ―dijo una voz gangosa desde el otro extremo de la habitación, desde la puerta.
Respondió con un murmullo que podría ser interpretado como un saludo, un signo de reconocimiento, un insulto, algo de todo eso, todo eso junto o alguna otra cosa.
Los ruidos de quien comenzaba a preparar su propio desayuno pusieron fin a su tranquilidad, por lo que quedaba del día ya no podría recuperarla. Le quedaba esperar que las horas pasaran rápidas por sobre su cabeza y fueran otra vez esos pocos minutos antes del alba, esos minutos que le pertenecían solo a él, que eran suyos por derechos adquiridos, esos minutos en los que
―Buen día ―dijo ahora una voz grave, aún cargada con los resto del sueño recientemente abandonado.
Se levantó, junto con su termo, su mate, su bombilla y salió caminando lentamente de la cocina comunal. Pronto llegaría la siguiente mañana, no tenía dudas de eso.
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En el N° 93 de la Revista Digital El Narratorio pueden leer el relato “Parte de la Familia”
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21 comentarios:
Castigo eterno para quien/quienes no respeta/an el silencio ajeno.
Saludos,
J.
Conforme te leía entendí qué me provoca cuando vengo a leerte.
Tus letras son como aire que recorre lentamente; y con suavidad interpreta todo lo que observa y siente.
Hola, Maia:
Gracias por la indicación, ya lo revisé.
También muchas gracias por el comentario. Es bueno saber lo que sienten quienes leen para saber si tiene sentido (o valor) para alguien más lo que intentó decirse.
Nos leemos,
J.
Me gusto el relato. es terrible cuando te interrumpe de lo que haces. Te mando un beso.
Para estar solo hay que erigirse en ermitaño y aún así...
Salut
Si no tenemos momentos de soledad nos podemos volver locos. Más de lo que ya estamos, quiero decir.
La soledad elegida siempre es buena, es el encuentro con uno mismo, con su raíz más profunda. Tras ese reencuentro, el volver a la miniedad de lo que nos rodea o al poco interés personal y enriquecedor de quienes nos pueden rodear, es una bofetada que debe aplacer el sabor de un buen mate, aunque sea amargo.
Escribes genial, de veras.
Disculpa mi ausencia, pero he estado con muy poco tiempo disponible.
Un beso enorme.
También adoro las mañanas para trabajar. Tienen ese silencio justo y esa tranquilidad tan necesaria para escribir.
Es un tipo de soledad tan compartida con la naturaleza que es placentera.
Abrazos
No sé si es la intención de tus relatos, que reflejan la soledad esteparia del individuo moderno. Suenan a distopías cercanas, el entorno nos es conocido como ese aislamiento que se puede producir en la inmensidad de una urbe poblada, donde se apiñan las almas, o bien, en las casas comunales. Un saludo,J.
La descripción exacta de un momento casi sagrado,como digo yo cuando estoy así,en silencio,con todo lo que tengo en ese momento, o sea a mí misma.
Extraordinaria tu manera de relatar.
Me encantás.
José:
a veces quiere uno estar solo y no es posible.
Salu2.
Certero comentario.
Un saludo.
Vivir en comunidad cuando se ha perdido todo el sentido de comunidad.. un futuro convertido en distopia...
Quíen no busca esos momentos de paz y soledad. Un abrazo. Carlos
A veces cuesta encontrar el momento del silencio, José. Quizás también se pueda encontrar en medio del ruido aunque sea difícil.
Saludos.
La introspección de vivir vaciándose...
A los silenciosos no se les puede callar en sus meditaciones. Saludos.
Me gustan mis lugares y mis silencios, elegidos
Soy silenciosa
También puedo hablar sin parar, cuando quiero esconderme
Pero siempre voluntario
No se como sería en caso contrario
Abrazos
Enhorabuena José por la publicación y por el refrescante relato en el que se siente el rocío mañanero cuando invade nuestro pensamiento interior.
Un abrazo
Un escrito con belleza nostálgica
Paz
Isaac
Ya lo dijo Lennon: "Todos tienen algo que esconder excepto yo y mi mono"... no perdón esa no es la frase. Es esta: " La vida es aquello que te va sucediendo mientras estás ocupado haciendo otros planes"
Abrazos, herr
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