Windsbraut, la llamaban en el pueblo. Ignoro quién habrá elegido una aislada y solitaria palabra en alemán para nombrarla. Aunque había escuchado que la mencionaran en varias conversaciones, no fue hasta mi adolescencia cuando realmente me percaté de su presencia y busqué el sentido de esa palabra en un viejo y destartalado diccionario de alemán en la biblioteca de la única escuela del pueblo. Cuando di con ella descubrí que ya estaba subrayada y marcada una y otra vez. Con la yema de los dedos recorrí la palabra, las letras, la tinta impresa hacía años, repitiéndola, nombrándola, una y otra vez. No entendía del todo por qué lo hacía, pero no podía dejar de hacerlo.
Windsbraut, la novia de los vientos. Una vez que supe lo que significaba esa palabra, intuí que su aspecto tenía mucho que ver con su elección. Porque ella era alta, siempre caminaba erguida, rubia como la corona del sol y con sus largos cabellos siempre sueltos y como flotando en torno a su cabeza, con sus faldas largas hasta los tobillos y sus camisas anchas siempre de blanco que se destacaban en medio de la tierra cada vez más seca, cada vez más agotada por tantas cosechas.
Comencé a mirarla desde lejos, como lo hacía la mayoría. La seguía en sus gestos, en sus costumbres, intercambiaba noticias, pareceres y cualquier otra circunstancia con ella relacionada. Con todo lo que fui aprendiendo creo haber llegado a conocerla mejor de lo que me conocía a mí mismo. A pesar de cuanto sabía, no lograba entender por qué las palabras de los hombres y de las mujeres se cargaban con sensaciones tan diferentes cuando se referían a ella. Incluso sin que se la nombrara, uno se daba cuenta que, cuando cualquiera de las otras mujeres del pueblo hablaba, cargaba todo su desprecio sobre ella, sobre ella y nadie más.
Los rumores eran tantos y tan diferentes que me resultaba imposible creer que cada uno de ellos fuera cierto. Aunque no debía ser mayor que yo, había historias sobre ella que se remontaban tan atrás como antes de mi nacimiento; sin dudas eran historias sobre otras personas que al resultar tan similares a los rumores actuales quienes la odiaban pretendían ligarlas a su persona. Esas historias antiguas necesariamente debían de ser un invento de quienes no entendían su pureza, su tranquilidad trabajando la tierra de su parcela en torno a la cabaña un tanto derruida; en un lugar como ese no había espacio para historias burdas, lascivias, sucias y soeces que no dejaban de repetirse.
Yo no podía ni quería creer en esas historias. No podía ni quería hacerlo desde que descubrí que cuando la miraba ella también me miraba. No me miraba como se mira a cualquier otra cosa, me miraba como si me comprendiera, como si leyera en mí lo que yo aún no era. Ese tipo de mirada era la suya.
Atraído por esa mirada única, poderosa, atrapante, hipnótica, no tenía más por hacer que acercarme a ella.
Una luna antes a la luna de las cosechas me acerqué a su casa, a su siempre verde tierra, y la encontré, como sentía que lo haría, esperándome. Alta, pálida y rubia, con su rizado cabello mecido por el viento que comenzaba a ser cada noche más frío. Su palidez era mayor, más que cuando vestía sus blancas ropas. Noté que estaba desnuda, y también yo lo estaba cuando abandoné mi refugio bajo la sombra de un solitario árbol. Nuestras palideces, aunque similares, no eran idénticas, en esa diferencia se cifraba mi destino. En esa palidez, en la calidez de su abrazo y de nuestros cuerpos al unirse, en mis jadeos entrecortados, en sus dientes sobre mi cuello, en los míos sobre el suyo, en sus uñas arañando hasta sangrar mi espalda y las mías marcando la suya, en sus cabellos envolviéndome y dificultándome el respirar, en sus ojos devorándome y el viento acariciando nuestros cuerpos, en la luna mirándome eternamente en esa noche sin final hasta la llegada de aquel torrente cargado de vida que me llevó al desmayo y al olvido. Pero eran demasiadas cosas, demasiado reales para olvidarlas.
La mañana me encontró en mi habitación, en mi cama. Los rasguños que perduraban en mi espalda y las manchas de sangre sobre las sábanas que tendría que explicar de alguna manera, me decían que nada había sido uno de esos sueños que nunca vuelven a repetirse por más que se lo anhele.
25 comentarios:
Oscar Wilde dijo (o escribió): “En este mundo sólo hay dos tragedias: una es no conseguir lo que deseas y la otra conseguirlo.”
En esta ocasión adhiero a sus palabras.
Saludos,
J.
Que nombre tan poético.
Creo que los rumores, por lo menos una gran parte, vienen de quienes se han tenido que conformar con la primera tragedia, siendo que aspiraban a la segunda.
Sueño o realidad, una mezcla de ambos, fue una intensa experiencia. Y el personaje narrador teme que no se repita.
Bien contado, colega demiurgo. Saludos.
Relato que nos envuelve del misterio de damas ilustres como las surgidas de las pinceladas de Hopper, o la Maga de Cortázar, y en mi caso me llena de Prado. Muchacha recia como las serranas del Arcipreste de Hita, cuya risa de Gioconda y sus arreboles me cautivaban en una Segovia medieval. De pronto,se asomaba aferrada al pretil de un puente, ora por una callejuela solitaria,hasta que un día nos conocimos. Pero con Prado fue mejor, muchas veces las idealizaciones de los soñadores como yo, no alcanzan a aprehender sino ilusiones,y no la verdadera riqueza y complejidad de un bello ser humano. Me ha gustado mucho tu relato. Creaste misterio y desencanto. Saludos J.
Dos asuntos se confirman:
Hay quienes aseguran que sólo se inventa mediante el sueño o los recuerdos, y...
Las habladurías solo buscaban destruir ante la incapacidad de imaginar o de ser aquella diosa nunca antes coronada.
Saludos.
Siempre la envidia está presente, solo que a Ella, nada le importaba, una historia muy delicada y bella.
Abrazo
Todo se cumplió y, ella fue parte de su fantasía cumplida y soñada. Nunca sabemos si aquello que tememos por ser peligroso y atractivo, resulta placentero cumplirlo. Siempre queda la duda.
Abrazos José
Como se inserta un poco más arriba, a mi también me ha agradado la narración. No es sencillo crear misterio y llevarlo hasta el final.
Un placer
Salut
Me atrevo a decir que pasamos mucha vida en el mundo onirico..... o al menos 8 horas diarias alla metidos.
1/3 en ese caso.
Por tanto no es despreciable tener esas experiencias que componen basicamente un buen pedazo de nuestra vida.
Que la experiencia no fue real?.... bueno fue real segun las reglas oniricas....
muy misterioso
puede ser que todo el pueblo entero tambien pertenezca a ese .... "realmo" de la mente.
Preciosa historia con dosis de misterio,tensión,sensualidad y anhelo...
Me encanta como escribís.
Saludos!
Que hermosa historia José, creo que es lo mejor que te he leído, soy una vieja romanticona y tu relato me emocionó.
mariarosa
Y que desasosiego luego de despertar por tanto placer presunto o no.
Salud
Lograste cierto influjo con tu narración, amigo. Por lo demás, qué es irreal, o acaso no es real que sueño?... De modo que te comprendo y te creo.
Abrazo!!
Tan peligroso y atrayente, el despertar puede ser devastador después de una experiencia como esa.
Yo una experiencia así no dudaría que fuese real. Porque no querría que lo fuera. Me negaría a degradarla y convertirla en sueño, la querría recuerdo de honor en la sala de la memoria. Aunque tu personaje tiene la suerte de tener una garantía de autenticidad firmada con arañazos. Bella la historia y ese personaje misterioso y femenino.
Un placer es
Volver a leerte
Dos asuntos se confirman:
Hay quienes aseguran que sólo se inventa mediante el sueño o los recuerdos, y...
Las habladurías solo buscaban destruir ante la incapacidad de imaginar o de ser aquella diosa nunca antes coronada.
Super bueno el texto
Y este comentario que no es mio
me gustó también
saludos y olvidos
Me encantas no sé si en realidad tú
o lo que escribes
Mis respetos siempre
Donde hay sangre hay dolor.
Atrapa el aire onírico, que no es, para dejar la duda en lector, pero las espaldas con el rastro de las uñas desgarrantes...UN abrazo. Carlos
Muy bueno. Me re gustó. Saludos!
Ten cuidado con lo que deseas, quizás no sea lo más deseable
Boa noite e boa quinta-feira.
Obrigado pela visita e comentários.
Luiz Gomes.
Esos sueños que dejan sus huellas más allá de lo posible. Un texto muy a lo Becquer que suena a leyenda antigua.
Saludos
Wilde también estudió los vientos y el hipo, pero creo que fue Edu, el otro Wilde (wilde, no waild)
Pero entonces era una relación siempre establecida en estado de noviazgo pero más no. Y claro, el viento siempre anda en sus andares particulares y es sus verdades invisibles.
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