domingo, 9 de octubre de 2022

Sirena

En algún momento del atardecer, entre el viento, los truenos y la lluvia del vendaval, comenzó a sonar, tenue, lejana, como pidiendo perdón por molestar en ese momento, la sirena. Tardé en percatarme de ese sonido que fácilmente se confundía con cualquier otro, tan alejado de la cercanía de la tormenta. Una vez que pude distinguirlo, ya no pude dejar de oírlo. Mis preocupaciones inmediatas se concentraban en esperar a que el viento amainara, la lluvia cesara y la furia de la naturaleza, que se encontraba precisamente sobre nosotros, se alejara, en cualquier dirección, no me importaba cuál, por lo que el ulular de la sirena me tenía sin cuidado.
    Al amanecer la lluvia persistía, el viento había dejado de rugir y un pesado manto de oscuras nubes ocultaba el cielo. El agua caía con la constancia de quien sabe realizar su trabajo. El repiqueteo de las pesadas gotas sobre los tejados creaba una melodía desacompasada, tan poco humana como natural, que invitaba a continuar durmiendo, a esperar a que todo terminara por sí solo. Por sobre esa tranquilidad, la sirena, un poco más lejana, más tenue, más cansada, sostenía su ininterrumpido llamado.
    Pensé en la molestia que ese sonido representaba, para mí y también para los demás. Me obligaba a mantenerme en tensión, esperando lo que pudiera suceder luego, sin permitirme descansar. Si había podido dormir un poco durante la noche temiendo que el agua ingresara a la casa por algún resquicio entre las piedras y las maderas, aquella sirena era lo que ahora me mantenía despierto. Su llamado penetraba en mis breves ensoñaciones en los que desastres cada vez peores, un alud de barro, un terremoto sin igual, un improbable incendio luego de tanta agua, una plaga de langostas, una marejada, otra tormenta, un nuevo servicio de contenidos vía streaming, una nueva campaña electoral.
    Podría ser el fin del mundo, por eso la sirena no dejaba de sonar y sonar. No sé cómo es que lo sabía, pero lo sabía. Alguien me había dicho que cuando suena esa sirena hay que estar preparado. Tendría que haber preguntado preparado para qué, pero no lo hice. No pregunté en ese entonces, no pregunté después, porque nunca fue necesario, porque nunca antes escuché la sirena sonar de esa manera, con tanta insistencia, tan definitiva.
    A pesar de la molestia, en algún momento del día me rendí al sueño, al verdadero. Ese que nos ayuda a olvidar y del que con los años se vuelve cada vez más difícil recordarse. La noche había sido larga y fatigosa, necesitaba un descanso y esperar a que todo hubiera mejorado al despertar. Cosa que no sucedió.
    Mis oídos dolían tanto que sería necesario arrancármelos, amputarme un brazo o morir para superar un sufrimiento semejante. Me asomé por una de las ventanas buscando el motivo de tanto dolor. El cielo estaba en calma, continuaba cubierto, aunque en algunos resquicios entre estas se adivinaban los rayos del último sol de la tarde. La lluvia ya no caía y la fría brisa se dejaba sentir. A pesar de que todo parecía normal, faltaba algo. De esa falta, de esa ausencia, nacía el dolor que sentía. Un dolor, una molestia, que no parecía querer acabarse.
    El silencio atronaba en mis oídos. Un silencio aterrador, único. Ese silencio que queda cuando todo lo demás se termina. El silencio del después. La sirena hacía cesado su reclamo y su silencio resultaba un presagio todavía peor.

25 comentarios:

José A. García dijo...

Ciertas cosas duelen más por su ausencia, claramente.

Saludos,
J.

Mujer de Negro dijo...

Como cuando todo estalla, alterado, a la defensiva u ofensiva y cuando termina, el silencio, el vacío, el dolor y el duelo.
Un abrazo, José

José A. García dijo...

Nadie quiere el duelo.
Nadie.

Saludos,
J.

Guillermo Castillo dijo...

Hay voces que crispan, hay sonidos que ensordecen; hay llamados incesantes, cuando menos tormentosos. lo ciertos es que esas voces, esos sonidos provienen de nosotros como anuncios premonitorios. Saludos.

mariarosa dijo...

La presencia de la sirena era saber que alguien estaba allí haciendola sonar, pero el silencio era la incertidumbre que estar solo en medio de la nada, muy buen relato.

mariarosa

J.P. Alexander dijo...

Uy que muy triste y perturbadora historia. Ese dolor y es incertidumbre es insoportable. Te mando un beso.

Tot Barcelona dijo...

Las historias tristes me ponen de igual talante.
Un abrazo
Salut

Cabrónidas dijo...

El sonido de una sirena es el presagio innegable de una amenaza.

Tinta en las olas dijo...

Esperemos que esa sirena nunca suene, por que nunca estaremos preparados para ese silencio. Un abrazo.

Gabiliante dijo...

A Ulises hubiera querido ver yo resistiendo a esta sirena. Y ya ves tu resististe y no sales en la mitología.
Un efecto parecido (salvando ñas distancias)al que sufrimos los urbanitas cuando salimos al campo, medianamente lejano de la civilización.
Abrazoo

Recomenzar dijo...

El silencio del despues no existe esta el de ayer el silencio del momento El despues sera el mejor momento de tu vida

Jose Casagrande dijo...

Que deje de sonar la alarma puede ser bueno o malo.

Supongamos lo del borbamdeo a londres en la segunda guerra mundial....

no estuve alli, pero me parece las sineras sonaban durante todo el ataque....

no estoy seguro.....

quizas solo sonaban a lo que veian aviones.....

luego callaban y lo que sonaba eran los bombazos


si, una sirena es siniestra, no es el peligro en si mismo dicha sirena, sino que anuncia que algo grande viene.

ahora si se mantienen prendidas todo el tiempo en el que caen bombas.... ya las sirena lo que hace es agregar otro elemento horrendo a una situacion caotica

Alfred dijo...

Una sirena persistente.

Un abrazo.

Tatiana Aguilera dijo...

El sonido de la sirena lo comprendo metafóricamente hablando como voces, personas, sociedad en general. Cuando deja de sonar, el protagonista siente la falta. Le provoca dolor no escuchar nada. El silencio suele ser preocupante porque el sonido aísla el dolor, pero enfrentarse al hecho de la soledad, es el gran desafío que enfrentan las personas.
Muy buen relato.
Abrazos José.

lunaroja dijo...

Sin duda somos animales de costumbre. Lo que en principio era algo molesto se convierte en necesario cuando desaparece.
Un relatazo, muy original.
Saludos!

Frases Bonitas dijo...

Triste historia.

gla. dijo...

Una sirena
Un pedido de auxilio
Un ataque
Miedo y dolor
Y luego silencio
Te acostumbraste tanto
que ahora tienes mas miedo
Si un hermoso relato
Abrazos

María dijo...

Es bonito la manera cómo lo narras, José A., engancha.

Ese silencio suele doler, tan aterrador.

Un abrazo y feliz festivo

Doctor Krapp dijo...

Es cierto que cuando te acostumbras a un sonido notas luego esa ausencia de ruido. Un sentimiento abolido en las ciudades donde estas obligado a oír y que a veces por la noche, en el campo, causa tanta inquietud.
Buen texto.

Luiz Gomes dijo...

Bom final de semana com muita paz e saúde meu querido amigo José.

Gra dijo...

Como en Chernobil o en Ucrania hasta en un incendio sentir sonar la sirena, señal que algo tragico va a suceder.
Luego el silencio, el vacio y la incertidumbre.
Un relato inquietante tanto con sonido o en el silencio.
Saludos Profe!!

Mara dijo...


José.
Me decían que me acostumbraría al sonido de la sirena que nos hacía madrugar a las cuatro de la mañana en Cataluña para acudir a la fábrica. ¡Jamás me acostumbré¿
¡Feliz domingo!

Carlos Augusto Pereyra Martínez dijo...

Ciertos eventos se suceden y nos dejan la sensación, de que a pesar de que cesen nos siguen mortificando. Rebullen en la mente. Un abrazo. Carlos

Frodo dijo...

Como cuando se te destapa un oído y sentís un alivio tremendo, pero enseguida querés que se te vuelva a tapar... para sentir el alivio.

No demasiado metafórico, hoy. Sepa disculpar.

Abrazos

Mi nombre es Mucha dijo...

Cada dia mejor y mejor
besitos