La pianola sonaba en medio de la noche, otra vez. Hacía demasiado frío para levantarse y detenerla, el viento gélido llevaba horas soplando sin cesar. Esperaba que el maldito aparato se detuviera de la misma forma en que había comenzado a funcionar, por sí solo. Tal vez en algún momento acabara por romperse o alguien más llegara hasta allí y la detendría. Sabía que la segunda opción era imposible, no quedaba nadie más, en ningún sitio, en ningún momento.
Se cubrió la cabeza con las mantas y fingió dormir hasta convencerse de que lo había logrado. El peso sobre el cuerpo atenuaba el sonido discordante de las notas lo suficiente como para pensar que lo que escuchaba era el viento. Se durmió, por fin, cuando la noche se volvía un recuerdo, solo para despertar con hambre y frío después del mediodía. Si debía decir qué era peor, el hambre o el frío, se decidiría por el hambre, porque al frío puede alejárselo frotándose el cuerpo, pero aunque frotara su estómago el día entero no dejaría de sentir hambre.
Algo interrumpió su despertar. Algo más que el frío y el hambre. Algo más que el viento y el pálido sol. Era la música, la pianola continuaba sonando aun después de tantas horas. Eso no podía ser, no podía seguir, no soportaría más la repetición constante de las mismas notas, del mismo intento de melodía cada vez más distorsionada.
Se levantó del improvisado lecho colocándose el pesado abrigo de piel de astracán sobre la ropa que no se quitaba ni tan siquiera para dormir, y salió de la caseta. Había elegido aquel sitio para esconderse cuando todo comenzó, porque si bien estaba aislado en una calle lateral, también resultaba cercano a centro del pequeño poblado y si necesitaba algo no demoraba mucho en ir a buscarlo y regresar. Luego todo empeoró, las personas, los animales, morían uno detrás de otro sin explicación, sin que nadie se hiciera cargo de los cuerpos, de los muertos, sin que nadie se atreviera a tocarlos. En las noches siguientes, entre el viento y la lluvia, escuchó disparos en varias direcciones, el silbato de un tren lejano, caballos atravesando el pueblo a la carrera y otros ruidos y gritos que no supo identificar.
Ante cada sonido permaneció en su escondite, pasando hambre y frío, esperando. Cuando la campana de la iglesia dejó de sonar, el pueblo quedó en silencio.
Un silencio interrumpido únicamente por la pianola, por las mismas notas que sonaban un poco más desafinada con cada iteración.
Enloquecería si continuaba escuchando lo mismo, tenía que detener ese. Sabía que corría riesgos innecesarios saliendo durante el día para ocuparse de algo como eso, pero esperaba también encontrar algo para comer. Si debía decir qué era peor, la locura o el hambre, se decidiría por la locura, porque al hombre puede alejárselo comiendo, pero aunque comiera el día entero, no regresaría de la locura.
Avanzó con el cuerpo pegado a las paredes de madera hasta llegar a la calle principal. Se asomó apenas lo suficiente para ver en una y otra dirección antes de atreverse a entrar al salón del burdel, sabía que estaba la única pianola del pueblo. Un aparato pequeño y discreto escondido en un rincón, no como el imponente órgano de la iglesia del otro lado de la calle.
Al ingresar al salón, la visión de su cuerpo consumido en los restos de un espejo roto se sobrepuso al último recuerdo suyo. Se vio con un largo vestido de gasa y encajes abrazando a quien sería el siguiente cliente de esa noche, la última noche, y reconoció, por fin, la melodía que la atormentaba desde la pianola que, destruida y en parte consumida por el fuego, la miraba desde un rincón del salón, silenciosa.
29 comentarios:
La peor tortura son los recuerdos, porque con ellos nos castigamos a nosotros mismos.
Saludos,
J.
O que sean recuerdos, no poder regresar a ese pasado.
Saludos
Esa pianola que por asociacion de estimulos, no para de recordarle dónde y cómo se encuentra ( y quizas otras cosas), va a ser dificil de detener. Va a tener wue ir al sicologo; ah, no, que no hay sicologos. O a terapia de grupo; peor
Abrazoo
Dicen que recordar es volver a vivir. No estoy de acuerdo.
Los recuerdos son pasado. Los buenos y los malos.
Un abrazo
No se que es peor su pasado o su presente....
Y esa pianola que al sonar era una tortura, escucharlo una y otra vez..... cosa que le recordaba su pasado.
Muy buen relato jose!!
Saludos.
Los recuerdos atan y torturan.
Saludos.
Muy buen cuento José. La mente gusrda recuerdos, imágenes, música, situaciones que nos van consumiendo en cuerpo y memoria.
mariarosa
Supongo hay algo que todavia no ha comenzado a atormentar a la dama, y seria que de pronto el organo comenzara tambien a emitir sonidos. Pero creo ella no era muy afecta de la iglesia luego muchos recuerdos de ese sitio no debe tener
Un relatazo desasosegante que nos sumerge en ese helado narrar de algo que va cobrando una forma siniestra...
Excelente!
Un saludo.
Que melancoĺía. Una mujer que era deseada, que vendía su tiempo sin mirar a quien, citando a una canción de GIT, convertida en una indigente, con frío, hambrienta y al borde de perder la cordura. Y sin esperanzas debque alguien la rescate.
Bien contado.
Saludos, coñega demiurgo.
Esa visión es escalofriante, causa impacto
Un abrazo, José
Genial relato el final me impresionó. Te mando un beso.
Muy buena entrada llena de Vos
Para que los recuerdos dejen de ser tortura tenemos que aceptarlos, puesto que allá donde vamos, van con nosotros, siempre.
Hoy voy de relato en relato y tengo la gran suerte de que cada uno de ellos me deja pegada a el inntentando descubrir que sería si....volveré a leerte, me ha gustado
Un abrazo
Con los recuerdos viene el dolor de la ausencia de las personas que se quedaron por el camino,las vivencias que no se repetirán, los escenarios que no volverán a ser los mismos... Eso es lo que duele.
SAludos.
Tu relato nos sumerge en un mundo donde la ficción se mezcla con recuerdos vividos... Fantasía o realidad? sin lugar a dudas un gran relato.
Un abrazo
Muy bueno José, una realidad entre el sueño y la vigilia del recuerdo.
Saludos.
En la vida el recuerdo regresa, algunos como ese, lo malo y más realista es sentirse morir de frío y hambre.
Abrazo
Cuando te atrapan los recuerdos, es imposible soltarse de ellos, la torturarán peor que el presente.
Abrazos
Uff, los recuerdos. El mayor suplicio de una persona está en su mente, sobretodo, con en esa capacidad que tiene el cerebro de recordar melodías y acordes.
Abrazos José
Mejor vivir en los sueños que en los recuerdos, ya que éstos son siempre más crudos y aquellos son como un suavizante frente a ellos que te permite volver a la vigilia.
Saludos
Pero los recuerdos también pueden ser positivos en tanto en cuanto se reviven momentos preciosos que se fueron. Saludos
Boa tarde meu querido amigo José. Tem memórias que são melhores esquecidas.
Pues tuvo suerte ya que si lo que cree oír es un macro festival de los que ahora suenan, como por ejemplo Andalucía Big Festival, Mad Cool o cualquier otro a plena potencia, eso si que hubiera sido triste.
Saludos
Siempre son los recuerdos los que surgen para calmar la mente y no perder lo poco que quede de una persona. Un abrazo.
No se callaba la pianola. Expiraba en lamentos de su larga y agónica muerte.
Ojalá que no sea así, ojalá que alguien venga, quizá, tal vez, y apague la pianola.
Saludos JOsé A.
Muy intensamente narrado.
¡Hola, pianola!
La música que es puro tiempo, te lleva a algún pasado.
Publicar un comentario