domingo, 7 de noviembre de 2021

Una voz en mi cabeza

La mañana en que todo cambió había decidido quedarse un rato más de lo normal remoloneando en la cama, era su día libre y no se vería con nadie hasta entrada la tarde, por lo que podía desperdiciar, no, desperdiciar no, utilizar, el tiempo de la manera en que mejor le pareciera. Así pensó hacer, se acomodó debajo de la manta luego de apagar de un manotazo la alarma sobre la mesa de noche. Movió la pierna izquierda un poco hacia su costado, hizo lo mismo con el brazo para que no le molestara el codo, se masajeó la nariz y tiró de la manta para taparse la cabeza, todo con los ojos cerrados pensando en lo bien en que se estaba allí y qué bueno que era poder quedarse un poco más si quien fuera que estaba hablando en ese momento hiciera un poco de silencio. Por eso le dijo:
    ―Silencio ―a la voz que escuchaba y pretendió volver a dormir.
    Pero no le resultó posible. Una vez que comenzó a pensar en quién sería ese a quien escuchaba hablar en su habitación, ya no pudo dejar de escucharlo ni de pensar en lo que escuchaba. Si no recordaba mal, cosa que no hacía, estaba sólo. Claramente estaba sólo. Sin embargo, alguien le hablaba.
    Abrió los ojos, recorrió el lado de la habitación en el que miraba en ese momento antes de girarse poco a poco sobre el colchón hacia la otra dirección, la habitación se encontraba vacía. Se inclinó por fuera de la cama y miro debajo de ella, donde sabía que no podía haber nadie porque no hay espacio suficiente. De todas formas miró allí también.
    ―¿Qué pasa?
    Se sentó y se tapó los oídos con las manos, pero la voz seguía allí. Como el dinosaurio, pensó. Se levantó, esquivó por apenas unos milímetros el volver a golpearse el menique del pié con la pata de la cama, caminó tambaleándose hasta el baño y se miró en el espejo. Se encontró feo como siempre, más allá de eso y de las ojeras un poco más marcadas, nada parecía haber cambiado en lo que veía. Se lavó la cara, cepilló los dientes, escupió sangre como cada vez que se lastimaba las encías, pensó si tendría que bañarse o si podría hacerlo más tarde, cuando resolviera la molestia porque:
    ―Esto es una molestia.
    Pensó si alguien más podría escucharlo, pero no tenía a nadie a quien preguntarle en ese momento. Pensó también en que podría pedirle a alguien que viniera para comprobarlo, aunque eso no le aseguraría una respuesta adecuada. Además, había un detalle del que no terminaba de percatarse por completo, aunque desde que logró despertarse venía pensado en él en un segundo o tercer nivel de pensamiento.
    Diré “hola”, pensó y dijo:
    ―Hola.
    Pensó en repetir el experimento con otra palabra un poco más compleja y extraña que no cualquiera utilizara en la vida cotidiana común. Diré “avituallamiento”:
    ―Avituallamiento.
    Al escucharse ya no le quedaron dudas. La voz que escuchaba era la suya. Caminó por la habitación sacudiendo la cabeza creyendo que tal vez así lograría destaparse los oídos como esa vez en la playa en la que le entrara agua y se le taparon, tal vez por eso escuchaba todo como si estuviera a la distancia y en realidad escuchaba su voz porque en efecto estaba hablando, aunque sus labios no se movían. Podría ser eso o podría ser otra cosa. Claro que esto no se parecía en nada a lo que pasara en la playa. Sacudió la cabeza un par de veces más y dejó de hacerlo por temor a lastimarse las cervicales.
    ―No hay dudas.
    Soy yo, pensó. Y sí, soy yo. Pero saberlo y aceptarlo son cosas diferentes. Una cosa no implica la otra ni es una respuesta. No sé qué hacer, porque si es lo normal, pensaba mientras preparaba el desayuno, nunca nadie lo comentó antes y si no lo es, si no es lo normal, no sé qué es lo que hay que hacer para que se detenga y todo vuelva a ser normal. La leche en el fuego. No sé si tendría que ir a algún lugar a buscar respuestas. Atender para que no se hierva la leche. Es una única voz, es la mía, no son varias voces las que me hablan y me dicen qué hacer. Y no me habla, no me habló. Azúcar. Claro que una voz, donde antes no había ninguna, ya es suficiente.
    ―¿O no lo es?
    Genial, pensó. Ahora me hablo y me respondo solo. Sí que estoy mal. Mezcló el azúcar con el polvo para preparar infusión a base de café y jarabe de glucosa con colorante libre de gluten sin tacc hasta lograr una masa homogénea. Le molestaba el hombro otra vez, de seguro había dormido en mala posición nuevamente. Sentía el estómago revuelto como cada mañana, esta vez un poco más de lo normal, de seguro influenciado por la situación. El eco de una posible migraña, como las que aparecen cuando se encuentra rodeado de ruidos molestos, aunque se encontraba sólo en la cocina, también estaba presente. Esta molesta voz que no deja de acosarme, pensó. Se sentó a la mesa y luego del primer sorbo al café le agregó un poco más de azúcar. Debía pensar en alguna forma de detener eso que ignoraba cómo había comenzado, porque tal vez de saber cómo era que había comenzado podría saber cómo detenerlo, como solucionarlo, porque siempre existe esa posibilidad. Claro que no sabía cómo había comenzado, pero:
    ―¡Basta!
    Se quedó en silencio, con la mente en blanco mirando el café sin pensar en nada.
    Con la mente en blanco mirando el café sin pensar en nada.
    Con la mente en blanco mirando el café sin pensar en nada.
    Descargó con furia el puño cerrado contra la mesa, lo que hizo que la taza se volcara, como sabía que sucedería porque ya le había pasado antes y había pensado en ese momento antes de dar el golpe, así como pensó en lo endebles que eran las patas de ese modelo de mesa plegable, pero de todas formas necesitaba hacerlo, necesitaba dar ese golpe. El café se derramó y cayó sobre sus piernas y su entrepierna, sobre la silla y el piso, impulsándolo a levantarse de inmediato buscando alejarse del dolor. A la silla y al piso los ensució, a él lo quemó de una manera que no recordaba haberse quemado jamás en su vida. Ni siquiera esa vez en navidad, a los siete u ocho años, no, siete no, ocho años, con seguridad, cuando prendió mal una bengala y esta le quemó el pulgar izquierdo y tuvo que pasar el resto del verano esperando a que la enorme y dolorosa quemadura cicatrizara. Ni siquiera esa vez se había quemado tanto y ya ni siquiera podía distinguir la cicatriz en el dedo. Este dolor, el nuevo, el presente, el de ahora, era diferente, uno que sabía que duraría días, que no le dejaría dormir y lo único que haría en las largas noches de insomnio sería escucharse a sí mismo relatándole sus movimientos y sus pensamientos, cada pequeño cambio de posición, cada leve pensamiento. Y si de por sí ya le resultaba complicado dormir, a partir de esa misma noche todo se volvía una pura y simple:
    ―Mierda.
    Murmuró con lágrimas en los ojos. Lágrimas de dolor, pero también de impotencia y de bronca y de desesperación. Lágrimas que, al igual que la voz en su cabeza, no se detenían. Lágrimas reales, no fingidas como las de aquella vez en que pretendía convencer a

18 comentarios:

José A. García dijo...

Debe de ser una sensación terrible, pensó mientras escribía el comentario ene l blog...

Saludos,
J.

lunaroja dijo...

José, tus relatos tienen en general ese toque desolador que a veces puede traducirse en algo angustiante. Como este relato,que a priori es cotidianeidad pura,pero, logras convertirlo en un texto por momentos agónico, inexplicable y sin respuestas.
Me encanta como escribís.
Un saludo!

José A. García dijo...

Luna, no lo había pensado de esa manera, como desolador, angustiante o agónico, pero bien podría serlo mirado desde otra perspectiva.
Gracias por el comentario.

Saludos,
J.

Jose Casagrande dijo...

Si eso suele pasar, una vez me puse a escuchar las cosas que los enfermos de esquizofrenia escuchan y es bastante perturbados.... esas voces que son propias hablan...y mucho...y algunas son agresivas.

Agresivas.

Beauséant dijo...

Pensaba que el problema era no escucharse a uno mismo, pero no, ya veo que se es mucho más feliz sin escucharse :)

¿y ese corte final?

Doctor Krapp dijo...

Es jodida la soledad

Esta mañana tuvo cierta sensación parecida, incluyendo el habitual sangrado de encías, pero en este caso pude culpabilizar a la obra en el piso de al lado como motivo para despertarme de forma tan abrupta. Es más fácil echarle la culpa a otros, soltar como yo un grito y seguir luego durmiendo sin preocuparse de los ecos.

Saludos

lanochedemedianoche dijo...

Excelente el relato, es una situación que me suele pasar cuando tengo insomnio es aterrador todo lo que podemos albergar pensando.
Abrazo

Carlos Augusto Pereyra Martínez dijo...

Bueno, esos fantasmas emergen, precisamente cuando hay una vigilia, y luego intentamos seguir durmiendo plácidamente. Ya hay un eco, un fantasma que no nos deja dormir, peor que el insomnio. Un abrazo. Carlos

DULCINEA DEL ATLANTICO dijo...

Escucharse a uno mismo es desolador y tu protagonista sufre esa desolación y trata de entender el porqué.
Un saludo Jose A
Puri

mariarosa dijo...


Uyy... estás para el psiquiátrico...

No tendrás en tu casa una dimensión desconocida en un mundo paralelo, con otro José cohabitando contigo?

Saludos a los dos.

Frodo dijo...

Esa esquizofrenia paranoica a veces lo invade a uno cuando se despierta antes que el despertador, y quiere volver a dormirse rápido... pero no. Ahí está la vocecita del bocho laburando.

Gran final. La frase y el corte abrupto.
Lo felicito por esos finos detalles, Herr

Manuela Fernández dijo...

Un relato que nos sumerge en la angustia a la que puede llegar alguien, una angustia sin salida, sin fin. Da miedo pensar que todos podemos caer en ella.
Genial.
SAludos.

miquel zueras dijo...

A mí me pasa los contrario. Soy yo el que habla en sueños, y mucho. Tuve una pareja que me hacía preguntas y yo durmiendo le respondía y es que -ay- hablando en sueños no puedes mentir.
Muy buenas descripciones en tu relato, es genial.
Saludos!
Borgo.

Dyhego dijo...

Me recuerda una de esas noches de insomnio en que uno acaba hablando consigo mismo y no se sabe si te responde alguien distinto a ti.
Salu2, José.

La utopía de Irma dijo...

Más vale que al final queda esa sensación como lo que fue.

Abracines utópicos.-

Mara dijo...


Hola José. Yo creo que tienes una Alexa, je, je, una asistente virtual de esas que te responden a todo y no te acuerdas de apagarla. Buen en serio un buen relato.
Saludos.

María dijo...

Hasta dónde pueden llegar los fantasmas de la soledad.

Qué bueno está tu relato, qué bien lo has plasmado.

Un abrazo.

Ximena Candia dijo...

Me gustan tus cuentos, ese interiorismo y los juegos mentales quedan muy bien reflejados en tus textos.