Mientras desayunaba encendió la computadora y abrió un archivo del procesador de texto. Escribió una larga diatriba en contra de la necesidad de trabajar en lugares donde lo único que se logra es degradar a las personas, con sueldos magros y condiciones laborales paupérrimas que llevan al agotamiento y a la alienación de los trabajadores por el sólo hecho de que el sistema económico mundial no funciona más que para beneficiar a los que siempre han sido poderosos y que por eso es necesario que desde el momento mismo de nuestra concepción (porque para el nacimiento ya es demasiado tarde) se nos inculque el pensar que el trabajo dignifica y que debemos hacerlo en todo momento y que el mejor destino para un trabajador no es otro que el ser encontrado por la muerte cumpliendo con su trabajo y morir, claro, con una sonrisa.
Terminó de escribir, chequeó la ortografía y la coherencia, lo releyó dos veces y luego lo borró mientras tomaba un sorbo de café.
Miró el reloj y volvió a escribir un largo párrafo señalando esta vez los problemas que representan las redes asociales para el normal desarrollo de la sociabilidad de las personas, más allá de la diferencia de edad, escala social, género o cualquier otra categoría que quisiera aplicárseles precisamente por la utilización indiscriminadas de esas mismas categorías y sus diversas etiquetas a partir de la cual dividir a las personas en grupos de interés cada vez más pequeños hasta llegar el momento en que nos percatamos en que estamos ayudando a una inteligencia artificial (un mero algoritmo) a desarrollar sus propias capacidades mientras atrofiamos las nuestras. El lenguaje es la primera de ellas, la posibilidad de razonar la siguiente, la empatía, el aceptar que pueden existir seres que piensen de manera diferente y un largo etcétera en el que nadie parece reparar seguían en la lista.
Terminó de escribir, chequeó la sintaxis, que necesitaba correcciones serias al igual que el lenguaje utilizado, lo releyó dos veces y luego lo borró acabándose la taza de café.
Masticando la última tostada escribió una crítica a la campaña política del momento y la descarada utilización de las necesidades de las personas con fines electorales, el clientelismo descarnado, el reparto de beneficios buscando la mayor cantidad de votos posibles sin importar lo que tenga que prometerse a cambio debido al futuro olvido de las promesas hechas otra vez, los ataques personales sobre los candidatos opositores o del propio espacio partidario, los escándalos de corrupción, el cohecho, el tráfico de influencias, los negociados con fondo públicos, la obras que nunca llegan a cumplirse, las que se inauguran más de una vez aunque sigan sin estar acabadas, y de cómo al final del espectáculo, luego de contados los votos (en el caso de que en verdad se los cuente) siempre terminan siendo los mismos los que gobiernan porque son quienes mueven los hilos y los resortes y lo único que ha cambiado es la cara o el nombre de quien dice gobernar.
Terminó de escribir, chequeó la cohesión de las frases y la correcta utilización de la puntuación, lo releyó dos veces y lo borró acabándose la taza de café.
Miró el plato de las tostadas y la taza de café, ambos vacíos por igual y siendo casi la hora en que tenía que salir, pero no podía olvidarse de lo más importante. Por eso escribió un fuerte descargo contra esas falsas amistades que sólo aparecen para aprovecharse del otro, como esos excompañeros del colegio, del liceo, de la universidad, del trabajo anterior, o de donde fuera y que llevamos más de diez, quince o veinte años sin verlos y de un día para otro, y a pesar de que no tenemos cuentas en las redes asociales para que no ocurran este tipo de cosas, dan con nosotros y nos invitan a ser nuestros propios jefes y a decidir nuestros horarios de trabajo participando de una supuesta rueda mágica de la fortuna en la que sólo podemos ingresar pagando de antemano y obligando luego a otras tres, cinco o siete personas más a entrar en la misma rueda mágica porque no hay otra forma de que se genere dinero si no es obligando a otros a darlo para ingresar a la misma rueda mágica que siempre que gira beneficia a otros que no sabemos quiénes son, y nosotros siempre debemos verlo todo desde afuera.
Terminó de escribir, lo leyó, suspiró, lo borró y apagó la computadora.
Habiéndose liberado de todo ese veneno se sentía un poco más aliviado, un tanto mejor consigo mismo. Estaba listo para enfrentar las dieciséis horas de atención al cliente de ese día.
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En la Revista Lenguas de Fuego (España) se ha publicado el cuento Nata.
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19 comentarios:
Sin lugar a dudas algunos trabajos son peores que otros.
Saludos,
J.
Muy bueno, cada uno se desahoga como puede. Hablar a los gritos frente al espejo también es bueno.
Saludos José.
Habría funcionado mejor como catarsis, como descarga para la frustración, el haber guardado todos esos textos.
Saludos.
¨Algoritmo¨, palabrita de moda que tiene el poder de bloquear mi cerebro.
Buen texto.
Un saludo José
La rutina es identica dia tras dia, una especie de ciclo sin fin, que se hereda de padre a hijo, continuando de generacion en genaracion esta horrenda maldicion
No iba equivocado.
Cuando uno acaba de escribir lo que ha de hacer es: revisar, revisar y revisar. Siempre encontrará faltas y errores, y quizá se de cuenta que lo que ha escrito no vale un pimiento.
A la papelera ¡
salut
Yo creo que el mayor problema es precisamente ese, el del protagonista, que a pesar de todas la verdades que escribía se quedaban en humo. Pero bueno desahogarse está bien, sobre todo para poder lidiar con clientes durante dieciséis horas.
Muy buena entrada! Enhorabuena.
Beso grande y que tengas una buena jornada.
Pues sí, hay trabajos mejores y peores, todo tiene que ver con el talante con el que se desempeñan, la relación que se establece con compañeros o jefes, las condiciones laborales...Lo que sí que es cierto es que el sistema está pensado para "estrujarnos" y sacarnos hasta la última gota de productividad... La cuestión es hasta donde estamos dispuestos/as a llegar.
Saludos
Buen texto.
Escribir libera y esa es una función que le llena de sentido. Alguien escribió una vez que no entendía porque se decía literatura de evasión de forma despectiva, con lo importante que es poder evadirte de la realidad hacia un mundo alternativo.
Saludos
En estos tiempos que vivimos donde no hay manera de salir de la sobrecarga laboral, quizás sea la única manera de drenar (diría Freud) esa pulsión. Un abrazo.
Carlos A.
a mi me pasa eso con las cosas del afecto. Escribo horribles poemas sin ritmo y me saco las angustias de la sesera.
Tus relatos siempre dejan esa sensación de haber pasado un rato absolutamente absortos en el texto.
Saludos.
El clásico borrón y cuenta nueva.
Saludos.
Probablemente se quería borrar a sí mismo, pero de haberlo hecho no habría más escritos para borrar. Así pasa con los verdugos.
Las pulsiones del protagonista me recuerdan un refrán que dice "El Infierno está empedrado de buenas intenciones" [Este pobre hombre debería hacer algo más que solipsismos antes de ir a trabajar; debería como dicen los hindúes "matar a la vaca que le alimenta" y empezar de cero. Es un riesgo, pero al menos es "Acción"
Recibe Mis Admirados Saludos.
Y uno siempre cree que tiene el peor laburo.
Cuidado porque siempre quedan los borradores en algún lugar. Algún hacker puede encontrar ese veneno.
Abrazos, y buen fin de semana.
La seguimos
Escribe y quema ... escribe y grita ... escribe y rompe
Escribe, escribe, escribe ... no dejes de hacerlo
Es una buena forma de drenar todo ese "veneno"
Siempre un placer, José
es bueno organizar la rabia y tener claro quiénes son nuestros enemigos.. sospecho que algún día, en vez de borrar, pulsará publicar :)
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