sábado, 21 de agosto de 2021

Golpe a golpe

Luego de cada golpe recibía como réplica un golpe igual, en fuerza, dirección y velocidad que lo dejaba sin aire tan rápido que, al igual que su oponente, apenar era capaz de recuperarse. Era la primera vez que le pasaba algo semejante en años de carrera.
    El lugar estaba atestado de gente que gritaba, coreaba, insultaba y festejaba alternativamente ante cada movimiento que se producía dentro del cuadrilátero, pero aunque sabía que estaban allí, no los veía y, en realidad, tampoco los escuchaba. Sólo sabía que ese ruido, como un rumor más o menos lejano, era el público que había ido a ver la pelea, que había ido a verlo ganar una vez más, que quería un espectáculo y él pretendía dárselos.
    Al menos era la intención, porque los tres minutos del round ―¿Cuál era? ¿El tercero? ¿El octavo?― se eternizaban en fintas, golpes cortos, un paso al frente, cubrirse el lateral, intentar otro golpe corto y un paso atrás antes de otra finta, sintiéndose cada vez más agotado sabiendo que no se rendiría, que nunca lo haría, sino que debía continuar.
    Tendría que ser una pelea fácil, rápida, sencilla, pero cada cosa que hacía era replicada, calcada, por su oponente y se sentía como si se estuviera castigando a sí mismo. Los primeros golpes de ese round ―¿O fueron en el anterior?―, directos a la mandíbula, pero sin la fuerza adecuada para noquearse, los habían dejado bastante atontados. Así y todo él se mantendría en pié, vendería cara su derrota o ganaría por cansancio. No se rendiría, no se entregaría.
    Finta, golpear, cubrirse, finta, cubrirse, golpear, como un mecanismo. Debería ser fácil. Debe ser culpa de los guantes nuevos, del público que no grita lo suficiente ―y por eso no se lo escucha― las luces, el sabor desagradable del agua más parecida a sudor rancio que a otra cosa, el gajo de naranja reseco, la edad, la época del año, el precio del dólar, cualquier excusa, o todas ellas, no eran suficientes para explicar nada de todo eso.
    Cubrirse, finta, golpe, finta, cubrirse, golpe. Ahí estaba otra vez. A cada finta otra finta como respuesta. A cada golpe, otro golpe, el mismo gesto de agotamiento, casi que de dolor. Pero no se puede mostrar dolor, allí no. Ni ahora ni nunca.
    Izquierda, derecha, izquierda, izquierda, derecha, izquierda. Pero la puta madre, responde con los mismos golpes, los mismos movimientos.
    Por suerte estaban en el medio del ring, porque cuando avanzaba un paso su oponente retrocedía, y cuando su oponente avanzaba era él quien debía retroceder, como si la pelea tuviera lugar sobre una única baldosa. Las cuerdas estaban bien lejos, fuera del alcance ―¿Tanto falta para la campana?
    Finta, amague, golpe, cubrirse, golpe, finta. Y la gente de mierda, ese público mediocre que deja de gritar, que mira en silencio, que no comprende lo que pasa porque él tampoco lo entiende y no sabe si esa misma sonrisa que se adivina en el rostro de su oponente se encuentra también en el suyo. No lo sabe, no le interesa ni le importa. Hay que seguir hasta que suene la campana.
    Izquierda, derecha, derecha, derecha, izquierda, derecha. No abrazarse, bailar y confundir con los movimientos de los pies, la misma técnica, como si estuviera frente a un maldito espejo. Pero no, esto dolía bastante más.
    ¿Cuánto falta para la campana?
    Finta.
    Golpe.
    Cubrirse.
    Izquierda.
    Izquierda.
    Derecha.
    Izquierda.
    Cómo duele el pecho.
    Finta.
    Golpe.
    Izquierda.
    Izquierda.
    Cubrirse.
    Derecha.    
    ¿Por qué ahora?
    Izquierda.
    Cubrirse.
    Finta.
    Golpe.
    Cubrirse.
    ¿Cuánto falta para la campana, mierda?


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16 comentarios:

José A. García dijo...

Algunos rounds siempre parecen interminables.

Saludos,
J.

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Que buena pregunta.
Saludos.

mariarosa dijo...

Seguramente deben ser interminables para los que están en el ring y más cuando ya no se es joven.
Me recordaste a "Por un bistec" de J. London.

Muy buen relato.

mariarosa

Tot Barcelona dijo...

Hay quien ha nacido para fajador, no debemos olvidarlo.
Un abrazo

Amapola Azzul dijo...

Bien conseguida la atmósfera, y la impaciencia y la sensación de fortaleza y dureza.

Besos.

lunaroja dijo...

Te leo sumida en el desasosiego del boxeador que no puede más, al límite vital.
Excelente, uno de tus relatos más potentes!
Saludos.

Tinta en las olas dijo...

Hola, me estaba causando ansiedad, has conseguido que entrará en ese cuadrilátero. Saludos

Jose Casagrande dijo...

Alguna vez me noquearon, es raro puedo pensar que 'de repente' apareci en el piso, no sabia que estaba peleando, parecia como si todo estuviera en una perspectiva incorrecta. En el ring toda nocion de mundo desaparece.

Por que esta uno alli dandose golpes con un desconocido, meramente por dinero?

Sera que la gente de la esquina, los asistentes y tecnico, son unos pillos que lo animan a uno a meterse en un cuadrilatero a sabiendas de que uno va a perder?

Guillermo Castillo dijo...

El ataque es sólo la mitad del arte del boxeo, digo yo, un inexperto pugilista de la vida.
Saludos dejo.

Rajani Rehana dijo...

Super blog

Ginebra dijo...

Nunca entendí ese deporte, la verdad. Me causa estrés y ansiedad.
Saludos

Luiz Gomes dijo...

Boa tarde. É um tipo de esporte olímpico que eu gosto muito.

Alexander Strauffon dijo...

Todo un ambiente de acciòn ahì entonces, estimulante.

Me gusta el box, siempre pensè en practicarlo pero nunca lo hice; en vez de eso escogì el karate.

Carlos Augusto Pereyra Martínez dijo...

En el ring no hay el otro. SE confunden las ambiciones y los golpes. Un abrazo. Carlos

Mi nombre es Mucha dijo...

Me gustaba Monzón y la Susana bella Gimenez saludos

Frodo dijo...

Qué inquietante, algunos han imaginado así al infierno.

A veces es preferible recibir una buena trompada, para saber al menos a qué jugamos

Abrazos Herr