Las ancianas del poblado que decían haberlo visto partir repetían que al hacerlo montaba un caballo color de la sangre. Repetían también que los corceles de ese color no existen, pero cuando lo hacen sólo tiene un motivo de ser. Guardaban silencio sobre ese motivo, pero uno podía suponer que se referían a que sólo quienes salían de nuestras tierras tendrían la posibilidad de ser recordados.
Partió, y su recuerdo no hubiera sido más que una mención al pasar de no haber sido porque un día regresó como quien regresa del peor de los inviernos, de la tierra de los muertos o de una guerra. Agotado, sediento, hambriento, cubierto por el polvo de cada camino que recorriera en su regreso. Venía precedido por el oprobio de ser un proscripto, perseguido y despreciado por todos, incluidos nosotros, su propio pueblo, cuando nos enteramos que pretendía esconderse de toda persecución en las antiguas tierras de su heredad.
Eran tantos los rumores que se contaban sobre sus acciones, sus batallas, sus hazañas y venganzas, así como los de las traiciones, las derrotas y su miedo, que nadie sabía en qué de todo eso creer o cuántas vidas diferentes había vivido en los años que pasara lejos. Por algo de todo eso, si es que no por todo, se había hecho merecedor de aquella persecución que no se detendría hasta verlo muerto, deshonrado o algo peor.
Fue una suerte el que no se quedara demasiado.
Un incendio voraz que comenzó en sus tierras, destruyó las cosechas, las casas y las vidas de varias familias. En medio del humo y la destrucción, cuando a lo lejos comenzaba a escucharse el galope de sus perseguidores, huyó.
Luego de su paso poco a poco regresamos a nuestras costumbres. Removimos las cenizas, enterramos a los muertos, borramos las huellas de los perseguidores; sólo quedaron algunas anécdotas sobre su presencia con las que entretenerlos en las largas noches sin luna, cuando la oscuridad parece infinita, eterna e invariable como la vida misma. Las cosechas fueron buenas y suficientes algunos años, no tanto en otros, incluso en alguno de ellos, el hambre marcó nuevamente nuestra piel.
Esas ancianas que contaban haberlo visto partir en aquel corcel del color de la sangre partieron a su vez, solo que corcel alguno se las llevó, simplemente murieron cuando les correspondía hacerlo. Las doncellas que lo vieron huir la segunda vez que se alejara de nuestras tierras se volvieron ancianas antes de que, una vez más, regresara a nosotros.
Volvía ahora como conquistador, como vencedor de mil batallas, dueño y señor de vidas y haciendas, conductor de hombres, general de ejércitos victoriosos, líder de uno de los reinos más bastos y extensos, constructor de puentes, caminos, fortalezas, puertos y establos por doquier, ciudades por docenas y pueblos en tal cantidad que nadie podría mencionarlos; volvía ahora como un muerto que ansía descansar en la tierra de sus padres. Tierras baldías, perdidas en el medio de la nada, donde solo una lápida marcaría que allí yacía un hombre, porque no podíamos hacer más por él y porque los conquistados, los vencidos, los que tienen un amo y un señor, los soldados de los ejércitos victoriosos, los líderes de los bastos y extensos reinos, los habitantes de innumerables pueblos y ciudades que recorren los puentes, los caminos, las fortalezas, los puertos y los establos, tampoco lo harían.
Con el arte que alguna vez aprendimos tallamos en la roca cuanto sabíamos de su vida: Nacido, olvidado, recordado, vuelto a olvidar.
Pero el detalle de su nombre continuaba, y continuaría por siempre ausente.
17 comentarios:
Como envidio a los que siempre obtienen lo que quieren...
Saludos,
J.
Pasaba por acá y me pareció interesante la historia contada
Algunos, ni siquiera sabemos que queremos
Abrazos
Y yo, JOSÉ A GARCÍA, a los que saben lo que quieren.
Un saludo.
Salut
Que dejen de perseguirlos a ellos, dramáticos, no se fijan en estas letras?
Un magnífico relato que deja ese gusto a querer saber más.
Me encanta como escribís.
Un saludo.
¡¡Que bien escribís José!!
Una historia que como un circulo termina donde comenzó, como debe ser.
Muy buen trabajo.
mariarosa
da igual lo que hagamos, siempre nos espera el olvido... no es cierto, me dirás y me hablarás de estatuas, de grandes avenidas, espera cien años, aguarda mil años y verás... ellos también serán olvido.
Del estupendo relato sacaría: nada más desafiante para el olvido que la gloria,
Un abrazo. Carlos
Así son las leyendas, con colores imposibles pero reales. Saludos José.
Doy fe de que no existen los corceles rojos, puede que esas ancianas lo confundieran con una capa castaña o alazana, si me apuras; pero rojo no.
Bonito relato, me ha recordado a Allan Poe, fíjate, he pensado que ese hombre podía ser un vampiro (por lo visto, tampoco existen).
Saludos
Fabulous blog
Ese caballo color sangre es una imagen genial al visualizarse.
Me gusta ese sustrato mítico del relato y he pensado en Pedro Páramo e incluso en esos mundos de García Márquez.
Un saludo
Es lo que me temo, la gente se olvida de quienes somos, incluso en vida .... ya me estan olvidando.....
Al menos el caballero de la historia encontro en donde ocuparse, se empleo como conquistador y jinete y eso ya es algo.
José: Eso es lo que se llama una envidia sana.
Gla: Entonces gracias por pasar y comentar. Casi nadie sabe lo que quiere, el tema es saber fingir hasta encontrarlo.
Tot Barcelona: Todos envidiamos a alguien.
Santiago: Nadie se fija en las letras, por eso hay tantas faltas de ortografía.
Luna Roja: La imaginación siempre está disponible. Gracias.
María Rosa: Una buena historia en círculo, que no muera en el intento, es muy difícil de lograr. Así que gracias por el comentario.
Beauséant: De una forma u otra todos terminaremos olvidados. Menos…
Carlos Augusto: Y dónde conseguir un caballo de ese color…
Beatriz: Las leyendas siempre son reales, aunque no creamos en ellas.
Julio David: Ni a nadie que le interesara lo que tenía.
Ginebra: Tal vez era de otro color, pero el recuerdo estaba teñido por el dolor.
Rajani: Thank you.
Alexander Strauffon: Una buena historia siempre debe empezar con una imagen fuerte.
Dr. Krapp: Gracias por la comparación con Rulfo, no me la esperaba y me hace sentir que algo bien tiene el relato.
José Casagrande: Hay quienes se olvidan sí mismos, ¿cómo no iban a olvidar a los demás?
Nos leemos.
Saludos,
J.
El caballo pura sangre fue el verdadero protagonista de esta historia. Si´
Un abrazo José
El color de los caballos es un invento mitológico, como Sleipnir o como el blanco que cruzó los Andes.
Abrazos, Herr J.
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