Los preparativos para que el buque dejara el puerto de Colonia duraron aproximadamente una eternidad y un día, si es que no más, desde que se cerraran las puertas hasta que finalmente comenzó a alejarse del muelle.
Sin importar la cantidad de veces
que se repitió el aviso por el sistema de sonido para que no hubiera niños
corriendo y gritando por las cubiertas ya que resultaba por demás peligroso,
por lo que debían estar sentados, en lo posible junto a sus progenitores, aparentemente
nadie pareció escuchar el mismo. Esta situación de peligro inminente también servía
para justificar el que las ventanas fueran estancas.
A lo anterior hay que sumarle la
música de ascensor, o de película erótica de bajo presupuesto de la década de
1970, que acompañaba nuestro lento y acompasado desplazamiento, aunque
resultaba una percepción relativa porque sabía que el barco avanzaba más rápido
de lo que aparentaba, solo que no lo suficiente. Tampoco resultaba cómoda la
cercanía de tantas personas, pero esto nunca ayuda para nada a nada, sabía que
este tipo de itinerarios carecían de cualquier instante de tranquilidad; fui un
iluso al suponer que en esta oportunidad podría ser diferente en algún mínimo
detalle.
Lo más llamativo resultó ser, una vez más, el diminuto free
shop con el que contaba el barco, como si de verdad estuviéramos haciendo
un viaje internacional y no simplemente cruzando un río que separaba dos
países. Me sorprendió a la ida tanto como a la vuelta porque en ninguno de los
dos casos entendí su razón de ser, pero quiénes contaban con dólares
suficientes en sus bolsillos para gastarlos sí lo entendían, y lo hacían muy
bien, porque el minúsculo espacio lleno de perfumes, botellas de whiskey,
relojes, pequeñas joyas y objetos decorativos de poca monta —porque
no, no eran artísticos—, se inundó rápidamente. Ni por casualidad había allí un
libro o alguna cosa similar, y aunque se diga y repita que “no hay documento de
cultura que no lo sea, al tiempo, documento de barbarie”, allí solo encontraba
barbarie sin más.
—Seguro que son argentinos —pensé
mirándolos gastar algo que ellos tenían y que yo carecía y que, de haberlo tenido,
tampoco habría querido gastar allí.
Volví al pequeño exilio de la
ventana del rincón, al fondo del buque, donde pocos querían ir —la música se
escuchaba mucho menos e incluso las luces parecían no iluminar tanto las
paredes que no estaban del todo blancas—, donde el viaje se hacía más llevadero
con las cinco o seis personas que fuimos recompensadas con el descubrimiento de
ese sector de la cubierta. La recompensa llegó un par de horas después —también
podrían haber sido siglos— cuando el barco entró en el puerto de Buenos Aires y
se descubrió que en ese sector se encontraba la única puerta habilitada para el
descenso de los desesperados pasajeros.
Pero faltaba tanto para eso que lo
único que pude hacer fue recostarme en una de las butacas que resultaban ser
mucho más cómodas que las anteriores sillas de plástico y fingirme, con un
libro cerrado sobre las rodillas, un poco más intelectual que el resto de los molestos
y ruidosos pasajeros.
Sin embargo, a pesar de mi firme propósito,
luchar contra los párpados que pretendía cerrárseme fue mi pequeña y breve odisea
personal.
14 comentarios:
Mientras nos acercamos al final de estas "divertidas" crónicas, blogger no deja de hacer de las suyas...
Saludos.
Nos leemos,
J.
Poco a poco voy haciendome a la idea.
Un saludo
Salut
Un abrazo.
Detalloso relato.
Boa tarde meu querido amigo José. Obrigado pela crônica maravilhoso. Aproveito para agradecer a visita e carinho.
A mi me ha resultado interesante porque segun parece esa franja que separa a los Charruas de los Argentinos es como un lugar mitico y magico.
Es pues un espacio pleno de historias a lo largo del tiempo que hayan existidos esas interacciones entre los dos paises.
Cuántas entradas hiciste del viaje a Uruguay? O fue mas de un viaje ja. Y yo que todavía no fui. Tengo muchas ganas además de poder traerme una camiseta de Peñarol. Saludos.
José: Es así, la tecnología está en nuestra contra.
Tot Barcelona: Poco a poco es la mejor forma de hacerlo, si no es la única.
Amapola Azzul: Gracias.
Luiz Gomes: Gracias por la visita y tus palabras, Luis.
José Casagrande: Es un lugar mítico y mágico, pero una vez que pisas tierra todo vuelve a ser mundano, real, humano…
JLO: Es una suerte de mashup de varios viajes para hacer un relato coherente y “atractivo”, pero ya estamos llegando al final.
Saludos!
J.
Uruguay ha dado mucho de sí! Estas crónicas Charrúas serán históricas!
Un saludo.
Los viajes siempre son interesantes, incluso observar desde un butacón al pasaje escandaloso y bullicioso.
Un saludo
Las historia navegan ríos y sueños.
Abrazo
¿Y una islita en medio de los dos países? Nunca sería como lo de las Malvinas y aquella guerra triste.
Saludos
Que podamos distinguir a los argentinos (incluso de uruguayos) habla tan mal y tan bien de nosotros, que la mezcla de orgullo y asco invade estas últimas crónicas.
Al infierno me lo imagino como un free shop, el peor castigo sería que me dejaran por la eternidad en uno de ellos, viendo como la gente los recorre.
Abrazos
Luna Roja: Uruguay ha dado también mucho más que quedó fuera de las crónicas…
Ginebra: Eso sirve como análisis sociológico, sin dudas.
La Noche de Medianoche: Seremos navegantes.
Dr. Krapp: Hay varias, pero por acuerdo tácito no las nombramos.
Frodo: Sin dudas, orgullo y asco, pero no siempre en proporciones similares. En cuanto al infierno como sucursal de freeshop, sería peor que todo lo que pensó Dante, sin dudas.
Nos leemos,
J.
Yo digo que los turistas eran mexicanos ¨nuevos ricos¨. Una pena pero es así... creo.
Un abrazo José
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