sábado, 15 de mayo de 2021

Crónicas Charrúas # 23

Los preparativos para que el buque dejara el puerto de Colonia duraron aproximadamente una eternidad y un día, si es que no más, desde que se cerraran las puertas hasta que finalmente comenzó a alejarse del muelle.

            Sin importar la cantidad de veces que se repitió el aviso por el sistema de sonido para que no hubiera niños corriendo y gritando por las cubiertas ya que resultaba por demás peligroso, por lo que debían estar sentados, en lo posible junto a sus progenitores, aparentemente nadie pareció escuchar el mismo. Esta situación de peligro inminente también servía para justificar el que las ventanas fueran estancas.

            A lo anterior hay que sumarle la música de ascensor, o de película erótica de bajo presupuesto de la década de 1970, que acompañaba nuestro lento y acompasado desplazamiento, aunque resultaba una percepción relativa porque sabía que el barco avanzaba más rápido de lo que aparentaba, solo que no lo suficiente. Tampoco resultaba cómoda la cercanía de tantas personas, pero esto nunca ayuda para nada a nada, sabía que este tipo de itinerarios carecían de cualquier instante de tranquilidad; fui un iluso al suponer que en esta oportunidad podría ser diferente en algún mínimo detalle.

Lo más llamativo resultó ser, una vez más, el diminuto free shop con el que contaba el barco, como si de verdad estuviéramos haciendo un viaje internacional y no simplemente cruzando un río que separaba dos países. Me sorprendió a la ida tanto como a la vuelta porque en ninguno de los dos casos entendí su razón de ser, pero quiénes contaban con dólares suficientes en sus bolsillos para gastarlos sí lo entendían, y lo hacían muy bien, porque el minúsculo espacio lleno de perfumes, botellas de whiskey, relojes, pequeñas joyas y objetos decorativos de poca monta —porque no, no eran artísticos—, se inundó rápidamente. Ni por casualidad había allí un libro o alguna cosa similar, y aunque se diga y repita que “no hay documento de cultura que no lo sea, al tiempo, documento de barbarie”, allí solo encontraba barbarie sin más.

            —Seguro que son argentinos —pensé mirándolos gastar algo que ellos tenían y que yo carecía y que, de haberlo tenido, tampoco habría querido gastar allí.

            Volví al pequeño exilio de la ventana del rincón, al fondo del buque, donde pocos querían ir —la música se escuchaba mucho menos e incluso las luces parecían no iluminar tanto las paredes que no estaban del todo blancas—, donde el viaje se hacía más llevadero con las cinco o seis personas que fuimos recompensadas con el descubrimiento de ese sector de la cubierta. La recompensa llegó un par de horas después —también podrían haber sido siglos— cuando el barco entró en el puerto de Buenos Aires y se descubrió que en ese sector se encontraba la única puerta habilitada para el descenso de los desesperados pasajeros.

            Pero faltaba tanto para eso que lo único que pude hacer fue recostarme en una de las butacas que resultaban ser mucho más cómodas que las anteriores sillas de plástico y fingirme, con un libro cerrado sobre las rodillas, un poco más intelectual que el resto de los molestos y ruidosos pasajeros.

            Sin embargo, a pesar de mi firme propósito, luchar contra los párpados que pretendía cerrárseme fue mi pequeña y breve odisea personal.

14 comentarios:

José A. García dijo...

Mientras nos acercamos al final de estas "divertidas" crónicas, blogger no deja de hacer de las suyas...

Saludos.
Nos leemos,

J.

Tot Barcelona dijo...

Poco a poco voy haciendome a la idea.
Un saludo
Salut

Amapola Azzul dijo...

Un abrazo.
Detalloso relato.

Luiz Gomes dijo...

Boa tarde meu querido amigo José. Obrigado pela crônica maravilhoso. Aproveito para agradecer a visita e carinho.

Jose Casagrande dijo...

A mi me ha resultado interesante porque segun parece esa franja que separa a los Charruas de los Argentinos es como un lugar mitico y magico.

Es pues un espacio pleno de historias a lo largo del tiempo que hayan existidos esas interacciones entre los dos paises.

JLO dijo...

Cuántas entradas hiciste del viaje a Uruguay? O fue mas de un viaje ja. Y yo que todavía no fui. Tengo muchas ganas además de poder traerme una camiseta de Peñarol. Saludos.

José A. García dijo...

José: Es así, la tecnología está en nuestra contra.

Tot Barcelona: Poco a poco es la mejor forma de hacerlo, si no es la única.

Amapola Azzul: Gracias.

Luiz Gomes: Gracias por la visita y tus palabras, Luis.

José Casagrande: Es un lugar mítico y mágico, pero una vez que pisas tierra todo vuelve a ser mundano, real, humano…

JLO: Es una suerte de mashup de varios viajes para hacer un relato coherente y “atractivo”, pero ya estamos llegando al final.

Saludos!

J.

lunaroja dijo...

Uruguay ha dado mucho de sí! Estas crónicas Charrúas serán históricas!
Un saludo.

Ginebra dijo...

Los viajes siempre son interesantes, incluso observar desde un butacón al pasaje escandaloso y bullicioso.
Un saludo

lanochedemedianoche dijo...

Las historia navegan ríos y sueños.
Abrazo

Doctor Krapp dijo...

¿Y una islita en medio de los dos países? Nunca sería como lo de las Malvinas y aquella guerra triste.

Saludos

Frodo dijo...

Que podamos distinguir a los argentinos (incluso de uruguayos) habla tan mal y tan bien de nosotros, que la mezcla de orgullo y asco invade estas últimas crónicas.

Al infierno me lo imagino como un free shop, el peor castigo sería que me dejaran por la eternidad en uno de ellos, viendo como la gente los recorre.

Abrazos

José A. García dijo...

Luna Roja: Uruguay ha dado también mucho más que quedó fuera de las crónicas…

Ginebra: Eso sirve como análisis sociológico, sin dudas.

La Noche de Medianoche: Seremos navegantes.

Dr. Krapp: Hay varias, pero por acuerdo tácito no las nombramos.

Frodo: Sin dudas, orgullo y asco, pero no siempre en proporciones similares. En cuanto al infierno como sucursal de freeshop, sería peor que todo lo que pensó Dante, sin dudas.

Nos leemos,

J.

la MaLquEridA dijo...

Yo digo que los turistas eran mexicanos ¨nuevos ricos¨. Una pena pero es así... creo.


Un abrazo José