domingo, 28 de marzo de 2021

Esa Mujer

Esa mañana no hice más que levantarme para correr la pesada cortina de terciopelo que cubría la ventana de la habitación en la que me encontraba y verla. Había una señora parada junto a la puerta de la casa, muy cerca del portón de la pesada reja. Vaya uno a saber desde qué hora se encontraba allí, porque le había quitado el badajo a la campana y por más que tirara y tirara de la cuerda, jamás lograría hacerla sonar para avisar de su presencia.
    Era una suerte que cuando con la primera taza de café del día en mi mano abrí la cortina, no miraba en mi dirección sino hacia la calle; aunque tampoco puedo decir que no me haya visto, ya que podría estar ignorándome por alguna razón que no comprendo, tal y como no comprendo que es lo que hacía esa mujer allí. ¿Quién es? ¿Quién la envió? ¿Qué es lo que quiere de mí?
    Mirándola con detenimiento, con su abrigo de imitación piel, su pequeño bolso de charol de seguro haciendo juego con unos zapatos que no llegaba a ver, y ese peinado tan de otra época, no parecía ser uno de esos vagabundos que recorren las tortuosas calles de la ciudad pidiendo una limosna, alejándose de quienes les ofrecen algún tipo de trabajo con el cual ganarse esa limosna que ansían. Siempre pelándose entre ellos por un trozo de pan húmedo. Los he visto, sí, en mis sueños, porque nunca salgo de la casa durante la noche; pero sé que son reales. Tan reales como esa señora que sigue de pie allí, en la misma baldosa de la vereda, moviéndose apenas para desplazar el peso de su cuerpo de una pierna a la otra y luego a la inversa.
    Tal vez espera mi llegada creyendo que no me encuentro en la casa. Pero yo no la espero a ella. Ni siquiera sé quién es, mucho menos qué es lo que quiere. Y, claro, en mis planes no está ir a preguntarle, al contrario, debería pensar en concentrarme en los asuntos que corresponden para ese día. Pero no puedo dejar de mirarla en esa posición tres cuartos de perfil con la que sé que mira a mi ventana.
    Si aún quedara alguno de los numerosos e ineptos criados que supe tener antaño, podría enviar a uno de ellos a preguntar cuáles son las intenciones de esa mujer al quedarse junto a mi puerta. Pero han huido todos y cada vez es más difícil encontrar quien quiera ocuparse de esos trabajos gracias a las habladurías que han diseminado sobre mí persona, el mal que me aqueja y las extravagancias que se asocian a mi linaje —todas burdas mentiras—. Desde entonces vivo solitario y prácticamente recluido en una casa en la que mis pasos resuenen con incontables ecos a lo largo de los extensos pasillos y las innumerables habitaciones que alguna vez supieron estar ocupadas y llenas de vida y nunca visito. Si tengo que dejarme llevar por lo que me han contado las ratas del sótano, soy el único que queda de mi estirpe. Pero me es difícil creerles porque en las noches de tormenta ruidos de pasos y quejidos llegan desde donde se encontraría el desván, por lo que después de todo no debo de ser el único en la casa.
    Y ahora, la tranquilidad de mi soledad se interrumpida: ¿Qué quiere esa señora?
    —¿Qué es lo que quiere de mí vieja bruja endemoniada? —le gritaría por la ventana si no fuera porque mis gritos atraerían otra vez a las autoridades y perdería la tranquilidad del día envuelto en cuestionamientos y explicaciones que no quiero dar. Pero es cierto que me gustaría saber qué es lo que quiere vieja bruja endemoniada, no tengo dudas de que eso es lo que es, una vieja bruja endemoniada que me ha encontrado y quiere obtener algo de mí.
    Desde que la descubrí no puedo dejar de mirarla aún sabiendo que tengo miles de asuntos que atender, manuscritos que acomodar, anotaciones que acabar, libros que leer, actualizaciones de mis estados en cada red asocial. Tantas, tantas cuestiones y, sin embargo, aquí estoy, mirando por la ventana lo que esa señora hace junto a mi puerta. Y es bien poco lo que hace porque apenas se ha movido en las últimas horas desde que se apoyó y acomodó contra la reja como si estuviera dispuesta a esperar por el resto del día o de la eternidad. Me duelen los ojos, las articulaciones, los huesos, los músculos, las venas y la sangre que por ellas fluye de tanto estar aquí, mirándola. Y ella, como si nada, continúa junto a la desvencijada puerta de rejas de mi propiedad. Debería ser ilegal el molestar al agente decente como uno de esa manera.
    —¡Maldita bruja endemoniada, vete de una vez! —grito en silencio mientras no golpeo la ventana con el puño en señal de frustración. No sé qué otra cosa hacer. Tengo hambre a pesar del café. Debería salir por provisiones, pero no quiero enfrentarla, no quiero hablar con nadie, no quiero interactuar más de lo necesario. No me hace falta, solo necesito que se vaya, que se aleje, que no vuelva jamás.
    Mi vejiga se encuentra a punto de estallar. No debería de haber tomado todas esas tazas de café, una detrás de la otra sin pausa; pero eran necesarias estar alerta, para controlar que esa endemoniada señora no pretendiera ingresar en mi propiedad sin mi permiso en un momento de distracción.
    Ya no lo resisto; si continúo conteniéndome lo que vendrá después será una migraña terrible que me impedirá utilizar el resto de a semana —si es que no del mes— en algo de verdadero valor, no sólo controlar a esa mujer.
    No lo soporto.
    No puedo seguir conteniéndome.
    Al diablo con todo, debo orinar.
    Y lo hice.
    Y lo hice.
    Y lo hice.
    Y lo hice un poco más.
    Al volver a la ventana para continuar con la vigilancia que me había hecho perder toda la mañana y la mayor parte de la tarde la maldita bruja endemoniada no estaba.
    Pero, ¿cómo lo había hecho? ¿En un carruaje? ¿En un vehículo de alquiler? ¿Un taxi? ¿Había pasado alguien por ella? ¿Se fue caminando como si fuera un barrio tranquilo? ¿Se desmaterializó en el aire? ¿Entendió sus alas y se lanzó a volar? ¿Cómo? ¿Por qué tuve que irme al baño en el instante preciso de su desaparición? Maldita bruja endemoniada, no podrías haberte ido en otro momento.

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En el número 61 de la revista digital El Narratorio se publicó el cuento Buscando en qué creer.

Pueden pasar a leerlos cuando gusten.

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14 comentarios:

José A. García dijo...

Hay que cuidarse de esas peligrosas obsesiones que algunas veces nos hacen perder más que sólo tiempo...

Saludos,

J.

Frodo dijo...

¡Excelente!
Es una gran moraleja: no ir a mear si temés que algo está a punto de suceder. Me ha pasado que en recitales, en alguna cita en un bar, en la cancha... se rompe el hechizo.

Abrazos, diabólico.

mariarosa dijo...


El personaje está perfecto, un extraño tan loco que da pena imaginarlo.

Muy buen relato.

lunaroja dijo...

El relato de una obsesión. Aunque a priori parece una tontería, el clima empieza a enrarecerse, y todos nos convertimos junto al protagonista en ese espectador silencioso que no sabe,no entiende y sobre todo no quiere "abandonar" esa especie de bucle en el que entra.
Muy bueno!
Un saludo!

Beatriz dijo...

Obsesivo compulsivo el señor. Pero cómo no, si se supone que sería el último de su clase en el mundo. Tiene un aire de rareza.

Saludos José.

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Que intriga que nos dejaste.
¿Quién sería esa mujer?
Saludos.

Amapola Azzul dijo...

Sí, es una gran obsesión la del personaje , y consumen casi todo el tiempo...

Besos.

Buen relato.

Luiz Gomes dijo...

Bom dia meu querido amigo, obrigado pelo seu texto brilhante.

Doctor Krapp dijo...

Interesante y se presta a mil interpretaciones. Por un momento he pensado en Eduardo Manostijeras de vuelta a su castillo o una de aquellas repartidoras de Avon de los 60 o de un club del libro. Quizás una testigo de Jehová con ganas de enrolarte en la tripulación del Arca de Noe donde se irán los elegidos.

Saludos

lanochedemedianoche dijo...

Vaya que justo pasa esto, la vieja endemoniada lo sabia, solo quería hacerlo sufrir, excelente, lo disfrute mucho. Felices Pascuas.
Abrazo

Gustavo dijo...

Muy bueno! La vieja sabia que iba al baño entonces se fue. Si no hubiera tomado tanto liquido no tenia ganas de orinar. Y podia ver lo que hubera pasado. Cosas que jamas se sabran. Saludos!

Guillermo Castillo dijo...

Y pensar que los hay rondando en la realidad y en nuestra imaginación. pero, la pregunta es: ¿Si estamos completamente obsesionado con algo, i estamos concentrados de una manera morbosa en ese algo inexplicable. Una incógnita más.
Un abrazo libre perversiones.

Carlos Augusto Pereyra Martínez dijo...

Bueno, uno tiene derecho a sus obsesiones . Un abrazo. Carlos

José A. García dijo...

José: Cuidarse o abrazarlas hasta hacerlas parte de uno, nunca se sabe.

Frodo: Esa es la mejor de las moralejas posibles. Aunque en las citas podes usarlo como excusa para irte sin que se den cuenta…

María Rosa: Ese personaje somos un poco todos nosotros, de otra forma no seguiríamos viviendo en las ciudades que nos tocaron.

Julio David: Exacto. De haber tenido wifi o 23G no estaría haciendo esa cosa tan rara como mirar por una ventana.

Luna Roja: ¿Si existen los diarios de una pasión por qué no podría hacerlo el relato de una obsesión?

Beatriz: Todos queremos ser los últimos en hacer algo, o los primeros en su defecto. ¿O era al revés? Ya se me olvidó.

Demiurgo: ¿No es lo que nos preguntamos todos?

Amapola Azzul: Un poco monomaníaco, como los personajes de Poe, sin dudas.

Luiz Gomes: Gracias, Luiz, por la visita el comentario, como siempre.

Doctor Krapp: ¿Y por qué no todos ellos sumados en una única persona? Eso sería verdaderamente espeluznante.

La noche de medianoche: Lo tenía todo calculado, la vieja. No lo dudo,

Gustavo: Seguro que lo sabía, no se explica de otro modo.

Guillermo Castillo: Nos sorprendemos de los personajes de ficción cuando los peores son los personajes reales. Esos sí que dan miedo.

Carlos Augusto: Y a ir al baño también.

Gracias por sus visitas y comentarios.
Nos leemos,

J.