Las agotadoras caminatas durante la semana, junto con kilómetros recorridos entre el sábado y el domingo, hicieron eclosión el día lunes. Día que era también el último que pasaría en Montevideo, por lo que no me resultó una molestia quedarme hasta tarde en la cama. Incluso siendo que tuve que levantarme a la hora de siempre para desayunar porque el hotel manejaba unos horarios más bien extraños para ese tipo de cosas siendo pleno verano, pero regresé a la habitación para la segunda parte del descanso que cumplí sentado junto a la única ventana de la habitación mirando los movimientos de la calle con un libro en las manos con la leve esperanza de que mis piernas soportaran mi peso para llevarme hasta la terminar cuando tuvieran que hacerlo.
En algún momento debo de haberme quedado dormido porque el sol comenzó a golpearme la cara hasta despertarme. El recuerdo de una situación similar en la playa hizo que me levantara de inmediato y comenzara a preparar la mochila y la valija para la partida. Faltaban horas para que le micro saliera de Tres Cruces, pero la ansiedad de ver que el reloj no dejaba de avanzar podía más que cualquier otra sensación.
Miré cada objeto de la habitación intentando grabarlo en mi memoria para después poder incluirlo en alguna crónica futura, o en algún relato como una nota de color pero, otra vez, el cansancio puedo más. Apenas sí recuerdo el color pálido de las paredes —tal vez un empapelado típico de la década de 1970—, y poco más. Me bañé sabiendo que tenía por delante un largo viaje por delante y dejé la habitación antes de que avisaran que era hora de hacerlo.
Tenía que procurarme qué hacer con en ese espacio de horas entre que debía dejar el hotel y tomar el ómnibus, buscar cómo engañar al tiempo de alguna manera. Lo bueno es que en la recepción había unos sillones que parecían ser muy cómodos pero, también, parecían no haber sido usados desde la inauguración del hotel. Eso explicaría la sorpresa del personal al ver cómo me sentaba en ellos a “esperar”. Es importante en ese punto nunca aclarar qué es lo que se espera, de esa manera podremos “cambiar de opinión” de un momento a otro, y por ejemplo irnos del lugar, manteniendo en la incertidumbre a quien nos rodea.
Con otro libro en las manos, la valija junto a mí, la mochila entre las piernas y las primeras horas de la tarde por delante, contaba con la buena voluntad de los uruguayos para dejarme estar sin allí decirme que mi presencia resultaba una molestia, como sé que lo era.
9 comentarios:
Nada peor que las horas muertas entre una cosa y la otra durante las vacaciones. Irrecuperables, como todas las demás.
Saludos,
J.
Horas muertas, ya no hay nada que hacer, ya se recorrió toda la ciudad y con valija y mochila se pierde cualquier entusiasmo de caminar.
Sonreí al leerte, hemos vivido con mi esposo una situación parecida en un hotel de Mar del plata.
Saludos José.
Continuará...
(Lo dejarán estar?)
Saludos.
Esas horas muertas son interminables, y una pena no sacarle provecho, es algo que suele pasar muchas veces y no nos damos cuenta del tiempo perdido .
Un saludo José A.
Puri
Boa tarde José, o tempo tem passado tão rápido e as vezes não percebemos.
Recuerdo cuál fue situación similar en la playa.
No se a qué hotel fuiste, pero cuando Sumo actuó en Montevideo, Luca Prodan se encargó de asegurar que el hotel estaba embrujado, que había fantasmas. Uno lo primero que pensaría es que esos fantasmas eran producto de su abstinencia a la heroína y su vicio galopante de ginebra, pero no. Dicen y aseguran en todas las biografías sobre él que ese hotel estaba embrujado.
Abrazos!
Bueno a mi no me importa pasar alguna hora muerta, me hace pesar, pero a lo mejor tiene razón Frodo y era un hotel embrujado. Un abrazo
En mi experiencia es extraño que en una recepción de un hotel vean extraño sentarse en la espera de lo que espera o desespera.
Salud.
Aquí en Colombia, he vivido esa sensación, de estar sentado en la recepción del hotel y sentir cierto ambiente enrarecido por parte de los que manejan los trámites de entrada y salida. Y es raro, estando ya todo pago, y uno con la manilla que identifica como usuario del establecimiento. UN abrazo. Carlos
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