Un par de semanas atrás sucedió algo tan
extraño resultó que este es la cuarta, o tal vez la quinta, vez que intento
ponerlo en palabras. El tamaño de la sorpresa que me llevé fue tal que, cada
vez que volvía sobre ella, la confusión crecía y se tornaba inexplicable.
Incluso para mí, tan habituado a que cosas sin sentido me ocurrieran casi a
cada paso.
Como
aquella tarde en que me persiguió una bandada de loros a través de medio pueblo
tan sólo porque me había vestido de verde y amarillo; o esa otra vez que el
cartero dejó en mi casa una bolsa de cartas dirigidas a un viejo gordo y
barbudo porque, según sus palabras, me parecía demasiado a él (al viejo, no al
cartero). El ómnibus que casi me atropella en medio de una noche de lluvia
porque no vio que le hacía señas en medio de la calzada con mi impermeable de
color. Esto para no mencionar la incontable seguidilla de perros que atacaban
mis tobillos, junto con el resto de mis piernas, cuando decidía salir de la
casa; no eran solamente los perros de los vecinos, que misteriosamente se
habían escapado minutos antes, sino también canes completamente desconocidos,
que nunca habían sido vistos en las cercanías y que, luego de desgarrar mis
pantalones, mis medias, mi piel y cualquier otra cosa que llevara en mis manos,
desaparecían son que nadie más volviera a verlos jamás.
De
más está decir que no volví a vestirme de verde, ni de amarillo. Ya no dejé que
me creciera demasiado la barba, ni salí de noche a pretender utilizar el
transporte público, ni tampoco de día a dar un paseo por el pueblo. Es más,
decidí no volver a salir para preservar mi integridad y dedicarme, finalmente,
a tiempo completo a mi escritura.
Logré ambas cosas aunque, es cierto,
me llevó bastante más lograrlo en el segundo de los casos.
Incluso
pasando la mayor parte de los días encerrado en mi hogar había momentos en los
inevitablemente debía salir. Lo hacia al menos una vez a la semana para comprar
provisiones; no entraré en detalles de cuáles son las cosas que pueden
englobarse bajo esa denominación, no creo que haga falta en este momento porque
tampoco viene al caso dar tantos detalles inocuos para lo que me interesa
realmente contar. Pero sí es necesario mencionar estas salidas porque fue en una
de mis contadas visitas al exterior que sucedió aquel extraño encuentro.
Abandonaba
la proveeduría del pueblo, la que está en la plaza central, casi en frente del
bar y junto al templo abandonado, cargando mis bolsas de tela reutilizables
rebosantes de alimentos, cuando fui abordado por una persona a la que no
conocía pero que parecía conocerme a mí. Con un nivel de conocimiento que debería
de haberme resultado extraño en ese momento.
—Maestro
—escuché y me volví de inmediato en dirección en la que llegaran las palabras.
—¿Quién
me llama? —pregunté.
—Un
humilde lector, el más pequeño de sus seguidores, el más insignificante entre
aquellos quienes interpretan sus palabras.
Podría
negarlo, pero me gustó la forma en que se expresaba, tan amena, tan certera,
tan real para dirigirse a mí. Aunque, es cierto, era la primera vez en que alguien
la usaba conmigo.
—Excelente
presentación —respondí pensando en utilizarla en algún futuro relato—, ¿y qué
es lo que buscas, pequeño? —porque lo era, al menos en edad.
—Tan
sólo una firma —dijo extrayendo de un extraño morral que no había notado
colgando de su hombro, un pesado volumen encuadernado en gruesas tapas duras
como las que se hacían antaño, tal y como me gustaría que en algún momento del
futuro fueran editadas mis obras completas—, si me permite el atrevimiento.
—Por
supuesto —respondí—. Pero ese libro no es mío.
—Claro
que lo es —dijo aquel muchacho, ¿no les dije que era un muchacho? Porque por
momentos lo parecía y, en otros momentos, ya no estoy tan seguro.
Me
lo quitó de las manos sin que apenas hubiera llegado a acariciar la piel —probablemente
artificial— de la portada, y lo abrió frente a mí.
—Aquí
está su foto. ¿Lo ve?
Era
una fotografía sí, de alguien a quien tal vez en un par de décadas termine de
parecerme; o de alguien que tenía un parecido relativo con una versión un tanto
mayor de mí mismo, no estoy seguro. Los ojos de aquel hombre me miraban como
invitándome a no dudar de que en verdad él era, sería, o llegaría ser, yo
mismo.
—Pero…
—murmuré—, ¿qué es esto?
—Es
el séptimo tomo de sus memorias. Narran desde el año…
—¿Séptimo
qué…? —interrumpí a la muchacha quitándole el libro de sus manos. Pude sentir
su dolor, el de la muchacha, ante el crujido de la encuadernación de aquel
preciado libro cuando lo abrí sin el menor cuidado.
Miré
al azar algunas páginas, sin detenerme en realidad a leer nada específico, solo
lo suficiente para reconocer en esas pocas palabras mi indudable e irrepetible
estilo.
—Imposible
—dije una vez más esa mañana, luego de conocer el precio del litro de leche, y
de haber visto caminar en otra calle a quien creía muerto desde hacía varios
años sabiendo que ahora podría recordarle su deuda—. Imposible.
Arrojé
el libro a la calle, creo que fue a caer sobre un charco de agua estancada, o
cosa similar; el grito aterrador del muchacho, a quien le daba la espalda para
alejarme, en parte así lo confirmó. No me detuve hasta regresar a la casa; mis
manos temblaban mientras guardaba las provisiones de esa semana en los estantes
de la alacena; la mirada se me nubló en más de una oportunidad y no podría
decir si se trataba tan sólo por el cansancio o si las lágrimas tenían algo que
ver en todo ello.
Durante
esa misma tarde decidí, en varias oportunidades, dejar de escribir, para siempre,
de una buena vez, como mucha gente no dejaba de recomendármelo. Pero luego me
decía a mí mismo que no podía privar al mundo de mus ideas, de mis palabras, de
mi genialidad. Entonces decidía volver a escribir. Al menos hasta que el
recuerdo de aquel muchacho, o muchacha, regresaba, y la decisión flaqueaba una
vez más. Por que debía decidir qué hacer, en ese momento, antes del mediodía,
en ese lugar, de pié junto a la alacena medio vacía, para saber cómo continuar.
Pero la cuestión no parecía tener
una resolución fácil porque si dejaba de escribir, de una vez y para siempre, esas
memorias que en parte había visto, nunca llegarían a existir. En ese caso,
nadie vendría a verme en la mañana que acababa de terminar, a la puerta de la
proveeduría del pueblo a pedirme que firmara aquel extraño libro. Si nadie
venía a mostrarme ese libro nunca sentiría este miedo visceral a continuar
escribiendo, entonces lo haría, continuaría escribiendo. Pero eso llevaría a
que en la mañana que acababa de pasar, alguien apareciera junto a mí en la
puerta de la proveeduría del pueblo pidiéndome que le firmara un extraño libro.
Lo que me llevaría a sentir un miedo visceral que me obligaría a reconsiderar
toda mi labor con las palabras.
Es
la quinta, si no la sexta vez, que intento ponerlo en palabras de forma de
poder entenderlo y, tal vez, lograr tomar una decisión sobre lo que debo hacer.
La tarde no deja de consumirse. Se acerca la noche y, por alguna razón que
todavía no logro descifrar, siento que esta noche, la que se me viene encima,
la que no deja de aproximarse, la que consumirá hasta el último rastro del día
que se termina será, también, la última.
¿La
última de qué? Eso es lo que no sé. Aún.
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Inicio del Espacio Publicitario:
En la Revista Digital Masticadores de América (EE.UU.),
pueden encontrar el relato Jauría.
Y, por
último, en el número 27 de la revista española La Ignorancia pueden leer el
cuento Araucaria.
Fin del Espacio Publicitario.
22 comentarios:
No todas las decisiones son fáciles de tomar.
Saludos y buen fin de semana,
J.
Pues
Me encantó su relato
Abrazos
Alégrate serás reconocido en el futuro, muy padre ¿no?
Un abrazote
Muy bueno, muy bueno, al menos para mi.
No hubiera podido encontrar palabras para relatar algo similar.
Un abrazo fuerte desde Barcelona.
Salut
Ese prefería no hacerlo que te obliga a no dejar de hacerlo. Paradojas de la vida.
Si me permites una humorada a cuenta de tu estupendo texto: ¿Lo de que atacaran al personaje vestido verde amarillo una bandada de loros podría tener algo que ver con la famosa rivalidad futbolística entre Brasil y Argentina?
Saludos
¡ Con la ligereza y alegre vanidad con la que muchos estampan su autógrafo y firma en sus libros, y el protagonista de este relato sin decidirse !
Saludos.
Admirable tu facilidad para narrar y empatizar con el lector. Eso sí que es talento!
Me ha encantado.
Como dice Tot, yo tampoco hubiera encontrado palabras para escribirlo!
Excelente.
Hola pasaba saludar!!!!
Te cuento que abrí un blog de haikùs y voy a dejar los otros puesto que no me da el tiempo para todos.
Espero verlos allì, un beso enorme y un abrazo.
PD: ESTE ES MI ÚLTIMO Y ÚNICO BLOG DE AQUÌ EN MÁS. TE SIGO CON ESTE NUEVO PERFIL.
El único autógrafo digno es el que se deja en lo que se escribe.
Saludos,
Efectivo relato.
Será por eso que esas experiencias no son comunes. Para evitar las paradojas.
Bien escrito, colega demiurgo.
Si es un libro autobiográfico, tal vez tendría que incluir el episodio.
Por lo que quien haya solicitado el autógrafo debía conocer de antemano la reacción del escritor.
Salvo que haya sido registrado en otro tomo de las memorias, que no haya leído quien pidió el autógrafo.
Una muy buena narración,
que admiro sinceramente.
Besitos dulces
Siby
Me habría llenado de timidez, pero qué bonito! en hora buena!
Salud!
Lo que seremos, ya fuimos.
Pero no somos lo que hemos sido ni seremos.
Se ve abocado a escribir para que su futuro no se trunque.
Salu2, José.
Eres un gran narrador.
Abrazo.
Me ha gustado tu relato ¿Escribir o no escribir? he ahí el dilema ¿Desarmar el nudo? aunque me pasara algo similar, con el pánico que me daría... no podría dejar de escribir y seguir viva.
No podemos elegir lo que queremos.
Te le leído detenidamente y decirte que me ha encantado tu relato, te animo a que sigas escribiendo, puede ser el comienzo de una gran novela, piensatelo amigo! Un abrazo
pues me has dado que pensar 🤔
o eres un tipo demasiado común, al que puedan confundir con cualquiera....
.... o demasiado extraordinario al que todo el mundo admire
un beso
Qué lindo sería escribir nuestras memorias. Primero hay que hacer algo importante... o hacer creer que hicimos algo importante. Vamos con la segunda opción entonces
Abrazos J!
José: Cuanta razón hay en tus palabras.
Gla: Muchas gracias Gla. Espero que vuelvas a pasar.
La Malquerida: Me alegro por el personaje, sí.
Tot Barcelona: Tampoco las he encontrado yo, sigo viendo fallas en su redacción.
Dr. Krapp: La vedad no había tenido en cuenta el tema del color y el futbol. Es más, no sé a dónde quería ir al mencionar esos detalles…
Fany: El miedo nos hace actuar de manera inesperada.
Luna Roja: Gracias por tus palabras sobre el relato.
Paula: Hola, gracias, iré a visitarte en cuanto puedo.
Guillermo Castillo: Muy cierto, pero la vanidad siempre puede más.
Demiurgo: ¿Qué harías en su lugar?
Siby: Gracias.
Beatriz: El reconocimiento llega de maneras inesperadas, es cierto.
Mista Vilteka: Es cierto, solo nos queda aceptar lo que somos.
Dyhego: Escribir o no escribir, esa es la cuestión.
Pitt Tristan: Muchas gracias, nos leemos.
Cristina Snz: El nudo, el verdadero nudo, nunca puede desarmarse, sólo nos queda cortarlo.
Enca Gálvez: Puede ser, pero en este caso el relato allí se termina.
Marie: Si hasta los loros querían estar con ese personaje, es cierto.
Frodo: Hay poder escribir las memorias primero hay que tenerlas, y para eso hay que hacerlas y para eso… La cadena es interminable.
Gracias a tod@s por sus visitas.
Nos leemos,
J.
La anticipación de la gloria literaria. UN abrazo. Carlos
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