Había tomado la costumbre de llevar consigo, en
todo momento, en todo lugar, un improvisado mazo de cartas Zener. Las había
fabricado él mismo con cartón y hojas de colores en las que dibujara el
triángulo, el cuadrado, el más, el círculo, la estrella y las tres líneas
onduladas. Tenía la esperanza de encontrar alguien que pasara las pruebas y
pudiera decirle el tipo de carta que miraba leyendo su mente. Ansiaba que eso
pasara.
Tras la caída de los grandes paradigmas
filosóficos a finales del siglo pasado, diferentes supersticiones y
pseudo-conocimientos habían recuperado el espacio perdido en la prensa virtual,
en los servicios de streaming y en las cadenas de correo electrónico. Los
nuevos profetas ocupaban la mayor parte del ancho de banda, pero estaban
también los que proponía en regreso a los horóscopos (sin aclarar a cuál de
ellos se referían) y hablaban mezclando palabras y conceptos de diferentes
culturas que probablemente no lograban comprender. Estaban también quienes se
decían contactadotes de muertos que, como lo aclara su nombre, podían contactar
a los muertos; aunque a estos de los desacreditaba muy rápidamente.
Otros
que tenían sus espacios eran los que leían la borra del café, o las líneas de
las manos, cuando no las plantas de los pies, o las huellas dejadas sobre el
barro. Competían cabeza a cabeza con quienes leía prodigios en el aire, el
agua, el magma de los volcanes que seguían activos, en los pulmones de los
animales muertos, en la placenta de las parturientas, en el hígado de los niños
sacrificados para tal efecto.
La
lista continuaba y era casi tan extensa como la credulidad de las personas.
Aunque
pueda resultar extraño, en toda esa vorágine de posibilidades, él era el único
que había optado por las mismas viejas cartas.
Y
yo, que aún conservaba algunos recuerdos, así como algunos libros, de los
grandes problemas filosóficos que antaño supo enfrentar la humanidad, lo
fastidiaba cada vez que tenía la oportunidad.
—¿Sigues
con esas cartas? —le preguntaba—. Sabes que el propio Zener reconoció su
fracaso
—Yo soy Zener —respondía casi siempre.
Lo
fastidiaba incluso cuando lo veía más apesadumbrado, tal vez porque era el
único que estaba cerca, el único con quien todavía se podía mantener una conversación
medianamente coherente sin caer en las nimiedades tópicas de las redes
asociales.
Llevaba
tanto tiempo haciéndolo que si tuviera que decir cuándo había comenzado todo no
podría decirlo, tal vez en los años de nuestra formación académica. O tal vez
comenzara poco después cuando, con nuestros títulos bajo el brazo, comenzamos a
buscar trabajo. O quizá comenzó cuando nos reencontramos, igual de subempleados
que el resto de los académicos, haciendo trabajos para los que estábamos
sobrecapacitados pero que eran los únicos que se conseguían. Sea como sea,
comenzó y ya no pude detenerme, ni percatarme la forma en la que comenzaba a
fastidiarse cada vez que lo pinchaba con lo mismo.
—Aunque
te lo explicara en tus propios términos —respondió un día, un tanto más enojado
que lo habitual—, no lo entenderías. Porque tú no quieres creer.
—Haz
el intento —le dije más divertido que sorprendido por su respuesta—. ¿Tú sí
quieres creer?
—Claro
que quiero hacerlo.
—Pero…
Pero… Tú… No tiene sentido —dije sin poder articular una frase completa.
—Quiero
creer que todavía es posible encontrar algo real en toda esta miseria, en todas
las falsedades que tanto te gusta enumerar.
—¿Para
qué? —logré preguntar—. ¿Para qué serviría encontrarlo?
—Es
algo que para mí está por demás claro.
—¡Déjate
de rodeos y dime para qué!
—Para
destruirlo —dijo cerrando el puño y apretándolo con fuerza frente a mi rostro—.
Así, todos esos crédulos que aún pululan por ahí sabrán lo que se siente perder
aquello en lo que creen, aquello que les da fuerza, aquello que les permite continuar
adelante cada día como si nada.
Lentamente
bajó su mano y buscó en uno de sus bolsillos el mazo de cartas.
—¿Quieres
intentarlo? —preguntó.
Por la expresión de su rostro, una
mezcla entre odio, desesperación, ansiedad y tal vez alguna otra cosa, entendí
que debía buscar cualquier otro tema con el cual molestarlo. Aunque más no
fuera tan sólo por las dudas.
—Nah —dije luego de tragar saliva
varias veces—. No hace falta, así estoy bien.
Las famosas cartas Zener.
--
Inicio del Espacio Publicitario:
En la Revista Collhibri de la Facultad de
Filosofía y Letras de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (México),
pueden leer el cuento Diosa.
Fin del Espacio Publicitario.
18 comentarios:
Algunas búsquedas no deberían llegar nunca a su final.
Nos leemos,
J.
Qué buen relato!
Al final,el miedo gana no?
Mejor no saber!
Muy buen relato!
Un abrazo.
Mejor quedarse con la duda por si las moscas.
En un momento de la lectura hay una errata. Pones: " —Yo son soy Zener —respondía casi siempre." No sé si falta o sobra algo. No acabo de entenderlo.
Un saludo.
Luna: Claro, el miedo sigue siendo uno de los mayores motivos humanos.
Cayetano: Cierto, no me había dado cuenta, el "son" está de más, tal vez lo corregí, o creí hacerlo, sin mirar realmente lo que hacía. Gracias por señalarlo.
Nos leemos,
J.
Que genialidad el texto El encierro te ha puesto sabio
saludos con sabor
¿Buenas tardes todo bien? Soy brasileño, de Río de Janeiro y busco nuevos seguidores para mi blog. Los nuevos amigos también son bienvenidos, sin importar la distancia.
https://viagenspelobrasilerio.blogspot.com/?m=1
Yo creo en el miedo
El miedo te lleva por muchos caminos
Besos y abrazos
Algún filósofo barato diría que la búsqueda es el final.
Si llegas a encontrar alguna de las barajas Zener en la calle te ganas el premio FrodoBlog de oro.
si en la próxima de barajas te menciono, será tu culpa.
Abrazos J!
Las dudas no me agradan, y aunque hay respuestas concretas que tampoco, en este caso mejor así. ¿Qué pasaría si me las despejara?
Salut
Eso pasa con la duda misma que deja la frase aquella, de que las brujas no existen, pero que las hay las hay. UN abrazo. Carlos
Mucha fuerza el relato.
Besos.
Me encantó este relato, y creo que da pie para reflexionar y conversar mucho.
¿Realmente se puede creer que descubriendo esa 'última' razón para la fé, se terminará con ésta? ¿no podrían surgir otras más? ¿múltiples por cada uno de nosotros y así convertirse en un número infinito e indestructible?
Dicen que el miedo domina al hombre más que el deseo... ¿pero es de sabios enfrentarse a lo que nos asusta, siempre y en cualquier circunstancia?
La incerteza no me gusta, muchas dudas no las tolero, pero ¿se puede realmente no tener ninguna? ¿cuántas certezas se pueden de verdad tener?
Como dije, me dejas pensando... un beso.
Eso, seguir buscando hasta el final que nunca llega.
No conozco esas cartas.
Saludos.
José:
y, a pesar de todo, el futuro se resiste a ser adivinado, jajaja.
Salu2.
Cuando uno se ancla a un sistema de creencias se ancla a una necesidad, si nosotros creemos que esas creencias están equivocadas no podeos permitirnos el lujo de violentar lo que piensan solo para que se instalen en el vacío que para alguna gente es mucho más dañino que el error.
Saludos
Lo bueno de toda ciencia es si crees o no en ella.
Mis saludos.
HOLA, ME GUSTÓ TU BLOG, TE SIGO Y TE CUENTO QUE ESTOY INAUGURANDO UN BLOG DE FRASES BELLAS, TE ESPERO, SALUDOS.
Recomenzar: Gracias, por lo de sabio y por lo de genialidad.
Luiz Gomes: Gracias por la visita, me daré una vuelta por tu espacio.
Gla: El miedo es un gran conductor, es cierto.
Frodo: Alguno lo dirá, sí. Bueno, si encuentro alguna carta de esas te la hago llegar.
Tot Barcelona: Ese qué pasaría quedará pendiente, a menos que alguien más se interese en escribirlo. Gracias por la visita.
Carlos Augusto: Las hay, es cierto, pero cada día se esconden más, ¿ o era menos?
Amapola Azzul: Gracias por tus palabras.
Alma Baires: Si lo que escribí te generó esa pequeña reflexión y que, como decís, se puede seguir pensando en ella, me siento más que satisfecho con lo logrado. Gracias!
Beatriz: Tal vez lleguemos a ese final, pero no lo reconocemos porque no se parece a lo que esperábamos que fuera.
Dyhego: ¿Existe el futuro? ¿O es sólo nuestra ansiedad la que le da entidad?
Dr. Krapp: Muy cierto, pero así como hay gente dispuesta a creer y sostener, e imponer, una creencia, también hay gente dispuesta a no creer y no sostener, ni dejar sostener, nada similar. Los extremos siempre acaban pareciéndose, aunque muchos lo nieguen.
Guillermo: Pero la ciencia no pide creencia, al menos no la ciencia que conozco…
Loli: Gracias por la visita, pasaré por tu espacio.
Gracias a todos por sus visitas y comentarios.
Nos leemos,
J.
Publicar un comentario