domingo, 15 de marzo de 2020

Familia – Viejas ideas para un nuevo siglo


Comencé hablando del nacimiento del abuelo paterno, apenas iniciado del siglo XX, llegué al final del mismo con el título secundario en la mano y viendo por televisión cómo, en dos de los últimos días de diciembre de 2001, lo poco a lo que podría haber accedido con ese trozo de cartón impreso, lo que habían prometido durante años, se desmoronaba. La esperanza, los anhelos, las ideas, todo quedó en el olvido. Lo que quedó fueron treinta y nueve muertos durante las protestas y una sensación de desasosiego, mezclada con un poco de zozobra, muy difícil de superar.
            Sería muy fácil continuar el relato de las penurias, de las dificultades, de los problemas que significó sobrellevar esa situación. Para empeorarlo, con la muerte de mi madre, me encontré, de pronto y como quien no quiere la cosa (porque nadie quiere atravesar algo semejante) solo por completo, mientras la familia no dejaba de desarmarse y cualquier plan que intentara para salir adelante fracasaba porque formaba parte del mismo. El mundo cambiaba por completo y no se llevaba muy bien conmigo.
            La esperanza por algo nuevo, por algo mejor, por algo diferente, no solo muere rápido sino que también se la puede asesinar negando los cambios, negando lo que sucedió, olvidándose de los muertos y recuperando aquello que se cuestionaba. Se intentó en Argentina algo que, hasta ese momento, sólo se había práctica en algunos breves y específicos momentos, una forma de organizarse que no dependía de ninguna casta política, ni de los dirigentes de antaño, que no dependía más que de uno mismo y sus necesidades. Pero, como era fácil suponer, luego del desconcierto inicial (que en realidad no era tal), retrocedimos las pocas casillas avanzadas en el tablero, hasta una situación previa al inicio de los problemas. Los mismos que siempre lo habían tenido recuperaron el poder político que nunca les había sido disputado; se disfrazaron con colores diferentes, pero debajo del maquillaje cualquier que quisiera hacerlo podía darse cuenta que era más de lo mismo.
            Pero pocos eran los que querían darse cuenta. Era más fácil volver a creer.
Fueron años complejos (como lo son casi todos), en los que uno hacía lo que podía para sobrevivir casi sin mirar a los lados, sin pensar en las oportunidades perdidas. Me encontraba sin trabajo y nadie me aseguraba que tan pequeño detalle pudiera modificarse a la brevedad.
Hice mi mejor esfuerzo por continuar estudiando, paseando de carrera en carrera, careciendo de cualquier tipo de apoyo, ya fuera económico, moral o fraternal que sirviera de ayuda para continuar adelante. Pero la universidad acabó agotando mis esfuerzos al encontrarme frente a una pared de arbitrariedades tan ilógicas y carentes de sentido que desconcertarían al propio Kafka; aun así, continué estudiando, más que nada porque no había otra cosa qué hacer.
            En 2005 comencé, una vez más, otra carrera; esta vez fue el profesorado de historia. Pero no fue hasta el 2008 que conseguí trabajo. Siete años de vacas flacas, como dicen que aparentemente alguien interpretó en un supuesto sueño de un hipotético personaje de un teóricamente hablando libro sagrado. Luego de esos años debían llegar las vacas gordas, pero estas continuaron siendo flacas aunque, es cierto, estaban un poco mejor alimentadas. Siete años en los que dejar crecer las esperanzas hasta que llegue el momento ideal de, una vez más, asesinarlas. El ciclo siempre continuaba sin alteraciones.
            Para no continuar hablando de la racha negativa, un punto a favor. En 2002 me presenté al primer concurso literario de mi vida. Organizado por una editorial que no conocía, de la que nunca escuché hablar y que años después desaparecería en el limbo de las editoriales porteñas; no me preocupé, en ese momento, por esos detalles de la manera en que debería haberlo hecho. Para mi sorpresa, aunque mayor fue la sorpresa del resto de los que me conocían (y no leían), lo gané y publiqué un libro de cuentos malos. Lo son porque mirándolos desde el presente sólo se distingue una masa de defectos y problemas de escritura antes que verdaderos intentos por lograr algo decente. Esto me llevó a creer que lograría llegar a algún lado con la literatura aun cuando careciera de cualquier tipo de contacto en el medio, aun cuando ninguna editorial respondiera mis correos electrónicos y otros intentos de generar contactos y las agencias de representantes ignoraran mis presentaciones porque aún no había publicado nada que significara un éxito comercial. Pensé que sería un camino fácil de recorrer.
            Ese fue el primer y único concurso literario que alguna vez gané. Esa experiencia jamás se repetiría, aun cuando nunca dejé de escribir. Continuaba acumulando materiales que, intuía, podría publicar cuando mi talento por fin fuera reconocido y las editoriales se pelearon por tener mi nombre en sus catálogos; situación que se demoraba sin más y debía, por otro lado, intentar cosas diferentes, cosas nuevas.
            Una de las cuestiones que no he dejado de preguntarme en todos estos años es por qué si mi interés era la literatura acabé estudiando historia. ¿Qué me llevó a tomar esa decisión? Dicho misterio no ha sido revelado, principalmente porque tan sólo es una de las tantas fallas en la organización de mis intereses. Por decirlo de algún modo. Tal vez sea la razón por la que fui incapaz de acabar la carrera en tiempo y forma y, habiéndola comenzado en 2005, para el 2008 apenas sí había superado la mitad de las materias necesarias para graduarme y obtener mi título terciario que, suponía, debía obtener para 2009. Así pues no existía solamente un problema de intereses, sino también de motivación.
            Claro que continué escribiendo, y en algunos casos utilicé parte de lo que estudiara para darle un cariz histórico a los relatos, pero me resultaba demasiado poco lo que podía utilizar de mi formación académica para mi desarrollo literario. Al menos así me lo parecía mientras estudiaba e intentaba encontrar tiempo para no dejar de escribir, buscar concursos en los que participar y ver de qué manera no lograba nada en relación con ese asunto.
            En esos mismos años, lo que quedaba de mi vida, de la familia, de mi sociabilidad, fue reorganizándose para conformar algo nuevo, algo diferente, algo que generara la sensación de protección, de confort, de pertenencia. Sensación que llevaba años sin sentir y que ignoraba si podría recuperar o si en algún momento sería capaz de pertenecer a, de formar parte de, algo más.
            En medio de la vorágine de la vida adulta que debía abrazar sin contemplaciones, tal vez utilizándolo como excusa, mucho del pasado fue quedándose en el camino. Al llegar el 2008, por poner un único ejemplo, llevaba años de haber perdido contacto con mis antiguos compañeros de la escuela; principalmente porque había cambiado, como mencioné al momento de hablar de mis primos los tres cerditos, mi casilla de correo electrónico. También cambié mi número de teléfono móvil más de una vez, y me mudé, de un extremo al otro, de la ciudad, dos veces. No es que pretendiera volverme difícil de encontrar, sino que pretendía evitar cualquier tipo de encuentro innecesario e irrelevante de esos que pueden llegar a producirse, por ejemplo, mientras caminaba por la calle yendo a comprar el pan. Nada semejante me resultaba interesante. Es cierto que algo como el azar nos reunió en un salón de clases, pero la vida se encargó de separarnos en base a sus decisiones, mi intención era ayudar a que no fuera el azar quien, una vez más, decidirá por nosotros (por mi).
            Es una suerte, finalmente, el haberlo logrado de ese modo.



Aclaración: La imagen es un fotograma de la película 
Invasión (1969), de Hugo Santiago, en el que se ve el mapa 
de la ciudad ficticia de Aquilea. Allí no pude mudarme.

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En la revista digital Perro Negro de la Calle N° 42 (México), pueden leer el cuento Jaime, el Mataautores.

Fin del Espacio Publicitario.

13 comentarios:

José A. García dijo...

Antepenúltima entrada relacionada con esta temática. Lo que vendrá después... No, ¿para que adelantarme?

Feliz cuarentena.

Saludos,

J.

JLO dijo...

desde hace un tiempo pienso que si faltara mi mamà pasarla lo mismo, se empezaría a desintegrar la familia...

lo demás es lo conocido de siempre... vivís en Argentina master!! que esperabas? ja...

muy buena entrada

Tot Barcelona dijo...

por qué si mi interés era la literatura acabé estudiando historia?

Eso nunca lo sabrás, lo que si es cierto es que acabaste estudiando, que ya es un logro.

Por lo demás, una vez acabado aquello que parece no nos interesa, y por "simpatia" (no la de carácter, sino la que hace explotar las bombonas cuando estallan una a una), se acaba estudiando aquello que de verdad interesa. Pero lo anterior nunca está demás.

Un abrazo en esta cuarentena en Barcelona, que de verdad se asemeja más a un estado de excepción que a otra cosa.

salut ¡

Cayetano dijo...

Me he visto identificado en una cuestión: yo también estudié historia, materia que impartí a lo largo de mucho años en distintos centros de enseñanza, privados primero y después públicos, a pesar de gustarme sobre todo la literatura. La vida plantea estas cosas, por una razón o por otra.
Un saludo, J.

lunaroja dijo...

Me encantó esta saga familiar,José, toda mi admiración!
Un saludo y un abrazo!

Doctor Krapp dijo...

Siendo un memorialista a pesar de tu juventud es fácil entender, creo yo, porque te decidiste por la historia. Te acompaño en el sentimiento porque yo también hice lo mismo.

Saludos

Carlos Augusto Pereyra Martínez dijo...

Algo que destaco de tu texto, axiomático, porque los mismo ha sucedido acá, en Colombia: "Los mismos que siempre lo habían tenido recuperaron el poder político que nunca les había sido disputado; se disfrazaron con colores diferentes, pero debajo del maquillaje cualquier que quisiera hacerlo podía darse cuenta que era más de lo mismo"
Un abrazo. Carlos

Beatriz dijo...

La vida da muchas vueltas y el pasado a veces regresa un día de repente, como hoy que has puesto esta narración de la continua búsqueda.
Yo jamás he participado en concursos literarios. A veces siento que es miedo a no sé qué, otras que es soberbia, pero en realidad puede que sea que no desarrollé la competitividad del mundo moderno. Amo escribir y me identifico contigo, en que mientras crecía, no encontré el apoyo económico, o humano, ese soporte que impulsa los sueños, vengan de donde vengan. No que dude de mi capacidad para escribir, de lo que sí dudo, quizá influenciada por la visión progresista de la familia en la que crecí, es de que pueda vivir de lo que escribo. Entonces están los otros trabajos que generan la supervivencia, lo cual no me importa siempre y cuando pueda seguir escribiendo.
Un placer pasar por aquí,
Nos leemos,

Saludos.

Guillermo Castillo dijo...

Maestro, fui a la calle 42 y Jaime me contó una historia alterna a su saga familiar. Por lo tanto, el primero, mata autores; y usted, reivindica a quienes le antecedieron. Dos formas de recordar y vivir.

Le dejo mi saludo.

José A. García dijo...

JLO: Es lo que siempre ocurre, tal vez fingimos que no, pero pasa. Y sobre vivir en Argentina… Tal vez esperaba que una saliera bien. Una nada más.

Julio David: Exacto, siempre ocurre lo contrario. Y no porque no podamos aprender.

Tot Barcelona: Es una situación complicada la que se vive en la península, nadie se lo esperaba, y nadie sabe cómo reaccionar. Es cierto, también, nunca se deja de aprender.

Cayetano: La vida plantea y acabamos aceptando, muchas veces sin discutirle, colega.

Luna Roja: Gracias por el comentario.

Dr. Krapp: Gracias. No pensé que habría tantos interesados en la literatura envueltos en la historia.

Carlos Augusto: Creo que es algo muy común en todos los países latinoamericanos, parece que algo cambia, pero todo continúa siendo exactamente igual.

Beatriz: Sobrevivir es lo primordial en una sociedad que nos quita todo lo demás y necesario. Sobrevivir a cómo dé lugar.

Guillermo Castillo: Gracias. No lo había pensado de ese modo; es una interesante relación entre una manera de hacer las cosas y otra.

Gracias, nos leemos.

J.

Patricia K dijo...

También soy de Argentina y me acuerdo de esa crisis y el desempleo, similar a lo que pasa ahora.
Recién descubro tu blog, te seguiré leyendo.
Saludos!

Frodo dijo...

Ante todo, felicitaciones por el concurso literario ganado.
He pensado mucho en este último tiempo en eso de dejar que el azar decida. Pero no exactamente llego a esa conclusión. Mi decisión es simplemente no forzar situaciones. Es decir, por ejemplo: mi primo no me llama. No le voy a insistir más. Tendrá algo mejor para hacer...si pasan varios meses vuelvo a tirar un llamado/mensaje y si es no positivo... no forzar

Esa película me la recomendó el amigo Sudaca, que cada tanto comenta en mi sitio. Muy buena, pero también muy opresiva, muy oscura.
Te dejo su blog por si querés darte una vuelta:

https://sudakia.wordpress.com/

Abrazo J

José A. García dijo...

Patricia: Es cierto, resulta similar lo que sucedía en el 2001 con la actualidad. La diferencia es que estamos más viejos, más cansados, más agotados y con menos posibilidades de hacer nada.

Frodo: Le llamo azar a todo lo que no sea una decisión propia. No elegimos en qué grado nos anotábamos, eso lo organizaba el colegio. Pero puedo decidir no verme nunca más con ninguno de los que compartía ese espacio. Es mi resolución. Y sí, no forzar nada, nunca. Voy a visitar a tu amigo.

Gracias por las visitas y comentarios.
Nos leemos,

J.