Comencé hablando del nacimiento del abuelo
paterno, apenas iniciado del siglo XX, llegué al final del mismo con el título
secundario en la mano y viendo por televisión cómo, en dos de los últimos días
de diciembre de 2001, lo poco a lo que podría haber accedido con ese trozo de
cartón impreso, lo que habían prometido durante años, se desmoronaba. La
esperanza, los anhelos, las ideas, todo quedó en el olvido. Lo que quedó fueron
treinta y nueve muertos durante las protestas y una sensación de desasosiego,
mezclada con un poco de zozobra, muy difícil de superar.
Sería
muy fácil continuar el relato de las penurias, de las dificultades, de los
problemas que significó sobrellevar esa situación. Para empeorarlo, con la
muerte de mi madre, me encontré, de pronto y como quien no quiere la cosa
(porque nadie quiere atravesar algo semejante) solo por completo, mientras la
familia no dejaba de desarmarse y cualquier plan que intentara para salir
adelante fracasaba porque formaba parte del mismo. El mundo cambiaba por
completo y no se llevaba muy bien conmigo.
La
esperanza por algo nuevo, por algo mejor, por algo diferente, no solo muere
rápido sino que también se la puede asesinar negando los cambios, negando lo
que sucedió, olvidándose de los muertos y recuperando aquello que se
cuestionaba. Se intentó en Argentina algo que, hasta ese momento, sólo se había
práctica en algunos breves y específicos momentos, una forma de organizarse que
no dependía de ninguna casta política, ni de los dirigentes de antaño, que no
dependía más que de uno mismo y sus necesidades. Pero, como era fácil suponer,
luego del desconcierto inicial (que en realidad no era tal), retrocedimos las
pocas casillas avanzadas en el tablero, hasta una situación previa al inicio de
los problemas. Los mismos que siempre lo habían tenido recuperaron el poder
político que nunca les había sido disputado; se disfrazaron con colores
diferentes, pero debajo del maquillaje cualquier que quisiera hacerlo podía
darse cuenta que era más de lo mismo.
Pero
pocos eran los que querían darse cuenta. Era más fácil volver a creer.
Fueron años complejos (como lo son
casi todos), en los que uno hacía lo que podía para sobrevivir casi sin mirar a
los lados, sin pensar en las oportunidades perdidas. Me encontraba sin trabajo
y nadie me aseguraba que tan pequeño detalle pudiera modificarse a la brevedad.
Hice mi mejor esfuerzo por continuar
estudiando, paseando de carrera en carrera, careciendo de cualquier tipo de
apoyo, ya fuera económico, moral o fraternal que sirviera de ayuda para
continuar adelante. Pero la universidad acabó agotando mis esfuerzos al
encontrarme frente a una pared de arbitrariedades tan ilógicas y carentes de
sentido que desconcertarían al propio Kafka; aun así, continué estudiando, más
que nada porque no había otra cosa qué hacer.
En
2005 comencé, una vez más, otra carrera; esta vez fue el profesorado de
historia. Pero no fue hasta el 2008 que conseguí trabajo. Siete años de vacas
flacas, como dicen que aparentemente alguien interpretó en un supuesto sueño de
un hipotético personaje de un teóricamente hablando libro sagrado. Luego de
esos años debían llegar las vacas gordas, pero estas continuaron siendo flacas
aunque, es cierto, estaban un poco mejor alimentadas. Siete años en los que dejar
crecer las esperanzas hasta que llegue el momento ideal de, una vez más,
asesinarlas. El ciclo siempre continuaba sin alteraciones.
Para
no continuar hablando de la racha negativa, un punto a favor. En 2002 me
presenté al primer concurso literario de mi vida. Organizado por una editorial
que no conocía, de la que nunca escuché hablar y que años después desaparecería
en el limbo de las editoriales porteñas; no me preocupé, en ese momento, por
esos detalles de la manera en que debería haberlo hecho. Para mi sorpresa,
aunque mayor fue la sorpresa del resto de los que me conocían (y no leían), lo
gané y publiqué un libro de cuentos malos. Lo son porque mirándolos desde el
presente sólo se distingue una masa de defectos y problemas de escritura antes
que verdaderos intentos por lograr algo decente. Esto me llevó a creer que
lograría llegar a algún lado con la literatura aun cuando careciera de
cualquier tipo de contacto en el medio, aun cuando ninguna editorial
respondiera mis correos electrónicos y otros intentos de generar contactos y
las agencias de representantes ignoraran mis presentaciones porque aún no había
publicado nada que significara un éxito comercial. Pensé que sería un camino
fácil de recorrer.
Ese
fue el primer y único concurso literario que alguna vez gané. Esa experiencia
jamás se repetiría, aun cuando nunca dejé de escribir. Continuaba acumulando
materiales que, intuía, podría publicar cuando mi talento por fin fuera
reconocido y las editoriales se pelearon por tener mi nombre en sus catálogos;
situación que se demoraba sin más y debía, por otro lado, intentar cosas
diferentes, cosas nuevas.
Una
de las cuestiones que no he dejado de preguntarme en todos estos años es por
qué si mi interés era la literatura acabé estudiando historia. ¿Qué me llevó a
tomar esa decisión? Dicho misterio no ha sido revelado, principalmente porque tan
sólo es una de las tantas fallas en la organización de mis intereses. Por
decirlo de algún modo. Tal vez sea la razón por la que fui incapaz de acabar la
carrera en tiempo y forma y, habiéndola comenzado en 2005, para el 2008 apenas
sí había superado la mitad de las materias necesarias para graduarme y obtener
mi título terciario que, suponía, debía obtener para 2009. Así pues no existía
solamente un problema de intereses, sino también de motivación.
Claro
que continué escribiendo, y en algunos casos utilicé parte de lo que estudiara
para darle un cariz histórico a los relatos, pero me resultaba demasiado poco
lo que podía utilizar de mi formación académica para mi desarrollo literario.
Al menos así me lo parecía mientras estudiaba e intentaba encontrar tiempo para
no dejar de escribir, buscar concursos en los que participar y ver de qué
manera no lograba nada en relación con ese asunto.
En
esos mismos años, lo que quedaba de mi vida, de la familia, de mi sociabilidad,
fue reorganizándose para conformar algo nuevo, algo diferente, algo que
generara la sensación de protección, de confort, de pertenencia. Sensación que
llevaba años sin sentir y que ignoraba si podría recuperar o si en algún
momento sería capaz de pertenecer a, de formar parte de, algo más.
En
medio de la vorágine de la vida adulta
que debía abrazar sin contemplaciones, tal vez utilizándolo como excusa, mucho
del pasado fue quedándose en el camino. Al llegar el 2008, por poner un único
ejemplo, llevaba años de haber perdido
contacto con mis antiguos compañeros de la escuela; principalmente porque había
cambiado, como mencioné al momento de hablar de mis primos los tres cerditos, mi casilla de correo electrónico. También cambié
mi número de teléfono móvil más de una vez, y me mudé, de un extremo al otro,
de la ciudad, dos veces. No es que pretendiera volverme difícil de encontrar,
sino que pretendía evitar cualquier tipo de encuentro innecesario e irrelevante
de esos que pueden llegar a producirse, por ejemplo, mientras caminaba por la
calle yendo a comprar el pan. Nada semejante me resultaba interesante. Es
cierto que algo como el azar nos reunió en un salón de clases, pero la vida se
encargó de separarnos en base a sus decisiones, mi intención era ayudar a que
no fuera el azar quien, una vez más, decidirá por nosotros (por mi).
Es
una suerte, finalmente, el haberlo logrado de ese modo.
Aclaración:
La imagen es un fotograma de la película
Invasión
(1969), de Hugo Santiago, en el que se ve el mapa
de la ciudad ficticia de
Aquilea. Allí no pude mudarme.
--
Inicio del
Espacio Publicitario:
En la
revista digital Perro Negro de la Calle N° 42 (México), pueden leer el cuento Jaime, el Mataautores.
Fin del
Espacio Publicitario.
13 comentarios:
Antepenúltima entrada relacionada con esta temática. Lo que vendrá después... No, ¿para que adelantarme?
Feliz cuarentena.
Saludos,
J.
desde hace un tiempo pienso que si faltara mi mamà pasarla lo mismo, se empezaría a desintegrar la familia...
lo demás es lo conocido de siempre... vivís en Argentina master!! que esperabas? ja...
muy buena entrada
por qué si mi interés era la literatura acabé estudiando historia?
Eso nunca lo sabrás, lo que si es cierto es que acabaste estudiando, que ya es un logro.
Por lo demás, una vez acabado aquello que parece no nos interesa, y por "simpatia" (no la de carácter, sino la que hace explotar las bombonas cuando estallan una a una), se acaba estudiando aquello que de verdad interesa. Pero lo anterior nunca está demás.
Un abrazo en esta cuarentena en Barcelona, que de verdad se asemeja más a un estado de excepción que a otra cosa.
salut ¡
Me he visto identificado en una cuestión: yo también estudié historia, materia que impartí a lo largo de mucho años en distintos centros de enseñanza, privados primero y después públicos, a pesar de gustarme sobre todo la literatura. La vida plantea estas cosas, por una razón o por otra.
Un saludo, J.
Me encantó esta saga familiar,José, toda mi admiración!
Un saludo y un abrazo!
Siendo un memorialista a pesar de tu juventud es fácil entender, creo yo, porque te decidiste por la historia. Te acompaño en el sentimiento porque yo también hice lo mismo.
Saludos
Algo que destaco de tu texto, axiomático, porque los mismo ha sucedido acá, en Colombia: "Los mismos que siempre lo habían tenido recuperaron el poder político que nunca les había sido disputado; se disfrazaron con colores diferentes, pero debajo del maquillaje cualquier que quisiera hacerlo podía darse cuenta que era más de lo mismo"
Un abrazo. Carlos
La vida da muchas vueltas y el pasado a veces regresa un día de repente, como hoy que has puesto esta narración de la continua búsqueda.
Yo jamás he participado en concursos literarios. A veces siento que es miedo a no sé qué, otras que es soberbia, pero en realidad puede que sea que no desarrollé la competitividad del mundo moderno. Amo escribir y me identifico contigo, en que mientras crecía, no encontré el apoyo económico, o humano, ese soporte que impulsa los sueños, vengan de donde vengan. No que dude de mi capacidad para escribir, de lo que sí dudo, quizá influenciada por la visión progresista de la familia en la que crecí, es de que pueda vivir de lo que escribo. Entonces están los otros trabajos que generan la supervivencia, lo cual no me importa siempre y cuando pueda seguir escribiendo.
Un placer pasar por aquí,
Nos leemos,
Saludos.
Maestro, fui a la calle 42 y Jaime me contó una historia alterna a su saga familiar. Por lo tanto, el primero, mata autores; y usted, reivindica a quienes le antecedieron. Dos formas de recordar y vivir.
Le dejo mi saludo.
JLO: Es lo que siempre ocurre, tal vez fingimos que no, pero pasa. Y sobre vivir en Argentina… Tal vez esperaba que una saliera bien. Una nada más.
Julio David: Exacto, siempre ocurre lo contrario. Y no porque no podamos aprender.
Tot Barcelona: Es una situación complicada la que se vive en la península, nadie se lo esperaba, y nadie sabe cómo reaccionar. Es cierto, también, nunca se deja de aprender.
Cayetano: La vida plantea y acabamos aceptando, muchas veces sin discutirle, colega.
Luna Roja: Gracias por el comentario.
Dr. Krapp: Gracias. No pensé que habría tantos interesados en la literatura envueltos en la historia.
Carlos Augusto: Creo que es algo muy común en todos los países latinoamericanos, parece que algo cambia, pero todo continúa siendo exactamente igual.
Beatriz: Sobrevivir es lo primordial en una sociedad que nos quita todo lo demás y necesario. Sobrevivir a cómo dé lugar.
Guillermo Castillo: Gracias. No lo había pensado de ese modo; es una interesante relación entre una manera de hacer las cosas y otra.
Gracias, nos leemos.
J.
También soy de Argentina y me acuerdo de esa crisis y el desempleo, similar a lo que pasa ahora.
Recién descubro tu blog, te seguiré leyendo.
Saludos!
Ante todo, felicitaciones por el concurso literario ganado.
He pensado mucho en este último tiempo en eso de dejar que el azar decida. Pero no exactamente llego a esa conclusión. Mi decisión es simplemente no forzar situaciones. Es decir, por ejemplo: mi primo no me llama. No le voy a insistir más. Tendrá algo mejor para hacer...si pasan varios meses vuelvo a tirar un llamado/mensaje y si es no positivo... no forzar
Esa película me la recomendó el amigo Sudaca, que cada tanto comenta en mi sitio. Muy buena, pero también muy opresiva, muy oscura.
Te dejo su blog por si querés darte una vuelta:
https://sudakia.wordpress.com/
Abrazo J
Patricia: Es cierto, resulta similar lo que sucedía en el 2001 con la actualidad. La diferencia es que estamos más viejos, más cansados, más agotados y con menos posibilidades de hacer nada.
Frodo: Le llamo azar a todo lo que no sea una decisión propia. No elegimos en qué grado nos anotábamos, eso lo organizaba el colegio. Pero puedo decidir no verme nunca más con ninguno de los que compartía ese espacio. Es mi resolución. Y sí, no forzar nada, nunca. Voy a visitar a tu amigo.
Gracias por las visitas y comentarios.
Nos leemos,
J.
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