En 1998, por fin terminé la escuela primaria
después de nueve largos años, varios parches en el medio, intentos de reformas
y nuevos problemas para ocultar la ausencia de verdadero aprendizaje. Luego de
la primaria, en ese entonces denominada EGB, venía el Polimodal (nombre
ridículo, lo sé), que era una versión resumida de la anterior secundaria a
partir de la cual, en teoría, se debían completar los estudios y salir de allí
desprovisto de cualquier competencia necesaria para continuar en la
universidad.
En
principio, Polimodal significaba que existían diferentes modalidades de
estudios, es decir, especializaciones, al igual que las que existían en la
antigua secundaria. Dentro de esas modalidades debía seleccionar una, y
solamente una, para estudiar materias específicas y diferentes a las de las
otras modalidades. Situación que tornaba tu formación en algo totalmente
obsoleto si luego preferías estudiar otra cosa que no se relacionada con ese
modalidad. De entre las opciones presentes en la escuela en la que realicé la
primaria, elegí ser Técnico Electromecánico.
Eso significa que en algún momento
de esos tres años aprendí algo relacionado con la electricidad y con máquinas.
¿Qué fue lo que aprendí? Ese casillero quedará vacío, o sin rellenar, porque
ignoro qué colocar allí. Mi título secundario dice una cosa, mi experiencia
dice otra, y son sumamente diferentes. Para empeorar la situación, formaba
parte de uno de los pocos cursos del colegio en el que éramos todos varones; ni
siquiera por error se había inscripto una mujer en él.
Podría
quedarme en la postura fácil y criticar el sistema educativo, a la casta
política, al universo, a los caballeros del zodíaco o a los guardianes de la
galaxia como medio para justificar lo que sucedió. O bien podría continuar adelante
y retomar lo que dije en la entrada anterior de que, luego de tantas lecturas
(algunas de las cuales ni merecen la pena ser numeradas), comencé a escribir.
Eran finales de 1999, es decir,
finales del primer año de Polimodal; como no podía ser de otro modo con apenas
16 años, caí en la tentación de intentar mis primeros versos. Porque sí, porque
lo primero que escribí fueron poesías, versos sueltos, ejercicios para la
escuela que se presentaban como demasiado fáciles luego de tantas lecturas.
Tras esos primeros olvidados (y
olvidables) versos, continué intentando colocar palabra tras palabra hasta que,
en algún momento del 2001 me atreví a mis primeros cuentos. Eran apenas unos
pocos párrafos o unas pocas páginas al principio, pero luego se comenzaron a
extenderse más y más. Sabía que no era el único en la escuela que pretendía
escribir; pero en ese momento era algo que me tenía sin cuidado; esa escritura era algo por completo mío, que no compartía
con nadie más que con mi silencio, tan sólo quería escribir y nada más. La
búsqueda de lecturas ajenas a mí mismo comenzaría un poco después, y no
acabaría nunca.
De
esa misma época, lo que quisiera olvidar, son, como no podía ser de otro modo,
los fracasos en algo que marca la adolescencia de todo el mundo. Estoy
hablando, claro, de los fracasos amorosos.
¿Existen de otro tipo a esa edad? Porque fallar en un examen no es un fracaso,
es una mala experiencia y ya; en cambio en ese supuesto amor adolescente
sobrecargado de ardor y hormonas, todo es sufrimiento, todo es dolor, todo es
pérdida definitiva y desdichado interés mal dirigido.
Es
una suerte que la adolescencia, al igual que la infancia, tenga un punto final
definitivo. Aún cuando muchos lo nieguen y sostengan que la adolescencia es un
estado de la mente y puede extenderse hasta el infinito, desde los doce años
hasta la tumba, o más, de ser posible, la adolescencia se termina. Ya sea antes
o después, se termina. Luego podemos pretender olvidarla.
Como
si se tratara de un reloj, de un cronómetro, o del efecto psicológico del
clima, cada año me deslumbró una mujer diferente otra estudiante, porque el
colegio tenía también la orientación de economía y gestión, donde todas las
chicas de la primaria se habían anotado sin dudarlo. Como no podía ser de otro
modo, las tres oportunidades acabaron en fracaso. Nunca supe cómo hacer que
algo semejante funcione (tampoco sé hacerlo hoy en día, pero ese es otro
asunto). Pero si con los años uno se acostumbra a fallar como si fuera parte
del propio sentido de la vida, las primeras veces en que eso ocurre, son las
que más se sufren. Las que más se recuerdan resultan ser también las que más
duelen. Es como caerse de la bicicleta, es doloroso hasta que aprendemos a
poner el cuerpo, entonces no dejamos de caer, pero lo hacemos mejor que antes.
Tres
intentos con algunos detalles idénticos y otros un poco más específicos,
dependiendo en parte de mi experiencia anterior y de la otra persona. Pero tres
intentos que acabaron del mismo modo, de la misma manera, sin haber tenido la
menor oportunidad de volverse una opción viable.
Claro que esto lo digo desde el
presente, en ese momento esperaba que fuera de una manera diferente. Muy
diferente, como si se escondiera en esas posibilidades de triunfo, la clave para acceder a la felicidad que no veía posible
encontrar en ningún otro lado.
Estos
deslumbramientos comenzaban en otoño y ni siquiera lograban superar la barrera
de la primavera, todo se desmoronaba mucho antes sin que supiera qué cara
continuar yendo a la escuela. Era una suerte, en el único caso en que puedo
sostener algo semejante, que el edificio fuera lo suficientemente grande como
para evitar, en los recreos, evitar el ridículo de cruzarme con ciertas
personas. Pero ni siquiera e ese modo fue fácil sobrevivir. Mucho menos
teniendo en cuenta la fuerte presión que pesa sobre los adolescentes para
demostrar, de manera constante, su hombría, su valía, su destreza y dureza
frente a los demás. Presión que se magnifica si, para completar el cuadro, en
cada año aumentan la graduación de los lentes y cada vez se ve un poco menos.
Así
y todo, en algún momento del último año algo se activó en mi cabeza, me di
cuenta de lo que hacía, por qué lo hacía, qué pretendía demostrar y que, en
definitiva, casi todo lo que hacía era por inercia, o presión externa y no por
interés o motivación personal. Los últimos meses, sabiendo eso, pude comenzar a
despedirme del terrible mundillo de la secundaria y mis fracasos esperando la
llegada de las posibilidades de éxito que me esperaban del otro lado de los
muros de la escuela con un título secundario en la mano, muchas esperanzas y
expectativas en alza en la posibilidad de conquistar al mundo. Metafóricamente hablando,
en algún momento.
Despedida que para mucha gente que
conozco resulta ser sumamente dolorosa, complicada y de difícil cumplimiento;
pero que, en mi caso, fue una de las cosas más sencilla que he llevado
adelante. Una de las pocas etapas de mi vida que se cerró y que nunca más
volvería a abrirse, aunque continuara influenciando en mis acciones, volver
sobre ella carecía de sentido.
Se abría un mundo de oportunidades, algo
que suena a eslogan de publicidad mediocre; pero incluso ese tipo de frases tiene
algún contacto con la realidad en, por supuesto, muy pocas oportunidades.
Claro
que no contaba con el hecho de estar terminando mi educación media, y como
suele decirse formal, en el mes de
diciembre de 2001.
Aclaración: En Buenos Aires existe la costumbre
de realizar un viaje final de la escuela secundaria a Bariloche, un destino turístico
del sur del país donde hay nieve un montón de cosas que no hay en Buenos Aires.
La costumbre incluye volver con este tipo de fotos. Fiel a mi propia costumbre,
no sólo no tengo una de estas fotos colgando en ninguna pared de mi casa, sino
que ni siquiera acepté realizar ese viaje
15 comentarios:
Las cosas siempre se tornan confusas cuanto más nos acercamos al presente...
Nos leemos,
J.
Pd. Estamos llegando al final.
Los fracasos amorosos son algo para recordar.
Y pueden ser parte de la experiencia de un escritor, tanto como los éxitos.
Saludos, colega demiurgo.
aquí, en España, también tuvimos EGB, y déjame decirte que fue infinitamente más y mejor que esto que tenemos ahora...
el paso de la niñez a la adolescencia es muy difícil, a veces casi traumática, y si hablamos de la incursión al mundo laboral.....
besos.
Demiurgo: Pero hay que saber reconocer un éxito luego de tantos fracasos, luego veremos qué se puede hacer con él.
Marie: Sí, la EGB de España se aplicó idéntica en Argentina, fracasando rotundamente, como ya se sabía que lo haría.
Saludos a ambos!
J.
Esa década me pilló ya siendo profesor aquí en España. Y sí, la EGB no fue todo lo buena que podría haber sido, pero aquel sistema (EGB, BUP y COU) era infinitamente mejor que la porquería en forma de Plan de Educación que nos vino después, con la Secundaria y el Bachillerato. De hecho, los alumnos de ahora cada vez saben menos y desconocen lo más elemental de cultura general. Cada vez peor.
Un saludo.
Con CAYETANO.
Esto es un despropósito. En los años 60, para ingresar al bachillerato elemental (cuatro años), te examinabas a los 9/10 años y se te exigía aparte de problemas de regla de tres, la raíz cuadrada, divisiones por cinco cifras y no cometer más de tres faltas de ortografía (acentos incluidos) en la redacción ni en el dictado.
Hoy han alargado los estudios porque no hay donde poner a trabajar a la juventud, así de sencillo.
salut
Sin duda, una saga familiar inconmensurable.
Saludo amigo.
Muy buen relato, José. No olvidemos además que la verdadera educación empieza cuando terminamos la educación formal. Un abrazo,
L.
La adolescencia es un cruce de caminos y un cruce de sensaciones, si además en su fase primera te obligan a elegir un camino académico vinculado a una salida profesional específica sin el debido conocimiento y la experiencia, se puede anticipar una probable sensación de fracaso.
Afortunadamente en las cuestiones sentimentales las personas tenemos una mayor autonomía y aprendemos de la experiencia y del fracaso.
Saludos
Estupendo relato, aquí también la EGB fue un fracaso. Un fuerte abrazo.
En medio del escepticismo y los fracasos amorosos de esta entrada, como el aumento de graduación de los lentes, hay un humor mordaz que agrada, y que uno siente, que te saca adelante en tus tropiezos. U n abrazo colombiano. Carlos
Ud no sólo es diabólico, sino que además es un verdadero renegado. Me gusta su actitud. Creo yo que usted aprendió lo más importante en su secundaria (tal vez no en ese momento, pero era la semilla)... el amor por el arte, por la literatura.
Después de eso, despues puede viajar a Bariloche con compañeros inventados o aprender electrotécnica
Abrazo!
Te aplaudo.
Excelente escrito...
Cayetano: Es la lógica de la educación post-Guerra Fría, que la gente sepa y comprenda cada vez menos.
Tot Barcelona: Trabajo, trabajo… Esa palabra me suena de algún lado…
Guillermo Castillo: Gracias, ya se acerca el final.
Julio David: Toda elección es, en realidad, una simple opción que otros han pensado antes por ti.
Luis: Es cierto, uno nunca deja de aprender, aunque así lo parezca. Gracias por la visita y el comentario.
Dr. Krapp: El fracaso, que no el éxito, es el mejor maestro. O eso dicen.
Ana Manotas Cascos: Por aquí también lo fue.
Carlos Augusto: Si no hay humor que no haya nada. Aunque cada vez las palabras ofenden más…
Frodo: Sigo sin conocer Bariloche, y me vanaglorio de eso. Sí, señor.
Miguel Ángel Morata: Gracias por tu comentario.
Gracias a tod@s, nos leemos,
J.
Algún día serás reconocido como un gran escritor. Para entonces habrás dejado de escribir como antes de ser famoso.
Deseo que se te cumpla lo que deseas.
Un abrazo
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