sábado, 8 de febrero de 2020

Familia – Una infancia promedio


Como siempre sucede en mi vida, llegué tarde a todo lo que pretendía intentar. En este caso llego con veinte años de atraso a lo que hoy llaman literatura del yo. Una forma de escribir en la que el autor se presenta como centro del relato y crea una imagen de sí mismo tan falsa como irreal; una escritura en la que lo personal abruma con la cantidad de datos insignificantes que se le obliga a asimilar al lector. Información que, por otro lado, nunca le servirá para nada. Un estilo de literatura muy vinculado con las redes antisociales, algo que sin dudas alguien más postuló en otro sitio, con términos académicos y con citado acorde a las normas APA, como corresponde; pero no fui yo.
            Imagino que este tipo de escritura, por otro lado, deriva de una mala lectura de Kafka, entre otros autores, quien solía llamar a sus personajes, en varios relatos, simplemente como K. Según algunos teóricos y críticos literarios, buscaba crear una mayor identificación entre el autor y el texto. Claro que si quisiéramos preguntarle a Kafka por qué escribió de ese modo estaríamos llegando, otra vez, demasiado tarde. Podría arriesgar la hipótesis de la pereza, de que en algunos casos es tan complicado definir el nombre de un personaje que lo mejor es dejarlo para el último momento. También podría arriesgar una segunda hipótesis de que esos relatos hayan sido sueños en los que el propio Kafka se veía como personaje de cuanto sucedía en ellos, y de allí esa forma particular de escribirlos.
            Claro que esto no explicaría los textos escritos en segunda persona.
            Como sea, luego de haber leído a Kafka Borges hizo algo similar, poniéndose a sí mismo como personaje en algunos cuentos. ¿Eso nos dice que quería parecerse a Kafka o que vivió lo que relató en ellos? Quizá sea que el recurso literario de ponerse a sí mismo en la historia le resultaba útil para cierto tipo de relatos. Pero también es tarde para preguntarle.
            Del mismo modo, Philip K. Dick lo utiliza en algunos de sus libros y se encuentra, igualmente, muerto, por lo que tampoco en este caso podremos preguntarle.
            Esto nos lleva a pensar que cualquiera que se perfile como escritor, en algún momento de su carrera utilizará los mismos recursos que el resto del gremio. Y está bien que lo haga, porque es parte de la literatura. Puedo incluso encontrarse más de un desastroso texto escrito para el blog o algo más extenso y oculto, en el cual me utilizo como personaje. El resultado apenas es algo más que una pobre imitación, y eso sin la suerte de siquiera encontrarse bien escrito.
            Pero lo anterior no es literatura del yo, es literatura sin pronombre personal asociado, porque, precisamente, es lo personal lo que engloba toda la situación, lo que hace estragos en la escritura. Mi vida, mis pensamientos, lo que hice en los años anteriores a que decidiera sentarme a escribir sobre ello, ¿a quién puede importarle, o interesarle, más que a mí mismo? ¿Por qué abrumar a quien continúe leyendo con usa información? Quizá busque generarle empatía a quien para nada me conoce; tal vez sea aceptación lo que estoy buscando, o encontrar otras personas que hayan vivido cosas similares para intercambiar experiencias, comentarios y formas de superación.
En última instancia, la literatura del yo no sería más que otra transformación de los libros de autoayuda tan de moda en los últimos veinte años. La diferencia radicaría en que literatura del yo suena mucho mejor que autoayuda, por lo que logró una mayor aceptación, incluso entre aquellos lectores que sabían que los libros de autoayuda ni siquiera sirven para aplastar cucarachas.
            Dicho lo cual, en la primera parte de la década de 1990, siendo todavía un niño. Aunque haya quienes digan lo contrario, además de que pensaba como un niño, tenía la esperanza de llegar a ser muchas cosas cuando finalmente creciera. Tal vez influenciado por lo que veía en la televisión, o en las películas (que pasaban en la televisión, porque muy pocas veces iba al cine; el valor de las entradas ayudaba de poco en ese punto), lo primero que quise ser, como no podía ser de otro modo, era un héroe: Bombero, policía, investigador privado, desenmascarador de misterios, o cosa parecida. La idea era ser ese que conoce la verdad y que no cejará hasta darla a conocer.
Luego comprendí que los héroes nunca son los que en realidad triunfan, sino lo que logran atravesar la adversidad sin que nada los altere, sin que la más mínima mancha de barro toque su ropa siempre nueva, siempre impoluta. Los héroes de las películas no existen en el mundo real, no podrían hacerlo ni aunque lo desearan de ese modo; mucho menos podrían hacerlo en un país como Argentina, claro. No existen dudas al respecto.
            Además, carezco de la vocación de servicio de la que hablaban en las publicidades de la policía a principios de los 90s. Nunca fui práctico siguiendo órdenes; tampoco aceptaba seguir una cadena de mando si sabía que quien me seguía era incapaz de resolver situación alguna o tomar una simple decisión; ni hablar del tema de respetar la autoridad impuesta y no ganada; así que es una suerte el que finalmente no me decidiera por continuar en esa dirección.
Antes de que el peso reemplazara a los australes, dejé de lado las esas ideas de ser le héroe de mis propias aventuras y comencé a buscar algo más hacia lo cual dirigir mis energías, mi interés, mis habilidades y, por qué no, mi aburrimiento.
            De haber sabido que casi tres décadas después aún estaría buscando eso en lo que enfocar mi energía de seguro me hubiera aferrado con mayor persistencia a esas ideas, a esos anhelos infantiles. Pero ya es tarde.
            Me faltaba descubrir muchas cosas, así como sé que desconozco otras y sé que algunas ni siquiera luego de mi muerte las descubriré. Todo porque creo haber hecho muy poco con mi existencia. Podría haber hecho más, sin dudas, es sólo que ignoraba cómo hacerlo. Nadie me lo explicó, nadie me lo señaló como una posibilidad o una opción, solamente me marcaron, una y otra vez, los errores que cometía. Los mismos errores de siempre, las mismas falencias, los mismos problemas que jamás podría solucionar; no por ser incapaz, sino por puro desinterés.
Pero si no quería que errara el camino me hubieran dado un mapa que supiera leer y listo; siempre la hacían difícil.
Los sueños de la infancia mueren rápido. Incluso cuando creía que podría dedicarme a cazar dinosaurios y luego de toda una tarde intentando practicar una excavación en el patio de la casa (donde había una carpeta de concreto en avanzado estado de descomposición), desestimé la posibilidad de que allí hubiera un paso al centro de la tierra. Esa misma tarde reconocí que nunca viviría aventuras como las que comenzaba a acostumbrarme a leer; el sueño de las aventuras se perdió en mi memoria.
Un par de horas, unos minutos, un instante, una frustración, es suficiente para hacerme olvidar cualquier proyecto. La mayoría de las veces me siento mejor después de que sucede de ese modo; no sabría qué habría sido de mí de no ser así. De seguro no estaría aquí, escribiendo con la pretensión de que alguien me lea y comprenda las ideas subyacentes en todas estas palabras, comente al respecto y descubra que, después de todo, algo de lo que aprendí no logré dejarlo de lado: Aprendí a contar historias; al menos así lo creo, aunque otras personas dicen lo contrario y no podemos tener la razón ambos todo el tiempo.




Aclaración: La imagen es una recreación de 
cómo me vería de haber seguido adelante 
con la fantasía de ser bombero.

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Y también pueden comentar si así les parece.

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18 comentarios:

José A. García dijo...

¿Qué queda de lo que nos proponemos en la infancia sino recuerdos y, algunas veces, frustraciones mal aceptadas?

Nos leemos,

J.

Cayetano dijo...

"Los sueños de la infancia mueren rápido". Y el tiempo de ser niño también, que pasa velozmente. Cuando eres un niño ves la vida de adulto como algo muy lejano, algo a lo que llegarás algún día pero muy distante de ti cronológicamente, como si la vida fuera algo que discurriera a lo largo de doscientos o trescientos años. Luego, te das cuenta que todo va muy rápido. Demasiado.
Y de aquello, tan solo nos quedan los recuerdos.
Un saludo.

Laura dijo...

La literatura del yo... nunca lo había escuchado.
Los hay que no tenemos imaginación para inventarnos historias, relatos, personajes...por mucho que lo intentemos.
Y qué escribir sobre lo que nos pasa o sentimos es la única forma en la que desarrollamos las pocas o muchas ideas que tenemos, sin alcanzar nunca lo que por literatura se entiende... pero si por desahogo.
De pequeña quería ser periodista. Curioso, ¿no?.
Un abrazo.

Tot Barcelona dijo...

Todo necesita de un aprendizaje. Contar historias no es fácil.
A ti no te salen mal.
Salut

lunaroja dijo...

Hoy yo también he aprendido algo nuevo,esto de la "literatura del yo" desconocía totalmente esta vertiente.
Muy interesante todo lo que expones José,de verdad,es un placer leerte.
Con relación a lo que queda de los deseos y objetivos de ser en nuestra infancia? Como decís, recuerdos, y tal vez frustraciones.
Yo tengo dos recuerdos (objetivos vitales) que se cumplieron y que fueron expresados cuando yo tenía 6 años. Cuando a través del tiempo fui consciente al traer ese recuerdo a la memoria,me di cuenta de cuantas veces todos estos tipos de mandatos terminan cumpliéndose. Quizás porque en el inconsciente vamos construyendo el camino para lograrlos,sí o sí.
Un saludo!

Eva S. Stone dijo...

No siempre se consigue alcanzar lo que uno se propone, pero la perseverancia es una cualidad que ayuda mucho.

Debo decir-además de perseverancia tuve mucha suerte, lo reconozco también- que alcancé mis principales proyectos gestados en la infancia, pero hay uno que no conseguí: el de la felicidad, básicamente porque no existe como tal, puesto que, lejos de ser un estado celestial como yo imaginaba entonces, sólo consiste en fugaces instantes o momentos que deben atesorarse hasta los siguientes.


Un beso lector.

Ginebra dijo...

Hubo un tiempo en que quería ser monja misionera (odio todo lo relacionado con la religión católica y con cualquier otra, fíjate si me hago monja) y al poco de eso quise ser guerrillera (me pega un poco más que lo primero, pero no me veo en la selva, hay serpientes y les tengo pánico)... ahora soy profesora, que tampoco es que me entusiasme demasiado, pero no me come el tarro... pero ante todo soy yo... una mujer que no quiere ser nada que no sea ella misma, con sus defectos y sus virtudes... los defectos intento corregirlos, pero nos siempre lo logro. En eso estoy.
Besos

Mara dijo...


José dices: "Aprendí a contar historias; al menos así lo creo, aunque otras personas dicen lo contrario y no podemos tener la razón ambos todo el tiempo" ¿Te parece poco?. Todos pensamos que pudimos hacer más pero aún estamos en el presente no pasa nada por intentarlo. un abrazo.

vodka dijo...

la infancia es un venero increible de relatos.

Recomenzar dijo...

Lo importante es poder ser feliz sin apegos que nos dañen
beso

Ana Manotas Cascos dijo...

Tus historias me encantan. Un abrazo

Doctor Krapp dijo...

Lo que denominas la literatura del yo, hacer del acto literario una prolongación de uno mismo es muy antigua, quizás nació con los Ensayos de Montaigne aunque adquirió acta de naturaleza con los diarios personales tan en boga en el siglo XVIII pero que ya tuvieron su precedente en el XVII con Samuel Pepys. Luego hay falsos diarios, En busca del Tiempo Perdido lo es, y la entrada del yo en las narraciones fantásticas como es el caso de Poe, Emily Bronte o Conan Doyle con Sherlock Holmes.
La vida es siempre un camino cuesta abajo y hay que gestar con fuerza la desilusión inevitable.

Saludos

Frodo dijo...

Creo que en este caso (sólo este) la razón la tenés vos.
Quién no hizo eso del anteúltimo párrafo, excavar en el fondo de la casa (o en mi caso en "el terreno de al lado de lo de mi abuela").
Era mas fácil alquilar Jurassic Park, en el video Club Keops por un peso con cincuenta. Cincuenta centavos más de recargo si te la quedabas un día más

Abrazo!

Amapola Azzul dijo...

Escribir escribes bien.
A veces olvidamos todo demasiado rápido, recuerdos , proyectos...

Un abrazo.

mariarosa dijo...

Hace tanto que fui niña que ya olvide que quería ser. Pienso que nada que ver con lo que soy...¿soy?

mariarosa

Bubo dijo...

Creo que todo lo que se escribe es escritura del yo. Incluso cuando no nos reconocemos.

taty dijo...

Lo hermoso de la infancia es tener la inocencia de contar con el futuro, ya después la cosa se complica y es más difícil poner en palabras lo que queremos, lo que soñamos si hay acaso algo. Por eso escribimos, por eso leemos. Un abrazo.

José A. García dijo...

Cayetano: De todas formas, creo que si la vida fuera más extensa, haríamos las mismas cosas, y nos quejaríamos de los mismos problemas.

Laura: Es cierto, pero son dos cosas diferentes. Desahogarse es una cosa, utilizarse como personaje de lo que quiere contarse creyendo que eso interesará a alguien, es algo diferente.

Tot Barcelona: El aprendizaje siempre es la parte más difícil.

Luna Roja: Claramente hay quienes tiene suerte y aquello con lo que primero soñaron, es lo que efectivamente sucede. Lo cual en gran medida les evita la cuestión de la frustración.

Eva S. Stone: Cada persona tiene su definición de lo que es, o debe ser, la felicidad. Es muy raro que lleguen a coincidir por completo los deseos de dos o más seres diferentes en este tipo de cuestiones.

Ginebra: Saber lo que se quiere ser es el primer paso para lograrlo. Pero es ese mismo paso el más difícil del camino.

Mara: Darse cuenta de lo que efectivamente se sabe también es complicado.

Vodka: Es cierto, lástima que siempre terminamos yéndonos.

Recomenzar: El como no importa, solo el lograrlo.

Ana Manotas: Gracias.

Dr. Krapp: La verdad no creo que consideren a esos autores como precursores de la “literatura del yo”, es algo más individualista, para ególatra de lo que podría pensarse. Más centrado en la creencia de que las experiencias personales podrían ser de interés para alguien más.

Frodo: ¿$1 nada más? Por mi barrio cobraban $3, de lunes a jueves te la podías quedar dos días, pero de viernes a domingo sólo uno, y si te pasabas, eran otros $3 más. Y había varios videoclubs en la zona, pero se habían puesto de acuerdo en cobrar todos los mismos. Siempre alquilaba “Leyenda”, sí, la de Tom Cruise.

Amapola Azzul: El olvido siempre es veloz.

María Rosa: Los recuerdo quedan, la cuestión es saber si queremos regresar a ellos o no.

Bubo: Es personal, de eso no hay dudas.

Taty: Al crecer se nos agota la idea de futuro, cierto.

Gracias a tod@s por sus lecturas y comentarios, como siempre, lo más interesante de Proyecto Azúcar.

Nos leemos,

J.