Soy el último de la camada de los hijos de los
hijos de la familia. El último si tengo en cuenta que no sabemos si el tío que
partió en un viaje hacia lo desconocido tuvo hijos o no, y que mi tía la menor, así como el hermano de mi
madre, no los tuvieron. El último, el menor, y por completo desconectado del
resto de la familia, así como la familia se encontraba desconectada de mí
persona. Pienso, por ejemplo, en la fotografía junto a mi primo, uno de los tres cerditos, veinte años mayor,
sosteniendo a un recién nacido que bien podría ser cualquier otro. ¿Qué nos
unía? La ficción de la sangre, tal vez, y eso con mucha suerte, ninguna otra
cosa.
Tal
vez mis hermanas lograron tener una relación mejor, o mayor, con sus primos, o
con los primos postizos, hijos de otros hermanos o tíos de la familia política. En mi caso, nada similar a eso
sucedió. Tampoco lo busqué, es cierto, no tenía esa intención, carecía de valor
alguno para mí, tanto en esa época, cuando era un niño, como hoy mismo, siendo
un adulto que escribe sobre su pasado recordando algo que nunca estuvo allí.
Luego
de la muerte de mi padre la casa de la familia se volvió sumamente silenciosa,
como si se tuviera miedo de hablar en voz alta. Incluso la televisión se veía a
un volumen tan bajo que permitía escuchar lo que sucedía en la calle, y la
radio que mi madre escuchaba cada mañana apenas rompía el silencio de la
soledad. Ese silencio, y los sobreentendidos de una rutina repetida hasta el hartazgo,
eran la norma. Era la única realidad que conocía, la única verdad, la única
opción; tampoco podía saber que las cosas sucedían de otro modo en otros
lugares, porque hasta que comencé la escuela primaria, y eso no fue hasta 1990,
supe que se podían tener amigos con los que hacer cosas diferentes. Entonces
podría tener un Robín para ser su Batman, o un Batman para ser su Robín; eso me
llegó tarde, muy tarde, a mi experiencia.
Claro,
mis hermanas tenían sus amigos y conocidos, de sus escuelas. Y algunas veces se
reunían y escuchaban música a todo volumen, o festejaban alguna cosa aún sin
sentido para mi corta edad. Pero esos días eran la excepción, no la norma, lo
irreal no lo habitual. Por eso mismo, son esos días tan diferentes a lo cotidiano
los que quedan en la memoria, tal vez no con la fecha exacta en que sucedieron,
pero sí con algunos detalles imposibles de olvidar aun cuando los otros lo
hayan hecho inmediatamente.
Si
fue buena o mala la infancia que me tocó vivir no lo sé, lo que sí puedo afirmar
es que fue mía. Quizá no ideal según los estándares inventados para hoy, porque
no tenía televisión por cable, ni acceso a internet, ni teléfonos móviles y muy
pocas series de dibujos animados llegaban a la televisión abierta. Pero esas
pocas series, esos personajes, formaban parte de mis juegos, de mis aventuras
internas, silenciosas, que me inventaba para mí mismo y para nadie más; porque
no había nadie más allí. La soledad, en mi vida, comenzó demasiado temprano.
Tal
vez por eso, si es que me interesara encontrarle respuesta a todos los
problemas que otros/as descubren en mí, es que nunca tuve la costumbre de
acumular amigos, conocidos, aliados temporales, ni cosas similares. En esa
misma línea, mis salidas predilectas fueran cosas que podían hacerse solo antes
que estando mal o bien acompañado.
En
años sucesivos continuaron muriendo familiares de mi padre, como si de repente la
vida se les hubiera agotado. En 1983, como ya dije, mi padre; en 1984, mi tía la mayor; en 1985, la abuela paterna,
irremediablemente ciega y sin dejarse tratar por médico alguno, del pueblo ni
de la ciudad; en 1986, mi tío el pequeño,
para cerrar la década muriendo el patriarca sin pueblo, sin gente, sin familia,
en que se convirtiera el padre de mi padre. Sólo quedaban, entonces, además de
algún que otro pariente de segundo o tercer grado perdido por algún lugar de
España o de Argentina, de esos que sólo sirven para crear rumores y problemas
tan sólo porque sí, los siete nietos.
La
vida tiene su propio límite, la muerte nos rodea y es lo único que nos espera
con cierta certeza; bien temprano lo aprendí. Principalmente viendo como otros
niños de mi edad disfrutaban de sus abuelos, de sus tíos, sus primos y sus
otros parientes, con tanta felicidad y alegría (si real o fingida no lo sé, no
estoy seguro). En mi casa me contentaba con que mi madre me llevara los
domingos por la tarde, siempre y cuando hiciera buen clima, a dar vueltas en
bicicleta en una plaza cercana de la casa. Ella se sentaba en uno de esos
bancos de cemento siempre sucios, rígidos y duros, a mirar el atardecer entre
los árboles, mientras yo pedaleaba hasta el cansancio, o tal vez más. Era casi
que la única diversión, la única forma de hacer algo fuera de la casa que
conocí en esos años. Y era algo que disfrutaba, por supuesto que sí, lo
disfrutaba mucho.
Supongo
que podría decir que la familia continuó adelante; porque no podría ser de otro
modo; porque algo había qué hacer y ese algo era mantenerse a flote nadando con
la corriente en contra, en medio de una noche de tormenta devastadora y viendo
como otros perdían el equilibrio, la compostura junto con las pocas o muchas
cosas que pudieran haber poseído. La vida continuaba del mismo modo, la vida
era eso, un ciclo, una sucesión de situaciones que de tan similares creemos que
se trata de una repetición sin sentido, como un calendario en el que ansiamos
creer.
Tarde
nos damos cuenta del valor de dichas repeticiones, cuando las mismas han dejado
de producirse, cuando forman parte irremediable del pasado y ya no nos hacen
daño ni podremos modificarlas en los detalles más minúsculos.
Por
otro lado, cambiando de tema, la costumbre veraniega de SEGBA (Servicios
Eléctricos del Gran Buenos Aires) de realizar cortes de electricidad
programados con antelación, por tiempo indeterminado y en zonas particulares
del conurbano y en el horario de la tarde, porque nunca habían realizado una
sola inversión para permitir una mayor producción de energía, fue uno de los
múltiples alicientes para desarrollar algo que cada día se encuentra menos.
Ante la imposibilidad de ver la televisión, de escuchar la radio, de disfrutar
de la música, o de una bebida fría, entre otras cosas, no sólo te obligaba a
centrarte en esa actividad tan extraña que se denomina lectura, sino que
también fortalece el uso de la imaginación y la fantasía. Allí donde no
desaparecen los estímulos externos, lo único que nos queda es lo que se
encuentra en nuestra propia mente; claro que primero hay que llenar la mente
con las herramientas necesarias, pero ese es otro tema.
En
los últimos años de los 80s, cuando no sabía que lo hacía, forjaba lo que
comenzaría a desarrollar con mayor amplitud, con mayor énfasis, cuando tomé la
decisión de dedicarme a escribir. No es que escriba todo el tiempo sobre el
pasado, o sobre mi propia historia (que tampoco es tan interesante como para
ser escrita, ni mucho menos para ser leída), sino que, mi mejor herramienta, mi
creatividad, ya se encontraba allí cuando necesité utilizarla.
La
misma que me causaría infinidad de problemas, pero también varias
satisfacciones cuando descubrí que además de mentir sirve para contar historias
que pueden interesar a alguien más. Luego de darme cuenta que ni la música ni
el dibujo, ni cualquier otra de las artes disponibles, me dejaría jugar en su
universo, ese se transformó en mi refugio predilecto. Además, para leer, a
diferencia de otras actividades, no se necesita mucho espacio y puede hacerse
en el más absoluto de los silencios. Y sin llamar demasiado la atención, por
supuesto.
Aclaración:
El solitario niño de esta fotografía,
aunque se me parezca, no soy yo.
Inicio del
Espacio Publicitario:
En la
octava edición de la revista digital de terror Letras y Demonios, pueden leer
el relato Maestro.
La misma se
publicó en el mes de noviembre de 2019, pero recién me enteré de su publicación
esta semana
Fin del
Espacio Publicitario.
20 comentarios:
A pedido del público, la próxima semana ingresamos en la "fatídica" década de 1990.
Nos leemos,
J.
José, me encantan tus relatos.
Tenés la habilidad,el talento de meternos en la historia, de dejarnos fluir y pasearnos por tus palabras como si estuviéramos viendo una preciosa película.
Gracias, de verdad tenés mucho talento,es el don de transmitir.
Un abrazo.
Dicen que cada uno lee o se queda, con lo que te toca... pues yo me quedé pensando en eso de si la felicidad y alegría que esas familias medianamente numerosas ostentan, sea verdad o menos... creo que los años y las experiencias me han enseñado que la familia también se puede elegir, que tanto amor y "fotos" que muestren lo unidos que se es y al final...en fin.
Lo bueno es esto, que tus letras pueden o no gustar, pero lo que nunca serán es indiferentes... bravo!
Un beso.
Además, para leer, a diferencia de otras actividades, no se necesita mucho espacio..."
Correcto. Es una de las actividades a las que me apunté hace muchos años. No molesto a nadie, nadie me pregunta y a nadie doy explicaciones.
Salut
Algunos vivimos nuestra infancia en tiempos complicados, externos a la propia familia o no. No sé qué habría sido de nosotros si los tiempos hubieran sido mejores, la familia adecuada, haber tenido libertad y espacio propio. A lo mejor, tener una vida llena de comodidades y sin carencia alguna no incentiva el querer avanzar, el buscarse uno las habichuelas o dedicarse uno a escribir.
Un saludo.
Me ha gustado mucho leerte y conocerte más. Me gusta cómo escribes...
La infancia siempre nos marca de alguna forma.
Un beso lleno de vitalidad.
José:
mirar al pasado tiene algo de morbo, de misterio, de peligro...
Me ha llamado la atención lo que cuentas de los cortes de luz programados.
¡Cuando deja de funcionar internet es el auténtico pánico! La gente ya no sabe qué hacer sin un minuto de wifi.
Salu2.
A mi también me gustan tus relatos
Me encanta lo que leo
Abrazos
En todos los sucesos negativos hay implícitos acontecimientos positivos. De los cortes de luz en pleno verano, pues la necesidad de leer y/o escribir. Por eso el dicho: "No hay mal que por bien no venga"...
Saludos
Si Ortega y Gasset, era yo y mi circunstancias, el García que desvelas era yo, mi soledad, mis libros y mis escritos. UN abrazo. Carlos
Hola, José. Una frase en tu texto me hizo pensar en algo que tengo muy claro sobre mí: no confío en las personas que dicen que tienen muchos amigos, no me agradan todos y no quiero que me gusten todos, la unanimidad es estúpida, y hay personas que esperan, ingenuamente, ser unánimes. Espero que estés bien, un abrazo.
la vida es un continuo ir y venir de gente, y eso incluye a la familia...
Yo con la e mi padre apenas tengo trato, y es que la vida da muchas vueltas, verdad?
besos
Una mezcla de Woody Allen niño con Lorenzo Lamas, el Renagado.
Destaco eso que mencionás a la pasada y que creo que es una sentencia: no sabemos si fue buena o mala (la infancia), pero fue de uno.
Yo agrego un poco mas triste: y no hay otra.
Abrazo!
Eres joven, has tenido experiencias impactantes y quizás tiene una visión de fin de saga familiar, sin embargo una cosa que aprendes con el tiempo es que las cosas siguen sucediendo y que lo único que hacemos al relatarlas es ofrecer una visión parcial sobre hechos que nos trascienden por su vastedad y sus diferentes prismas. Una visión parcial siendo relativa es una visión válida pero subjetiva y al menos, junto a otras, nos permite entender eso tan extraño y a veces poco convincente que llamamos nuestro tiempo.
Saludos
Me encanta leer biografías y tú cuentas muy bien la tuya. ¡Y si es necesario mirar al pasado y saber de dónde venimos! Para ir hacia el futuro y mejorar nuestros actos y corregir los fallos.
Un saludo.
Todos giramos en el tiempo ido, todos miramos aquello que creemos fue bello, me encanta leerte amigo, gracias.
Abrazo
Me quedo con el "...un adulto que escribe sobre su pasado recordando algo que nunca estuvo allí."
Interesante esta serie de textos con aires autobiográficos.
salute!
A veces, desconectarse es la mejor opción. Otra veces, es inevitable.
Puede ser una buena motivación para escribir.
Saludos.
Luna Roja: Gracias. No siempre logra escribirse de esa manera.
Alma Baires: Al final de cuentas todo es ficción, o al menos lo parece. Puede ser cierto en muchos casos.
Tot Barcelona: Nadie se pregunta, esa es la parte que más me preocupa. Incluso han llegado a mirarme con extrañeza en el tren al ir con un libro en las manos y no con un móvil. Cada vez peor.
Cayetano: De haber cambiado las circunstancias habríamos sido otros por completo diferentes que, en muchos casos, no nos estaríamos preguntando esto mismo.
Eva S. Stone: La infancia es una marca que nunca nos abandona.
Dyhego: Internet es la droga del momento, pero cuando queramos darnos cuenta será demasiado tarde. Antes de su existencia no había tanta ansiedad. O se la podía disimular mejor.
Gla: Gracias por pasar y comentar.
Ginebra: Exacto, siempre hay que ver qué podemos obtener de aquello que nos ocurre. De otro modo sólo sería una pérdida de tiempo y de oportunidades.
Carlos Augusto: Gracias. No lo había pensado desde el lado de Ortega Y Gasset.
Julio David: Pero, ¿quién dice que en mis ratos libres no sea un psicópata? Es más, sé de gente que afirmaría de buena gana que efectivamente lo soy…
Ulisses de Carvalho: Exacto, no podemos estar todo el tiempo buscando agradarle a todos y por todo lo que hacemos, en algún momento quienes somos comienza a resentirse.
Marie: La gente que quiere irse, o la que quiere quedarse, puede hacerlo. Pero después no sirven los arrepentimientos.
Frodo: Exacto. Lo que hayamos hecho, es lo que somos. ¿Para qué soñar con cambiarlo? Ya está, ya fue, yo no me bajo de este tren.
Dr. Krapp: Cualquier versión de un relato, de un hecho, de una vida, es parcial. Eso es lo que lo vuelve interesante. O lo que debería hacerlo.
María Filgueira: Gracias por la visita y el comentario. Un placer que te haya gustado lo que leíste.
La noche de medianoche: Lo importante es nunca dejar de girar.
Serafín: Qué bueno verte otra vez. Gracias por tu comentario.
Demiurgo: Muchos nacen, crecen, viven y mueren, sin saber que esa es una opción.
Gracias a tod@s por sus visitas y comentarios.
Nos leemos,
J.
Me gusta la narrativa que tienes. Fluida sobretodo.
Un saludo
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