sábado, 4 de enero de 2020

Familia - Primos (2/2)


El hijo de mi tío el pequeño y su extraña mujer, nació en 1975, como se mencionó antes. Creyendo en que la fortuna duraría para siempre, esa rama de la familia mandó construir una enorme casona en una zona del pueblo que, años más tarde, comenzaría a cotizarse como una de las más caras; pero que en ese momento era poco menos que un descampado. La casa tenía muchas habitaciones, mucho espacio, y un jardín enorme; todo esto según comentarios y recuerdos de otras personas, ya que por mi parte no llegaría a conocerla más que desde la vereda. Años después de acabada la construcción, la pareja entró en una crisis de la que no creo que hayan querido salir. Cada pareja en un mundo, cada familia es un universo, ellos, seguramente, habrán llegado al momento de la entropía mucho más rápido que otros casos.
            Crisis amorosa, por decirlo de algún modo, que encerraba también cuestiones económicas, de las que siempre influyen en cualquier relación. Fue el último estigma con el que la mujer cubrió al tío, al pequeño, quien ya sabía que nunca sería aceptada por los padres de su esposo, ni por el resto de la familia que aún quedaba en pie. Fueron los primeros en divorciarse, al menos legalmente, y los únicos de su generación en que no se preocuparon demasiado por eso de que debían estar juntos hasta que la muerte bla, bla, bla.
            La infancia de mi primo pasó en los colegios más exclusivos de las zonas aledañas al pueblo, de la nueva ciudad que no dejaba de crecer. En ellos aprendió infinidad de cosas que luego olvidaría o que de nada le servirían, como siempre sucede en cualquier lugar, sólo recordamos una mínima parte de todo cuanto alguna vez escuchamos, vemos, aprendemos, amamos, disfrutamos. Lo único que se recuerda al detalle es aquello que odiamos, hasta que, eso también, carece de sentido. Me refiero al objeto del odio, no al odio en sí mismo.
            Aprendió idiomas, los cuales, las pocas veces que le vi intentó demostrar pero dudo siquiera que él mismo comprendiera lo que intentaba decir. Así como sé, como quien dice a ciencia cierta y con mucha fe, que los relatos de sus viajes eran falsos como las cartas que se publican en la revista Selecciones. Esos relatos resultaban demasiado cinematográficos, demasiado irreales, para haber sucedido. Incluso, luego de que se enteró que había comenzado a escribir dijo que él mismo, en algún momento relajado de su vida (si, esa fue la expresión que utilizó), escribiría un libro de viajes donde incluiría todas y cada una de sus anécdotas.
            Luego de la muerte de su padre, en 1986, antes de ver el nuevo campeonato del mundo, se cerró en sí mismo impulsado por la protección de su madre, de quien incluso tomó su apellido para evitar que se le siguiera preguntando, y no sólo en el pueblo, si su padre era su padre y evitar responder cada vez en qué parcela del cementerio de San Pedro podían ir a buscarlo. Tanto interés tenían en encontrarlo, aún veinte años después de su muerte, que en unas de las pocas visitas que realicé al pueblo, al enterarse de mi nombre, pero más que nada de mi apellido, me preguntaron si de casualidad mi tío no sería acaso mi padre, algo que negué categóricamente. Y continué haciendo con menos sonrisa y más agresividad en el tono a medida que la pregunta se repetía.
            A medida que fui creciendo mi primo se convirtió en uno de esos personajes de los que constantemente llegan noticias que nadie sabe si son reales, si hay que etiquetarlas como una broma (de buen, mal o pésimo gusto) o señalarlas como fruto de una imaginación enfermiza (ah, no, esto es lo que se dirá de mí unos años después).
            Se dice que abandonó el pueblo, donde seguía viviendo con su madre, aunque en una casa mucho más pequeña que la de su infancia, por un problemas de mujeres; se dice que un tiempo después huyó de Rosario, ciudad que le daría refugio mientras solucionaba un pequeño problema con el marido de otra mujer; luego se mencionó que podría estar viviendo en la provincia de Catamarca, pero que allí, como no había muchas mujeres, se aburría demasiado y por eso regresó a Buenos Aires apenas unos meses más tarde.
            En algún momento, a finales de la década de 1990 se decía que estaba en Colombia; algunos decían que lucha en la FARC, otros decían que luchaba contra la FARC. También se decía que se encontraba escondido en Montevideo, en un departamento con vista a la Playa de Pocitos, después de haber un problema que incluía… ¿Adivinan? Varias mujeres de la ciudad de Santa Fe. Y, claro, nunca pisó Colombia.
            Algo de los que no tengo dudas, pero tampoco pruebas, es que él mismo se encargaba la mayoría de las veces de esparcir esos rumores. De esa manera se sentiría una persona difícil de encontrar, mucho más de controlar, siquiera por su madre. O vaya uno a saber para qué le servían esas cosas. Pero que toda aquella confusión sobre su persona le era útil él mismo lo dejó entrever en una de las pocas veces que pasara a visitarnos por la casa mi familia.
            Las tres veces que se encontró entre nosotros, tuvieron que presentármelo; en cada una de ellas lucía por completo diferente, y no solo me refiero al aspecto físico. Era prácticamente imposible reconocerlo en cualquier otro momento, en cualquier otra situación, si sólo tenías esas tres imágenes de él.
            Cabello largo hasta la mitad de la espalda, una barba desprolija y canosa cuando ni siquiera llegaba a los veinte años y vestido más como un mendigo que otra cosa, se apareció para saludar una navidad y, de seguro, para pedir algún tipo de ayuda a mi madre. Imaginen el impacto que causaría una visión semejante en mí, que todavía no llegaba a los diez años y encontrarme a un persona con ese aspecto (para no referirme a su olor), sentado en la cocina de la casa tomando mates con mi madre. Eso para no mencionar el extraño paquete de galletitas que se encontraba también sobre la mesa y del cual no me atreví a tomar una.
            La segunda vez vestía un impecable traje de tres piezas que lo hacía ver como una persona importante, como un empresario exitoso, o como un político de alcurnia (si es que tal cosa existe). Un maletín de cuero legítimo y un automóvil importado último modelo que hacía juego con su ropa (para no mencionar a la mujer que no salió de su interior ni siquiera para saludar y creyó encontrarse lo suficientemente escondida detrás de los vidrios polarizados). Claro que fue a mediados de la década de 1990 y quien sabía en dónde encontrarse, sabía, también, de qué manera obtener beneficios rápidos y constantes para lucirse frente a los demás.
            La última vez que le vi, y que espero que continúe de ese modo, fue poco antes de la crisis del 2001; vestido con una camisa leñadora vieja y raída, con agujeros en varias partes de la tela, barbudo nuevamente (esta vez sin canas) y demacrado de tan flaco que se encontraba. Eso para no mencionar otros detalles de su cuerpo que prefiero olvidar y que, por suerte, sólo tuve que contemplar brevemente.
            Ignoro por qué recurría a nosotros en esas oportunidades, qué es lo que pretendía o lo que buscaba. Tampoco es que me interese resolver ese misterio, ni entonces, ni ahora, ni nunca. Algunas dudas sólo tienen importancia en la medida que se mantienen de ese modo, como algo desconocido, como algo sin respuesta, porque cuando el velo del misterio se cae, la verdad sólo acaba por empobrecer la realidad que le rodea.
            Sólo espero que, si continúa con sus andanzas luego de tantos años, haya perdido la dirección de mi casa, la que, por cierto, nunca conoció.



Aclaración: Paolo el rockero (el personaje de la foto) 
no es mi primo, pero se veía bastante parecido, 
si le agregamos la barba, la primera vez que lo conocí.

16 comentarios:

José A. García dijo...

Pasa en las mejores familias, ¿para qué negarlo?

Me refiero a eso de que uno se muda y "olvida" avisarle a una parte de la misma dónde se encuentra...

Nos leemos,

J.

Tot Barcelona dijo...

No lo dudes, J.A. GARCÍA. Tengo un familiar que hizo algo similar, lo que sucede es que hoy ya es casi imposible pasar desapercibido, tenemos la manía de colgar fotos en todos los medios disponibles, redes sociales, le llaman, y así cada vez es más complejo el desaparecer.
salut

Cayetano dijo...

En toda familia, siempre hay uno que destaca por sus pintas o por sus maneras "peculiares" de tomarse la vida y sus relaciones con los demás.
Un saludo.

Eva S. Stone dijo...

Todos tenemos algún primo "singular"...

Sobre el aspecto, lo mismo te pasaría conmigo, ja, ja... Me chiflan los cambios radicales de look.. :P. Eso sí, en todas partes me reciben bien...

Un beso cambiante.

Frodo dijo...

Ojo, prefiero este primo a aquellos otros que andan por España.
¿O será que no soy muy exigente?
Claro, tampoco vos conocés a mis primos... te quedarías con Paolo, le darías la dirección de tu casa.

Abrazo J!

José A. García dijo...

Tot Barcelona: Es posible encontrar fotos mías en esas redes, pero no subidas por mí mismo, sino por gente que no conoce el concepto de intimidad, y carece del decoro de preguntar si quiero aparecer en su perfil de la red asocial de moda.

Cayetano: Pero algunos se pasan directamente…

Eva S. Stone: La cuestión no es tanto el cómo lucía, sino qué lo motivaba a realizar esos cambios tan extremos. Eso es lo que menos se entendía.

Frodo: Al menos a Paolo ya lo conocemos…

Nos leemos,

J.

Edgardo Martín dijo...

Eres un gran escritor
Tu si que sabes escribir bonito

lunaroja dijo...

Me encantó este texto!
En mi caso,éramos tan pocos,que en Argentina solo tuve una prima, y en Europa el resto,con los cuales apenas he tenido contacto. Siempre añoré tener una familia más numerosa!
Saludos!

Recomenzar dijo...

hola Un abrazo inmenso querido escritor y compatriota que este año nos vaya mejor y sigamos disfrutando de la vida Buen texto

Miguel Angel Morata dijo...

En algunas familias siempre existen esos personajes.
Un grandioso texto.
Abrazo.

Doctor Krapp dijo...

Una clásica oveja negra, siempre son más divertidos en la leyenda que cuando se les conoce personalmente que suelen ser insufribles.
Saludos

Beatriz dijo...

Y sucede al contrario, que si no lo contamos no existe tal misterio, sobre todo cuando se trata de los parientes. Así muere la humanidad nunca dicha.

Saludos J.

Amapola Azzul dijo...

Qué gran trabajo recopilar todas esas anécdotas , recuerdos sensaciones, la verdad que todo ése esfuerzo merecerían un homenaje .

Besos.
Feliz finde.

vodka dijo...

mi primo, el gordo Mario, era medio inventor. Tenia la inteligencia para que cuando se dedicaba a una cosa, se dedicaba tanto que lograba cosas increibles, pero todo lo demas , todo , todo , todo, carecía de importancia. Y cuando se sentaba a tu lado te rompia la cabeza hablando de eso (labil) que lo ocupaba en ese momento, no registrando tu desinteres: Asi pasaron entre otras cosas la cria de chinchillas, la confección de flores de piel de chinchilla, el cultivo de hongos, la robotización del regado de hongos de acuerdo a la luz y la humedad, la fabricación de ukeleles, lo bueno que es vivir en Miami, donde todo está arreglado, y muchisimas cosas mas.
No se si es inteligencia,aunque sus logros fueros absolutos, porque ese imposible de entender el interes del otro me parecia muy idiota.
siempre escribis lindo.

Ulisses de Carvalho dijo...

Estas son generalmente las personas más interesantes en las familias. Supongo que tus palabras, casi como un diario compartido bien escrito, puede servir para prolongar la memoria de las historias. Un abrazo.

José A. García dijo...

Vieja y Jodida: Gracias por la visita y el comentario.

Luna Roja: Algunas veces mejor no saber nada de ciertas partes de la “familia”.

Recomenzar: Esperemos que sí, gracias.

Miguel Ángel Morata: Y en otras familias todos son como él. Conozco casos.

Dr. Krapp: No estoy seguro de que este personaje haya sido, o sea, la oveja negra de la familia, al menos no se la siente de ese modo.

Beatriz: Si de algo merece morir la humanidad ha de ser por este motivo.

Amapola Azzul: En parte es un trabajo, en parte es un poco sacarse de encima años de repetir lo mismo, es cierto.

Vodka: Hoy dirían que le faltaba empatía, o que tenía monomanía. La cuestión es que él sí sabía cómo centrarse en algo, nosotros ni eso.

Ulisses: En parte son un prólogo a algo más, pero todavía no sé a qué.

Gracias a tod@s por sus visitas.
Nos leemos,

J.