domingo, 15 de diciembre de 2019

Familia - La vida en la ciudad (1970)


La imagen habitual para hablar del traslado desde el campo hacia la ciudad (aunque también, en menor medida, a la inversa), es la del deslumbramiento; como si todo lo que se encuentra en la ciudad fuera tan nuevo e irreal como imposible de creer para el recién llegado. Como si en verdad la distancia entre una realidad y la otra fuera tanta que creara realidades absolutamente diferentes.
Pero en el campo también hay luz eléctrica, aunque es cierto que sólo en algunos casos, el periódico llega en el día y se comentan las mismas noticias que en la ciudad. La mayor diferencia se encuentra en las actividades, en la cantidad de estímulos y distracciones factibles de ser encontradas en la ciudad. Esa es la gran diferencia, el gran cambio, entre un lugar y otro; todo lo demás es fantasía, es ficción para crear una mirada idílica sobre la vida ideal. Lo mismo da si ese ideal es el de una vida rodeada de concreto o rodeada de paisaje.
            Mis padres dejaron atrás el pueblo con el firme propósito de construir una vida nueva, diferente, en la ciudad. Era una época difícil como lo fue la década de 1970, aunque todas las épocas lo son en la Argentina. Tal vez, de haber dejado que el generalísimo muriera unos años antes, el destino de la familia hubiera sido otro; pero esa historia contrafáctica es apenas un juego, una posibilidad, no una realidad.
            Abandonaron el campo para instalarse en lo que hoy se conoce como el conurbano bonaerense, que para ese entonces comenzaba a crecer y las pobres (por la cantidad y la calidad de los materiales) edificaciones del lugar se multiplicaron poco a poco. Un barrio que aún poseía muchos terrenos descampados, muchos espacios libres y abiertos a lo que pudiera suceder con la gente que se mudaba allí. Un barrio que continuó transformándose tanto que hoy apenas sí queda alguna fachada vieja y olvidada perdida entre las nuevas construcciones y las fábricas grises, tristes y abandonadas que le rodeaban.
            Un lugar nuevo, con la posibilidad de construir un hogar, un espacio propio, ladrillo a ladrillo, habitación tras habitación, o de la forma en que lo hayan hecho, porque llegué a conocer la casa terminada, varios años después. Las pocas fotografías de la época que se conservan, destilan felicidad, como no podría ser de otro modo en las imágenes de quienes están llevando adelante el mayor de todos sus planes.
            Mi padre se estableció rápidamente como mayorista de productos del campo. Esto es algo así como el intermediario entre los productores y los consumidores; principalmente porque en esa época la idea de venta directa entre aquella persona que elaboraba sus propios productos y quien finalmente haría uso del mismo, no se encontraban tan de moda como en la actualidad. Me atrevería a decir que algo semejante ni siquiera existía ni era posible.
Muchos de los emigrados españoles habían formado sus mutuales y asociaciones similares que se encargaban de recordar en todo momento la tierra prometida a la que sin lugar a dudas planeaban regresar, y de celebrar las aburridas fiestas patronales, patrias y matrias que existen en ese otro país. El resto de la familia, que permanecía en el pueblo y formaba parte de estas mutuales fue el nexo para que comenzaran a confiar en mi padre como intermediario comercial. Esto hizo que, en un primer momento, los negocios marcharon bien, muy bien, al decir de aquellos que aún recuerdan esa época.
Eran los años en los que la economía argentina se encontraba inflada, muy inflada, por las políticas financieras del estado. En este sentido, cualquier proyecto económico carecía de verdadero sentido, motivo o siquiera de objetivo más allá que el de perjudicar a la gente que pretendía lograr algo de su vida con devaluaciones porque sí, inflación cuando correspondía y deflación solo si resultaba conveniente para alguien más. Todos estos cambios bruscos de un día para el otro arruinaban a personas, o negocios, que hasta el día de ayer habían resultado sumamente exitosos.
            La de 1970 fue también la década en la que ni siquiera tuvimos cinco años de gobiernos democráticos; y en la que el abuelo materno confió nuevamente en los mismos socios de antaño quienes, oh casualidad de casualidades, perdieron todo su dinero (el del abuelo, porque el de ellos nunca estuvo en riesgo), en malas inversiones, quedándose casi que solamente con los puesto y (muy) poco más. No sería la última vez en que sucediera algo semejante.
Así mismo fue la década en la que mi primer hermana atravesó su infancia y vio crecer, también, a la que sería mi segunda hermana. Lo que dejaba a la familia (casi) completa.
            Mientras tanto, mi padre llevaba los negocios y construía el hogar era mi madre quien lo mantenía, en el sentido de que, con mis hermanas junto a ella, se las arreglaba para que esa casa en constante construcción pareciera un verdadero hogar y no solamente un espacio en el qué vivir. Un lugar donde poner en práctica todo lo aprendido de su propia madre, sin la intervención permanente y opresiva de ningún viejo cascarrabias, ni de nadie más que con sus palabras, gestos o exclamaciones demostraran su desagrado con cualquier cosa que alguien realizara.
            La segunda mitad de la década, como es sabido, resultó aun más violenta que la anterior. Más oscura, aún cuando el sol continuara brillando en su lejano cielo como si nada, como si no le importara el daño que los hombres descubrían que eran capaces de hacerle a sus congéneres. La inteligencia humana puesta en servicio de la búsqueda de nuevas formas de imponer dolor, miedo y sufrimiento, así como también constantes vejaciones y humillaciones; todo por no saber entender que dos personas pueden tener ideas contrapuestas y no necesaria estar de acuerdo, pero eso no es razón para eliminarnos los unos a los otros.
            El sentido común, cuarenta años después, continúa diciendo que si no hacías nada malo, no te pasaba nada y que, en cambio, si algo te pasaba era porque algo habías hecho antes. La historia, la memoria, demostraron el error del sentido común, pero mucha gente prefiere continuar creyendo de ese modo antes de admitir que se ha equivocado en su forma de pensar. Siempre es más fácil ver el error que comete el otro que aceptar las propias falencias.
            Tal vez sea que si veinte años no son nada, cuarenta tampoco lo sean.
            A pesar del miedo, más que continuar viviendo no podía hacerse. Las otras opciones eran dejarse paralizar por la situación y entonces cualquier otra cosa era inútil; también se podía fingir que nada sucedía, aunque más no sea para que las niñas crecieran; hacer el esfuerzo por crear la idea de que el mejor refugio con el que siempre puede contarse es la familia, el hogar, el estar con los que siempre se ha estado. Aún cuando ese hogar pudiera, también, desvanecerse de un momento a otro con el simple sonido de un Ford Falcon frenando bruscamente en la puerta de la casa.
            Las noticias estaban allí, para quien quisiera leerlas, entenderlas o comprenderlas de la manera correcta para saber qué era lo que sucedía. Muy poco era lo que el gobierno militar hacía en secreto. Cualquier persona ansiosa de obtener y mantener el poder sabe que el miedo es más fácil de imponer y sostener cuando se muestra ante los ojos de todo el pueblo lo que puede suceder a quien se opone al poder. Es parte de la política, siempre lo ha sido, negarlo carece de sentido.
            Con todo esto sucediendo a tu alrededor, concentrarse en sobrevivir era, claramente, lo más importante. Si es que no lo único.




Aclaración: Esta no es una foto de las que se
 mencionan más arriba, ni es tampoco la casa 
de la que se habla.

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En el número doble especial de Revista Próxima (que corresponde a los números 43 y 44 de la misma), pueden encontrar el cuento Borrador de Informe para Las Academias.

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14 comentarios:

José A. García dijo...

Parece difícil de creer, pero la historia continúa.

Gracias por la lectura y por sus comentarios.

Nos leemos,

J.

Cayetano dijo...

Por esas fechas, nosotros nos acabábamos de librar de un dictador, por muerte natural después de una larga agonía, y vosotros estrenabais dictadura militar experta en el arte de las desapariciones.
Un saludo.

lunaroja dijo...

Me hiciste viajar al pasado!
Mi infancia en Buenos Aires,esos barrios del conurbano, las veredas anchas, los árboles que tanto hecho de menos desde el otro lado del océano.
Gracias por este recuerdo!
Un saludo.

Manuela Fernández dijo...

Qué difícil es vivir con miedo y qué duro.
SAludos.

Frodo dijo...

Tiene que seguir. No nos podés dejar la historia ahí.
El sentido común todavía está festejando los goles de Kempes

Abrazo!

José A. García dijo...

Cayetano:La historia tiene esas cosas, libera a algunos, esclaviza a otros...

Luna Roja: Árboles que en muchos casos ya no están ahí...

Manuela: Es difícil, sí.

Frodo: Hay que entender que los goles de Kempes son los goles de Kempes y que así estamos.

Saludos,

J.

Recomenzar dijo...

me gustas cuando callas y esta todo en silencio
y la brisa te toca y yo me duermo lo mejor del mundo para vos muchacho Nos seguimos charlando y viendo

Tot Barcelona dijo...

Un libro que tengo en mi biblioteca y poco conocido, es el escrito por Ernesto Sábato. Se titula Nunca Más.
De lectura imprescindible si se quiere saber lo mínino y veraz sobre aquella situación que comenzó muchos años antes de 1970, pues lo hizo cuando fue derrocado el Dr Illia por un jefe de las fuerzas blindadas de nombre Onganía, del que ya nadie se acuerda, y de allí al primer triunvirato.
Gracias por el relato. Elocuente y veraz.
Salut desde Barcelona

Mara dijo...


La verdad José que los seres humanos no aprendemos y como decía Camilo, "Siempre se repite la misma historia". Y... como dices: "todo por no saber entender que dos personas pueden tener ideas contrapuestas y no necesaria estar de acuerdo, pero eso no es razón para eliminarnos los unos a los otros". Y las personas siguen sin ponerse de acuerdo en lo importante. Saludos.

Amapola Azzul dijo...

Es una gran catarsis todo lo que nos cuentas.

Un abrazo.

ოᕱᏒᎥꂅ dijo...

Tú relato me ha recordado a la familia de mi madre, ellos fueron con los que se produjo el éxodo desde el interior de España hacia fuera...
entrañable!
besos

Carlos Augusto Pereyra Martínez dijo...

La historia de nuestras familias latinoamericanas, ha estado signada por esa inmigración del campo a la ciudad. Y recuerdo, por lo que me contaba mi padre, que cuando el abuelo se vino para la ciudad, no le perdonaban los contrarios su liberalismo. UN abrazo. carlos

Doctor Krapp dijo...

La emigración del campo a la ciudad o de zonas pobres a zonas ricas es un fenómeno universal que en España se vivió bajo el desarrollismo franquista y sabiendo que dificilmente con la sangrienta represión alguien se opondría a ella.
Lo de la dictadura militar en Argentina y su advenimiento ante un supuesto caso anterior fomentado por la propia oligarquía, no por el comunismo ni otras disculpas falsas, pertenece a la historia mundial de la infamia como diría el ilustre autor y nadie, nadie pagará lo suficientemente por la barbarie cometida.

Saludos

José A. García dijo...

Julio David: Las malas eran las únicas posibles en esa época, nadie lo dudaba.

Recomenzar: Seguimos en contactos.

Tot Barcelona: Sí, el Nunca Más no lo escribió Sábato, es un informe de la CONADEP. Pero sí es cierto que se lo lee muy poco.

Mara: Nunca nos ponemos de acuerdo porque eso no es lo que vale, o así nos lo han hecho creer.

Amapola Azzul: Es posible que catarsis sea la mejor definición, que no la única.

Marie: Muchos se exiliaron lo quisieran o no, supieran lo que hacían o no.

Carlos Augusto: Si continúas leyendo verás lo que sucedió en esta familia. Que no es demasiado diferente…

Dr. Krapp: Las dictaduras siempre son impulsadas por los mismos sectores económicos que pretenden acaparar más sin preocuparse por lo que suceda en medio.

Gracias por sus visitas.
Nos leemos,

J.