Siguiendo un orden más bien caprichoso, el
quinto de mis tíos es el hermano de mi madre. Tal vez porque es de quien menos cosas
conozco le he dejado para el final; fue también quien menos herramientas tuvo
en la vida para llegar a lograr nada, siquiera para salir del lugar en el que
le dejara su padre, como comenté al hablar de mi abuelo materno. Aunque, claro,
una persona que veía en un hijo algo más parecido a una bestia de carga que a
un ser humano, y eso sólo en los días buenos, los cuales eran, como
corresponde, los menos, no debería siquiera ser considerado como persona.
¿Qué
puede contarse de una vida que se vivió tan en segundo plano que apenas se
recuerda su nombre, o el timbre de su voz, o cualquier otro detalle? Siempre
siguiendo órdenes, siempre haciendo lo que otro dice y espera que se haga,
cuidando la cosecha o los animales de alguien más, siempre con la misma ropa
remendada una y mil veces. Un hombre que creció sin saber que fuera de ese
campo, de ese lugar que le tocara en suerte, existía algo como una vida por
completo diferente.
Si
bien el cascarrabias del viejo transigió con la idea de que su hija, mi madre,
asistiera a la escuela, distinta fue la reacción cuando la misma idea rondó en
torno a qué hacer con el muchacho, mi tío. Acababa de cumplir los diez años y
gracias si sabía escribir su nombre con un trazo inseguro y tembloroso, y leerlo,
gracias al esfuerzo de mi madre. Los
hombres no necesitan saber cosas inútiles como leer, escribir, y pensar,
repetía su padre.
Todo
tiene un límite, y una niña no puede enseñar todo lo que se aprende en la
escuela al mismo tiempo en que vive ese proceso de aprendizaje. En cansancio
físico por el trabajo en el campo siempre es demasiado, incluso en los días en
los que parece que no se está haciendo nada pero, en verdad, todo cuanto se
hace siempre es necesario, siempre urgente, es para haberlo hecho ayer y no hoy
por falta de tiempo. Siempre corriendo, siempre esforzándose. Siempre con la
desazón de saber que nada de lo hecho será suficiente para recibir una palabra
de aliento, un agradecimiento ni nada similar.
¿Qué
pasa cuando lo único que escuchas es que eres un bueno para nada unas diez, o
quizá veinte, veces al día cada día de tu vida? Ni siquiera los domingos, el
sagrado día de descanso del señor que vive en la iglesia, es diferente. Debemos
entender esto, cada día, todos los días, lo mismo. ¿Quién podría soportar lo
mismo a lo largo de dieciocho eternos años? Que fue el tiempo en que la familia
se mantuvo completa; pero continuó siendo del mismo modo luego de la partida de
la hermana mayor.
La
principal diferencia era que, además de trabajar en el campo junto al padre,
debía ayudar a la madre en las tareas domésticas, y hacerlo bien, sin fallar en
el mínimo detalle porque un hombre fácilmente tiene que poder hacer ambas cosas.
Y sin quejarse, ¿esta claro? Que por
algo se ha nacido hombre y no caballo, ni mulo, ni burro ni, por supuesto,
mujer.
Trabajar
de sol a sol en tareas que las máquinas existentes en las décadas de 1960 bien
podrían hacer en menos tiempo, con menor esfuerzo y mayor ganancia. Pero el
viejo cascarrabias, quien había perdido una vez más los ahorros de la familia
en un negocio por demás difícil de justificar (algo que repetiría varias veces antes
de acabar muriéndose), se negaba a comprar. Queja tras queja, que es lo mismo
que decir día tras días, lo mismo; el cascarrabias ordenando y esperando que se
cumpliera su palabra sin omisión del menor detalle, y el hijo, claro, detrás,
cumpliendo.
Los
años pasan de ese modo, se deja de ser niño, se atraviesa la adolescencia, se
llega a ser joven y luego se es adulto. Y nada por decisión propia, sino porque
el tiempo continúa avanzando. Y entre ser un adulto y ser un viejo sólo existe
un paso, máxime si el único modelo de persona que se conoce es ese hombre que
trata a todo mundo como bestias. Que ningunea a quien se le pone delante sin
comprender, ni aunque se le explique varias veces y con todos los detalles, que
el único animal presente en la conversación no es su caballo sino él mismo. Dudo
siquiera que quisiera hacer el intento por comprender.
De
esa manera tan brusca, tan antigua, el tío aprendió a arar la tierra porque era
necesario hacerlo; aprendió a manejar un vehículo a motor porque a su padre no
le gustaba hacerlo; aprendió a usar un tractor porque facilitaba el trabajo en
los campos vecinos cuando había que trabajar para otros para pagar las deudas
del padre; aprendió a cocinar porque, muerta su madre, alguien tenía que
hacerlo, lo mismo que la limpieza, el orden de la casa, lavar la ropa y
realizar, sin nunca atreverse a pronunciar una queja, el resto de los
quehaceres domésticos.
El
sentido común dice que muerto el perro se acabó la rabia; nadie dice qué sucede
con aquellos que fueron mordidos por el perro y vivieron muchos años junto a
él. Imagino que, si no se les trata a tiempo, también acabarán por morir, de
una manera u otra. Lamentable.
El
viejo era mucho más que el perro rabioso y furioso que muerde la mano que le da
de comer, era la misma idea de la rabia personificada en un hombre altanero y
de trato despectivo hasta el último de sus miserables días. La abuela fue la
víctima inesperada, la persona que se acercó demasiado al perro sin percatarse
de la espuma que rebalsaba su hocico y, cuando intentó una caricia tierna, éste
le mordió el brazo (o cualquier otra parte del cuerpo). Nadie se ocupó de la
abuela luego de que fuera mordida; el mismo perro que la atacara se encargó de
alejar a los demás, de hacer más profunda una soledad que de por sí, ya era
terrible.
El
mismo perro que, muerta su primera víctima encontró otra para que ocupara su
lugar. Hasta que, el perro, luego de tantos años de generar dolor, tristeza y
desolación en los corazones de quienes lo conocían, decidió morderse a sí mismo
y morir de una vez y para siempre. Se murió bien muerto para liberar del yugo
de su presencia, al hijo, a la hija, a sus nietos y al universo entero.
Pero
cuando finalmente se murió el viejo, era tarde para intentar ser alguien, ser
uno mismo, ser por sí mismo. El perro ya no estaba, la rabia desaparecía, pero cincuenta
años a la sombra de tamaña persona opaca cualquier vida, no importa lo
inteligente ni lo bueno que seas o pretendas ser, esa sombra es tan grande que
apenas sí existe la idea de la luz a su alrededor.
En
el campo, las cosechas se sucedían una tras de otra, por suerte ahora había
otra tecnología, otras técnicas, otros productos. Pero alguien debía aún hacer
el trabajo, y cuidar la casa, y dejarse llevar por la inercia de una vida
vivida cada día del mismo modo. Las palabras son inútiles para quien nunca
aprendió a utilizarlas, pero también para quien sólo posee esas mismas palabras
para hacerlo, o intentarlo; y tan difícil como lograr que un sordo se comunique
con un ciego, resultaba comunicarse con el tío en los últimos años. Poco a poco
fue haciéndose uno con el silencio, como una presencia, como alguien que se
encuentra a tu lado pero tienes que mirar más de una vez para asegurarte de que
sea cierto. Allí, en algún lugar, se perdió mi tío, el hermano de mi madre; uno
de los pocos miembros de esa generación de la familia, a la que podría haber
recurrido, de haber tenido el tiempo para ello, para llenar los huecos que aún
persisten en la historia familiar.
En
el caso en que realmente estuviera interesado en hacerlo.
Pocas
veces conté con la presencia de alguno de mis múltiples tíos y tías en los
cumpleaños de mi infancia y, aunque supiera cómo reclamar todos los regalos no
recibidos en esos años, como alguna vez pensé hacerlo, ¿de qué me servirían hoy?
Aclaración:
Ni este hombre se parece a mi tío,
ni las instalaciones que se ven en la
fotografía
se parecen el lugar en el que lo obligaron a vivir.
20 comentarios:
Algunas vidas duelen más que otras.
Nos leemos,
J.
Siendo cierto que "...Los años pasan de ese modo, se deja de ser niño, se atraviesa la adolescencia, se llega a ser joven y luego se es adulto...", no es menos cierto que el hombre tiene tres edades: la cronológica, la física y la mental.
Hay quien las lleva conjuntas, pero no son mayoría, como se pudiera pensar.
Por lo que parece, tu tio se adaptó, y supo sobrellevar una situación que no le era cómoda.
No todos lo logran
Salut
Y ésta al leerla, duele muchísimo.
Saludos.
Creo que te sienta bien escribir para romper tanto silencio y también liberar emociones guardadas.
Un beso.
El abuelo era un ser siniestro y lúgubre, una lástima compartir la vida con él, como le ocurrió a la abuela y a sus hijos/as. Este tipo de seres deberían vivir en soledad "por mandato existencial"... pero no sé cómo, siempre se las apañan para engatusar a alguien, alguna víctima y formar una familia a quien machacar.
Saludos
Oh José, me he sentido muy identificada con este relato. Especialmente las últimas dos frases. Te reflejan como ese niño que aún pervive en algún rincón de tu alma.
Me ha enamorado esta saga genealógica, escrita con tanto talento como sensibilidad.
Un abrazo.
Al final es mejor hacerte mierda en la ruta, de repente a esto. O tal vez no.
En todo caso somos lo que hacemos con lo que han dejado de nosotros mismos.
Bart simpson le ha llegado a reclamar a su abuela todos los regalos, con intereses e impuestos.
Abrazo!
¿vas por los primos?
Estás describiendo casi a la perfección a un tío mio.
Puedes ver una foto suya y una mía de aquella época, en un post titulado "Las andanzas de un estudiante de vacaciones IV"
Saludos.
Lo dicho: a algunos les robaron la infancia. Muy triste, además de injusto.
Saludos.
Cuánto puede el árbol genealógico para despertar el imaginario creativo. Un abrazo. Carlos
Y yo empecé la historia por el final.
Algunas vidas no merecen ser llamadas tal. Es con historias como la de tu tío que quiero creer en la reencarnación, en que habrá otra oportunidad en el futuro. O tal vez las hubo en el pasado, y ahora tocaba pagar por ello. De no ser así, en uno y otro sentido, no es justo que haya vidas así.
Interesante relato. Intentaré hacerme tiempos para leer las otras entregas.
Muchas gracias por visitarme y dejarme pistas hasta este tu espacio. Ha sido un gusto leerte
Un abrazo
José, de esa ilustre genealogía, podrían salir unos personajes para recrear otras historias. No para plagiar sus textos, pero sí para tener en cuenta ciertos rasgos de esas personalidades.
Saludos.
Tot Barcelona: Lograr que las tres edades avancen al mismo tiempo es lo que nunca aprendemos de la mejor manera. De eso estoy seguro.
AlmaBaires: Cierto, aunque sé que no ha de ser peor que muchas otras.
Amapola Azzul: Para aprender a olvidar, más que nada.
Ginebra: Así es, siempre logran convencer a alguien de que ellos no son el problema.
Luna roja: Nunca dejamos de ser niños, algunos lo olvidan, otros lo ocultan un poco mejor.
Frodo: A veces sí, lo mejor es irse rápido y sin mirar atrás. Falta un poco más para llegar a los primos.
Un Jubilado: No tengo dudas de que mucha gente ha vivido cosas similares, algunos lo sabrán llevar mejor, otros no tuvieron tanta suerte.
Cayetano: Injusto, creo, es el apelativo adecuado.
Carlos Augusto: Puede y, al parecer, mucho.
Alis: Algunas vidas no hacen más que transcurrir en un eterno “ya mejorará” que todo el mundo sabe que en realidad es un “continúa empeorando”.
Guillermo Castillo: Un vida es una vida, dicen, y más acciones de los hombres no hacen más que repetirse. No será plagio, será tributo a quien lo haya vivido.
Saludos y gracias por sus comentarios.
Nos leemos,
J.
Gracias por tu visita y aportacion al blog
te lo agradezco mucho
cuidate
Besos
Me ha recordado la historia de tu tío a la de mi padre, que estuvo en un orfanato y fue lo único que no pudo estudiar....
cosas de familia....
Besos
Cada vez me siento más incapaz de juzgar cualquier vida, ya que solo vemos la imagen que nos da y hay vidas que no son escaparate, que se nos escapan, vidas que parecen anónimas y en las que corren pasiones poderosas. Al contrario hay vidas en que son como de cartón piedra, aparentes sin ser nada.
Saludos
Lo cuantas tan bien, que la triste y dura historia de tu quinto tío, con la sombra alargada y cruel del padre siempre a su lado, me ha parecido hermosísima. Saludos.
Q tristeza ♥
Anna: Igualmente, gracias por la visita.
Marie: Las familias son raras, es cierto.
Dr.Krapp: Cada vida es única, y sólo es posible comprenderla cuando se la conoce al detalle. Cosa que no sucede siquiera con la propia.
Mara: Gracias. No siempre es fácil contar algunas cosas.
Kinga K: Cierto. Gracias por tu visita.
Nos leemos,
J.
A medida que te he ido leyendo en este recorrido de tu[mi] familia, me he detenido en incontables ocasiones porque hay cosas que se asemejan al entorno, al día a día, me siento afortunada de haber cortado ese círculo nocivo, así tuviera cincuenta u ochenta años, lo volvería a hacer
Me has tenido pensando, analizando, recordando
...
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