El broche de oro de la década de 1940 fue el
nacimiento, en 1949, del último hijo de mis abuelos paternos, mi tío el pequeño. El que con apenas seis años no
derramó ni una única lágrima al despedirse de los familiares que se quedarían
en Almería; el que se acostumbró tan bien al camarote, al barco, al bamboleo de
las aguas en medio de los juegos con su hermano, que, al llegar al Buenos Aires
no quería desembarcar por más promesas de nuevos juguetes y golosinas que se le
hicieran.
Un
único revés del padre, con el dorso de la mano abierta, puso fin, como es
debido, al ridículo capricho y al escándalo al que se exponía la familia frente
a los desosegados berrinches del niño.
El
tiempo y los años borrarían ese recuerdo.
En
el campo, un caballo aguardaba para cada uno de los hombres de la familia. A él
le tocó el único pinto de la partida, el que nadie había querido, el más flaco,
el despreciado, el último en ser elegido y eso solo por descarte. Un caballo
que cuidar, una responsabilidad para ir aprendiendo a ser hombre. Un caballo
para recorrer el campo, para hacer los mandados, para ir y volver a la escuela.
Aperos que cuidar y aprender a usar debidamente. Una infinidad de novedades que
llenarían de alegría a cualquier niño que tuviera junto a él a una hermana
moribunda y un hermano que, de un día para el otro no regresó a la casa.
Siendo
pequeño para el trabajo en el campo, se concentró en el estudio. Tanto que
terminó la primaria con una recomendación de sus maestras para que continuara
estudiando. La intervención de mi futuro padre frente a sus propios padres,
facilitó la decisión de dejarlo continuar estudiando, el secundario primero, la
universidad después. Si no continuó estudiando fue porque en esos años los
posgrados pagos no eran la moda del momento como lo son ahora, ni la
híperespecialización académica.
Fue
el primero de la familia en tener un título universitario. El orgullo de su
madre, aún cuando no pudiera verlo triunfar; era la envidia de los hijos de los
puesteros que no podían salir del pueblo. Fue, también, muchas otras cosas.
Conoció a su futura esposa en la facultad de agronomía, mientras estudiaban en
la ciudad. Ella también provenía de una familia del interior de la provincia,
pero del sur, no del norte; no la hija de algún emigrado español sino que era
argentina de pura sepa como se lo dijo su padre varias veces.
Claro
que hubo oposición familiar, al principio, porque mi padre se había casado con
mi madre, otra argentina también pura sepa (signifique lo que signifique eso),
pero no era lo mismo. La mujer de mi tío el pequeño,
no sólo era argentina, sino que era de otro pueblo, demasiadas novedades para
encajar de algún modo conveniente dentro de tantas tradiciones familiares.
Se
casaron y de mudaron de regreso al pueblo, cuando éste comenzó a crecer
desproporcionadamente a principios de 1980; aún nadie se atrevía aún a llamarlo
ciudad. La familia acabó por aceptar a la mujer, aún cuando ello no sea más que
una expresión para decir que toleraban su presencia en las reuniones
familiares, en los cumpleaños y en encuentros similares. Claro que su palabra
jamás era tenida en cuenta, aún cuando se fingiera escucharla. Después de todo,
era una mujer, ¿cómo se atrevía a hablar? Nunca comprendió, o nunca aceptó, la
táctica mucho más práctica y menos evidente, que utilizaba mi madre, que era
influir sobre las decisiones de mi padre en privado, nunca en público, mucho
menos nunca frente a la familia.
Los
estilos de estas dos mujeres no eran lo único que las diferenciaba.
Mi
tío, el pequeño, como continuaron
llamándole hasta el final de sus días (y con mayor ahínco al ver que esto
molestaba a su esposa), tuvo un único hijo en 1975. Un varón, que nació, se
crió y vivió íntegramente en la ciudad (en el pueblo, vamos); pera él el campo
era algo tan extraño como el pretender hoy en día visitar la estación espacial
internacional. ¿Quién puede hacerlo?
Construyeron
una casa en la que fácilmente podría vivir la familia completa (padres
hermanos, sobrinos, etc.), pero solo ellos tres vivían allí. Si bien no la
conocí por dentro, porque desde que tengo uso de razón siempre la he visto
desde la calle señalada por algún familiar como la casa que antes era de tu tío el pequeño, dudo que, si realmente
quisieran hacerlo, supieran cómo encontrarse entre ellos en un momento de
urgencia entre tantas habitaciones. Así de grande lucía la casa desde la acera.
Fue
próspero en sus negocios, como si la misma intuición que llevara a su segundo
hermano a huir del pueblo, le dijera que era extremadamente necesario
conseguirse su propio campo, sus
propiedades, sus riquezas, sin depender de la posibilidad de que la mitad de la
familia muriera para poder heredar algo. Continúa siéndome imposible de pensar
que un ingeniero agrónomo desconociera la ley de herencias del país en el que
vivía, y que cosas como el mayorazgo, que dejó de existir en algún momento de
la historia, tuviera aún tanto peso en su forma de pensar.
La
primera mitad de la década de 1980 lo vio próspero, llenándose los bolsillos
con dinero y el estómago con alimento hasta el hartazgo. Su hijo asistió a los
mejores colegios privados de la zona, aprendió a hablar en alemán, francés e
inglés; luego de lo apenas sí se le entendía cuando pretendía hablar en español,
pero ese es otro tema porque, para hacerse entender, el dinero es el idioma
universal.
Cuando
tienes el dinero suficiente, pero, para tenerlo, hay que estar vivo, o haber
sido lo suficientemente previsor como para pensar en la posibilidad de un
accidente fatal, no sólo de un divorcio inesperado, una demando por fraude por
los socios de un negocio que salió mucho peor de lo esperado, o un crédito
hipotecario imposible de pagar.
Es
sabido por cualquiera que, quien pretende subir demasiado alto, sin la
preparación adecuada, casi siempre acaba por caerse de la manera más
estrepitosa posible. Si, suena a alegoría, o aun mejor, a la moraleja de alguna
fábula de las que nos dan a leer cuando somos niños. Pero algunas veces, tales
tonterías pueden tener algún contacto con la realidad.
El
divorcio, la división de bienes, la quiebra, la ejecución de activos y
propiedades para pagar deudas, apenas le dejaron, promediando los festejos del
mundial 86, con un departamento en la capital y un auto pasado de moda con el
que viajar todos los fines de semana del campo a la ciudad, y de la ciudad al
campo. Campo prestado, se entiende, con la única posibilidad de acceder a él
por la promesa de un buen negocio que es imposible que salga mal.
Al
menos esta vez se encargaba de cuidarlo como si de un bien preciado se trataran,
algo mucho más necesario que el aire o el agua; algo que, con el tiempo de
espera adecuado, lo sacaría de aquella situación de miseria.
Peor
quien no esperó fue, en medio de una tormenta, en noche cerrada en plena ruta,
el camión que golpeó su auto. Acabó siendo arrojado, con la furia de la inercia
de un camión de ocho ejes a más de cien kilómetros por hora, contra la cuneta de
la ruta que acababa, por alguna razón que nadie pudo explicar, en un paredón de
contención de concreto.
De no haber sido así, de todas
formas, ese año la cosecha fue un desastre, por lo que cualquier negocio que
hubiera planeado con ella habría terminado, irremediablemente, en un fracaso. A
pesar de ello nadie se esperaba la muerte de mi tío el pequeño. Nadie habría querido que acabara de esa forma, mucho menos
sus acreedores.
Aclaración:
Este niño y su caballo no se parecen
en nada a mi tío el pequeño aunque, sin dudas,
igualmente feliz se lo habrá visto cuando
niño.
15 comentarios:
Uno más, de los tantos, que se fue sin despedirse.
Nos leemos,
J.
Los acreedores suelen no querer la muerte de los deudores. Interesante detalle.
Pero mientras estuvo vivo, logró mucho, como dejar atrás las tradiciones.
O por lo menos es lo que entendí, colega demiurgo.
Saludos.
Parecía empezar con buen pie tu tío el pequeño, pero la vida impone sus credenciales, a menudo de forma adversa.
Saludos.
Una historia que para mi no tiene mucho de extraño, conozco un caso similar.
Salut
Un pequeño y un caballo son un tándem perfecto, a mi modo de ver. Un pequeño que luchó y consiguió, mediante su tesón e inteligencia, llegar más lejos que sus padres inmigrantes en Argentina.
Besos
Bueh, pensé que con este tío que pintaba medio calavera levantábamos.
Quedará tan sólo esperar que si hablás de ese primo, su vida haya sido más próspera o al menos con pinceladas grosas de felicidad ¿Y qué fue de tu tía política?
Abrazos!
Me place el humor, conque rematas la entrada, a pesar de la tragedia. Un abrazo. Carlos
Tu historia tiene tintes tan similares a los vividos por mis propios antepasados.
Todos los que somos hijos de inmigrantes llevamos esa huella,esa especie de desarraigo que se transmite de generación en generación.
Muy interesante,el humor y la ternura que desprende!
Saludos.
Demiurgo: Varios años tardaron algunos acreedores en convencerse de su muerte.
Cayetano: Parecía comenzar bien y casi todos en la familia esperaban que fuera así pero siempre hay algo que nos señala el camino y eso no siempre es algo bueno.
Tot: Creo que muchos conoceremos un caso similar en algún momento. La cuestión es cuan cerca nos toque.
Ginebra: Algunas cosas consiguió, pero no las pudo disfrutar mucho tiempo que digamos.
Frodo: Es la vida misma, algunos personajes reaparecen después de años, otros que quisiéramos dar por perdidos nunca se van.
Carlos: Comedia y tragedia son dos caras de la misma moneda, que no es otra cosa que la vida. ¿No lo decían ya los griegos?
LunaRoja: Gracias por el comentario y la lectura. Quien no sea hijo, como sinónimo de descendiente, de inmigrante, que arroje la primera piedra.
Gracias por sus lecturas, nos leemos,
J.
En que como un resumen de una vida pero estamos apartados como en todas ellas que no son la nuestra de lo que en realidad ocurre más allá de la ruda apariencia de los hechos.
Saludos
La muerte a veces es imprevisible.
Besos.
Yo me casé con un cubano y conocí 4 días en un viaje de placer...
Y la muerte a veces es algo doloroso y previsible pero totalmente certero
besos
Nadie se merece una muerte así, casi parece que se produce al azar, por mala suerte. Da penilla.
SAludos.
Dr. Krapp: Cierto, todo lo que no nos ocurre a nosotros al parecer nunca tiene tanta importancia. Y, cuando nos percatamos de que tal vez no sea así, ya es tarde.
Amapola Azzul: Imprevisible pero bienvenida.
Marie: La muerte es lo único de lo que podemos estar seguros. Y eso tan solo por ahora.
Manuela: Casi parece que fue así. La duda siempre queda.
Gracias por sus visitas y comentarios.
Nos leemos,
J.
Me gusta observar a los pequeños, porque puedes darte cuenta cómo llevan su temple, así sean chiquitos, solo que, la mala crianza a veces los anula.
Por aquí sigo, a ratos sí y a ratos también
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