sábado, 5 de octubre de 2019

Familia - Abuelos (3/4)


Como ya mencioné en dos oportunidades, la historia de mi familia recorre el siglo XX; desde el nacimiento de mi abuelo paterno, en el olvidado año del 1900, hasta la actualidad (sea cual sea el momento en que leas esto, y si aún me mantengo con vida). Una historia plagada de detalles de color, otros más oscuros e infinidad de tonalidades de grises; también hay olvidos y rencores, pasiones y odios insalvables, casi como en una telenovela se tratara. La diferencia es que en las telenovelas (ya sean venezolanas, mexicanas, colombianas, argentinas, brasileras, o de algún etc.) sabemos cómo acabará la historia desde el inicio del capítulo uno; no importan las variantes, el final siempre es el esperado. En la vida, en cambio, el final siempre es el inesperado.
            Carezco de mucha información del lado materno, vaya uno a saber por qué. Cuál será el misterio que llevó a que esa parte de a tradición familiar se perdiera, y mi preocupación por recuperarla se mantiene tan ausente como en el primer día. Lo que se recuerda se recuerda, y lo que no, no. ¿Hacen falta más?
            El padre de mi madre también nació y se crió en el campo en algún momento de la década de 1910. Hombre rudo y hosco del interior de la provincia de Buenos Aires; lejos de las ciudades, lejos de los caminos, lejos de la idea de la luz eléctrica hasta la década de 1970; sin intenciones de construir algo diferente a una letrina hasta que no fue necesario para él mismo debido a su estado de salud, su edad y sus achaques cuando, de por sí, se encontraba, en más de un sentido, definitivamente solo.
            Trabajaba de sol a sol y decía que la única cosa que debía hacerse cuando se hacía de noche era pensar en volver al trabajo al día siguiente. No porque fuera necesario, sino porque era lo que debía hacerse, lo que le habían inculcado. Lo único que sabía; lo que no se discutía en su presencia. Podría haberse muerto trabajando más de mil veces y, aún así, dudo que hubiera sido feliz por ello; más que nada porque siempre quedaba algo más por hacerse.
            De igual manera dudo, pero sólo porque nadie puede contradecirme ni mirarme reprobatoriamente, que fuera feliz en su vida con la abuela. Creo más bien tenía una esposa, y aceptaba convivir con ella, porque, en el campo, en la década de 1940, los matrimonios sí que eran para toda la vida. Tal vez, de haber sabido que no le quedaban le faltaban muchos años para morirse algo habría sido diferente. Pero no sé qué sería ese algo. Además, si no se encontraba ella en la casa, ¿quién prepararía el almuerzo todos los días? ¿Quién se ocuparía de los animales y la huerta mientras él se ocupaba de lo que realmente era importante?
            Carece de sentido preguntarse quién se ocuparía de los niños porque, claramente, sino había una mujer, tampoco habría niños; por lo que eso no sería una molestia. Sin  mujer no hay niños, con mujer hay niños; la ecuación resulta sencilla. Pero, como había una mujer, había, como no podía ser de otro modo, niños.
            Un niño y una niña, aunque no en ese orden, como el padre, el estado, algún dios o la sociedad mandan y demandan. Y eran dos, porque tal era la cantidad necesaria para perpetuar a la especie, una niña y un niño que deben crecer rápidamente para ayudar a su madre y trabajar en el campo, como corresponde. Porque no han nacido para ninguna otra cosa.
            Será la excusa de que la tierra necesita de más brazos para dar sus frutos lo que hará que el niño se mantenga en la naturaleza, alejado de esa pérdida de tiempo que es la escuela, a la iglesia solamente una hora a la semana los domingos, y ninguna otra distracción ni compañía humana. Si, tengo un tío analfabeto, que morirá sin haber disfrutado en toda su vida uno solo de los miles de libros que leí desde que aprendí a hacerlo; aprendió solamente a escribir su nombre para firmar contratos de trabajos en los que nunca se establecía claramente quién era el jefe o cuánto se le pagaría a cambio de su esfuerzo. Y yo que pretendo escribir para conocer el mundo, para vender un libro más o que me pidan un autógrafo para alimentar mi ego, apenas sí hice algo por él. Pero es que llegué muy tarde al juego; si, es la única excusa que se me ocurre para justificarme.
            Un niño poco difiere con una bestia más, un caballo, un buey, un burro o una mula; habla poco pero comprende lo necesario para cumplir con lo que se le pide sin discutir, sin contradecir. Y mejor para todos que sea así.
            La niña era un tema completamente diferente. Las niñas siempre son difíciles de criar, de mantener, de comprender, desde que nacen hasta que se las lleva alguien o algo más, una peste o un hombre, que también son como la peste, como si la olieran a kilómetros de distancia ni bien comienzan a sangrar por entre las piernas. Empeorando aún más las cosas, su señora esposa se había encaprichado con enviarla a la escuela del pueblo, como si eso sirviera de algo.
            Hoy diría que era un viejo retrógrado. En 1950 diría exactamente lo mismo. Un pensamiento antiguo cuando nació, que se le adhirió con una capa más de suciedad sobre si piel y ya no lo abandonó hasta el día en que por fin se murió. Día en el que me hubiera gustado preguntarle a la muerte por qué demoró tanto en ir a buscarlo. Claro que, en ese caso, el miedo sería recibir una respuesta demasiado honesta de la muerte.
            Vivió mucho, confió en gente que se dedicaba a engañar a la gente creando la falsa idea de la amistad, de la confianza mutua y de los negocios fallidos. Se fue a la quiebra varias veces en una misma década, siempre a partir del mismo engaño, y siempre pagó todas sus deudas con trabajo, el suyo y el de su hijo. Años de trabajo que no dieron frutos, cosechas enteras malvendidas para levantar deudas, ropas viejas y cada vez más gastadas, inviernos en los que solo había para una comida diaria, y una única manta para cada uno de los cuatro para cubrirse del frío, y veranos en las que el agua era apenas un recuerdo. Si no perdió la poca tierra que pertenecía  la familia era porque esta estaba a nombre de su esposa, por voluntad de su padre quien, tal vez, supo leer muy bien la clase de hombre que se llevaba a su hija.
            Y no se equivocaba, porque al morir, su legado se compuso de deudas que nadie estaba interesado en pagar, un automóvil destruido, un caballo famélico, una casa abandonada y derruida y un hijo que no sabía qué hacer sino se le ordenaba. Eso si no tomamos en cuenta los pocos recuerdos que preferiría olvidar.
Conociendo, poco y nada, su vida, y teniendo en cuenta que toda historia ocurre dos veces, debería saber si el suyo fue el papel en la tragedia, lo que me dejaría en el lugar de la farsa (algo con lo que muchos que me conocen estarían más que de acuerdo); o si, en todo caso, lo suyo fue una farsa de alguna tragedia anterior. Lo que me dejaría en un lugar más incómodo aún si creyera que la repetición incesante de la historia, sabiendo que el hombre es el único estúpido animal que tropieza dos veces con la misma estática piedra, y que los muertos poseen influencia sobre los vivos (cosa que no, no es cierta), es posible.
            Además, y como él bien lo sabía, los hombres huelen a las mujeres desde la primera menstruación; por ello es que le cayó pésimo ese patético gallego de pacotilla, que se apareció un día por la casa montado a su caballo con todos los aperos que lucían como nuevos (o al menos estaban limpios), pidiendo hablar de hombre a hombre con él. Cuál habrá sido su desinterés al descubrir que los gallegos vienen de Galicia, que queda al norte y no al sur, y que no toda España es Galicia, así como no toda la Argentina es Buenos Aires.
            Como si saberlo hiciera alguna diferencia en todo lo que después sucedería.


Aclaración: Este hombre, posando como una estrella 
de cine de la década de 1940, no es, ni se parece en lo más 
mínimo, a mi abuelo. Aunque de seguro a él le hubiera gustado.

15 comentarios:

José A. García dijo...

Pensar que uno nunca elije a qué familiar conocer y cuál no...

Nos leemos,

J.

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Ya que la historia es ficticia, y no se parecía al de la foto, diré que el personaje es repelente. Lo que se cuenta en la pregunta a la muerte. Salvo que la muerte se parezca a como la imaginó Neil Gaiman, la respuesta puede ser inquietante.
Saludos, colega demiurgo.

José A. García dijo...

Repelente, sí, creo que es una de las definiciones más acertadas sobre esta persona.

Gracias por pasar.

J.

Eva S. Stone dijo...

Algunos antepasados nos sorprenden: unos para bien y otros para mal.
A mí me divierte indagar en sus vidas.

Un beso curioso.

Amapola Azzul dijo...

Han cambiado mucho los tiempos.

Un abrazo.

Cayetano dijo...

La familia no la elegimos. Nos viene impuesta. Ahora ya todo es cuestión de tener suerte con esa lotería.
Saludos.

Frodo dijo...

Un chabón típico del Buenos Aires de esa época. Hay algo inquietante en todo esto, y es ese anteúltimo párrafo, espero que ese gallego de Galicia montado a caballo no sea uno de mis bisabuelos que andaba por acá. Así que por favor no me digas tu apellido materno.

Abrazos!

gla. dijo...

No toda la Argentina es Buenos Aires
En la familia pasan cosas que escapan a la razón
Abrazos

la MaLquEridA dijo...

Si ese no es tu abuelo ya sé a quién no te pareces.


Saludos

Doctor Krapp dijo...

Es una reflexión rica, honda y particular poco puedo decir de ella salvo que me gusta y que es muy apasionada en su contención.
Discrepo en eso de que: "En la vida, en cambio, el final siempre es el inesperado." Todos los finales de vida se parecen.
En la Galicia del norte, la mía y la de todos mis antepasados, tenemos muchos caballos pero preferimos dejarlos en estado salvaje pastando por los montes. Una vez al año se recogen poara cortarles las crines y dejarlos otra vez sueltos.
Saludos

Manuela Fernández dijo...

No podemos juzgar la vida de nadie y mucho menos la de alguien que vivió hace más de cien años, los parámetros eran completamente distintos, otros valores, otras costumbres y necesidades. Hay que hacer lo que tú has hecho en tu magnífico texto: relatar los hechos. Nuestra propia vida, el siglo que viene, la tacharán de quién sabe qué (bueno, eso si la humanidad sobrevive)
SAludos.

unjubilado dijo...

Yo creía que Galicia estaba al Sur.
- Jubi, es que estás mirando el mapa al revés
Saludos

José A. García dijo...

Eva S. Stone: Algunas veces no tenemos la oportunidad de decidir sobre qué indagar, sino que es lo único que nos queda.

Amapola Azzul: Es una suerte que lo hayan hecho. No soportaría vivir en esa época.

Cayetano: Nunca me fue bien en esa cuestión de la suerte… Jamás.

Frodo: No, no, no, no somos parientes, porque no son de Galicia, sino de Andalucía, pero la gente algunas veces confunde.

Gla: Es cierto, así como no todos somos sudacas, aunque así nos etiquetan.

La Malquerida: ¿A quién?

Dr. Krapp: En Argentina primero destruimos todo lo que tenemos, y lo que no también, y luego nos lamentamos de haberlo perdido. Caballos, vacas, familias, etc.

Manuela Fernández: Tampoco es mi intención juzgar a nadie, sino tan sólo olvidarme de ello y, para lograrlo, es la mejor opción que se me ha ocurrido hasta ahora.

Un Jubilado: Al fin de cuentas, todos somos humanos, ¿no?

Gracias por sus lecturas y comentarios.

Nos leemos,

J.

la MaLquEridA dijo...

No te pareces al de la foto jaja, ni te conozco para saberlo.

Saludos 😀😀😀

Mujer de Negro dijo...

Yo tenía un abuelo que nadie, aparte de mí lo quería, decían que en su tiempo había sido machista, maltratador, mujeriego y hermético al cambio, por mínimo que fuera, siempre le extrañó a mi madre mi cariño hacia él, las charlas tan largas que teníamos cada tarde, mi madre le hablaba con recelo, le guardaba cierto resentimiento y trataba de mantenerse alejada.
Quizás nuestra unión fue porque yo lo conocí en su tiempo cansado, cuando ya la vida había minado sus fuerzas, pero en sí, el hombre que decían solía ser, era desagradable y como te mencionaron en un comentario anterior, repelente.
Tendrás que aguantarme un rato porque, por aquí andaré, en vía libre, leyéndote 😀