Como dijera antes, la historia de mi familia
atraviesa la parte menos luminosa del siglo XX, aquella que pocos quisieran
recordar. La que no interesa a los biógrafos de los grandes acontecimientos,
que solo miran la política y el oropel de la falsa riqueza, los que prefieren
vidas en donde abundan en las historias éxitos, caídas y redenciones como en el
caso de los algunos pocos artistas y la mayoría de los políticos de cabotaje. Nada
de eso encontrarán aquí.
Si
antes mencioné algunos datos de la vida del abuelo paterno, no resulta para
nada raro que la historia de la abuela no haya sido incluida. Era mujer, eran
los inicios del siglo XX, era el sur de España; ocupó el lugar que le
correspondía de ser, con suerte, una mera comparsa de cuanto acontecía. Una que
se enfrentó a la Guardia Civil del franquismo cuando hubo que hacerlo, para
defender a sus hijos, mientras el esposo se escondía en el monte; una que
encontró la forma de alimentar a toda la familia en medio de un terruño cada
día más árido y desolado. Pero, por alguna razón, sus anécdotas siempre eran
más para reírse de ella (que no es lo mismo que con ella), que otra cosa. Era una
mujer nacida y criada en medio del campo, ¿qué otra cosa podría ser?
Parió
a sus hijos, con dolor, como corresponde, uno tras otro, desde el inicio de la
Guerra Civil, de a uno cada tres años. Porque a pesar de lo que se decía, la
persecución ideológica permitía unas poquísimas libertades, además de elegir
ciertos nombres para los recién nacidos y no otros. Esperanza, Libertad o
Victoria, llamaban demasiado la atención, ponían el ojo de la dictadura sobre
uno mismo y la familia. Algo que, claro ésta, nadie quería que sucediera.
La
vida no era fácil en la segunda mitad de la década de 1930. Y pocas diferencias
hubo durante la década siguiente. Campos áridos, escasez de agua, carestía
general de cualquier cosa que podamos imaginar hoy como básica y necesaria, una
cartilla de racionamiento de alimentos retaceados por el ejército en el mejor
de los casos, cartas perdidas de algún pariente perdido en Argentina, y poco más.
Sin dejar de lado el temor a que por cualquier nimia razón, algún vecino decidiera
de pronto recordar el apoyo a los republicanos o aquella vez en la que el
pueblo unido, menos el vecino siempre enojado, escupiera sobre el retrato del
generalísimo.
Cinco
niños para criar (el primero de ellos mi futuro padre, sin la suerte de haber
nacido con los pies por delante), y que debían crecer con sus propios padres y
no con algún pariente mal agradecido por la carga o dentro de uno de esos
orfanatos que más parecen cárceles colmadas de muertos que refugios inundados por
la vida de los niños, demandan mucho trabajo. El miedo siempre a flor de piel,
cada vez que una sombra se adivinaba caminando por el monte, y no era una
sombra conocida; fingir que nunca se había hecho nada contrario a las
costumbres, las leyes y las normas de los hombres que gobernaban luego de haber
aplastado y masacrado los suelos republicanos en 1939. Porque España siempre
había sido una, grande y libre, ¿a qué dudarlo?
Huir,
derrotados, vencidos, olvidados, sólo con lo que cabe dentro de una valija para
cada uno; menos para los dos más pequeños, que ni fuerza para correr tienen.
Dejarlo todo atrás creyendo en el futuro resulta demasiado fácil cuando lo que
se tiene se parece tanto a la misma nada, a la peor de las miserias y al fantasma
del hambre. Ante esa realidad, cualquier diferencia, por mínima que fuera, sólo
podía ser para mejor.
¿Qué
son veinte días en barco, dentro de un camarote para tres personas adultas
durmiendo con cinco niños si lo que les aguarda del otro lado del océano es la
promesa de algo mejor a cuanto se deja atrás? ¿Se pierde algo en ese caso?
El
campo, la tierra, el sudor y el trabajo se parecen en cualquier parte del
mundo. Cambiará lo que puede cultivarse y lo que no, un poco el clima y el
ciclo de las lluvias, el resto continúa organizándose con las mismas viejas y
conocidas sentencias mal leídas en el latín de una biblia ajada y maloliente
como única autoridad que se conoce ese hombre parco, osco y ceñudo que viste de
negro. Por cierto, ¿habla usted latín?
¿Sabe leerlo querida? Ah, ¿no? Pues vea, aquí dice que usted…
En
Argentina, al menos, en algunos años, la cosecha resulta buena, abunda la
comida, la carne, los animales, y la leche; para que los niños crezcan sanos y
fuertes para trabajar esa tierra que poco a poco podría ser de la familia. De la
familia del mayor, por supuesto, porque el mayorazgo continúa, aunque la ley
del nuevo país se encapriche en decir lo contrario. La tradición es lo que manda,
cualquiera lo sabe.
Así
como también manda la tradición casar a las niñas, en lo posible con alguien de
la misma colectividad, como todo el mundo hace. Pero allí, tanto en el pueblo
como en los campos cercanos solamente abundan los mallorquines y los vascos;
los únicos otros andaluces son los hijos del hermano del abuelo y, de los
casamientos entre primos nunca sale nada bien, además de que la iglesia no se
lo permite a los pobres, que más de un rey se ha casado con su noble prima
(cuando no con su propia tía) sin que se atrevieran a decirle nada.
Hay que enseñarles a las niñas lo
necesario para que puedan mantener limpio y ordenado, cuando acaben de crecer,
sus propios hogares, sean la alegría de sus esposos y sepan cómo criar a sus propios
hijos. Una enseñanza que sólo se trasmite de madre a hijas, junto a la cocina,
junto a la mesa de costura, junto al resto de las actividades que una buena
madre debe realizar.
Quienes
intentan realizar algún tipo de trabajo, de precisión, a la luz del atardecer,
o bajo la tenue luz de las velas, saben lo que significa que todo lo que les
rodea se oscurezca poco a poco; que los ojos ardan y no por las lágrimas sino
por el esfuerzo de ver allí donde la iluminación se hace cada vez más tenue. Claro
que siempre puede buscarse una luz más potente, una mejor iluminación, algún
otro sitio donde continuar trabajando, o esperar al amanecer del día siguiente.
Pero, si lo que falla, si lo que
poco a poco pierde su brillo no son las luces, ni es el atardecer acercándose al
ocaso, sino que son los propios ojos quienes lo hacen; quitándonos la
posibilidad de ver crecer a los hijos, descubrir cómo se transforman en hombres
y mujeres de bien. Borges se quedó ciego y continuó escribiendo como si nada
hubiera cambiado en su vida, como si en realidad aquello no le afectara. Pero,
claro, Borges fue Borges. La abuela era una matrona andaluza quedándose ciega
recordando sus peripecias burlando a la Guardia Civil en medio de los montos de
Almería y riéndose por lo bajo en medio de la misa obligatoria de cada domingo.
Debía
casar a la más grande de las niñas, cuanto antes, mientras todavía podía
ayudarle a confeccionar su vestido de novia, aún cuando su padre no decidiera
con quién habría de casarla, eso se solucionaría de un momento a otro. No tenía
dudas de la capacidad de elección del hombre que, al fin de cuentas, también la
había elegido a ella tantos años antes de la década de 1960 que comenzaba a
terminar.
Era
una suerte, también, saber que la niña que el mayorcito presentara a su padre,
aún cuando apenas sí la veía como una figura difuminada entre la niebla de la
lejanía de los tres metros que separaban una silla de la otra, sonaba muy
alegre, muy feliz. Ambos sonaban de la misma manera, podía decirlo ya que su
oído se preparaba poco a poco para ocupar el importante rol que antes
desempeñaran sus ojos.
Faltaba
mucho por vivir aun cuando quedara poco, muy poco, por ver y esa vez sí, sus
ojos ardían por culpa de las lágrimas y de nada más que las lágrimas.
Aclaración: Esta mujer fotografiada en la década de
1920 en Barcelona en nada se parece a mi abuela.
19 comentarios:
Leyendo lo anterior alguien podría pensar que en verdad llegué a conocer a esa mujer...
Nos leemos,
J.
Soy una de las que podría pensarlo, José
Describes una historia que es repetitiva en otros países y sigue dándose actualmente [hablo de la invisibilidad de la mujer]
Es una buena historia, te va trasladando de la mano por los distintos momentos y dentro de la angustia de saber que el tiempo visible se te acaba y faltan muchas cosas por hacer
Las vueltas que da la historia. Algunos piensan que la situación actual de los países receptores de inmigrantes va a ser siempre así y que no vamos a volver nunca más a los tiempos de la guerra y del exilio.
La xenofobia se cura leyendo y viajando. A algunos de mi país que echan pestes de los extranjeros que vienen a buscarse la vida les vendría bien leer historias como la que nos traes aquí.
Un saludo.
Me ha parecido una muy buena descripción del momento histórico en el que nacieron los abuelos. La vida del abuelo jornalero y de la abuela que crió sola a los hijos en esa España gris de la posguerra. Unos luchadores esos hombres y esas mujeres, ¡qué fuerza y qué penurias!.
Saludos
Qué coincidencia, yo también hablé de mi abuela en mi entrada de esta semana... Cada persona merece ser reconocida, hombre o mujer, antes, ahora y mañana.
Un placer leerte.
Un beso familiar.
Yo pienso que la conociste, porque yo conocí a mis abuelas y a una bisabuela. La historia que contás es casi la misma que podría contar yo sobre mis abuelos (no tan bien, con mis falencias en relatos). Cambia sólo la región de España, sólo eso.
Pero hay algo llamativo que une a tu abuela paterna con la mía: Borges. No porque mi abuela fuera ciega, hay una vuelta de tuerca que paso a explicar. Una semana antes de morir mi abuela empezó a ponerle número a todo, mi hermano era el número X (fue toda esa semana ese mismo número X), el baño tenía el Y, el almacén el Z... no se si recordás el cuento de Borges "Funes el memorioso", sucede algo así, te lo recomiendo
Abrazo!
Bueno, la historia continúa con un texto entre dramático e irónico, sobre quienes enraizaron en Argentina, para ser el tronco de la familia. Recia tu abuela, para sacar adelante la familia, en medio de la espuria era franquista, más siendo ella república, que ya habla de su reciedumbre, pues fueron las mujeres, las que pusieron a flote la familia, en una era, en un régimen fascista.Y, columbraron la idea de la diáspora para sobrevivir. Un abrazo. carlos
Tu testamento escrito,ese gran homenaje a la familia es el mejor de los tesoros. Guardar la memoria de tu clan familiar es poder acercarte a ese pasado que de alguna forma te ha traído hasta aquí.
Excelentes relatos!
Saludos.
Sos bueno contado historias.
Saludos.
Una perfecta descripción de la vida en la España de aquellos tiempos, evidentemente yo no había nacido pero me la contaron mis padres.
Saludos.
Gracias por tu aportacion y visita al blog
te lo agradezco mucho
Besos
Evidentemente que ter vivido na época de Franco não deve ter sido nada fácil para muitos (que o diga García Lorca, por exemplo). Mas o tempo passa e às vezes ao redor do mundo ainda há lugares em que homens extremamente ignorantes e perigosos estão no poder, aqui no Brasil atualmente é um exemplo. Bolsonaro se parece com Franco em alguns aspectos.
Interessante a fotografia. Transporta-nos para um tempo que não vivemos, mas que pode muito nos ensinar.
Um abraço.
Es un texto muy real sobre las penurias de la postguerra española a pesar de la lejanía. Otra clase de penurias hicieron emigrar algunas décadas anteriores a muchos parientes míos, gallegos de Galicia, hacia el Río de la Plata donde aún hay una todavía cientos de miles de este origen y quizás haste 10 veces más si se cuentan los descendientes.
Por muy duro que seas escribiendo esta historia la realidad tuvo que ser peor. Sobrevivir a cada instante de aquella época era realmente un milagro.
SAludos.
Adel: Si te fijas bien, no dije nada, solo vaguedades y lugares comunes.
Cayetano: La gente tiende a olvidar la lluvia cuando la tormenta termina, eso es parte del problema.
Ginebra: Penurias más que anda.
Eca S. Stone: Tendré que pasar a leerte, la casualidad muchas veces no es para nada casual.
Frodo: Conocer la historia de una persona no es, necesariamente, conocer a esa persona. Suena repetitivo, pero algunas veces es real. Poco es o que sabes de nosotros mismos, mucho menos de los demás.
Carlos Augusto: Mujeres, miles, que quedaron en el olvido sin más.
Luna Roja: Algunas veces, también, escribirlo ayuda a olvidarlo.
Demiurgo: Al menos es algo. Aunque no siempre resulta útil.
Un Jubilado: Tampoco había nacido, son restos de viejos relatos, mezclados con cosas que he leído y que se han ido juntando sin más.
Anna: Gracias por la visita.
Ulisses: Bolsonaro se parece a Franco, y a muchos otros que han intentado el camino de las malas maneras para no demostrar que no tienen nada para decir. Ni forma de sostenerlo.
Dr. Krapp: Y sí que los hay, aunque muchos han olvidado ese origen con el tiempo y sólo lo recuerdan en momentos de necesidad.
Manuela: Cierto, necesariamente la realidad es mucho peor que lo que puedo llegar a ser capaz de describir jamás.
Gracias por sus visitas y comentarios, como siempre.
J.
supongo que la historia de escribe desde el lado de la experiencia propia,
fue una etapa de la vida muy dura para todos
1 beso
Describes a una gran mujer, como muchas, que nadie las nombra. Fuerte por dentro y por fuera. Viviendo unos momentos históricos en los que tenían que disimular ante el día día para sacar a sus hijos adelante.
No me cabe en la cabeza la cabezonería de muchas personas, valga la redundancia, que deseen que el Dictador siga donde está.
Saludos.
Marie: Es cierto, solo podemos escribir con cierta verosimilitud sobre aquellas cosas que tenemos experiencia.
Mara: Todavía hay gente que no entiende que su gobierno fue una dictadura, si no podemos cambiar eso, todo lo demás es imposible.
Gracias por comentar.
Saludos,
J.
¿Sabes? Creo que esa mujer en verdad es tu abuela y no lo dices para que despistadas como yo ni sé enteren.
Una vez te comenté un post en el que dije que era lo mejor que te había leído.
Olvídalo. Esto de la familia es mejor que todo (y eso que llevo dos partes leídas)
Un abrazo José🤗🤗🤗
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