domingo, 25 de agosto de 2019

Diminutos


A pesar de su tamaño no lo vimos acercarse cuando atravesábamos el mar de la verde desolación. Cierto que huíamos de algo mucho peor, pero nuestra distracción no podía ser tanta como para permitir que el gigante se acercara peligrosamente a nosotros.
            Claro que, cuando se encontraba realmente cerca pudimos notar que, a pesar de su desproporcionado tamaño, o tal vez por eso mismo, parecía no vernos. Sin embargo, no podíamos confiarnos, mucho menos conociendo las leyendas que se contaban sobre los de su raza y el placer que sentían no solamente al aplastarnos con sus enromes y mugrosos pies, sino que, algo que considerábamos más oprobioso, conocían el sabor de nuestra carne. Ellos habían sido el azote de nuestro pueblo por generaciones, antes de que los padres de nuestros padres decidieran atravesar aquel mar buscando la tranquilidad de las costas más lejanas.
            Ahora, que cargábamos con nuevas cicatrices sobre viejas heridas, huíamos nuevamente.
Nuestra pequeña aldea había sido destruida por completo, borrada de la existencia, apenas unos días antes y ni siquiera éramos capaces de saber qué era lo que había ocurrido. Huíamos desde entonces acosados por las bestias, atosigados por los ataques de antiguos enemigos que nunca se mostraban pero permanecían allí, señalando su presencia en las sombras que se cruzan por el rabillo del ojo, y asolados por el hambre, el frío y el miedo constante.
Cuando les tocó huir a nuestros padres sabían en qué dirección hacerlo, hacia dónde dirigirse; nosotros ignorábamos ambas cosas y, como fugitivos agotados de escapar, nos internamos (tal vez) sin quererlo, en aquel mar.
            Era tarde para volver atrás, porque no había hacia lo que regresar; frente a nosotros, frente a nuestro pueblo entero, una cría de gigante se acercaba como si no nos viera. Y allí, ocultos entre el verde, posiblemente fuera cierto, lo cual era aún peor; podría aplastarnos sin quererlo, sin buscarlo, o haciéndose por completo el desentendido de sus acciones.
            Ante tan aterradora visión, que borraba los miedos, la destrucción y el dolor que sintiéramos hasta entonces, cada uno corrió despavorido en la dirección en la que quisieran llevarlo sus pies.
            En un primer momento creí estar siguiendo al grupo más grande que corría a través del verde mar, luego me di cuenta que me seguían a mí, y que no sabíamos hacia dónde íbamos. Pero él continuaba allí, demasiado cerca. No podíamos siquiera pensar en detenernos, uno sólo de sus pasos contaban como miles de los nuestros.
            Corrí hasta agotar mis de por sí exhaustas fuerzas luego de tantos días de persecución sin tregua. Corrí hasta que el verde ocultó el sol y continué corriendo todavía más. No seguía a nadie, ni nadie me seguía. Había quedado solo.
            Miré hacia las alturas y el cachorro de gigante aún continuaba allí, como si nada.
            Me percaté entonces de sus ojos cerrados, de su leve caminar entre aquel verde mar, jugando con aquellas ramas como si fueran lo único que importaban y entendí que para él nosotros y los nuestros ni siquiera existíamos. Aún así, se encaminaba en mi dirección.
            Consumidas todas mis fuerzas me dejé, también mis ojos se cerraban, pero por motivos diferentes. Si iba a morir, decidí, aquel lugar era exactamente igual que cualquier otro.
            Unos instantes después me cubrió la sombra del cachorro de gigante.


Aclaración: "Esta foto es mía"


13 comentarios:

José A. García dijo...

En algún momento, todos nos detenemos.

Saludos,

J.

Raul Ariel Victoriano dijo...

A veces sueño alguna historia que tiene similitudes internas con este episodio y me despierto con la misma sensación de acoso y de impotencia que aquí se cuenta. Muy buen relato, José.
Saludos.
Ariel

lanochedemedianoche dijo...

Excelente
Abrazo

lunaroja dijo...

Por momentos el clima es asfixiante,como si se te cortara el aliento al leer.
Muy buen relato!
Un saludo!

Amapola Azzul dijo...

Sí, todos nos detenemos, hay circunstancias...

Un abrazo, sorprendente relato
Buena semana.

Recomenzar dijo...

Hola sé feliz muchacho

Carlos Augusto Pereyra Martínez dijo...

Se siente leyendo este cuento, que los trágicos griegos, a través de su literatura, siempre han tenido razón: la tragedia es inevitable. Un abrazo.
Carlos

gla. dijo...

A veces es mejor detenernos para saber a ciencia cierta...que está ocurriendo
Pienso que el cachorro de gigantes solo quería jugar
Abrazos

ANNA dijo...

Hola

Me alegra verte de nuevo por el blog
Gracias por tu aportacio
esperando que estes bien
Besos

ოᕱᏒᎥꂅ dijo...

yo no creo que tuviese fuerzas posts huir, me prestaría voluntaria para caer primera,
besos

Doctor Krapp dijo...

Duele más la ignorancia de la existencia que la pequeñez de cuerpo por eso una llamada de atención y entrega a tiempo pùede ser una solución heroica.
Saludos

Frodo dijo...

Es una buena alegoría de muchos gigantes que sólo vienen a nuestro mundo para ensombrecernos, para aplastarnos.

Buena foto, viejo! Ahora espero que de acá en más todas sean de tu autoría

Gigante Abrazo!

José A. García dijo...

Raúl: Casualidad será saber que algo similar me sucedió luego de ver por primera vez la pintura.

La Noche de Medianoche: Gracias.

Luna Roja: Gracias, quería lograr esa sensación de persecución que pocas veces logramos sentir.

Amapola Azzul: Todos nos detenemos, pocos regresan luego al movimiento.

Recomenzar: Lo intento.

Carlos: Mientras continuemos entendiendo a la muerte como una tragedia, sin lugar a dudas será inevitable.

Gla: Detenerse para ver qué es lo que en verdad ocurre.

Anna: Gracias por la visita. Nos leemos.

Marie: Los primeros que caen son los que menos sufren, ¿no?

Dr. Krapp: Cuando nos queremos dar cuenta siempre es demasiado tarde.

Frodo: Todos somos diminutos. Y en cuanto a las fotos, la verdad, lo dudo. Pero se hace lo que se puede.

Saludos a tod@s y gracias por las visitas, lecturas y comentarios.

Nos leemos,

J.