domingo, 11 de agosto de 2019

Secuoya (Morir, tal vez)


Caminaba lentamente por la playa.
No pisaba sobre arena, como antaño, sino sobre ceniza. Capa sobre capa de ceniza que todo lo ocultaba, lo devoraba y lo asfixiaba. Sólo quedaban cenizas y, claro, él, caminando en la playa bajo el plomizo cielo que ayudaba a olvidar lo que alguna vez había sido el sol.
            Sabía que ese día llegaría, pero esperaba que fuera más que el tiempo que efectivamente transcurrió luego de que los técnicos descifraran la secuencia de adn de la secuoya. La expectativa de vida de este árbol sobrepasaba los seis años, mientras que el ser humano apenas pisaba los noventa; allí se escondía la clave para ampliar la esperanza de vida en una Tierra cada vez más devastada, más arruinada, más cercana a la muerte, gracias a la mano del ser que buscaba la manera de aferrarse a la misma vida que ayudaba a destruir. Y la clave estaba allí, en aquel árbol, en la savia que recorría hasta el último rincón de su anatomía.
            Y allí estaba también él, ansioso por lograr la inmortalidad, presentándose voluntario para el experimento de extensión del rango vital ante un grupo de científicos que jugarían con su adn hasta volverlo irreconocible; en el hipotético caso en que no acabara muerto como sucediera con los miles de voluntarios previos. La única diferencia fue que, no solamente no lo habían matado, sino que algo había salido lo suficientemente mal como para que el resultado fuera el esperado y, luego, fueran incapaces de replicarlo.
            Desde entonces, al menos en teoría, su longevidad estaba asegurada.
            Ninguna enfermedad lo afectaba, nada dañaba su cuerpo. Claro que podía ser herido e incluso, podía morir pero, mientras se mantuviera alejado de los peligros habituales para cualquier ser humano, no cedería tal cosa. Necesitaba agua, luz solar y poco más para vivir sin problemas. El punto más oscuro de su nueva humanidad fue el perder la posibilidad de dejar descendencia. Lo aprendió luego de que experimentaran hasta el aburrimiento con él tres generaciones de científicos (¿o habían sido cuatro?) intentando descifrar lo que le hacía especial, cuál era la razón de que solamente él fuera el único sobreviviente en sus experimentos, el único en el que nada había fallado y por qué nadie podía repetir ese logro.
            Nunca encontró la respuesta, y ya no quedaba a quién preguntarle.
            Poco le había importado ser aquel que sobreviviría a toda su generación, y a las siguientes, sin lugar a dudas. Podría esperar, guardando una mínima esperanza, a que naciera aquel que por fin fuera capaz de replicar el experimento. Entonces ya no sería el único sino que serían, al menos, dos quienes verían el decaer de la vieja humanidad.
Claro que, año tras año, científico tras científico, incluso su inquebrantable esperanza comenzaba a desfallecer.
Le propusieron registrar, de la mejor manera que le pareciera, lo que vivía, lo que veía, los cambios que acontecían a su alrededor. Le propusieron convertirse en quien relataba la historia que vivía para no volverse un fósil más. Pero la suya era la única mirada de su propio pasado. En algún momento la historia se había convertido en olvido, dejando de lado su función de memoria de la humanidad, de nada servía intentar cambiarlo una vez más.
            Él mismo se sabía carente de sentido de ser cuando despertaron una vez más antiguos rencores entre las comunidades; algunos tan antiguos que nadie recordaba que alguna vez hubieran existido. Cuando se percató de lo que sucedía, el mundo se hundía en el conflicto. Uno del que lo único que salió fue la ceniza de cuanto alguna vez había sido.
            Ceniza que cubría hasta el último rincón; ceniza que ocultaba el sol; que contaminaba las aguas; que ahogaba cualquier posibilidad de vida. Lo notó cuando su piel comenzó a volverse cada vez más pálida, al sentir su lengua cada vez más hinchada y al notar que siglos enteros de su devenir se borraban de su memoria.
Continuaba avanzando, es cierto. Pero ya no buscaba un motivo para seguir viviendo sino algo que tal vez lo ayudara a morir.



8 comentarios:

José A. García dijo...

¿Quién dijo que es fácil obtener, y sostener, lo deseado?
Yo no.

Saludos,

J.

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Si el sol sigue siendo ocultando, no será difícil que le llegue la muerte.
Bien contado, colega demiurgo.

ოᕱᏒᎥꂅ dijo...

sobrevenir a toda tu generación debe ser muy triste...
y esos árbole , allí, impertérritos, me resultan un poco perturbadores
un beso

Amapola Azzul dijo...

Los pros y contras de la inmortalidad.

Creo que lo más duro es la enfermedad, pero claro , vivir sin compañía de los seres queridos, también debe ser duro.

Bonita reflexión.

Un abrazo.

Carlos Augusto Pereyra Martínez dijo...

Todo lleva, en cuanto al deseo, un veneno. Saludos desde Colombia. Carlos

Ulisses de Carvalho dijo...

"Caminante, no hay camino, se hace camino al andar..."

Nada é. Tudo está: existir é transmutar.

Abrazo desde el sur de Brasil.

Doctor Krapp dijo...

El mito del judío errante y los problemas de la evolución y sus contradicciones.

José A. García dijo...

Demiurgo: Sin dudas eso estará esperando.

Marie: Hay muchas cosas que duran más la vida humana, por la vida humana, por suerte.

Amapola: Ser eterno pero estar solo… ¿Será útil?

Carlos: Deseo y veneno como sinónimos, excelente concepto.

Ulisses: Mientras haya hacia donde caminar, seguro.

Dr. Krapp: No había pensado en esa conexión, que también es posible.

Gracias a tod@s por sus comentarios.

Nos leemos,

J.