Caminaba lentamente por la playa.
No pisaba sobre arena, como antaño,
sino sobre ceniza. Capa sobre capa de ceniza que todo lo ocultaba, lo devoraba y
lo asfixiaba. Sólo quedaban cenizas y, claro, él, caminando en la playa bajo el
plomizo cielo que ayudaba a olvidar lo que alguna vez había sido el sol.
Sabía
que ese día llegaría, pero esperaba que fuera más que el tiempo que
efectivamente transcurrió luego de que los técnicos descifraran la secuencia de
adn de la secuoya. La expectativa de vida de este árbol sobrepasaba los seis
años, mientras que el ser humano apenas pisaba los noventa; allí se escondía la
clave para ampliar la esperanza de vida en una Tierra cada vez más devastada,
más arruinada, más cercana a la muerte, gracias a la mano del ser que buscaba
la manera de aferrarse a la misma vida que ayudaba a destruir. Y la clave
estaba allí, en aquel árbol, en la savia que recorría hasta el último rincón de
su anatomía.
Y
allí estaba también él, ansioso por lograr la inmortalidad, presentándose
voluntario para el experimento de extensión del rango vital ante un grupo de
científicos que jugarían con su adn hasta volverlo irreconocible; en el hipotético
caso en que no acabara muerto como sucediera con los miles de voluntarios
previos. La única diferencia fue que, no solamente no lo habían matado, sino
que algo había salido lo suficientemente mal como para que el resultado fuera
el esperado y, luego, fueran incapaces de replicarlo.
Desde
entonces, al menos en teoría, su longevidad estaba asegurada.
Ninguna
enfermedad lo afectaba, nada dañaba su cuerpo. Claro que podía ser herido e
incluso, podía morir pero, mientras se mantuviera alejado de los peligros
habituales para cualquier ser humano, no cedería tal cosa. Necesitaba agua, luz
solar y poco más para vivir sin problemas. El punto más oscuro de su nueva
humanidad fue el perder la posibilidad de dejar descendencia. Lo aprendió luego
de que experimentaran hasta el aburrimiento con él tres generaciones de
científicos (¿o habían sido cuatro?) intentando descifrar lo que le hacía
especial, cuál era la razón de que solamente él fuera el único sobreviviente en
sus experimentos, el único en el que nada había fallado y por qué nadie podía
repetir ese logro.
Nunca
encontró la respuesta, y ya no quedaba a quién preguntarle.
Poco
le había importado ser aquel que sobreviviría a toda su generación, y a las
siguientes, sin lugar a dudas. Podría esperar, guardando una mínima esperanza,
a que naciera aquel que por fin fuera capaz de replicar el experimento.
Entonces ya no sería el único sino que serían, al menos, dos quienes verían el
decaer de la vieja humanidad.
Claro que, año tras año, científico
tras científico, incluso su inquebrantable esperanza comenzaba a desfallecer.
Le propusieron registrar, de la
mejor manera que le pareciera, lo que vivía, lo que veía, los cambios que
acontecían a su alrededor. Le propusieron convertirse en quien relataba la
historia que vivía para no volverse un fósil más. Pero la suya era la única
mirada de su propio pasado. En algún momento la historia se había convertido en
olvido, dejando de lado su función de memoria de la humanidad, de nada servía
intentar cambiarlo una vez más.
Él
mismo se sabía carente de sentido de ser cuando despertaron una vez más antiguos
rencores entre las comunidades; algunos tan antiguos que nadie recordaba que
alguna vez hubieran existido. Cuando se percató de lo que sucedía, el mundo se
hundía en el conflicto. Uno del que lo único que salió fue la ceniza de cuanto
alguna vez había sido.
Ceniza
que cubría hasta el último rincón; ceniza que ocultaba el sol; que contaminaba
las aguas; que ahogaba cualquier posibilidad de vida. Lo notó cuando su piel comenzó
a volverse cada vez más pálida, al sentir su lengua cada vez más hinchada y al
notar que siglos enteros de su devenir se borraban de su memoria.
Continuaba avanzando, es cierto.
Pero ya no buscaba un motivo para seguir viviendo sino algo que tal vez lo
ayudara a morir.
8 comentarios:
¿Quién dijo que es fácil obtener, y sostener, lo deseado?
Yo no.
Saludos,
J.
Si el sol sigue siendo ocultando, no será difícil que le llegue la muerte.
Bien contado, colega demiurgo.
sobrevenir a toda tu generación debe ser muy triste...
y esos árbole , allí, impertérritos, me resultan un poco perturbadores
un beso
Los pros y contras de la inmortalidad.
Creo que lo más duro es la enfermedad, pero claro , vivir sin compañía de los seres queridos, también debe ser duro.
Bonita reflexión.
Un abrazo.
Todo lleva, en cuanto al deseo, un veneno. Saludos desde Colombia. Carlos
"Caminante, no hay camino, se hace camino al andar..."
Nada é. Tudo está: existir é transmutar.
Abrazo desde el sur de Brasil.
El mito del judío errante y los problemas de la evolución y sus contradicciones.
Demiurgo: Sin dudas eso estará esperando.
Marie: Hay muchas cosas que duran más la vida humana, por la vida humana, por suerte.
Amapola: Ser eterno pero estar solo… ¿Será útil?
Carlos: Deseo y veneno como sinónimos, excelente concepto.
Ulisses: Mientras haya hacia donde caminar, seguro.
Dr. Krapp: No había pensado en esa conexión, que también es posible.
Gracias a tod@s por sus comentarios.
Nos leemos,
J.
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