lunes, 8 de julio de 2019

Aquella mujer que no dejaba de mirarme

El mozo dejó frente a mí la hamburguesa de sucedáneo de carne bien condimentada que le pidiera, junto con la botella de agua mineral desmineralizada, con una leve sonrisa y una inclinación parcial, tal y como le era habitual. El mío era el único asiento ocupado en el extremo de la barra de la cafetería, como siempre a esa hora. Sin embargo, antes de que pudiera dar el primer mordisco, comencé a sentir cierta incomodidad que carecía totalmente de relación con el escaso sabor de aquella comida de alto contenido proteínico. No podía darme el lujo de desperdiciarla, a pesar de cómo me sentía, ya que me aportaría las calorías necesarias para culminar mi día de servicio laboral, debía en cambio averiguar por qué me sentía de ese modo.
            Con cierto disimulo giré la cabeza hacia mi derecha sin encontrarme con otra cosa que no fuera la pared que separaba el salón de la cocina; el viejo empapelado de otra época, cubierto con una evidente capa de suciedad y años de esperar una renovación, no representaba ninguna novedad. La incomodidad no provenía de allí. Debía de haberlo sabido desde un principio.
            Me dispuse entonces a girar poco a poco hacia la izquierda, como debería de haber hecho en un primer momento de no haber sido por la confusión habitual.
            El resto del salón, cuyo habitual silencio era apenas interrumpido por algunas radios personales que conservaban el sonido en el rango de sus portadores, parecía vacío a pesar de que el mediodía se acercaba peligrosamente. Poco fue lo que pude ver más allá de algunos clientes absortos en sus dispositivos, y los problemas que estos les presentaran, cuando no en sus platos. Ninguno de ellos parecía ser quien me provocara la incomodidad allí continuaba.
            Mordisqueé la desabrida hamburguesa, jugando con las papas horneadas que la acompañaba, sin dejar de sentirme de ese modo ni poder pensar en nada más que no fuera aquella extraña molestia que crecía más y más.
            Levanté los ojos de mi comida y me encontré, al igual que las miles de veces anteriores en las que consumiera mi horario de almuerzo en ese sitio, el antiguo espejo que ocupaba la pared de la barra imitando los bares de mitad del siglo XX. La imagen duplicaba el interior del lugar en exacta y opuesta simetría creando la fantasía de que el espacio era el doble de grande.
            A mi espalda, también sentada junto a la pared del vetusto empapelado, una mujer me observaba con tanto detenimiento que sentía el peso de sus ojos tanto sobre mi nuca como sobre mi rostro ahora que acababa de descubrirla.
            La miré, a través de su reflejo, sin el menor reparo, y con su mismo atrevimiento, para que notara que lo hacía o, tal vez, esperando exactamente que se percatara de que había notado su descarada mirada sobre mí. Pero no daba ninguna señal de que le importaba mi nueva actitud hacia ella; al contrario, continuaba mirándome en la misma incómoda posición en la que la descubriera, estirando el cuello y ladeando levemente la cabeza como si quisiera escuchar mi nula conversación.
            Sus labios excesivamente pintados atraían mi mirada sin que pudiera evitarlo; llevaba unos lentes de sol de plástico con los que intentaban ocultar los ojos con los que, lo sabía, no dejaba de mirarme. Tan atenta era su mirada que comenzaba a dolerme la cabeza. ¿Qué quería de mí esa mujer que no dejaba de mirarme?
            Llamé con un gesto al mozo que se acercó lentamente, con el mismo paso cansino que le conocía tan bien.
            —¿Quién es ella? —pregunté señalándola en el espejo sin el menor disimulo.
            —Una clienta.
            —Me doy cuenta de eso. Me refiero a que si sabe algo más —dije pensando en la propina que debería dejarle si me aportaba alguna información valiosa.
            —No viene tan seguido como usted.
            —También lo noté —respondí con un poco de fastidio—. Lo que me gustaría saber, además de por qué utiliza lentes de sol bajo techo, es por qué no deja de mirarme…
            —¿Eh…? —exclamó sorprendido—. No creo que lo esté haciendo.
            En ese momento alguien lo llamó desde el otro extremo de la barra y comenzó a alejarse poco a poco. Mirando hacia atrás señaló a la mujer, me señaló a mí y realizó un gesto parecido a una negativa. Era eso o una invitación para comenzar la danza del apareamiento de la cacatúa azul pero, como no dijo nada, no entendí sus gestos.
            Intenté desentenderme de la situación volviendo a mi comida. Pero las papas estaban frías y el agua desmineralizada había comenzado a decantar impurezas, señal de que tenía que volver al cubículo a cumplir la segunda parte de mi horario de servicio laboral.
            En todo ese tiempo aquella mujer, que continuaba sola en su mesa, no había dejado de mirarme en ningún momento; tampoco yo había dejado de hacerlo mientras comía.
            No podía irme sin saber qué era lo que pretendía, si es que algo pretendía, o por qué se comportaba de ese modo tan socialmente poco aceptable; lo que sucediera primero. Más que nada teniendo en cuenta de que por más de que lo llamara de varias formas, el mozo no volvió a acercarse a mi sector de la barra. La propina sería desacostumbradamente baja por ello.
            Me llené de valor antes de acercarme ya que el día de hoy no se encontraba entre los días que me correspondía hablar con una mujer, pero había sido ella quien me provocara; podría utilizar una situación semejante como justificativo para mis actos. Pensándolo de esa manera pude acercarme a su mesa sin que mis movimientos tuvieran el menor efecto en ella, como si no existiera a pesar de ocupar casi la totalidad de su campo visual.
            —¿Nos conocemos? —le pregunté notando como se sobresaltaba ante mis palabras y, por un momento, sus anteojos se desacomodaron sobre su nariz.
            —¿Cómo dice? —preguntó con un débil hilo de voz volviendo a colocar los lentes en su lugar.
            Podría haber respondido de mil maneras diferentes. Incluso podría haber mentido, o inventado cualquier otra posibilidad que no me dejara en una posición tan comprometedora para cualquiera que nos mirara desde el otro extremo de la cafetería. Podría haber hecho cualquier cosa. Pero no hice nada.
            En silencio me alejé de ella.
            —¿Hola? —dijo ella a media voz.
        Caminando hacia la salida evité mirar al mozo o a cualquier otra persona que allí se encontrara por temor a que me hubiera visto hacer el ridículo, una vez más, en  mi frustrado intento de pedirle explicaciones por sus miradas a una ciega.



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Inicio de Espacio Publicitario:

En la revista digital La Ignorancia N° 23 pueden encontrar el relato breve Descartar/Continuar.

Y también: 
La Revista Íkaro de Costa Rica publicó también el relato Jaime, el mataautores en su página web.

Fin del Espacio Publicitario.

19 comentarios:

José A. García dijo...

Hay quienes piensan que del ridículo nunca se vuelve...

Me incluyo entre ellos.

Saludos,

J.

lunaroja dijo...

Voy aprendiendo tu lenguaje narrativo! Por vez primera, intuí el final, aunque eso no desluce en absoluto tu relato excelente,como siempre!
Saludos!

fany sinrimas dijo...

Más que ridículo, la actitud de este hombre me parece la frustración de unas expectativas ilusorias,que muchos hombres no soportan.

Saludos, José A.

Carlos Augusto Pereyra Martínez dijo...

Con toque de humor e intriga. Un abrazo

Cayetano dijo...

Las apariencias engañan. Nuestros prejuicios se colocan muchas veces entre nuestros ojos y lo que vemos. Buen chasco.
Un saludo.

Manuela Fernández dijo...

Como la naturalidad no hay nada. Si él le hubiese confesado que le parecía haber sido observado por ella, tal vez a ella le hubiese ilusionado, o se hubiese sorprendido o se hubiese reído.., en cualquier caso, hubiese sido un bonito comienzo para una posible amistad.
SAludos.

Mujer de Negro dijo...

Quizás no era su mirada pero sí su fuerte personalidad, lo que sí, el mal carácter destaca en tu protagonista
😏

Guillermo Castillo dijo...

Profesor José:
Su relato me parece interesante, tal vez usted partió de una anécdota, de una visión, no sé, pero lo cierto es que está muy bien logrado. Salvo en el primer párrafo le quita velocidad o aminora el ritmo con palabras en exceso explicativas sobre el alimento que consume el protagonista.

Disculpe, si le causo alguna molestia con mi comentario de impávido lector suyo.
Saludos.

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Bien contado.
Entiendo la sensación de molestia y no saber el motivo. Tal vez el protagonista nunca lo descubrió, creyendo erroneamente que era por esa mujer.
Todo un absurdo resultó.
Por suerte, la memoria de los presentes no es perfecta y de serlo, tal vez no se interesaría en registrar un papelón ajeno.
Bien contado, colega demiurgo.

Recomenzar dijo...

Que bello!

ოᕱᏒᎥꂅ dijo...

De todo se regresa querido amigo,
yo me he pasado media vida en ello y aquí sigo

Frodo dijo...

El mozo le cantó la posta antes, pero... algunos son ciegos otros no quieren ver.

Esta entrada hace juego con este pequeño sketch de Rowan Atkinson
https://www.youtube.com/watch?v=ZWCSQm86UB4

Abrazo!

Amapola Azzul dijo...

Inesperado final del relato.

Besos.

Recomenzar dijo...

pedime permiso para sacarme las fotos mi querido besitos. La qui pusiste la tengo registrada en Pop Art Besitos guapo!!!

José A. García dijo...

Recomenzar: Nunca dije que la imagen fuera mía. Busqué en google imágenes un grafiti de una mujer con lentes para ilustrar el relato y elegí la de mayor resolución. En ningún momento google, ni la página de dónde la tomé, decían si la misma estaba registrada por alguien más.

De haberlo sabido te hubiera pregunta o, en todo caso, no la habría utilizado.

Nos leemos,

Saludos.

J.

mariarosa dijo...


¡Uy que metida de pata José!

A veces pasan esas cosas, es cuestión de no ser tan susceptible...

Muy bueno.

mariarosa

Doctor Krapp dijo...

Me gusta el planteamiento del relato aunque el final era, al menos para mí, previsible.
Felicidades

Miguel Angel Morata dijo...

Excelente final...me encantó...

José A. García dijo...

Gracias a todas y todos pos sus comentarios.
Como no me canso de repetir, son lo más interesante de este blog.

Nos leemos,

J.