—Hay días en los que tengo la sensación de esta
preocupándome demasiado por cosas que en verdad no tienen, o no deberían tener,
importancia. Pero —continuó sin detenerse a tomar aire—, tampoco me resulta
posible hacerlo de otro modo. Soy incapaz de detenerme, de dejar de pensar,
dejar de accionar, sin saber en verdad en qué dirección real debería de estar
yendo.
—Lo
que no sé es por qué me dice todo esto a mí, otra vez —dijo el cajero de la
tienda—, solo le pregunté si llevaría algo más.
—Y
tal vez ese sea le problema —continuó sin dar señales de haber escuchado al
desesperado muchacho que, habiendo acabado de acomodar los pocos productos del
cliente en la bolsa de papel, esperaba a que se marchara—, acumulamos y
acumulamos sin pensar realmente qué hacer con todo ello. Tanto cosas materiales
como intangibles, como el conocimiento. ¿De qué sirve pretender saberlo todo si
nunca podremos ponerlo en práctica? ¿De qué sirve ser el dueño del mundo si no
podremos visitarlo?
—Ahora
mismo serviría de mucho que se hiciera a un lado… —dijo la jubilada que
esperaba ansiosamente que la fila avanzara pensando en que de seguir así se
perdería el inicio del programa de preguntas sin respuestas.
—Por
supuesto, es necesario hacerse a un lado en algún momento, cuando esa carga de
pensamientos comienza a hacerse tan pesada que uno siente que comienza a hundir
nuestros hombros con su peso…
—Voy
a hundirte otra cosa en la cara si no te corrés de ahí, perejil* —dijo en voz
lo suficientemente alta como para hacerse escuchar alguien que, por su aspecto,
bien podría pasar por un chófer de un camión recolector de residuos, un minero
recién salido del socavón, o doble de riesgo en una película de catástrofes
naturales. Y eso para no mencionar su aroma.
—Señor,
por favor… —dijo el cajero mirando hacia la puerta, muy cerca de la cual el
Gerente del local conversaba con una voluptuosa clienta dándole la espalda.
Pero
su pedido no fue atendido, o entendido, en lo absoluto.
—La
cuestión es saber detenerse, de algún modo. Pero cómo saber en verdad cuándo
hacerlo. Lo que es suficiente para unos puede no serlo para otros y, también, a
la inversa. Entonces estaríamos siempre buscando los límites y, un límite, como
se sabe, puede continuar extendiéndose más y más. Lo aprendemos en la infancia
y nunca lo olvidamos, no. Siempre lo corremos un poco más.
—¡Dale…!
—dijo en voz más alta el mismo camionero—. ¡Te podes ir!
—Ufff…
—exclamó la jubilada—. Esta juventud maleducada —agregó sin aclarar a cuál de
los dos hombres se refería.
—Es
una cuestión de suma importancia, algo que algún día también les afectará —continúo
acunando la bolsa de papel como si de algo de sumo valor se tratara—; solamente
contamos con el presente, transitorio y pasajero por naturaleza, para aprender
a adaptarnos. Si tuviéramos una vida extra, de seguro, todo sería más sencillo.
¿No lo creen así? —preguntó alejándose de la caja directamente hacia la puerta.
—Señor…
—llamó el cajero sin obtener respuesta e intentando levantarse de su puesto de
trabajo—. ¡Señor!
—Pero…
¿Y ahora qué pasa? —casi gritó el camionero.
—No
puede ser. ¡Qué perdida de tiempo! ¡Qué maltrato a los clientes! —exclamó la
jubilada.
—¿Qué
sucede? —preguntó el Gerente visiblemente molesto por tener que intervenir en
una situación que, intuía, no lo ameritaba.
—Se
va sin pagar —murmuró el cajero mientras señalaba hacia la puerta.
—¿Otra
vez? —inquirió el Gerente dirigiéndose raudamente hacia la salida sabiendo que,
no solamente no lo encontraría, porque habría desaparecido apenas cruzar el
umbral como las veces anteriores, sino que se las había arreglado para dejar su
marca sobre la pared recién pintada del frente del local.
Confirmó
ambas cosas al atravesar la puerta sin encontrar el menor rastro del hombre que
acaba de salir delante de sus ojos, eso si descontaba la pintura en aerosol y
el modelo en stencil del maldito hongo del videojuego que repetía cada vez que
se apareció por allí, abandonados junto a la pared.
Miró
hacia el interior de la tienda, la jubilaba continuaba gesticulando junto al
cajero que solamente respondía haciendo gestos afirmativos. No había caso,
continuaría descontando del sueldo de los cajeros cada una de aquellas pérdidas
tan fácilmente evitables. Ni en esta vida, ni la siguiente, pondría un solo
peso de su bolsillo, pensó mientras pateaba con fingida furia el aerosol hacia
el estacionamiento casi vacío de la tienda.
—Ni
en esta vida, ni la próxima —repitió sin saber que lo hacía en voz alta.
* Perejil no es exactamente la palabra utilizada
en este momento, se entiende.
--
Inicio del Espacio Publicitario
En el
número 10 de la Revista digital española Callejón de las 11 esquinas, del mes de junio, pueden leer el relato Cuando ya no queden hombres, que se
publicó originalmente en el libro de cuentos Fábulas del cuaderno verde de 2014.
Los invito a leer también el resto de la
revista.
Fin del Espacio Publicitario.
18 comentarios:
Después de un par de semanas de arduas labores en la vida 1.0, regresamos a lo que importa. Actualizamos Proyecto Azúcar y volveremos a leer a l@s amig@s de siempre.
Así pues, nos leemos,
J.
No se que decirte últimamente ando sin palabras -La vida me trata enojada y yo sin ganas de nada-
Mientras te leía recordaba muchas de las situaciones vividas en Buenos Aires,ese clima de crispación,de soledad,de necesidad y sobre todo de violencia contenida.
Un texto genial José.
Un abrazo.
Están también los cajeros electrónicos, e incluso a éstos los quieren ir medio quitando de en medio en bastantes lugares, cuánto estrés se genera por el roce humano y quizás tb por el dinero.
El tipo era un vivillo, y tal vez en el fondo era un solitario que necesitaba hablar....
mariaorsa
Siempre hay gente que se busca las mañas para robar.
Salu2.
Aquí en Colombia también tenemos ese tipo de personajes. Son los vivos-bobos de todo pueblo y de las zonas urbanas grandes. En otras palabras, viven del cuento y los incautos siguen cayendo.
Saludos a todos desde la distancia.
El viejo truco de hacerse un "sinpa".
Saludos.
Quizás es un sorprendido de la vida.
Abrazo
Me encantaron los diálogos que se producen en el relato, sobre todo el parlamento del protagonista que deja impreso el grafiti.
Un saludo, José.
Ariel
son varios detalles los del relato pero se hace ameno por las veces que se repiten en la vida diaria...
lo del graffiti no lo entendí del todo, estoy lento hoy... saludos...
Trabajo de cara al público en la hostelería y tengo 1000 historias por contar,
así que ya no me extraña nada lo que pueda suceder en esta
Estoy en la misma onda de arduas labores en la 1.0. pero acá estamos volviendo a la verdadera vida.
Buen relato, tiene esos toques callejeros de todos tus buenos relatos mezcla ficción y "realidad"
Si JLO no entiende el graffiti es porque se salteó la década de los 90, lo queremos igual.
Abrazo J!
jajaja que divertidos son todos los que te comentan jajja Tenés un buen equipo de jugadores
Un dialogo ingenioso que funciona a varios niveles y refleja muy bien la incomunicación en un mundo pretenciosamente comunicado.
Me ha encantado, un tío que parece ser utiliza la reflexión en alto para no pagar, y nadie recae en lo que dice sino solo en que la caja está bloqueada. Por otra parte nadie es resolutivo. Yo me encuentro a este personaje y le invito a tomar café, debe ser muy interesante una conversación con él.
SAludos.
Gracias por sus lecturas y comentarios. No me canso de decirlo, lo más interesante de Proyecto Azúcar es su participación.
Nos leemos,
J.
Eso de tener dos vidas no es viable para nadie.
Beso
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