sábado, 25 de mayo de 2019

Pantano

La expedición se había estancado aunque no dejábamos de movernos.
            Nos encontrábamos en cualquier punto del mapa, uno que no señalaba el oeste ni noreste. Es decir, un mapa por completo inútil. Al igual que la mayor parte del equipo que cargábamos, arruinado por la humedad y la sangre seca de los miles de mosquitos que matábamos, a mano limpia, día tras día. Eso para no hablar de nosotros, agobiados por el calor, la humedad, la falta de descanso, y el no entender por qué nos encontrábamos allí.
            Ni siquiera la paga era buena.
            Aunque dudo de que se hubiera hablado de nuestra paga en algún momento.
            Sin embargo, allí estábamos. Cargando aquel equipo obsoleto que alguien más debería montar cuando llegáramos a aquel punto no indicado en el mapa. El énfasis estaba puesto en el cuando llegáramos, algo que nadie podía precisar con cierta exactitud.
            —Estamos más cerca que antes —dijo quien nos dirigía en aquella interminable expedición—, casi no tengo dudas de ello. Del otro lado de aquella lomada se encuentra nuestro destino.
            Su dedo señalaba hacia un punto indefinido entre la espesura y el calor que para nada nos motivaba a continuar avanzando.
            —¿Qué encontraremos allí? —preguntó uno de nosotros, no estoy seguro de quién fue, estaba tan cansado que intentar mantener los ojos abiertos representaba un verdadero sufrimiento.
            —Nuestro destino —repitió quien nos dirigía sin agregar palabra.
            Fue suficiente con que comenzara a caminar delante nuestro, sin dar ninguna orden, sin permitirnos descansar, para que lo siguiéramos en fila india, asegurándonos de pisar sobre suelo firme en medio de tanto resbaladizo y húmedo barro.
            Recordé lo que notara el primer día, cuando luego de recorrer unos trece kilómetros alejándonos de la ciudad no llevábamos, en realidad, ninguna dirección específica. Desde un principio el camino cambió de dirección de día en día, no por los problemas que encontráramos en él, sino por la voluntad de quien nos guiaba.
Solía pensar que tendría sus razones para dar tantos rodeos pero, tras tres meses siguiéndolo mientras el grupo original menguaba lenta pero inexorablemente, comenzaba a dudar también de ello.
            Cada atardecer, cuando se nos permitía detenernos y descansar hasta el alba, estudiaba la caja que llevaba sobre mis hombros. Era incapaz de decir qué contenía, así como tampoco entendía en qué idioma estaban escritas las indicaciones impresas en su metálico y frío exterior. Por más que la sacudiera, el ruido de tornillos, tuercas, engranajes, o lo que fueran esas piezas entrechocándose, nada me decía.
            Cada amanecer comenzábamos a caminar guiados por unos pocos gestos, unas palabras sueltas y nada más.
Varias veces me encontré al frente de la fila, inmediatamente detrás de nuestro guía, así como varias otras veces me encontré cerrando la fila pero, aunque lo buscara, el sentido de tanto esfuerzo continuaba esquivo. Aunque, es cierto, a pesar de no comprenderlo, nos encontrábamos haciendo algo diferente a esperar a en la ciudad a que todo se acabara.
            —La maldita loma se aleja cada noche un poco más —murmuró otro de los porteadores junto a mí mirando hacia el horizonte—. ¿Sabes lo que eso significa? —preguntó volviendo sus ojos hacia mí; no podría decir si conocía a aquel enflaquecido rostro que me miraba detrás de una capa de suciedad y cansancio similar al que cubría el mío en ese momento.
            A duras penas podía pensar en otra cosa diferente a caminar, pero me había percatado de que la distancia no se acortaba en lo más mínimo a pesar de caminar día tras día.
            —¡No desfallezcan! —gritó de pronto nuestro improvisado guía en medio de un atardecer, o un amanecer; aunque también pudo haber sido durante el mediodía, no estoy seguro de ello—. Nuestro destino nos aguarda.
            Escuchar por enésima vez aquella frase desató la revuelta.
            Comenzaron arrojándole los restos de nuestros escasos alimentos, le siguieron luego algunos guijarros y unas pocas rocas más grandes cubiertas de barro, hasta que alguien se animó a arrojarle la caja que portaba golpeándole de lleno en la frente y haciéndolo caer.
            El resto de las cajas cayeron una a una sobre él amenazando con cubrirlo entre el barro, el cartón y los restos de quincalla que escapaba de las cajas rotas. Nada de todo aquello resultaba de utilidad, pero había sido suficiente para desmayarlo, matarlo o algo peor; ninguno se acercó a comprobarlo. Al contrario, liberados de sus cargas, los porteadores comenzaron a correr en todas las direcciones como si aquella rebelión hubiera sido suficiente para revitalizar sus cuerpos.
Cuando todo parecía haber terminado me percaté de que no había arrojado mi propia caja y que apenas podía moverme apesadumbrado por tanto agotamiento. Aunque no corrí como los demás, dejé que mis agotados pies me llevaran allí donde quisieran entre los árboles más cercanos.
Ni bien abandoné el camino comencé a hundirme rápidamente en el barro. Miré a los lados encontrando los sofocados rostros de otros porteadores esforzándose por escapar de la trampa que durante día habíamos intuido negándonos a creer en su existencia.
Mi desesperación duró menos de un suspiro. Intenté levantar un pie pero el barro volvía irremediablemente a succionarlo. En ese momento, ya sin un guía, sin oportunidad de regresar o de continuar, me percaté de hacía dónde nos dirigíamos.
—Nuestro destino nos aguarda —repetí en voz baja, casi como un susurro sentándome en el barro.
Y mi destino era, sin lugar a dudas, aquel pantano.

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Fin del Espacio Publicitario.

18 comentarios:

José A. García dijo...

Dicen que todos los caminos han de tener un final... Pero no sé quiénes lo dicen.

Saludos,

J.

Cayetano dijo...

Nadie lo imaginó. Siempre pensamos que el destino está lejos pero nunca en esa dirección.
Un saludo.

mariarosa dijo...


Hola José: no sé por qué, tu cuento me hizo pensar en el momento que vivimos, nuestros políticos son guías ciegos que nos hacen imaginar un gran destino final que nunca llega, hasta que cansados y agotados nos hundimos en la peor desesperanza.

mariarosa

Recomenzar dijo...

No hay final en mi camino sin final la vida es mas bella

Frodo dijo...

"Pantano" es un eufemismo, un título que no le hace honor a la acción que plantea tu relato. Lo rebautizaría "Empantanado", pero claro... ni yo soy corrector, ni vos tenés por qué hacerme caso.

Abrazo J!

lunaroja dijo...

Dicen que el destino es inexorable.
Tu relato parece confirmarlo.
Sin duda un texto muy bien narrado que te atrapa esperando no sabes bien qué desenlace.
Un saludo!

Unknown dijo...

Cuando caemos en nuestra propia trampa y nos damos cuenta, a veces es demasiado tarde.

Salud-os

unjubilado dijo...

¿Adentrarme en un pantano? Y que se encuentre lleno de yacarés, caimanes, cocodrilos, boas constrictoras, mosquitos, caníbales...
No, estoy mucho mejor en mi sillón preferido delante del ordenador y a punto de pulsar la tecla de Esc, por si se escapa alguno de esos bichos de la pantalla.
Saludos.

Amapola Azzul dijo...

Uff¡¡ Transmite el relato angustia.

Así se siente uno a veces en la vida.

Besos.

taty dijo...

La pregunta será cómo hacer de la vida un viaje placentero, si al final todos acabamos al final en el mismo barro...

Abrazos.

Dyhego dijo...

Totalmente sofocante y claustrofóbico.

Enca Gálvez dijo...

Amigo, no se si será el destino lo que si te digo que hay que fluir con la vida, dejarse llevar... En ese fluir quizás este nuestro destino...
Encantada de leerte de nuevo. Un abrazo

Manuela Fernández dijo...

Es sobrecogedor, como si el destino existiera sin poder enfrentarse a él.
Un relato muy bueno.

Beatriz dijo...

¿Habrá quien no se pregunte cuál es el final? a pesar de saber que el final llegará, uno se pregunta en algún momento de su vida sobre ese final.

Saludos

Mara dijo...


Terrible historia, que de una forma u otra se puede convertir en realidad. Tan sólo caminamos. ¿Estará el pantano al final?.
Saludos.

DULCINEA DEL ATLANTICO dijo...

Una metáfora de la vida, donde caminamos a veces sin rumbo sabiendo que al final siempre habrá un pantano esperándonos.
Un saludo Jose
Puri

ოᕱᏒᎥꂅ dijo...

hemos de seguir caminando... cueste lo que cueste
un beso

José A. García dijo...

Gracias por los comentarios, sugerencias e interpretaciones sobre tan imprevisto texto.
La idea de otra, salió de éste modo. ¿Quién sabrá porqué?

Nos leemos,

J.