La
expedición se había estancado aunque no dejábamos de movernos.
Nos
encontrábamos en cualquier punto del mapa, uno que no señalaba el oeste ni
noreste. Es decir, un mapa por completo inútil. Al igual que la mayor parte del
equipo que cargábamos, arruinado por la humedad y la sangre seca de los miles
de mosquitos que matábamos, a mano limpia, día tras día. Eso para no hablar de nosotros,
agobiados por el calor, la humedad, la falta de descanso, y el no entender por
qué nos encontrábamos allí.
Ni
siquiera la paga era buena.
Aunque
dudo de que se hubiera hablado de nuestra paga en algún momento.
Sin
embargo, allí estábamos. Cargando aquel equipo obsoleto que alguien más debería
montar cuando llegáramos a aquel punto no indicado en el mapa. El énfasis
estaba puesto en el cuando llegáramos,
algo que nadie podía precisar con cierta exactitud.
—Estamos
más cerca que antes —dijo quien nos dirigía en aquella interminable expedición—,
casi no tengo dudas de ello. Del otro lado de aquella lomada se encuentra
nuestro destino.
Su
dedo señalaba hacia un punto indefinido entre la espesura y el calor que para nada
nos motivaba a continuar avanzando.
—¿Qué encontraremos allí? —preguntó
uno de nosotros, no estoy seguro de quién fue, estaba tan cansado que intentar mantener
los ojos abiertos representaba un verdadero sufrimiento.
—Nuestro
destino —repitió quien nos dirigía sin agregar palabra.
Fue
suficiente con que comenzara a caminar delante nuestro, sin dar ninguna orden,
sin permitirnos descansar, para que lo siguiéramos en fila india, asegurándonos
de pisar sobre suelo firme en medio de tanto resbaladizo y húmedo barro.
Recordé
lo que notara el primer día, cuando luego de recorrer unos trece kilómetros
alejándonos de la ciudad no llevábamos, en realidad, ninguna dirección específica.
Desde un principio el camino cambió de dirección de día en día, no por los
problemas que encontráramos en él, sino por la voluntad de quien nos guiaba.
Solía pensar que tendría sus razones
para dar tantos rodeos pero, tras tres meses siguiéndolo mientras el grupo
original menguaba lenta pero inexorablemente, comenzaba a dudar también de
ello.
Cada
atardecer, cuando se nos permitía detenernos y descansar hasta el alba,
estudiaba la caja que llevaba sobre mis hombros. Era incapaz de decir qué contenía,
así como tampoco entendía en qué idioma estaban escritas las indicaciones
impresas en su metálico y frío exterior. Por más que la sacudiera, el ruido de
tornillos, tuercas, engranajes, o lo que fueran esas piezas entrechocándose, nada
me decía.
Cada
amanecer comenzábamos a caminar guiados por unos pocos gestos, unas palabras
sueltas y nada más.
Varias veces me encontré al frente
de la fila, inmediatamente detrás de nuestro guía, así como varias otras veces
me encontré cerrando la fila pero, aunque lo buscara, el sentido de tanto
esfuerzo continuaba esquivo. Aunque, es cierto, a pesar de no comprenderlo, nos
encontrábamos haciendo algo diferente a esperar a en la ciudad a que todo se
acabara.
—La
maldita loma se aleja cada noche un poco más —murmuró otro de los porteadores
junto a mí mirando hacia el horizonte—. ¿Sabes lo que eso significa? —preguntó volviendo
sus ojos hacia mí; no podría decir si conocía a aquel enflaquecido rostro que
me miraba detrás de una capa de suciedad y cansancio similar al que cubría el
mío en ese momento.
A
duras penas podía pensar en otra cosa diferente a caminar, pero me había
percatado de que la distancia no se acortaba en lo más mínimo a pesar de
caminar día tras día.
—¡No
desfallezcan! —gritó de pronto nuestro improvisado guía en medio de un
atardecer, o un amanecer; aunque también pudo haber sido durante el mediodía,
no estoy seguro de ello—. Nuestro destino nos aguarda.
Escuchar
por enésima vez aquella frase desató la revuelta.
Comenzaron
arrojándole los restos de nuestros escasos alimentos, le siguieron luego
algunos guijarros y unas pocas rocas más grandes cubiertas de barro, hasta que
alguien se animó a arrojarle la caja que portaba golpeándole de lleno en la
frente y haciéndolo caer.
El
resto de las cajas cayeron una a una sobre él amenazando con cubrirlo entre el
barro, el cartón y los restos de quincalla que escapaba de las cajas rotas.
Nada de todo aquello resultaba de utilidad, pero había sido suficiente para
desmayarlo, matarlo o algo peor; ninguno se acercó a comprobarlo. Al contrario,
liberados de sus cargas, los porteadores comenzaron a correr en todas las
direcciones como si aquella rebelión hubiera sido suficiente para revitalizar
sus cuerpos.
Cuando todo parecía haber terminado me
percaté de que no había arrojado mi propia caja y que apenas podía moverme
apesadumbrado por tanto agotamiento. Aunque no corrí como los demás, dejé que
mis agotados pies me llevaran allí donde quisieran entre los árboles más
cercanos.
Ni bien abandoné el camino comencé a
hundirme rápidamente en el barro. Miré a los lados encontrando los sofocados
rostros de otros porteadores esforzándose por escapar de la trampa que durante
día habíamos intuido negándonos a creer en su existencia.
Mi desesperación duró menos de un
suspiro. Intenté levantar un pie pero el barro volvía irremediablemente a
succionarlo. En ese momento, ya sin un guía, sin oportunidad de regresar o de
continuar, me percaté de hacía dónde nos dirigíamos.
—Nuestro destino nos aguarda —repetí
en voz baja, casi como un susurro sentándome en el barro.
Y mi destino era, sin lugar a dudas, aquel pantano.
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Inicio de Espacio Publicitario:
En el número 289 de la revista digital Axxón de
ciencia ficción argentina pueden leer, por un lado, el clásico cuento Navegando las cuerdas del acordeón.
Y, también el artículo sobre Solaris de
Stanislav Lem, llamada Solaris, la utopía interrumpida.
Pueden pasar a leerlos cuando
gusten.
Fin del Espacio Publicitario.
18 comentarios:
Dicen que todos los caminos han de tener un final... Pero no sé quiénes lo dicen.
Saludos,
J.
Nadie lo imaginó. Siempre pensamos que el destino está lejos pero nunca en esa dirección.
Un saludo.
Hola José: no sé por qué, tu cuento me hizo pensar en el momento que vivimos, nuestros políticos son guías ciegos que nos hacen imaginar un gran destino final que nunca llega, hasta que cansados y agotados nos hundimos en la peor desesperanza.
mariarosa
No hay final en mi camino sin final la vida es mas bella
"Pantano" es un eufemismo, un título que no le hace honor a la acción que plantea tu relato. Lo rebautizaría "Empantanado", pero claro... ni yo soy corrector, ni vos tenés por qué hacerme caso.
Abrazo J!
Dicen que el destino es inexorable.
Tu relato parece confirmarlo.
Sin duda un texto muy bien narrado que te atrapa esperando no sabes bien qué desenlace.
Un saludo!
Cuando caemos en nuestra propia trampa y nos damos cuenta, a veces es demasiado tarde.
Salud-os
¿Adentrarme en un pantano? Y que se encuentre lleno de yacarés, caimanes, cocodrilos, boas constrictoras, mosquitos, caníbales...
No, estoy mucho mejor en mi sillón preferido delante del ordenador y a punto de pulsar la tecla de Esc, por si se escapa alguno de esos bichos de la pantalla.
Saludos.
Uff¡¡ Transmite el relato angustia.
Así se siente uno a veces en la vida.
Besos.
La pregunta será cómo hacer de la vida un viaje placentero, si al final todos acabamos al final en el mismo barro...
Abrazos.
Totalmente sofocante y claustrofóbico.
Amigo, no se si será el destino lo que si te digo que hay que fluir con la vida, dejarse llevar... En ese fluir quizás este nuestro destino...
Encantada de leerte de nuevo. Un abrazo
Es sobrecogedor, como si el destino existiera sin poder enfrentarse a él.
Un relato muy bueno.
¿Habrá quien no se pregunte cuál es el final? a pesar de saber que el final llegará, uno se pregunta en algún momento de su vida sobre ese final.
Saludos
Terrible historia, que de una forma u otra se puede convertir en realidad. Tan sólo caminamos. ¿Estará el pantano al final?.
Saludos.
Una metáfora de la vida, donde caminamos a veces sin rumbo sabiendo que al final siempre habrá un pantano esperándonos.
Un saludo Jose
Puri
hemos de seguir caminando... cueste lo que cueste
un beso
Gracias por los comentarios, sugerencias e interpretaciones sobre tan imprevisto texto.
La idea de otra, salió de éste modo. ¿Quién sabrá porqué?
Nos leemos,
J.
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