—Partiré rumbo a desconocidas tierras lejanas
—dijo con su estentórea voz—. Sé que no creen en mis palabras, pero así será.
Se arrepentirán luego de no haberme escuchado.
Y
fueron aquellas, en verdad, las últimas palabras que escuchamos de él. Es
cierto que estábamos bastante agotados de sus discursos imbuidos en el espíritu
de los grandes descubrimientos, aquellos aventureros al estilo de Indiana
Jones, Cecil Rhodes, Lawrence de Arabia, o John Carter. Después de un tiempo ni
siquiera atendíamos a lo que decía, lo dejábamos parlotear en la medida en que
no resultara demasiado molesto; cosa que sucedía cada vez más seguido.
Es
posible que nuestra actitud le empujara a tomar su decisión; más que nada
cuando comenzamos a burlarnos de él ya no en secreto, o a sus espaldas, sino
abiertamente
—Descubriré nuevos saltos de agua
que llevarán mi nombre —decía.
—En el baño, seguramente —respondía
alguno de nosotros antes de que riéramos a carcajadas.
—Sin lugar a dudas, cuando parta,
nuevas tierras caerán bajo el dominio de nuestra civilización —decía
soñadoramente en el atardecer.
—Debajo de mi cama hay tierra de
sobra para todos —respondía otro de nosotros.
Y nuevamente comenzaban las risas.
La más mínima palabra suya recibía
como respuesta risas y más risas. Ninguno de nosotros se detenía a pensar que
existiera la real posibilidad de que cumpliera con su amenaza de partir hacia
tierras lejanas. Ni siquiera sabíamos que tuviera la voluntad de alejarse de
las tierras que nos pertenecían desde hacía tantas generaciones. Ignorábamos su
determinación y su ambición por lograr su cometido. Esto a pesar de que conocía
muy bien el hecho de que todo el planeta se encontrara surcado de norte a sur,
de este a oeste, de arriba abajo, de izquierda a derecha y, también, en
diagonal, siguiendo las setenta y dos posibles direcciones del viento, por
satélites de todos los países. Incluso aún funcionaban algunos cuyos países
habían dejado de existir.
Tras su partida nos sorprendimos al
percatamos de que pasaban los días y no regresaba. Habíamos intuido que apenas
se alejaría algunos kilómetros antes de regresar; pero no era así. Semanas
después, aunque nadie contaba los días, comenzaron a llegar postales de lugares
cada vez más extraños y que apenas éramos capaces de ubicar en un mapa:
Barcelona, Macedonia, Kuala Lumpur, Singapur, Trapalanda Macondo, Santa María,
El Dorado, Atlántida (Uruguay), Sebastopol, Chernobil, y otros nombres que ni
siquiera reconocíamos en qué idioma estaban escritos.
La última postal que llegó a nuestras
manos traía unas coordenadas anotadas en tinta que comenzaba a borrarse y una
gran mancha de sangre.
Partimos en su búsqueda inmediatamente,
a pesar de que la postal hubiera sido dejada en el correo meses atrás. Podría
estar herido y necesitaba nuestra ayuda, enfermo y necesitaba nuestras
medicinas, perdido y necesitaba nuestra guía, o muerto, y necesitaba regresar a
nuestras tierras. Cualquiera de esas opciones, apenas nos atrevíamos a pensar
en otras, resultaba terrible. Pero era uno de los nuestros y, a pesar de que
nos burláramos de él incansablemente, no podíamos abandonarlo.
Vendimos nuestras posesiones, cada
una de ellas, luego de averiguar de qué manera llegar hasta el lugar indicado.
Alguien ajeno a nuestras tierras aceptó comprarlas pagando un precio rebajado
por nuestro apuro. No preguntamos quién era, no era importante, tan sólo el
hecho de que pagara en monedas de otros países nos resultó extraño, pero no lo
suficiente como para desconfiar.
Partimos todos hacia aquellas
tierras lejanas que imaginábamos inhóspitas y terribles. Temíamos que nuestra
limitada imaginación no fuera suficiente para describir la selva virgen e
impenetrable que encontraríamos a nuestra llegada, luego de semanas de viaje.
Realizamos diversos trayectos en diferentes transportes, cada uno de peor
calidad que el anterior, tal es así que mejor olvidar y evitar su descripción.
Ciertamente nos quedamos sin
palabras apenas llegar al sitio indicado por aquellas coordenadas mal anotadas
en lápiz en el reverso de una postal manchada.
Sobre una roca, disimulado entre
unas pocas hojas, una sonriente calavera nos esperaba mirándonos con sus
ausentes ojos en una mueca que mezclaba la burla y el desprecio no
necesariamente en iguales proporciones. Unos metros más allá, una carpa de lona
militar rajada, quemada por el sol y la lluvia acida, junto con otros pocos pertrechos
que intentaban ser un campamento.
Algunos comenzamos a llorar
desconsoladamente sin fingir en lo más mínimo. Los gestos de dolor, de
desolación, como cada vez que moría uno de los nuestros, nos invadieron. Los
cánticos rituales pensados para estos momentos comenzaron lentamente, como una
nota gutural que crece volviéndose cada vez más innegable.
El suelo vibraba junto con nuestro
zapateo, a medida que las notas crecían e inundaban la selva a nuestro
alrededor. Algunos pocos pájaros huyeron de los árboles cercanos. Cualquier
otro ruido que pudiera haber era opacado por nuestras voces. Fue en ese vibrar
de voces, cuerpos en movimientos y tierra que no dejaba de temblar, que la
calavera, que aún nadie se había atrevido a tocar, rodó ente la maleza y el
barro removido por nuestros pies descalzos.
Quien la tomó entre sus manos, para
volver a colocarla en el sitial en el centro de nuestro círculo de despedida,
se quedó mirándola con cierta sorpresa. La giró varias veces sobre sí misma
como si quisiera asegurarse de que lo que su tacto le decía era cierto.
Levantó la mirada, azorado, hacia
nosotros y dijo:
—Plástico.
Tiempo después, luego de que se nos
prohibiera abandonar aquella selva inhóspita y regresar a unas tierras que ya
no nos pertenecían, dudo de que en verdad escuchara lo que todos allí escucháramos
en ese preciso instante. Sin embargo, la mayoría esta de acuerdo, y continúa
sosteniendo que, en esos momentos, una risa estentórea y cargada de odio,
desprecio y placer, inundó cada rincón de aquella selva.
No se trataba, claramente, de cualquier
risa.
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Inicio de Espacio Publicitario:
En el Número 37 de la Revista digital El Narratorio, pueden leer el relato La tan ansiada hospitalidad.
Mientras que:
En el Número 38 de la Revista digital El Narratorio, pueden leer el relato Escalera al
cielo.
Ambos relatos de publicaron en su momento en
este mismo blog.
Fin del Espacio Publicitario.
8 comentarios:
El Conde de Montecristo siempre presente.
Siempre.
Saludos,
J.
Quien ríe el último, ríe mejor.
Un saludo.
El plástico ha inundado nuestro planeta. Nos asfixiamos en mares de plástico y hasta esa isla remota llegó éste en forma de calavera.
Muy inquietante relato.
Saludos
p.d. Por nada del mundo buscaría a alguien que ha querido desaparecer...
La venganza no es buena consejera, al fin y al cabo fueron a ayudarle cuando realmente creyeron que le hacía falta. Por otro lado, dar todo por alguien del que te has burlado... Es un buen texto donde se refleja cómo el comportamiento humano (de unos y otros personajes) es absurdo.
SAludos.
Tus relatos tienen ese ingrediente que los hace irresistibles: son inquietantes,lanzan flechas en forma de dudas,de frases que quedan en el aire.
Precioso y reivindicativo!
Un saludo>!
Lenguaje, creatividad y recepción ingredientes con los que son posibles tus relatos.
Un gusto estar por aquí.
Muy bueno J., cargado de ironía, con una vuelta de tuerca sorprendente y sin contar literalmente todo.
Califica entre tus grandes escritos.
Me hizo recordar la canción 5 estrellas de Leo Masliah ¿la conocés?
Acá en la versión de Attaque, que me gusta más
https://www.youtube.com/watch?v=opUcn_cMv5I
Abrazo!
Cayetano: Es muy posible.
Ginebra: Hemos de ser la única especie en todo el universo que se contenta con destruir su propio mundo y solo piensa en obtener ganancias de ello. Y si, tampoco buscaría a quien quiere desaparecer, ni me dejaría encontrar en ese caso.
Manuela Fernández: Fueron a ayudarle o tal vez lo necesitaban para seguir burlándose de él, nunca lo sabremos.
Luna Roja: Gracias. No siempre me lo propongo de ese modo y, tampoco, no siempre me sale bien.
Guillermo Castillo: Gracias por tus palabras.
Frodo: ¿Cómo haces para relacionar todo siempre con alguna canción? Ni aunque me lo propusiera de ese modo lo lograría. Te envidio esa habilidad. Y no, no lo conocía. Gracias por el dato.
Gracias por sus visitas y comentarios.
Nos leemos,
J.
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